[Vida Sedentaria] Capítulo I


(Recomendación musical para acompañar esta lectura, el disco que he estado escuchando una vez tras otra durante la escritura y edición de la misma)

Apenas llevo veinte minutos sentado y ya debo haber cambiado de postura al menos cinco veces, combinando entre subir, bajar o entrecruzar mis piernas sobre el puf de debajo de la mesa donde tengo el ordenador, y  cambiando el punto sobre el que apoyo el peso de mi espalda, reposándola sobre distintos puntos por debajo de los omoplatos (por mis dolores recurrentes y facilidad de contracción en la musculatura de esa zona) alternando con apoyar todo el peso sobre la pelvis, manteniendo mi columna recta. Anteayer, tras unos días al borde del resfriado en los que fumé como un carretero, justo antes de ir a cenar con unos amigos me tomé un lyrica, el cual recién había probado por primera vez, y una vez allí lo combiné con vino; ya había mezclado fármacos con alcohol, vino tinto también, fueron benzodiacepinas, unas cuantas; bebí con cierta precaución pero el resultado fue óptimo y acabé por casi acabarme la botella, fue un colocón limpio y muy agradable. Esta vez estaba siendo muy diferente, las dosis eran ridículas en comparación, pero estaba obviando el factor refriado; cada calada que le atestaba a un porro me debilitaba un poco más, haciéndole más fácil su función al virus que tenía sobre mí, esperando un momento de flaqueza para actuar; cada trago de vino intensificaba mi recién aparecido y ligero dolor de cabeza a la vez que me embriagaba e intensificaba el efecto del lyrica, colocándome bien vamos.

El asunto terminó temprano, a las doce estaba en casa y nada más sentarme dónde permanezco ahora, fui consciente de que iba más ciego de lo que pensaba, apenas tenía recuerdo de lo que acababa de pasar, tan solo el de alguna conversación, pero no de imágenes y entonces me asaltó la duda de hasta qué punto era agradable y hasta dónde llegaba el malestar, ante esa duda, como no, me lié y encendí un canuto; me ayudó a no enterarme de qué me estaba pasando pero evidentemente empeoró la situación, tenía la nariz taponada y me dolía, la mucosidad me provocaba una fuerte presión en los tímpanos, especialmente en el derecho. Pasé un rato charlando con mi hermano y al estar de vuelta aquí, mi escritorio, reanudé el fumeteo y estuve hablando con un par de personas por fb, medio que ya nunca uso para eso y hecho de menos. Ya eran las dos, mi estado había empeorado y no tenía nada de sueño; es difícil describir cómo me sentía, ya que la funcionalidad de colocarme aquel día consistía en no sentir, diría que no se parece a otro estado que haya experimentado, era sucio, muy sucio, contaminado, sobrecargado, con un poquito de pesadez y mareo; evidentemente mi modo fumador automático estaba activado así que me acabé ese porro con la falsa sensación de fortaleza que te proporciona el alcohol y entonces me percaté ligeramente de la situación rara y peliaguda en la que me encontraba.





Tras un rato incomodo, sin nada que hacer y viendo que para nada podía fumarme otro porro, decidí que debía dormir para que eso se pasara; pero si pretendía buscar el sueño no lo encontraría, ya me he visto en esas, así que cómo de costumbre engañé a mi cerebro, haciéndole creer que no quería dormir, tumbándome en la cama escuchando música tranquila con la luz encendida; para relajarme un poco, sin pretender dormir y muy atento acerca mi mismo, mi cuerpo, mente y espíritu; permitiéndome ser consciente de "yo" por primera vez ese día. No debía haber pasado mucho desde que el ordenador marcó las tres cuando "sin estar buscándolo" (guiño guiño) me entró sueñecillo, mi cuerpo estaba a gusto y relajado, mi mente seguía enturbiada, y permanecía el dolor de cabeza, pero se adentraba en un estado de somnolencia casi irreversible y en ese momento… ¡PUM! Me levanté, apagué el ordenador, la luz y la estufa y volví a acostarme; ¡la jugada perfecta! No tardé en dormirme.

Para mi desgracia ese mal no había hecho nada más que empezar, y al dormirme le abrí la puerta a la que llevaba días tocando, y que esa noche prácticamente aporreaba.

Apenas recuerdo lo que pasó, fue una de esas experiencias que solo tienen validez en el mundo onírico, tratan conceptos, formas, cuerpos, situaciones, que no existen en la vigilia. Fue terrible, desesperante; me desperté entre las cinco y las seis, y en el mismo instante que fui un pelín consciente todo desapareció. Recuerdo la transcripción que hizo mi cerebro para tratar de entenderlo, simplificando el asunto, desnudándolo, yendo a su estructura, el esqueleto de la experiencia. Me hallaba en un mundo gris oscuro, con tonalidades ocre dorado muy apagado, la extensión de ese mundo no iba más allá de un par de palmos desde mi cara y allí apenas existían cosas, era consciente de mi existencia, pero no de mi vida, mi persona ni absolutamente nada externo a ella, no formulaba ningún tipo de pensamiento, me invadía un malestar indescriptible e inmensurable a lo que se añadía el dolor en mis taponadas fosas nasales, la percepción de que mi oído derecho iba a reventar, y el plato fuerte, una especie de "fuerza mayor" (de la que creo que no era del todo consciente entonces) me mantenía realizando una acción desagradable, que yo deseaba no hacer y que tan sólo duraba dos segundos, de manera continua, sin parar. No tengo ni idea de que era exactamente, pero consistía en una especie de movimiento,rotando mi torso hacia la izquierda, adelantando la parte derecha de mi torso y estirando ligeramente mi brazo derecho; era mucho más que eso, es con lo que me quedé al despertar, pero esa acción provocaba algo de lo que me percataba, y detestaba, sin embargo no podía hacer nada para escapar, era un maldito trabajo en cadena, con una atmósfera tenebrosa, cargada de malas vibraciones; casi como si esa acción creara energía negativa, cómo si Satán me tuviera en su sótano trabajando para enviar energía negativa al mundo, empezando por mí mismo, siendo yo la fuente de esta; ¿he dicho trabajando? Trabajando cómo su esclavo cautivo.




