[La deseducación] I Met God, She's Gay and He's Black



La (des)educación

Reedición



Los profesores empezaban a notar en mi mirada un deje de superioridad y rebeldía adolescente hacia su figura, a lo que yo, con mis propias palabras, llamaba no dejar que te traten como a una mierda porque sí. Hablan de ti en tu presencia como si no fueses capaz de pensar y te miran por encima del hombro no porque sí sino por defecto. Mis padres me dijeron alguna vez, cuando les conté años después alguna discusión con un profesor:

Es que se sienten atacados, no solo les discutes sino que te encaras con ellos y les dices como tienen que hacer su trabajo. Debe dar mucha rabia cuando te pones así y siendo un enano les miras como diciendo yo se mas que tú.

Creo que en este punto, está la raíz de un problema cultural y conceptual. Uno que me gusta llamar:

El niño es tonto.

En la lista de cosas que debí responder en su momento, aquí debí decir: es que parece que necesiten que alguien les recuerde porque están aquí, claro que se sienten atacados, y deberían sentirse más aún; porque es un acto de violencia no reconocer la legitimidad de una autoridad aun cuando estas bajo su dominio. El acto de dignidad ante una situación que me obligan a pasar y hacer lo que dicen, aunque tú o ellos digan que es por mi bien en contra mi ahora voluntad; es no querer simpatizar con mi opresor aunque no salga de su necesaria tiranía, porque las pérdidas son mejores que las ganancias y no conozco otro mundo que no sea este en donde tú me pusiste.

Por suerte, no era aún tan insoportable, y nunca pronuncie esas palabras.

He sido informado de haber sido de pequeño algo repelente, pero es porque no comprendía el problema de saber de algo más que un adulto, o querer corregir a alguien, ni porque en este país esta tan mal visto hacer algo así. Es el supuesto cultural de creer a aquel que lleva las formas, de crear un derecho a saber, ligado a una posición o autoridad. El de que los adultos aprendan por memoria y repetición los movimientos y posturas socialmente aceptadas, y por esa razón y no por su valía parezca que saben lo que se hacen y se permitan el lujo de llamarse maduros unos a otros cuando se derrumban al primer signo de inestabilidad emocional. Solo se levantan y organizan su vida de la única forma que han aprendido a conseguir algo: cumplir obligaciones impuestas, y en esa creencia educan a sus hijos.

Extrañas virtudes, las que nos tomamos el lujo de llamar adultas, las de pagar un gimnasio para cubrir con la obligación la falta de voluntad. Ya me gustaría a mí tener la mitad de voluntad que tenía a los quince años. No señores, el niño no es tonto. El niño sabe menos porque lleva menos tiempo aquí y no ha aprendido como fingir lo contrario, ni siquiera a sí mismo, pero no es tonto. Un niño te gana a ajedrez, a las damas, a emparejamientos mendelianos, porque ha aprendido a hacerlo, ha invertido más tiempo y es mejor en ello que tú, triste adulto; que los años comprarán conocimientos pero no necesariamente sabiduría. Si lo que vendes como virtud es tu colección de hechos y actitudes aprendidas, no te sorprendas cuando alguien menor que tú, con verdaderas ganas de aprender y sin tiempo para la autoindulgencia te pase por delante y te encuentres algún día que se ha subido al pupitre y te mira desde arriba. Porque has sido tú el primero que ha planteado la autoridad moral como una cuestión de altura.


(mic drop)







Parte III

I Met God, She's Gay and He's Black


Lo que otros llamaron rebotes típicos de la edad yo lo llamé exigir ser tratado como una persona. Los mismos individuos que te tratan de tonto por ser más pequeño, tengan dos o cincuenta años más que tú, son los mismos que querrán ser respetados porque son mayores pero nunca ser tratados de viejos ni de en general de ningún concepto peyorativo a la edad. Estos días he estado viendo la televisión y sacaron como noticia el caso de una chica desaparecida. De unos diecisiete años, tenía problemas en casa, dejó una nota y se fue. Entiendo que los periodistas tengan que ganar dinero de alguna forma, pero hasta los telediarios y los programas de opinión política aprovecharon la ocasión para entrevistar a gentes llamadas expertos en la adolescencia, empezar a echar mierda sobre la generación. Sin demora, empezaron los adjetivos: impulsivos, sin sentido de la responsabilidad, que si una media de cinco chicos desaparecían al día en nuestro país.

