[Semana 42] De vuelta a lo fundamental


Semana 42
Vida Universitaria
De vuelta a lo fundamental


Aviso: Monólogo interior de 4000 palabras. Puede contener anécdotas graciosas.

BTW: Recomiendo que si leéis estos artículos los acompañéis con la música correspondiente en un intento de hacer concordar con el vuestro el espíritu del texto, pues no todo puede ser explicado mediante palabras, o si se puede, yo no sé. Esta entrada, va con JVG Junio.

Debía abandonar mi piso. Acabados los exámenes, me volvía a trabajar a mi pueblo, y allí no podría volver más. Ese día se me presentaba como la fecha límite en que todo volvería a su estado original. Este hecho se me hizo presente de golpe el día que llamó Pepi, la portera, a la puerta para preguntarme si podía venir gente a ver el piso de la agencia de alquiler. Le dije que ni de coña. Extrañada, me dijo que había hablado con los de la agencia y que, como nos íbamos, necesitaban enseñar el piso, que habían hablado con mis compañeros y que rescindían el contrato y que les habían dado permiso para venir.

Yo no sabía nada, igual se estaba confundiendo la pobre mujer, igual no le sentó demasiado bien que nombráramos nuestro wifi Red Hot Chili Pepi’s o que robásemos las bolas del árbol de navidad que puso por esas fechas.



Nuevos edificios se han erigido, tapando la luz del sol que entraba por las rendijas de las ventanas.
La estación original de NYC ya no existirá jamás. Lo que aparece en esta foto es su fantasma. 


Fui a hablar con Mery y resultó que esa vieja hija de puta tenía razón. Habían decidido ya no continuar allí y habían rescindido el contrato sin preguntarme, completamente convencidos cada uno de ellos de que los otros dos si habían hablado conmigo. No es que esté rajando, son buena gente, me lo he pasado bien y pese a ser un universo aparte dentro del piso, he tenido bastante más relación con ellos de la que creía en un principio. Quizás yo tenga algo que ver su partida; quizás es la completa dominación de la sala principal de la casa donde habitaba casi permanentemente a hora intempestivas, las visitas que llevaba sin avisar a nadie en especial la vez que vinieron Cristian y David y se quedaron una semana entera, que mis amigos le miraran el culo sin apenas disimular a Mery cada vez que venían por aquí, etc. 

Que recuerdos.

La sorpresa fue que no me sorprendió. Me había hecho a la idea, tenía esbozos de planes en mi mente y dejar ese piso habría sido cuestión de tiempo; y ahora que era ineludible, todo tomó forma en mi cabeza. No es que sea ningún sitio especial, he descubierto que puedo sobrevivir perfectamente en cualquier sitio siempre que tenga comida, agua, corriente alterna, un rinconcito y conexión a Internet. Lo demás, es superfluo.

Pero el ser humano le coge cariño a los escenarios donde interpreta sus dramas, una consecuencia obvia de que nuestro cerebro trabaje con asociaciones y no con hechos y conceptos racionales. 

Realmente no ha sido escenario de grandes acontecimientos. Bueno, de un par, pero no es ese su encanto. La épica no es el que otorga a cuatro paredes su valor. Hay que buscar de otras cosas. De tantas noches, solo o acompañado. De tantos escritos, de tantas canciones. De tanta comida, de tanto sueño, de tantas mañanas. De tantos momentos de sosiego asomando la cabeza por la ventana, mirándola a ella.

El sitio era una cosa, pero el estilo de vida, esa vertiente playboy del hikikomori japonés era a mis ojos un lujo más que una maldición. A no hacer nada, a no tenerlo todo y conformarme con ello. Me recuerda esos días en que me quedaba encerrado jugando partidas de 48 horas al Civilization IV, o mirando la serie de Breaking Bad a temporada y media por día, sin ir a clase, comiendo precocinado entre carga y carga de capitulo. Era tan feliz... Mi máximo exponente era conservar para siempre algo parecido al estilo de vida de esos meses pero con juegos de azar y mujerzuelas. 

Sabia, y a la vez aún no había interiorizado, que la misma vista que tenia de la calle, nunca la iba a poder observar desde el mismo lugar. Que nunca iba a pasar por esa calle y sentirme que ya estaba en casa.

