[Semana 44] Barcelona (y fin)

Vida Universitaria
Semana 44
Barcelona (y fin)




Me invento el número de los Semana desde aproximadamente el cuarto artículo.

No sé si os habéis fijado en que el desarrollo de este curso, plasmado en esta serie, poco tiene que ver con el desarrollo de lo que sería mi vida en la universidad, o vida de estudiante. Supongo que refuerza el tópico de que la vida es lo que pasa cuando tú te empeñas en hacer otros planes, pero realmente, he sido yo el que he tenido la carrera en tercer plano, pero también como una superficie a la que debo mantenerme encadenado, moldeando mi sensación de no estar haciendo lo que debería constantemente. Quizás me ha impedido volar, pero también quizás me ha impedido que me pierda en el vacío intergaláctico; he tardado diecinueve años en acostumbrarme a vivir en mi antigua realidad, a aprenderme de memoria las paredes de mi casa ¿como esperas que ahora cree y sobreviva en una de mi propia invención sin el peligro de una caída que no pueda controlar?

Después de todo siempre he sido de llevar cinturón de seguridad, construir torres en los juegos de estrategia y solo empezar guerras cuando ya están ganadas.

Esto es un final. Ya lo dejo claro en el propio título. Quizás no el final que necesita esta larga historia pero si el que le corresponde. Me gustaría un final en forma de fuegos artificiales, lasers, dinosaurios y RLParty, pero no seria fiel a la realidad. Las historias se acabaron hace ya un par de entregas, y las dos últimas entradas, si bien muy desarrolladas, ya no cumplen la función de contar lo que ocurre propiamente en mi vida. Son ensayos, son justificaciones, son el desarrollo de pensamientos internos y un intento de comprender lo que ha ocurrido este curso, y porque, pese a haber hecho de todo, me he ido con la sensación de haberlo dejado todo por empezar. De porque me aislé, de porque dormía de dia, de porque no iba a la universidad, de porque no quería chicas y de porque, pese a todo el tiempo del mundo disponible, no escribía ni hacia prácticamente nada. 

A mis ojos, pues aparte de sacarme un año de carrera he escrito este curso unos cincuenta artículos para Random Local Guys, montado fiestas increíbles, leído innumerables ensayos, pseudoaprendido a tocar la guitarra. Nunca es suficiente. Es lo que tiene estar acostumbrado a ir a cien por hora, mis queridos y crónicos caracoles de carreras.









Mi realidad

No me aislé por miedo, no por ansiedad ni por agorafobia, me aislé porque no tenía necesidad de hacer lo contrario, porque allí yo era el rey.

¿Que sentido tiene salir de fiesta si no eres el completo centro de atención y no te llevas a la reina del baile sin ni siquiera hacer ningún esfuerzo para conseguirla? Te haces tu propio mundo. Un mundo en donde no llueve ni hace frío ni hay nada que no puedas conseguir. Nada se mueve si tu no quieres, nada te empuja y cada avance que haces se convierte en una celebración. Es el típico cuento de pasar de comerse el mundo a esconderse en una pequeña parcela, pues la misma voluntad que te lleva a luchar por algo, también te enseña a defender-lo, y conformarte. 

Es un sábado por la tarde, estoy solo en el piso en mi paraíso, comiendo alitas de pollo, mirando anime, y llaman a la puerta. No abro. Llaman una segunda vez. No abro. Dejan de llamar. Soy feliz. El mundo es un infierno si tu estas enfadado, el mundo es maravilloso si tu iluminado. Obedece como en un palacio lleno de espejos a tu estado emocional. Tu casa se convierte en tu pequeño mundo, y hasta ese momento no te das cuenta de que nunca habías estado un lugar al que llamar propiamente tu casa, quizás casa, por la fuerza de la costumbre, pero nunca había sido tuya.