A lo que ellos llaman falta de responsabilidad yo lo llamo llevar toda tu vida consciente en un lugar en el que no quieres estar y querer actuar en consecuencia antes de que el peso de las cadenas, la casa del diego y la edad te lleven a aceptar. Recordar que para un adulto, seis años de tu vida en el instituto es un sacrificio aceptable, pero que cuando tienes dieciséis, seis años son prácticamente la totalidad de esta; que el tiempo que hace de tu nacimiento no es igual a cómo percibes el tiempo digan lo que digan los números.

Empiezo a pensar que utilizo un diccionario diferente que la mass media.

Es la forma que tenemos de volcar nuestros propios problemas, traumas y expectativas a las nuevas generaciones. El adolescente en sí, se convierte en el enemigo público número uno, epitome de todo lo que no hay que hacer, la música que no hay que escuchar, la forma en que no hay que vestir. Es la resistencia de los tiempos, que ha existido siempre y siempre existirá. La sociedad creó a la adolescencia para tener algo a lo que culpar, pero no le creó una identidad propia; no le adjudicó una época de la vida con sus pros y sus contras, nació bajo el ideal de parecer un adulto completamente funcional, algo que obviamente no es, y nos atrevemos a que nos sorprenda la inconsistencia de nuestra propia creación.

El hombre medio construyó un mundo sobre el de sus padres que existiría para su propio consumo y no estaría solo formado por casas y edificios sino también de un cierto orden y unas ciertas ideas; incluso en su momento el hombre medio llegó a crear un dios a su propia imagen y semejanza. La disonancia entre esa realidad y las mentes que luego crecen y no la aceptan como propia se fue haciendo más pequeña a medida que esos métodos mejoraban, y la resistencia al cambio de tiempos más fuerte. Ese mundo fue heredado por unos hijos que olvidaron el motivo y la necesidad original de sus características, aceptaron como la verdad de una divinidad que realmente nunca habían visto, y cuando crecieron se refugiaron en sus hogares, interiorizaron su forma de vida aprendida como la normal y volvieron a construir el mundo para su propio consumo y para los tiempos ligeramente modificada nueva necesidad.

La resistencia de los tiempos, una vez más y quizás siendo la última generación (baby boomers) que se identifique en bloque como tal; no solo tenía edificios, ejércitos y banderas, así que sin distinción empleó los medios a su alcance para difundir sus ideales sobre el trabajo y creó entre muchos otros un producto, uno formado de genéricas señas de identificación social para niños, una representación ridícula de como ellos veían a los jóvenes que acabó siendo cierta por el poder la identificación y lo llamaron adolescencia. Tras filmar física o química y todas las series cancerígenas de institutos de la historia, lo hicieron oficial, buscaron justificación biológica, y colocaron en el sitio que quedó huérfano tras el premeditado asesinato cultural y muerte del otrora siempre libre espíritu de la juventud.

Por suerte el panorama no es tan sombrío, pues quizás el avance desbocado de la tecnología que ha dado herramientas a la resistencia está significando también un cambio de necesidades y paradigma más grande del que pueda resistir.

Esa mezcla explosiva de mentes divergentes, ya suficientemente encerradas en roles desde la primaria, empiezan a volar libres cuando las puertas del instituto se abren, pero vuelven siempre tras la llamada del septiembre al mismo sitio a hacer las mismas cosas y a mirar la tele porque todo lo que te ocurre es una fase. Esa mezcla, de adultos que quieren ser tratados como tal, de niños que aún son niños, de adultos queriendo ser tratados como niños y niños como adultos; eso es a lo que llamamos adolescencia. Por un lado es el producto de una obsesión con el relacionar de forma directa edades (en las que las personas ya desarrollan su divergencia) a comportamientos, y por otro lado es la respuesta de esas edades a esa injusta situación, que pasado el momento aprovechan para excusar su propio comportamiento.