No sé cómo veis vosotros vuestros pisos de donde sea que estudiéis. Quizás volvéis cada fin de semana, quizás os traen tuppers de casa, quizás cuando volvéis mencionáis casa de vuestros padres como mi casa, donde esta vuestra habitación, exactamente igual, congelada en el tiempo desde hace años o décadas.

Pero yo no.




Uno de esos últimos días los pasé en la Vila con Miquel, en el hueco que había dejado el famosisimo desde mi última entrada Joan Montana al retirarse a la Costa Brava, y sus compañeros me acogieron con gran regocijo. Su sorpresa con mis más mundanas costumbres me impactó bastante; supongo que simplemente mis compañeros se han ido acostumbrando con el tiempo a ellas y yo me he adentrado demasiado en mi realidad. Fueron días de exámenes, días de inactividad. Sin grandes historias. Ya no hay sitio en Semana para grandes historias. Pasamos los días a medio camino entre el debo y el no quiero. Jugamos a ping-pong, recordando esas míticas noches de hace un año en las que nos pasábamos allí hablando de chicas hasta que cerraban las luces para nos fuésemos a nuestra puta casa. Emulamos los días del pasado, en que mezclados en un mismo piso Miquel, una simpática futura abogada y yo compartimos suspensos, risas y culpabilidad.

Estábamos a un paso de estudiar y de la seguridad que otorgan las asignaturas aprobadas, y a la vez tan lejos de mover un dedo para conseguirlo. 

Hubiese sido capaz de correr una maratón pero hacer un solo ejercicio se me antojaba una tarea hercúlea.

No, no era debilidad.

No, no me faltaba nada. No había nada que recuperar. Era yo y era entero. Simplemente no quería hacerlo. No tenía nada que demostrar a nadie. Ni imaginarme la expresión de todos al comprobar que había aprobado todo muy sobrado sin hacer nada durante un año conseguía que abriese un solo folio de apuntes. Quizás un par de años antes. Quizás si mi vida universitaria dependiera de la gente que he conocido en la universidad. A diferencia de en el instituto, no me importaba ni su humillación ni mi encumbramiento. Creo que me ven mas como una fuerza de la naturaleza, como la encarnación de un personaje de ficción que de una persona real, y me gusta que sea así.

Simplemente, me daban igual. 




Mis principales motores de interacción con el mundo se apagan. El reconocimiento social ha dejado de ser un objetivo inmediato busca cotas más amplias como la directa adoración, y renuncio a casi toda chica que tenga más lejos de un whatsup de distancia.

Pasada la primera ronda de exámenes sin demasiada intensidad (para que, si todavía tengo las recuperaciones), pasé algunos días en el piso, junto a Cris, mi compañera, y una sonriente amiga suya. No coincidimos mucho en los horarios, que se nos cruzaban en un ir de venir, ellas de fiesta y yo de revolotear por Barcelona para librarme de la sensación de culpabilidad por no estar estudiando. Es un círculo vicioso, no haces nada que requiera esfuerzo porque deberías emplear ese esfuerzo en estudiar, no estudias porque requiere esfuerzo y acabas gastando el tiempo en tareas menores de forma pasiva para no pensar en todo aquello ya que te genera ansiedad, lo que hace que tengas cada vez menos tiempo, mas ansiedad, y pierdas más el tiempo.

La amiga de Cris me sonreía, yo le sonreía de vuelta. Me la habían presentado antes, creo, pero no recordaba cómo se llamaba. Un leve viento sopló del oeste. Me recordó cuando volví del verano pasado con la intención de descansar y huir del vertiginoso verano del que provenía. Ese mismo día, el día de mudarme, me estaba enrollando en el sofá con una amiga de mi nuevo compañero de piso a la que acababa de conocer.

Ahora, ni un año después, me conformaba con una sonrisa de vuelta.

Reconocer a nosotros mismos que queremos algo como una chica y no conseguirla destruiría nuestro ego, asi que dejamos de intentar coneguir cosas si nos suponen una leve posibilidad de fracaso.

Opté por no hacer nada, se marcharon y me volví a quedar solo, asomado a una de las ventanas a Barcelona, como cada fin de semana, feliz como una ovejita, ajeno al apocalipsis inminente con fría indiferencia y suave complacencia. Se me dan bien los apocalipsis, me sentía mejor pensando en yo afrontándolo, sudando en los exámenes, desesperado, trabajando al límite durante unas horas que estudiando cómodamente durante días antes.