Crecemos en una realidad que aceptamos como nuestra, pero que realmente pertenece a la proyectada por nuestros padres. Esta se manifiesta de muchas formas, a veces más directas a veces menos, pero que nos dejan insertadas en nuestro cerebro, en lo más profundo, como las cosas deberían ser. Aunque luego, de forma consciente los rechacemos, acabamos pareciéndonos a ellos y buscamos las mismas cosas, acabamos en los mismos gestos, y en lo fundamental somos las mismas personas. Es su realidad, no la nuestra; implícita en su casa, hecha a medida de sus propias necesidades, en su círculo de amistades, en su lógica, en su comida, en los azulejos, en las paredes.

Yo llevaba un par de años disfrutando de mi recién conseguida realidad, pero lo cierto es que no sabía qué hacer con ella o carecía de los mecanismos necesarios para conseguirlo, y me sumí en un viaje individual, una especie de sueño del que aun hoy no sé si quiero despertar del todo y que me niego a aceptar como tal.

Para mi suerte o desgracia, mi mente rechaza su propia felicidad, su propio éxito. En los momentos de mi vida que puedo considerar felices a posteriori, siempre alguna decisión radical, o algún desapego injustificado, me sacaba de esa situación. Si soy feliz, si tengo todo lo que quiero, no tengo excusas para justificar mi vacío existencial, el no querer levantarme, el no hacer nada. Renegando de esa posibilidad, de la incapacidad humana de la felicidad ultima y absoluta, me extirpaba a mí mismo de esos estados. Pero esa es aún una batalla por librar, pues antes de poder hacer nada, se cruzó en mi camino una vieja amiga que decidió por mí: la necesidad.

Debía irme.







La necesidad

Mis días tal y como los había conocido se terminaban. Dormir y vivir según mis propias reglas había tenido pros y contras, pero en lo esencial es algo que debía acabar. Ahora sé que es una concesión. Ya nunca voy a volver a tomarlo como algo natural, de la misma forma que sé que no voy a poder estar nunca más seis horas al día cinco días a la semana en una aula cumpliendo las expectativas de otros, ni ocho horas cinco días a la semana cumpliendo sueños ajenos.

Algo ha cambiado.

Tampoco es que me suponga un drama inmenso, simplemente sé que es así. Todos esos pensamientos profundos sobre la naturaleza humana se borran cuando debes usar tus propias manos para ganarte de la vida, cuando estas hecho polvo después de trabajar diez horas. Lo que ahora me suponen abismos insondables son tonterías sin sentido enfrente de ese gigante al que llamamos necesidad.

Las ideas que tenemos, nuestras actitudes, nuestros propios pensamientos no son tan resultadas de un análisis consciente de la realidad como consecuencia de un determinado estilo de vida en un cierto entorno social. Decía Julio Cesar, ¿cómo le voy a pedir a mis soldados que sean valientes si están hambrientos? De las necesidades del alma y el cuerpo poco entiende la razón, embarrancada durante siglos en dilemas existenciales que se solucionarían de dotar el lenguaje de un sistema axiomático funcional o al filósofo de un martillo y una fragua. Mi situación, independiente me de que hubiese servido de algo en mi vida, había que ser terminada y regresé al punto fundamental de mi pensamiento, el que me había llevado a esa forma de vida. Entonces recordé; no tenía ningún tipo de salida ni solución en forma de una idea revolucionaria o momento de inspiración.

Debía volver a batallar, volverme a encontrar en encrucijadas. Volver a correr, volver a ganar, volver a sudar, a estar bien alimentado, tanto de energía como de ideas. En el día de semana 40, en el día que fue una batalla, ¿qué es lo que me impulsó a batallar? ¿Fue la ambición? ¿Fue la presencia de un campo de batalla? ¿Fue un ambiente constructivo? ¿Fue una idea inspiradora, largamente buscada, o el sentido de la vida misma; producto de años de meditación? ¿Fue una cámara mejor, una guitarra afinada, veinticuatro horas de libertad al día? No. Te diré lo que fue.