Pasa un tiempo, miramos atrás, y el sistema de defensa emocional de nuestro cerebro dice: tengo una idea, vamos a fingir ser muy diferentes a unos años atrás para dejar atrás nuestros errores, y por ello nos refugiamos en la idea de haber cambiado mucho pese a hacer básicamente las mismas cosas. La realidad es que eres más cercano a aquel chico de catorce años que a cualquier otra persona sobre la faz de la tierra. El adolescente también es un producto de nosotros mismos, el nombre que le damos a nuestros errores y con el que nos convencemos de que aún no somos el mismo estúpido que los cometió.


Después de otro verano, suficiente para desconectar de las clases pero también para conectar con otro mundo, la realidad asumida por defecto ya apenas podía contener la realidad fuera de las paredes del instituto. Volvemos allí, año tras año, pese a ser otras personas desde la última vez que estamos, y volvemos a empezar desde cero. Pero me sentía extraño, más de lo habitual con pereza de asumir otra vez el mismo papel. Estaba en el limbo, en una cuerda floja y un paso más allá quizás vaya a ser muy lejos para decidir volver. Vivimos los últimos momentos de mi fe en el sistema, de la relación de las cosas que tienen valor en él y las que tienen valor para mí.






Me acuerdo de que lloré delante de la clase y todo el mundo lo vio o se enteró, aunque a nadie excepto a mí le pareció importar lo más mínimo. No voy a intentar quedar bien, esto no es una historia plana en la que ya soy el héroe justiciero y los demás el sistema maligno opresor. Tenía unos trece o catorce años y aunque en realidad, aunque pensara racionalmente que esa nota no tenía importancia y era capaz de razonar; me derrumbe ante la autoridad y la presión y lo que yo se suponía que era y tenía que hacer y se esperaba de mí. Había empezado un camino del que solo había aún piedrecitas, y aquel episodio, perfectamente en cualquier otra persona, hubiese sido el toque de atención para volver al cauce y dejar a un lado y al deseo y a la esperanza una revolución imaginaria como en los vídeos de Pink Floyd que nunca tendría lugar. Dejar en un cajón la idea aún lejana de la desobediencia. Estoy a día de hoy convencido de que a otros les ha pasado exactamente eso, y me vienen a la memoria escenas parecidas a la de mi patetismo en momentos clave de la evolución de mis compañeros, que después asustados, durante un tiempo casi no querían saber más de expulsiones, de llamadas aterradoras a los padres, ni de hablar en clase, ni de negarse a hacer deberes; y volvían con casi fervor, más fuerte que nunca, a la obligación y a la política de no hacer mucho ruido.

Teníamos uno de esos seres que utilizan el hecho de estar al cargo de una clase para satisfacer su propia sed de atención y ego personal. Ese vampiro emocional en cuestión se llamaba Estela Pastor, profesora de castellano, convencida de que nostradamus era un profeta real y también protagonista (como no) de episodios que aun vienen al caso.

El hecho es que puso unas lecturas obligatorias terribles al principio de curso, y anunció que las iríamos dando a lo largo de este. Como me sobraba tiempo y eran igualmente obligatorios me los leí el primer mes todos los libros para quitármelos de encima. Confié en que me acordaría de lo suficiente como para poder demostrar que me los había leído cuando hiciésemos algún control en el futuro, pero el control resultó ser un examen de aquellos de aprenderse de memoria los nombres de los personajes secundarios y hechos concretos, y como mi memoria para esas cosas es terrible fracasé en ello miserablemente. Me habré leído mis libros preferidos decenas de veces y aún a día de hoy fallo al intentar recordar los nombres según quien, simplemente no creo que recordarlos y comprender el libro sean dos factores necesariamente relacionados ni tengo la habilidad para acordarme de forma natural. Suspendí con todas las de la ley, y aquella profesora a quien ya tanto odiaba desde el principio, expuso mi fracaso ante toda la clase como humillación, y me encargó un resumen de la totalidad de aquel libro que ella sabía perfectamente que yo había leído.