Mis metas, lejos de desaparecer, han saltado de magnitud. Mis expectativas, se han vuelto ya no difíciles, sino ridículas. Y todo por culpa precisamente de mi éxito, de mi insondable seguridad. De mis victorias fáciles en el pasado.

Es la historia de siempre, aquello que consigues, te deja de interesar. La solución era renunciar a todo o poseer el mundo, y yo normalmente me veía decantado hacia la segunda opción. Me he desbancado de los objetivos inmediatos, esperando que vengan solos a mi, como consecuencia de un tratamiento a la realidad más general, sin enfrentarla realmente.

El mundo, vuestro mundo, solo se había convertido en una distracción a mis ojos.

Ella me ha seducido. Sus armas no han sido la inmensidad, con sus faros resplandecientes de fiesta y libertad que ansían todos los chicos de pueblo cuando vienen aquí. Ha sido la aceptación; el sentimiento de que, pase lo que pase, todo va a ir bien; siempre voy a poder volver a mi piso, a mi cama, a sentir su cálido abrazo sin esperar nada a cambio. Aquello que buscamos, aquello primario a lo que volvemos, cuando regresamos cansados, agotados y hechos mierda. Cuando no hay nada de lo que regresar, nos sumimos en ese propio estado; de ser cuidados sin necesitar cuidados, de mostrarnos frágiles cuando deberíamos aprovechar para crecer fuertes.

En ese estado, en esa felicidad, en esa forma de vida autocomplaciente de felicidad a menos de diez metros del sofá de tu casa, es donde perecen las idas, se vuelven mansos los guerreros y convertimos lobos en cachorritos de felpa.

Si, Barcelona es una mujer.




Aun formando parte activa de un ambiente constructivo que es RLG, de nada sirve si no te ves sumido a él, si no te envuelve, si encima depende de ti y trabaja a acelerones. Es la respuesta, no estoy buscando alguna revelación que se me haya pasado por alto. La respuesta está aquí. No hay Sevilla.

Desde aquí, en una Barcelona que me venía demasiado grande, me he recluido, y eso mas allá de ser bueno o malo o ineludible, ha sido. El tiempo, ha dejado de ser algo contante y sonante para convertirse en el aire que sopla entre los diferentes estados de nuestra existencia. Estos estados, imposibles de reproducir y generar en espacios demasiado abiertos a la inmediatez y la estanquidad, rellenos de avatares de sepultureros de ideas y visiones del mundo alternativas a la corriente occidental.

El tiempo fluía dentro de esas cuatro paredes a otra velocidad. Veía el tiempo como una herramienta, y ahora como un proceso de maduración. Bueno o malo no quiero volver a ese piso, pero ha sido necesario, y si no lo ha sido, simplemente ha sido. Ya no hay tiempo para excusas. 

Podría decir que he perdido el tiempo durante un curso entero, (suponiendo, claro, que una carrera es perder el tiempo); pero también podría decir algo muy diferente, que me estaba gestando, que tenemos tiempo, que este no se siente obligado a cumplir con nuestras expectativas, que fluye. David, somos jóvenes.

Podría decir que retrocedí, en el sentido de que mi vida ha ido acelerando en intensidad, actividad, genialidad y reconocimiento social desde que tengo uso de memoria. Pero también podría decir que me he desechado de lo inútil, de las miles de pequeñas formas que se incorporan en nuestra conducta cuando no nos damos cuenta, a partir de recompensas positivas, a partir de referentes engañosos, a partir de vivir en una realidad que no era la mía.

Decía Darwin que uno de los requisitos para la especiación era el distanciamiento geológico, y no comprendía hasta qué punto eran ciertas sus palabras.

Aquí, me aislé. Las visitas de Pep, aunque fueran anecdóticas y no tan constantes como hubiesen podido ser, representaban ya no el contacto, sino la realización que un mundo exterior podía existir más allá de mi realidad; curvada, alejada del funcionamiento de recompensas estándar en el que actúa un cerebro en el mundo real. Sumergirme demasiado en ese estado hubiese tenido consecuencias imprevisibles, y no creo que Pep mismo sea inconsciente de su importancia en este escenario.

