[Capitulo 15] Raider I




Raider fue el primero al que siguieron. El que gobernó a otros. Aún a día de hoy todos seguimos su leyenda, su forma de vestir; intentamos seguir su forma de ser. Él es el alma. El la belleza de la noche lo exige. Cosas terribles ocurrieron con esa frase, más poderosa que una generación de jóvenes riders sin objetivo, más presente que el viento. No hay representaciones, no tiene pasado, incluso para nosotros es un nombre a que tener respeto.

De alguna forma, las otras leyendas son una interpretación de la suya. Una versión en la que te encuentras reinterpretando y homenajeando sus historias anteriores. Dicen que no importa lo que hagas siguiendo la noche, Raider lo ha hecho antes. A su manera, con su estilo; dejando una imprenta reconocible en esa historia, un signo, una marca, sentimiento profundo, un escalofrío o un simple corte en la madera,

Yo no sé qué creer, hay gente que los busca; yo no lo hago, aunque a veces creo haber encontrado alguno. ¿Significa eso que siempre está ahí? Pensé. Y habiendo pensado esto me di cuenta de que estaba pensando en el suelo de un bar atestado de gente. Intenté recordar lo ocurrido, y la sensación de frío irracional en las manos, además del dolor en la derecha, fue lo primero que me hizo recordar. Mis dedos estaban helados, débiles, y me sorprendió que fuesen capaces de agarrar la mesa para intentar levantarme y soportaran mi peso. Probablemente el peor puñetazo en la boja que le había dado al chico del aparcamiento era decirle que había visto algo especial dentro de él, pero un dolor más físico se me agarrotaba aun en la mano, que había dejado definitivamente de tener el desarrollo esperado de una herida normal. La enfermedad se empezaba a extender del dorso de la mano hacia el brazo lentamente, no como un líquido sino como un reloj de arena, deslizando, cada, grano, uno, a, uno.

Ignorando todo a mí alrededor, me agarré con fuerza la muñeca con la otra mano en un intento absurdo de detener aquello y corrí hacia la salida, sin ser consciente de la atención que estaba despertando. Unos hombres corpulentos, con traje de negocios me gritaron, y cometí el error de mirar atrás y luego intentar seguir mi camino. Sus guardaespaldas como quieras llamarles empezaron a seguirme a ritmo creciente, y ahora mi salida era un fuga en toda regla, tumbando bebidas, por encima de las mesas que minutos antes había visto como desconectadas de mi noche. Ahora esa misma gente demasiado ruidosa me gritaba a mí, me agarraba del hombro. Haciendo un último esfuerzo me abrí paso y abandone la sala, dejando a mi espalda la imagen de mi silueta, menos alta que de costumbre, carente de su gracia, dentro del ordenado tapiz de fondo negro con la única fuente de luz de la calle, el viento por todos lados y la simetría perfecta rota por un camino de serpiente de caos y vasos rotos.

Busqué desesperadamente mi moto con la mirada, pues sospechaba que eso no se había terminado ahí y aún me estaba siguiendo. Sin embargo, la noche no estaba conmigo y los problemas solo acababan de empezar. Se abrió la puerta a mis espaldas esos tipos corrieron hacia mí, salté hacia la moto más cercana de pura intuición y salí de ese lugar en la misma dirección en la que había llegado, pero con cinco motoristas de distintos colores, uniformes y motos a mis espaldas a toda velocidad.

Pasé por las mismas calles en los mismos planos de fotografía con los que llegué, las escenas eran iguales, pero esta vez las parejas, y parejas de parejas de ojos de los rellanos, rincones oscuros y parques sin iluminación, tan seguros de todo a mi llegada, tan vigilantes, se levantaban al verme pasar como una bala en las silenciosas calles de casas pintadas de colores alegres ahora desgastados símbolo de las olvidadas teorías de cristales rotos. Ahora no parecían tan seguros. Ahora esos ojos eran de caras ocultas bajo la gorra de una sudadera, de hombres muy jóvenes con caras pálidas con la mirada de la niñez aun palpitando bajo su decisión. Tenían golpes y magulladuras, las manos vendadas o con signos de violencia o auto violencia reciente. Ellos eran lo que son, lo que la vida y la gente como yo les habíamos hecho ser, y también lo que habían elegido. Dales tiempo, oh, sí, tiempo, y ya los temerás; los deberíamos temer ahora, quizás por ello hacemos lo que hacemos.

Este es un mundo complicado.

Y entre dos columnas de parejas de ojos, ahora revelándose como una amalgama de niños, jóvenes y riders de pelo corto y ojos profundos; pasé junto a mis perseguidores y otra vez nos perdimos en la distancia de la escena principal.

Todo esto duró unos segundos.

Creo que los he despistado.

Giré a unos suburbios industriales, el mundo entre la ciudad y la vida rural de nuestros antepasados. Uno esperaría que fuese un intermedio entre esas dos distancias, pero lo cierto es que es otra dimensión. Es de donde los ricos se alejan de vivir y el sitio que les hace ricos. Las casas huelen a los tóxicos que las naves y las fábricas emiten sólo cuando el viento puede alejarles de la ciudad. Es donde las luces de neón publicitarias se apagan y viejas farolas de bombillas eléctricas forman lo que muy optimistamente podría llamarse red de alumbrado público. Hay charcos en la desnivelada carretera y silencio reinando el lugar. Aquí no hay nadie, solo yo observando lo triste e incapaz que soy de siquiera dejar atrás unos aficionados cuando no tengo la noche de mi parte. La moto casi echando humo tirada detrás de unos contenedores de metal, y yo tumbado sobre un muro de hormigón, apoyando la espalda a la pared, fumándome un cigarrillo y pensando en la palabra héroe.

La enfermedad sigue emanando desde el núcleo agrietado del dorso de la mano derecha, y ahora ha cubierto hasta las puntas de los dedos y sigue avanzando casi hasta la altura del codo. Sorprendentemente, cada vez me preocupa menos, lo único que se siente un ligero hormigueo, en cambio el frio inherente de la falta de noche que me crece desde dentro, me hace temblar pese a ir bien abrigado y tener el corazón a mil de la persecución.

Oigo un ruido, quizás aún no se han cansado de buscarme y están dando tumbos por toda la zona con la esperanza de que sea lo suficientemente descuidado como para que esos idiotas me descubran. Indefenso es una buena palabra ahora mismo,

Bajé de un salto del muro, y andando con toda tranquilidad, tire el cigarrillo y me fui dirección a la entrada de la nave industrial, cuya puerta de metal estaba ya entreabierta y se deslizó grácilmente, sin hacer ruido, dando paso al otro lado que antes con la puerta cerrada era inaccesible, pudiendo ir con la puerta abierta más allá del mundo accesible antes de ser abierta; porque eso es lo que hacen las puertas.

¿No entiendes porque estoy diciendo esto? Pues prepárate.

Entré, cerré la puerta a mi espalda y no fue hasta entonces que me percaté del extraordinario y profundo silencio que gobernaba el lugar, mucho más denso, mucho más frio más profundo, que el silencio en el que había vivido toda mi vida. Era enorme.

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