La necesidad.








Lo que hice, y lo que debía hacer

Todas mis tendencias y pensamientos aislados iban apuntando a una misma dirección; los horarios solo me consiguieron un refugio, alimentando y formando parte de la realidad cultivada estos meses, pero no fueron lo único, ni el objetivo ni la razón de ser de mi hibernación. Cuando llegué a este piso, exhausto después de un verano entero de emociones y aventuras, quería descansar. Poco a poco, las salidas se convirtieron en algo que me obligaba a hacer, el tiempo que pasaba fuera de casa, algo desperdiciado. En un ejercicio de mala lógica, pensé que si tenía todo el tiempo del mundo libre para crear y producir y que si en verano lo hacía pese a no tener tiempo suficiente, entonces mi obra seria inmensa en cuando lo tuviese, y que lo que consiguiese al respecto se vería proporcionado por una sencilla regla de tres entre trabajo y horas disponibles.

Los días lentamente se envenenaron. Ella era demasiado grande, ni siquiera le podía mirar a la cara.

Y me recluí. Feliz, y atenuado. Perdiendo las ocasiones y mi energía en información de poco procesado para mi cerebro. Sin batallas, no me sentía fuerte. Mis ideas, por muy novedosas, por muy excitantes, raramente lograban sacarme nada más que unas frases que parecen fuertes pero con poca intención detrás. Yo era el muro. Es frustrante no poder hacer nada para evitarlo, precisamente porque no quieres evitarlo; lo notas como un comportamiento negativo, pero tu felicidad te lo impide. Es frustrante a la vez que revelador ver como tu comportamiento en realidad esta guiado por el sistema de recompensas de tu cerebro, quien estimula tu inconsciente, remueve relaciones entre conceptos, decide, y luego tú te apuras a racionalizar, como yéndole a la carrera. Si me encontraba feliz todo el rato, si no merecía esta felicidad, si comía dormía y me permitía lujos sin hacer nada por los que merecerlos, entonces mi sistema de recompensas recompensaba la atenuación. La voluntad, al igual que la sabiduría y la ciudad de Barcelona, es una mujer.

Y que mujer.

A veces mi situación me provocaba asco, dudas, culpabilidad y otras veces, sensación de libertad absoluta, calmada, azul y con un viento ligero entrando por la habitación, con el único ruido de un ventilador a ralentí y los esporádicos coches de las calles. Ya hablé sobre como se siente uno en el corazón del tiempo. Ya hablé sobre la universidad en sin palabras hablan. Quizás ya está todo dicho.








El tiempo

Esas segundas ocasiones, mimetizado con mi entorno, fueron aumentando conforme se acababa mi tiempo, contrariamente a lo que uno esperaría. No tenía ganas de aprovechar esos últimos días en el sentido que los aprovecharía un estudiante solo en la gran ciudad. Eran días para mí, en los que de tanto replantear conceptos y discutir realidad ya nada tenía demasiado sentido.

De vuelta a lo fundamental, a mi estado más básico, volví a apreciar el viento, la soledad, el silencio, la lluvia. Estar en un sitio más grande que mi propio ego me dejó pequeño, recluido y sin alicientes para la interacción social; la gente me empezó a importar muy poco. Así que no me resultaba ningún problema actuar sin ningún pudor, actuar de forma que sería inmediatamente rechazada si nunca hubiese salido de mi pueblo, pues la recompensa negativa lo hubiese sepultado en el más fondo armario de la persona que no voy a ser.

Había pasado el tiempo. El tiempo necesario. ¿Un año? Pues un año. Hay que fluir, tengo tiempo, soy joven.

Tenéis tiempo, sois jóvenes.

Hay que fluir.











La noche

Una vez comprendí la necesidad, abandoné la culpabilidad, dejé fluir mi voluntad y todo mejoró, dando lugar a una de las etapas más extrañas de mi vida. Aprendí a dejar de preocuparme, y empecé amarla, a Ella. Pues todo este tiempo había estado detrás, en segundo plano, observándome debatir en la oscuridad.