Yo sabía que me estaba encerrando, pero no podía evitar que, cuando se hacía muy tarde, quisiese que se marchase ya, para dejarme a mí, en mi realidad reducida, con mis cosas, con mi ordenador, en mi mundo.




No hay nada que recuperar. 

Está todo aquí, si algo no ha pasado, si las expectativas no se han cumplido, solo tengo que mirarme a mí mismo, pues soy quien las ha creado. No sé lo que esperaba exactamente de la vida universitaria, soy consciente de que este curso que ahora estoy exponiendo casi como un fracaso probablemente fuese para vosotros en mi lugar, el mejor año de vuestras vidas. Pero eso no es suficiente para mí.

Veía la universidad como algo que simplemente tenía que vivir, nunca me plantee en serio que iba a hacer exactamente aquí, a que iba a invertir mi tiempo. Supongo que cosas que ahora no me apetecen: birreo, aprender de otros, fiestas, chicas, colegas, aventuras absurdas.

Quizás el problema es que todo esto ya lo hemos hecho; quizás el problema es que vivimos una juventud tan genial, que nos quedamos sin ideas demasiado pronto. Ahora, hay un hall enorme, ineludible, que se nos antojaba anecdótico, situado entre aquellos días y lo que esperábamos sería el futuro de conquistas inmediato; y estamos en medio atrapados, pues nadie nos dijo cuál era el paso intermedio entre comernos nuestro pequeño mundo en el Montclar y conseguir ser los putos amos de un universo que nos venía grande desde el principio. Todos encontramos nuestra forma particular de afrontarlo: Borja fuma cincuenta euros de hierba a la semana, Roger finge ser una persona normal, Muñoz bebe alcohol, Alf desaparece, Rojas y Paula para bien o para mal abandonaron su destino manifiesto, Miquel mira series, vosotros tiráis la caña ocho horas al día por Internet y yo fundé RLG.

El exceso de expectativas te hace infeliz, así que pese a que es lo que te hace cumplirlas, renuncias a la voluntad. Pero uno no debe renunciar a la ambición, uno no debe renunciar a su infelicidad. Es aprendiendo a respetarla, a tomarla como un factor, a ser capaz de superarla como se aprende a jugar.

Me acusé a mí mismo de no ser el mismo porque el año pasado suspendí casi todas las asignaturas pese a armarme con todo mi potencial y estudiar durante una semana antes de los exámenes. Fallé, sí. Vamos a analizar lo que realmente intenté.

Intenté, con un día y medio por asignatura, entre partidas del Age of Mitology, aprobar asignaturas de una carrera que la gente palidece cuando oye nombrar. Unas asignaturas de las cuales algunas no he asistido nunca a clase, y cuyo contenido tanto temático como de dificultad en nada se puede comparar al bachillerato. Intentaba estudiar de unos apuntes que no se correspondían con lo que salía en los exámenes. Intentaba aprobar sin hacer las entregas, es decir, teniendo que sacar sietes y seis en los exámenes. Intentaba hacer los ejercicios en el examen sin haber practicado antes, solo a partir de una teoría que solo comprendía de forma conceptual.

Una cosa es tener confianza en uno mismo, y otra jugar a ser Dios.




Me presentaba tres horas antes de los exámenes preguntando de qué asignatura era el de hoy, sin boli, ni calculadora, ni un gramo de inseguridad. Pasaba tres horas de examen intentando responder algo cuya base ignoraba de raíz, aprendiéndola, improvisándola o inventándomela sobre la marcha; incomprensiblemente sacando treses y cuatros e incluso aprobando alguna asignatura.

Estaba tan acostumbrado a hacer lo que los otros daban por imposible, que no me paré a pensar que yo también tenía límites. Si aprendo a tocar la guitarra, lo quiero hacer sin ayuda, por mí mismo y en una décima parte del tiempo que un ser humano normal. Si escribo, quiero escribir como el mejor a la primera pese a no teclear dos líneas seguidas desde las redacciones de inglés del instituto. El problema, es que durante un tiempo lo conseguía, antes de que la gente se especializase alrededor de una única actividad para toda la vida, era capaz de hacerlo todo mejor que la mayoría en la mitad de tiempo. Esas expectativas me empujan a cumplir aquello que mi ego propone, pero cuando se vuelven irreales, todo el sistema se tambalea. Culpas al entorno, a quien sea. Al sistema educativo, a que el sofá se hunde demasiado, a la chica de turno, a ti mismo,

El entorno es importante, pero a veces, solo son excusas.