Me fui a casa, y como no soy ningún héroe, con el libro en mano redacté el mejor resumen de diez páginas que nadie pudiese imaginar, con su final moralista de pacotilla y todo. Cuando lo entregué y su amplitud y perfección eran una patética queja y un patético orgullo del que debe buscar una forma de hacer lo que le dicen y a la vez no dejar morir su sanidad. El trabajo fue aplaudido por más de un profesor y expuesto este hecho como mi redención ante el resto de la clase.

Por primera vez, no solo pensé en la absurdez de la situación sino que tuve una respuesta emocional: me di mucho asco.

Quizás eso me salvó.

Me dejó en situación en la que no importa cual, pero en la que sentí que tenía que tomar alguna decisión porque si no esa misma escena, en sus infinitas variantes, se iba a repetir en un ciclo sin fin. Confiar en mi razón y mis instintos o dejar que otros decidiesen que era importante y que no. Creo que decidí bien, aunque seguramente algunos dirán que decidí demasiado temprano, o que esa decisión está bien para el heroísmo en los campos de auswitch pero no para segundo o tercero de la eso. Quizás tienen razón, nunca me he caracterizado por escoger bien mis batallas. Tampoco soy un defensor de la libertad incondicional como objetivo último de la vida, pero pese a todo, tomé la decisión y aunque al principio disimuladamente, me rebelé.

Llegué a pensar, si resulta relevante mostrar mi ingenuidad, que quizás más que realmente pensar imaginaba y dejaba volar la imaginación; en donde ese instituto, colegios y demás, era en realidad una prueba en la que debías descubrir por ti mismo que todo era una tontería y luego pasabas de nivel, se abría el telón, ibas al instituto, o a un mundo de la élite intelectual de verdad y continuaba la farsa para todos los demás. No lo pensaba en serio, pero jugar con esa fantasía era un último oasis de realidad. Era una idea tan infantil y simple, la de esconder la complejidad del mundo en una dualidad, que hasta platón hubiese podido dar con ella. Todo el mundo adulto estaba detrás del cristal expectante: ¿hasta cuándo va a seguir haciendo los deberes y sacando buenas notas? ¡Cómo no se da cuenta Truman del mundo que hay tras el cristal!





Estigmatizamos errores.

Aunque resulte paradójico, un error es lo peor que puedes cometer y a la vez, se te intenta proteger de la idea de que puedes fracasar.

En esta historia, pese a la aflicción, el crimen no era suspender o dejar de leer un libro, sino que alguien que no debe suspender lo haga. De que alguien solo levante la mano cuando sabe que tiene la respuesta correcta, porque contestar en clase es para la gente que acierta y el profesor tenga feedback, y no para humillarte con tu ignorancia. Es de un error donde nace todo el conflicto, en vez de ser una oportunidad para enseñar algo más. Si alguien saca buenas notas en tu asignatura no es un halago, es porque o bien memoriza las respuestas o porque no le estás enseñando nada que no supiese ya o pueda aprender en cinco minutos, pero no parecen tener problema con ello. El error, en cambio, es imperdonable, así que mejor vale no contestar.

Por el otro lado eso tiene una consecuencia, en lo que casi parecería una contradicción, y es que nunca se fracasa porque el sistema pone un precio demasiado alto a hacer algo fuera de tu alcance y no llegar. Enseñar a lidiar con el fracaso, poner en la línea de fuego a aquellos acostumbrados a ser la elite, es demasiado complicado, así que damos un paso más allá en la infantilización y después de jurar y perjurar que en tercero y cuarto de eso las cosas van a cambiar os volvemos a tratar a todos como a niños: nada de ceros, no suspensos sino insuficientes, eufemismos y cada oveja en su corral. Porque así es como nos vemos, como una gran masa de niños. Como niños os han enseñado a comportar, y como niños vais a reaccionar cuando se os trate como tal, casi deseando para ello la oportunidad. 