Al día, igual que a ella, no lo puedo controlar; pero la noche, desde que me levanté, la noche es solo mía, y bajo su abrazo ella se rinde a mis pies. No hablo de bares y discotecas, la noche es más prosaica que eso; esos lugares no son más que una extensión del día, quizás con el punto de locura que saben extraer a la falta de luz y a la sobreexcitación de la falta de sueño estimulada.

Los que salen de fiesta no son seres nocturnos, de la noche y su sutileza nada entiende; solo son turistas, pues esta va realmente ligada a la soledad. A la noche van ligadas otras normas, otros ritmos, otros gestos; para entenderla, hay que volver a lo fundamental. Ella se viste ante mí con su presencia, más débil, más atractiva, mas mía. Quizás significa la reducción a un mundo que soy capaz de controlar; pero el caso es que ella brilla, la puedo ver desde la ventana, haciendo compañía a las chicas solitarias que toman el bus en la parada de la acera de enfrente. También acompaña a los hombres que salen por los balcones a inhalar y exhalar humo, con la mirada pérdida. Cuando creen que están solos, Ella está con ellos.






La ciudad

Decía en el último artículo, que Darwin había acertado de lleno en su idea de que el distanciamiento geológico era uno de los requisitos de la especiación, y no sabía cuan acertadas eran sus palabras, pues también eran aplicables a ideas y realidades. Pero en este caso que nos ocupa, debemos pensar en otro factor, la libertad.

Dar paseos a la luz de la libertad que te brinda Ella, pues, a quien le va a importar lo que hagas o dejas se hacer, no va a haber nadie pidiendo explicaciones, ni pensando en lo raro que resulta. Con el tiempo, aprendes que la seguridad es la llave maestra del éxito social, ya casi nada importa lo que hagas o digas, hazlo con fuerza, y es tuyo.

Pero pese a saber eso, uno debe ponerlo en practica.

El simple hecho de dormir cuando estoy cansado, es un ejemplo potentísimo de cómo cambia tu vida, imprescindible para entender mi año; sea una decisión correcta o incorrecta, precisamente es importante porque hizo valer mis ideas. A no limitarme a tenerlas, a llevarlas a su cristalización, a su máxima expresión, a su estado fundamental. Bien podría haber estado siempre quejándome, aborreciendo los despertadores, acusando a esos aparatos y a un etéreo sistema opresor que los impone. En un estado casi embrionario, aunque recluido y atenuado, apartado de las normas y las moscas del mercado pude ver, aunque por ello debí rodear antes mis ojos con una cinta de oscuridad.

Decidí escuchar, a mi mente, mis ideas, y a mi cuerpo, mi necesidad. Ella me proporcionó el lugar, la seguridad, la estabilidad para ello. El sitio, el aislamiento, el tiempo necesario, las puertas del cielo. A donde quería regresar cuando todo iba mal, a quien siempre iba a estar allí, a quien quería complacer. Al final, a quien me ha llevado a una situación de la que quiero huir, a la causa de mi atenuación, no ha sido una relación de odio, ha sido un amor platónico. Otra vez. Paralelo al que también, de forma casi idéntica, renuncié hace un año para lanzarme al mundo; al que identifiqué como mi motivo felicidad y por ello mi propia condena, y por eso abandoné. 

La historia, se repite.

Buscaba alguien a quien culpar, como antaño, de lo que veía como fracasos y atenuación. Identifiqué mi piso, la noche, la carrera, la chica, como la fiel representación de mis días de letargo, pero me equivocaba. Hay muchas formas de felicidad, y muchas formas de amar. Algunas las podemos hasta confundir con la tristeza, el abandono; pero no la puedo culpar a ella, porque la culpa implicaría la existencia de algo que maldecir, en vez de algo que recordar.