Durante el bachillerato también me decían que eso no se podía hacer. ¿Si estaban equivocados entonces, porque no iban a estarlo ahora? Para mí era solo un juego. ¿Cuán poco puedo hacer y aprobar igualmente? Era un juego mucho más divertido que simplemente estudiar y sacar buenas notas. Me permitía andar por el filo de una navaja que nunca cortaba realmente, supongo que por seguir algún filo. Es emocionante, tiene un toque de rebeldía, una justificación moral porque el sistema educativo apesta, tienes más tiempo para tus mierdas, y si todo falla puedes achacar tus fracasos a la falta de preparación: era el sistema perfecto. Aprendí grandes cosas, a jugar con fuego, a fracasar, a ir contra corriente en la corriente; y otras no tan útiles como evitar trabajo y eludir responsabilidades, materia en la que me doctoré.




Y de la nada, llegaron unas recuperaciones finales por las que, de nuevo, no me había preparado. El volcán acababa de estallar frente a mis narices, y yo seguía mirando por esa estúpida ventana sin siquiera pestañear.

¡Maldita sea, muévete! ¡El miedo es un acto instintivo, deberías reaccionar! ¿Que diablos te pasa?

Durante los exámenes, me concentro con la intensidad heredada de mis tiempos de joven promesa descarriada ajedrecística, y paso horas en un minuto, contento de tener delante un desafío y no un trámite, aunque esa diferencia me suponga graves consecuencias en el mundo exterior. En ese momento, solo estamos yo y el examen. Malabarismos, papel, tinta, inventiva y potencial.

Tenía la sensación de que podía sacar cualquier cosa si simplemente empleaba suficiente concentración y energía mental en ello, aunque no conociese el problema. Además, como la mayoría de asignaturas eran repetidas, aunque no hubiese asistido a clase, contaba con un as en la manga.

La gente aprueba los exámenes porque se aprenden la resolución de los problemas tipo, los practican y luego, ya si eso, sus conocimientos les ayudan a redondear. Pues yo, al repetir, había algún ejercicio que ya había practicado en las pasadas recuperaciones. Así, que a mi manera, me sentía haciendo trampas, pues no estaba pensando, sino emulando un problema cuya solución iterativa ya conocía.

Es lo que los otros llamarían estudiar.

Esos últimos exámenes del curso, en mi mente duraban unos instantes. Entraba en fase de flujo y no era consciente de nada. Simplemente, de golpe, pasaban tres horas y se había terminado. Me gustaba.

Ya no es ambición, a partir de ese momento los exámenes son supervivencia. Se me da bien sobrevivir ante la adversidad inmediata, dame un campo de batalla, y entonces sí que soy un genio. 

Y de la nada, se terminaron.




Volví a mi piso, otra vez en mi ventana, esta vez mirando para adentro, centrando la vista y la vida en el tablero de ajedrez en el que jugaba (otra) partida conmigo mismo.

Me enfadé en Semana 40 porque solo saque un 5 en una exposición oral de 15 minutos que improvise un día que me encontraba mal. Me sentía un fracasado si no era capaz de conquistar cualquier chica que se me cruzase por la calle sin tener que decirle nada; pues solo con mi imagen (atípica) y mi lenguaje corporal debería ser suficiente.

Delante de un oponente más fuerte que yo, ganando una competición de natación o de noche en mi piso observando un patético tablero de ajedrez seguía siendo el mismo; realmente nunca fui un gigante jugando, era simplemente un romántico especialmente tenaz. 

Me giré, miré a la calle donde había unos chicos desmontando unos andamios y me entraron ganas de bajar y ayudarlos, porque si, porque quería sentirme útil, quería mover grandes cargas con mis manos desnudas, volver a usar la fuerza física. Después de tanta carga intelectual, de tanto no hacer nada, de tanto ordenador, de tanto escribir, de tanto pensar y teorizar sobre la sociedad, quería volver a su elemento básico, la fuerza de trabajo, la fuerza fundamental.