He visto personas de veinte años llorar en medio de una clase en la universidad con un seis en la mano porque nunca en la vida habían sacado menos de un ocho sin contar educación física. El profesor la consolaba, a todo el mundo le parecía normal y yo la miraba atónito, contentísimo con un de dos con veinticinco en una mano y un cappuccino en la otra.

La gente por alguna razón cree que educación física juega en otra liga y no cuenta, cuando es la más importante de todas las asignaturas.

Siempre medias tintas, vida a medio gas; en la vida real uno puede intentar algo con todas sus fuerzas y no ser suficiente, uno puede implicarse al máximo, estudiar todos los días y aun así suspender en el momento de demostrar lo que sabes, uno puede intentar algo de mil maneras y pese a eso fracasar por todo lo alto. Es así, no hay más, todas nuestras acciones tienen un margen de error, aunque a veces sea ridículo lo asumimos constantemente. Conocer, respetar y saber manejar con ese margen es parte muy importante del juego, y para conocer el límite hay que sobrepasarlo muchas veces.

No quiero correr el riesgo de convertir esto en un discurso motivacional, lo último que quiero es motivar a las personas equivocadas, pero probablemente Tony Hawk (escribí esto sin tener ni puta idea del mundo del skate) se ha caído más veces, Michael Jordan fallado más triples y Bruce Lee recibido más ostias que todos nosotros juntos. Fracasar, como resulta demasiado traumático para los pobres niños el contacto directo en rugby, queda expulsado de la educación y a partir de ahora jugaremos un sucedáneo que vamos a llamar rugby con cola. Que venga alguien que haya jugado en su vida a rugby o futbol americano y me diga que la preocupación por la integridad del propio cuerpo no es parte fundamental del instinto y espíritu del deporte. Los exámenes se repiten, hay dos recuperaciones en cada curso cada una más imposible de suspender que la anterior, si el profesor ve que te esfuerzas y no lo consigues, te deja más tiempo, te cuenta más ese trabajo que hiciste en casa con ordenador, wikipedia y el grupo de whats de tus compañeros de clase. Parece que premie el trabajo duro, pero lo único se hace es crear la sensación de seguridad de que si no has hecho nada malo tus problemas se van a solucionar por arte de magia, que si no llegas no pasa nada porque eres especial y te has esforzado mucho. No se puede monitorear el trabajo de treinta personas a la vez, así que el sistema premia aquellos que se saben vender, no los que saltan más.

En esa aplicación mal entendida de la cultura del esfuerzo que hablaban en contraposición a los puros resultados de los exámenes, injustos de mutu propio, llevaban una idea profunda; la idea de que las horas de trabajo mirando al reloj, resoplando y mirado al infinito son más productivas por ser más horas que la mitad trabajando de verdad aun disfrutando de lo que se hace. La clásica táctica española de hacer entre diez el trabajo de cinco y en diez horas una jornada laboral de seis para lamer el culo a tus superiores hace aquí su primera aparición estelar.

En el eterno concurso de popularidad, esta vez el de cara a los estudios y los profesores, ganaba lo que presuntamente escenificaba un oculto trabajo de fondo; la falta de sueño, el tedio y la rutina eran the new black.