Ha sido un amor más sutil, mas impersonal, más puro; pues ella era más sutil, más impersonal, más pura que esos otros entes que uso para simbolizar mi semana, con sus barcos y putas, sus fracasos, sus ida y vuelta, sus did you miss me, sus primavera, sus festa del gat, sus preludio y su fuga, sus maxwell house, con sus sin palabras hablan, con sus café y litio, con sus Joan y Paula, con sus de vuelta a lo fundamental, con su corazón del sueño.

Desde la ventana del piso a la me veía atraído por alguna fuerza ineludible, desde la ventana en la que podía sentirme a la vez pequeño y enorme, seguro y feliz, ridículo y poderoso, absurdo y lleno de fuego; desde la ventana en la que durante horas y horas la buscaba y la miraba. Desde ese particular e irrelevante lugar del mundo, puerta de mi realidad, un respiro de aire fresco, el viento de lleno del oeste, meciendo el velero, haciendo crepitar las puertas, haciéndome vivir entre dos noches: la presente, y la siguiente.

Ella, mi amor, inabarcable e inmensa; ella era Barcelona.









 Fin















Epitafio:

Al final, sin emplear mucho esfuerzo previo, sufriendo bastante y pasándomelo aún mejor, he aprobado la mayoría de asignaturas del curso. Me he despedido de mi piso haciendo una mudanza de proporciones bíblicas con la ayuda de Ranma y cerrando dramáticamente la puerta al salir.

Esta serie se ha vuelto mucho más de lo que pretendía en un principio, que era crear envidia y atraer chicas guapas a mi piso que se asombraran con mi genial, trepidante y llena de aventuras vida universitaria. Se ha vuelto mucho más literaria e immersiva, contando mucho más el como que el que. Quizás relea en un futuro estas ¡19! entradas y me asombre todo lo aquí escrito; que recordad, es solo una posible expresión de mí mismo, de las muchas posibles, y no debe confundirse con la estricta realidad, que es mucho más compleja.

Por ejemplo; Barcelona es solo un concepto que uso, no tiene importancia que sea Barcelona en sí y poca cosa hubiese cambiado de haber vivido en cualquier otra ciudad elitista, modernilla y enorme; simboliza unos días, o una etapa, precisamente marcadas por la poca interacción con mi entorno, solo al final se reivindica como ciudad ante mis paseos nocturnos, pues de días me resulta un lugar extraño e ilógico que siento extrañamente como mío pese haber pasado muy poco tiempo realmente en sus calles y paradójicamente mi pueblo de toda la vida se me aparece ahora como extraño y ajeno a mis actos, pese a estar mucho más centrada mi vida en él que el curso pasado.

La realidad siempre es más compleja.

He pasado ya unos días semanas en Sant Feliu, convirtiendo mi habitación en un pequeño santuario representación en miniatura del sitio de dónde vengo. Aun no sé dónde ni con quien viviré exactamente el año que viene, seguiré cursando física en la UAB, con la calma y el sosiego habituales, y no sé si seguiré escribiendo una vez de vuelta esta serie sobre mi vida universitaria. De momento, lo único que sé es que tengo ganas de escribir sobre otras cosas, con otros enfoques. Tengo algunas ideas, aunque aún no se lo que voy a hacer exactamente. La carretera es mía, no estoy en el estado de inspiración e intensidad divina como la del año pasado, pero tampoco lo necesito.

Soy joven, tengo una mochila y un par de planes. ¿Quién me va a parar?

2 comentarios:

  1. Gran final (refiriéndome al epitafio). Seguramente nadia te pueda parar, pero tampoco tienes que buscar a alguien que te pare. Muchas veces serás tu mismo el que te pare y te diga: "tío, eso no", pero algunos estaremos allí para decirte: "tío, eso si".

    ResponderEliminar
  2. las horas de filo leyendote pasan mejor

    ResponderEliminar