Todas mis habilidades, todo mi potencial, todo mi ser, como mis manos, mi cuerpo y mis músculos, abandonados ahora que no los usaba, se veían inútiles, sin utilidad si no era en un campo en las que las pudiese necesitar. Empujarme a mí mismo, a arenales y arrecifes puntiagudos, para ver mis propios brazos girar sobre sí mismos y abrazar la roca dura.

Mi pensamiento es que nadie vale nada si no está en el lugar propicio y exacto para que pueda dar valor a todo aquello que posee o sabe hacer. La labor de uno es ponerse, o construir ese lugar acorde a sus propias necesidades. El tiempo pone cada uno en su lugar y una mierda, en tu lugar te pones tu solito.

De golpe me acordé, a esa conclusión había llegado hace mucho tiempo. No debía buscar ninguna revelación. Sin saberlo, por otra senda, había vuelto en algún momento anterior a mi vida, a algo que di por absoluto.

Estaba de vuelta a lo fundamental.




Volver a lo fundamental es volver a las raíces, es un estado, o es una razón. Es esa sensación cuando dices o escribes una frase y notas que has tocado mucho mas hondo de lo creías estabas escarbando.

Este año, a diferencia de los anteriores, he notado semanas antes como me llamaba volver a la tierra, volver a tierra firme; que irónicamente no es más que el mar, el barco, Sant Feliu, mi trabajo de los veranos. Todos mis esfuerzos estos tiempos, estos días y años, parece que vayan ligados a una regresión sin límites conocidos. 

De vuelta a lo fundamental, para comprender por fin aquello de lo que ha surgido, uno debe volver a su base, a su nacimiento. Al sueño por el cansancio, al trabajo físico, a la tierra, al océano y los mares. Hablo de ideas, hablo de analizar la realidad. Hablo de cavar hondo, de erigir cimientos fuertes. Hablo de desaprender. De vuelta a lo fundamental, a sentirme conectado con las mismas raíces del propio mundo. Este no es el verano pasado, nunca va a ser nunca más el verano pasado. Esto no es el típico texto de automotivación. Este no es el típico vamos allá.

Vamos a ningún sitio. 

Siguiendo la tendencia habitual de casi todos los buenos momentos de este curso, di un paso atrás, observé, di un par más, y comprendí.

En lo fundamental, solo quedan los gestos. Yo, cerrando las persianas en pleno día, porque quería oscuridad y luz artificial. Yo, saliendo de la ducha de un salto, porque de pequeño decidí que prefería soportar un golpe de frío que la indecisión de salir o no de la ducha. Yo, en la ventana del piso contemplando un paisaje que ya nunca veré exactamente igual, renunciando a él, en una escena que algunos creerían de café y litio; pero con los ojos mirando muy lejos, perforando el cielo oscuro, con la vista fijada al infinito.




¿Cuál será mi campo de batalla?

¿La física? A donde se supone pertenezco, lo que se supone que me gusta, a donde debo estar; a donde soñaba desde que era crio y que ahora se me aparece diferente, distante, quizás por mi propia expectación, quizás porque es lo que debería hacer y quizás por mil excusas para no afrontar que tengo mucho que aprender.

¿RLG? La aparente locura, el camino sin final y sin camino.

¿El mar? De donde vengo, a donde voy. A donde regreso. Mi llamada a la cordura. Me he pasado este último mes, esperando el momento en el que vuelva a estar hecho mierda, trabajando en el barco, muerto de sueño de frío y de dolor. Porque en ese estado, uno regresa a lo primario, una disfruta de lo simple, de las pequeñas conquistas. De la comida, de la música, de dormir al volver hecho polvo. De las chicas, del tiempo, del fluir.

Allí, es donde todo esto que escribo carecería de sentido, allí es donde todo parece tomar lugar. Sobre sus aguas, uno no puede imaginar nada más grande que uno mismo, y ve el horizonte amanecer como una línea de fuego que te envuelve, viniendo desde muy lejos, ascendiendo sobre las aguas como un mundo por explorar. 

Después de una de esas noches, cuando vuelves a casa, calado hasta los huesos, habiendo sobrevivido a duras penas tu cordura recordando una canción y pensando en una chica; entonces te has ganado tu cama, entonces te has ganado sus besos, las canciones y la fama. No solo estas de vuelta a casa; estas de vuelta, a lo fundamental.


Quizás es porque mi niñez
sigue jugando en tu playa




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