Mientras dormía, aquel era el único mundo que conocía y lo comprendía, dejé de comprenderlo mientras retomaba consciencia y me acercaba a despertarme, que apenas duró varios segundos; todo lo que he usado para describirlo son metáforas, la sensación y el funcionamiento son ese, pero el envoltorio, lo palpable, se desvaneció; y doy gracias por qué así fuera, aunque en estos casos no hay otra.

Estaba despierto en mi cama, con un extraño dolor de cabeza, la clarividencia de que mis cavidades nasales y tímpanos iban a reventar y todo el ambiente allí dentro enturbiado, sucio y penetrante; no tardé ni treinta segundos en salir por piernas. 

Una vez abajo comí algo, me tomé un paracetamol y me senté en el sofá, lideré varias expediciones al pasillo en busca de una manta, explorando el armario dónde solían estar. Finalmente, tras repasar el mismo estante unas cuantas veces, encontré algo y de vuelta al sofá me recubrí con ese cacho de tela. El ambiente allí no era virgen, no me sentía muy cómodo en él, pero estaba libre de esa oscuridad de la que huía, de la que el epicentro ahora era mi habitación. En algo más de media hora empecé a dormirme y noté como se ennegrecía mi alrededor, volviendo aquello de lo que huía, pero con un pequeño esfuerzo lo mantuve a ralla, no le permití entrar y pude descansar.




Al día siguiente me desperté enfermo, con algo de fiebre y muchos mocos, pero pudiendo haber descansado; obligado a pasar al fin un día entero sin consumir marihuana tras casi tres semanas empezando a fumar al despertarme y a durmiéndome incluso con el porro en la boca varias veces. 

Ya han pasado dos días y la lucidez que me aporta estar libre de THC me ha llevado a escribir este artículo, facilitándome estructurar frases y ordenar palabras para que tengan algo de sentido; lucidez ofuscada intermitentemente por una sensación proveniente de mi estómago que me pide que me haga un canuto, que fume porros, que permita entrar a la diosa del pasotismo y la atemporalidad, madre del falso bienestar y la inspiración, amiga de la gula y el apalanque, compañera de la apreciación de la música y la excitación sexual pero enemiga declarada de la cordura.

Mientras los anuncios de spotify me obligan a hacer pausas en el escribir, el paracetamol con 37mg de tramadol empieza a hacerme efecto, efecto que queda ofuscado con el fuerte dolor de espalda que me provoca llevar ya un par de horas sentado aquí delante; empezando la que pretendo que se convierta en una serie de escritos dedicados a los beneficios de este estilo de vida, a la atractiva vida del sedentarismo; la que decidí tomar en un punto culminante de mi vida,  hace ya unos cuantos años y que como todas las decisiones que he tomado a lo largo de esta, ha partido de unas condiciones inadecuadas, caracterizadas por decepción, enfado amable hacía mí persona y radicalización y asociación inapropiada de ideas y conceptos. 



Este camino ha penetrado y modificado profundamente todos los aspectos de mi vida, es lo que escogí, lo que identifico con mi persona y lo que hasta no hace demasiado me parecía positivo y lucía orgulloso. Ahora asomo la cabeza sobre el agujero que yo mismo he cavado y una bocanada de aire fresco me inspira y me da fuerzas para salir de aquí, para hacer la paces con mi cuerpo y encontrar el equilibrio entre alma/mente/cuerpo que necesito para poner en orden mi vida y entonces, el placer que siento al estar enterrado bajo tierra se sobrepone y vuelvo a agacharme, siendo arropado por el calor maternal que me otorga la oscuridad; hasta que la evidentes y conocidas consecuencias vuelvan a tomar el control de mi vida, tornándose todo en lo que creo contra mí y obligándome a sacar la cabeza de este maldito agujero, sólo para poco después volver a meterme.

El colocón de tramadol y el dolor de espalda me dificultan seguir escribiendo, he tardado prácticamente lo mismo en escribir los dos últimos parágrafos que la resta del texto. Principalmente ya no escribo nunca porque cuando voy fumado me cuesta mucho concentrarme tanto en leer como escribir, a lo que se le suma que no hay una jodida postura en la que pueda hacerlo de manera cómoda, a lo que se le vuelve a sumar que el fumar empeora mis dolores musculares acelerando la aparición del dolor de espalda una vez sentado en esta silla; nunca ha entrado en mis planes permanecer mucho en este estado, pero llevo dos años ya, sin embargo esta iniciativa no aparece para devolverme a la luz o retomar mi percepción de mi mismo cómo escritor, sólo quiero retratar los beneficios del estilo de vida sedentario.

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