Se han hecho estudios y se encontraron que la mayoría de los métodos convencionales para estudiar no aumentaban las notas en exámenes imparciales, pero que la capacidad para hacer deberes a una edad temprana y resolver problemas en general si lo hacía; independientemente de si los deberes tenían nada que ver con el contenido de los exámenes. La conclusión era clara, los métodos de estudio en sí mismos no servían pero la capacidad de concentración y resolución necesaria para get shit done era muy importante, la capacidad de, no la faena en sí. Esta situación crea una falsa relación entre estudio y resultado que se encargan luego los profesores de reforzar artificialmente, pero muy lejos de la realidad. Veía gente que me caía bien, gente que no era ni mucho menos estúpida, dedicando muchas horas y esfuerzos a aprobar, y fracasando. Apuntaban en la dirección errónea; no importa la cantidad de horas que inviertas en memorizar el temario si eres incapaz de hacerlo bailar. Las personas resolutivas, que ya de por sí sin que nadie les haya entrenado, nunca memorizaban por memorizar, se acercan a una probablemente más adecuada idea de inteligencia académica. Sacaron buenas notas cuando estaban en primaria porque eran capaces de hacer cosas y luego pasaron página. Están ahora haciendo otras cosas con su vida sin tampoco agobiarse demasiado; mientras los demás nos conformamos con ser los patéticos vencedores del juego de las notas que funcionaba cuando éramos unos niños. Porque si pudiésemos aplicar nuestra inteligencia en conseguir chicas, ser realmente buenos en algo, seguir un propósito en la vida: entonces ya lo estaríamos haciendo. Las personas más inteligentes que me he encontrado en la vida han sido, tarde o temprano, maltratadas y expulsadas del sistema más a menudo que apreciadas dentro de él.


relevante al caso: what works in education



Hay una idea fundamental para comprender el problema entre condenar errores y ocultar fracasos. La diferencia está en la tensión. Uno puede castigar todos los errores que quiera, pero no puede estigmatizar la posibilidad del error por encima del intento. Uno puede proteger a alguien de la idea del fracaso y poner una colchoneta para otorgar una sensación de seguridad; pero nunca abandonar la tensión de no tener que caer. Tenemos la falsa idea de que ayudar a alguien significa no dejarlo caer nunca, que significa socorrerlo cuando pide un poco de ayuda o cuando está un poco cansado o dejar que no haga clase de educación física porque dice que le duele ligeramente algo. Pero esto es un campo de prácticas, es donde aunque hay que disparar de verdad y tirar a dar, no se supone que aún puede fallar sino que dado el fallo se puede perdonar. Intentar con todo como si no hubiese segunda oportunidad, no con el cojín perpetuo de la seguridad temporal a los errores ni bajo su peso insoportable.


Lidiar con esa final línea es complicado así que se hacen las dos cosas, castigar las desviaciones más que las abstenciones en un mundo donde una respuesta es correcta o incorrecta, y a la vez dejar claro al principio que nada de lo que haces importa al final del día porque era para aprender. Se pierde la tensión, porque los profesores son incapaces de dar una importancia de suficiente intensidad al trabajo de sus alumnos sin recurrir a castigos. Es sustituida por un menos útil estrés perpetuo por la sobrecarga de trabajo que contiene lo peor de los dos mundos. Se tiende a cada vez dar menos importancia a los exámenes y se diluyen en miles de intentos para mover la línea de fuego siempre un poco más allá. Incluso en la universidad. Porque un examen lo puedes suspender si llega el tren y no estás preparado. Hacer un examen debería ser un ejercicio de gestión y tus conocimientos los recursos, no una copia de los mismos. No es que sean la panacea, pero es un elemento igualador; mismo examen, mismo tiempo, mismo sesgo al corregir, un momento de dejarse de pamplinas y ver quién sabe y quien no sabe responder lo que ponga en ese papel. Aprendí a hacer exámenes porque aprendí a ir hacia ellos siendo consciente de que no sabía todo lo que tenía que saber, ir a un examen tendiendo la seguridad de que las respuestas se encuentran entre lo que has memorizado es absurdo, una forma de copiar usando tu Random Access Memory mental a modo de chuleta, y sin conceptualmente ningún sentido. 

Los exámenes tienen sus propios problemas, imparcialidad, binaridad, de necesidad de una calificación. Propagan el miedo escénico porque saca a los alumnos de su zona de confort. El aprendizaje continuo, y no el ultimo día, es lo que se pretende conseguir, pero esa no es la verdadera razón para su potencial desaparición o disipación en miles de micropruebas. Es porque el seguimiento, mal entendido como ejercicios prácticas y entregas continuas, es una cuerda más corta que las demás. Porque si verdaderamente persiguiésemos los objetivos de calificaciones imparciales que significan algo para nuestro futuro, nos miraríamos al espejo de las sociedades nórdicas; en la que hay seguimiento continuo, exámenes importantes de acceso en edades claves desvinculados de los objetivos propios de los centros educativos. Seguimiento continuo, que no estricta guía docente día a día. Objetivos propios de los centros educativos, no prepararte para el siguiente curso de secundaria, selectividad o lo que sea haya después. No libertad de escoger con que color de cuerda te van a atar a los parámetros de una asignatura en particular, sino libertad curricular del alumno no del profesor, en centros sin acomplejar por una prueba diseñada para ser aprobada por un estudiante medio; no como temario, objetivo único y final, de dos años y medio de educación semiobligatoria. 


En vez de eso, decidimos mirarnos en los espejos del pasado y en hacer caso de cuando algún alumno modelo pero estúpido se queja de que algo es demasiado complicado porque no se ajusta a sus métodos de libreta, libro de texto y tres colores diferentes de rotulado. Así que nada de exámenes importantes: trabajos y evaluación continuada, deberes que cuentan nota, veinte por ciento de actitud a clase, exámenes corregidos por la misma persona que te conoce de cada día, exámenes cada tema porque si no es demasiada información de golpe. 

Aunque sean el objeto de nuestra ira e indignación, los profesores, esos funcionarios, son tan poco responsables al respecto como los policías del redactado de la ley. Su esfuerzo reside en mantener su status quo como empleados de una empresa estatal, no de enseñar realmente; y aunque se les diese más libertad o poder, lo aprovecharían para ese mismo cometido. Desorientados ante la manada de gente que desde los seis años sabe comportarse en una clase pero simplemente no quiere hacerlo, recurre a los mismos mecanismos autárquicos que habían funcionado con él y se lamenta de que sus alumnos no sepan apreciar la diferencia de trato entre esos colegios fascistas y la de su brillante interpretación del club de los poetas muertos.


Somos seres humanos y tenemos que aprender a sobrellevar esas situaciones de fracaso, a correr cuando crees que no puedes más, a caer y aprender de ello, a soportar dolor e incluirlo en tu margen de error. A basar nuestra autoestima, ya de por si suficientemente maltrecha ante tanto ídolo y expectativa irreal, en hechos y capacidades reales, no en ideas de que todo el mundo es muy especial ni en seguridad externa en forma de aprobación. 

Años más tarde, como me daba igual sacar un cinco que un nueve, empecé a ir a recuperaciones y me encontraba las personas que iban a subir nota.



- ¿Después de tanto trabajo durante el curso, no te da rabia saber que sacando un cinco y haciendo luego este mismo examen, hubieses sacado la misma nota que tienes ahora sin hacer nada? 
- Sí, pero no sé.


Pues yo si lo sé, si no lo hacen, no es porque valoren todo lo aprendido en el camino y no quieran tomar atajos, sino porque llegase la situación en la que tres o cuatro puntos enteros de una nota de un semestre de un año intranscendente de secundaria dependiese del examen que están a punto de hacer, pese a ser capaces de llegar al excelente llegarían aterrados y no pasarían del cinco. El mismo motivo por el que muchos parece que se atragantan en la selectividad y no pueden dejar de comentar exámenes y tener sudores fríos y misteriosas enfermedades pese a lo fácil que es.

Aprende eso por ti mismo, sino nunca por el mismo miedo al fracaso nunca vas a poder salir de los caminos establecidos cuando entres en bachillerato o sigas en la empresa familiar, porque eso es lo que vas a hacer después de años tras esa estrategia educativa de tierra quemada y de dragones más allá de este lugar. El miedo te embargará ante el campo abierto, y a los veinticinco tengas los títulos que tengas, cuando estés realmente allí fuera por primera vez, entonces recordaras los aburridos pero cálidos, autómatas pero cómodos, días en que otros vivían la vida por ti y te obligaban a gregarios horarios sin razón. Responsabilidades ya tenías antes, no te engañes, si lo echarás de menos es porque además de tu ropa sucia y la voluntad de vivir también se llevaban el peso existencial de tener que tomar decisiones que dan miedo, y vivir acorde a ellas.








Tampoco es el plan llevar una carrera de dificultades como vida y de la competición tu razón de ser, pero existe en el sistema una extraña sobreprotección, ya sea en las infinitas oportunidades, en la negación del fracaso o en la atadura a un plan educativo preestablecido.

Renunciar como buen estudiante a una asignatura o un tema que simplemente no va contigo es un buen ejercicio de cara a no convertirte en un robot académico. ¿Para qué forzar a alguien a estudiar lengua si lo suyo es, yo que sé, cocinar? Estará bien tener una base para comprender el mundo, sea lo que sea eso, pero no se necesitan dieciocho años de educación obligatoria para tener una base y si pretendes comprender su totalidad una vida tampoco será suficiente. Es natural que surjan diferencias de interés y de habilidad, aunque los roles y las prácticas de estudio lleven a una otrora extraña uniformidad de notas entre la mayoría de asignaturas. En todo caso, que exista una asignatura rechazada sistemáticamente por aquellos que son buenos en todo lo demás es, cuanto menos, sintomático; y nada tiene que ver en ello la forma física per se.

Es ese tiempo de reacción, es el enfadarse consigo mismo por no ser los suficientemente rápido en vez de culpar al otro niño por tirar la pelota demasiado fuerte. El cansarse de ser simplemente un poco bueno en algo e ir más allá porque tú quieres y no por una lejana sensación de deber. Por eso los buenos deportistas, por ejemplo, no solo son buenos en su deporte, también son capaces de jugar a la mayoría más bien de lo normal. Eso es precisamente lo que no se hace con los buenos alumnos. No pones tu objetivo en la línea donde la diferencia es un segundo más rápido o más lento, pese a excepciones no es la competición con un rival más fuerte ni la auto superación lo que empuja a tener notas más altas; y cuando así lo es, mientras el deporte es obviamente un oasis de realidad, las notas y la actividad en aquello que no deberíamos estar queriendo hacer desde un primer momento sí que arrojan sobre ambos lados de las tinieblas una sombra de superioridad intelectual. 

En última instancia no se exige ni se aprieta, no se sacan ceros, todo está lleno de segundas oportunidades, de eufemismos. En la parte alta, aunque de forma ya enfermiza los alumnos modelo buscan cotas más altas, no es la nota, es la comparación con la nota de los demás. Pese a todo, el sistema está pensado para el nivel medio de la clase y acepta retrasos pero no adelantos, así que la parte baja, aunque asume y sufre su posición no es expulsada del sistema como nos habían anunciado. Otra dualidad toma su lugar.

La filosofía de integración y moderación abandera los criterios de decir que alumno es bueno y que alumno es malo y desaparece al entrar en el sacrosanto temario de las asignaturas, donde todo lo que no sea lo que el profesor tenga en su libreta, está mal y es un tremendo error. No importa el origen, originalidad u objetivo de la acción, ahora un error es un error y se castiga, así que piénselo mejor la próxima vez antes de salirse del guion. Por un lado quien aunque saca malas notas no se arriesga y finge interés tiene un sinfín de segundas oportunidades en nombre de la cultura del esfuerzo, y por el otro quien intenta algo fuera de lo común aunque sea con su propios medios y nacido de propia voluntad está condenado desde el principio a cometer errores y ser castigado por ellos. No se trata de conseguir los objetivos sino de seguir el espíritu de nuestras normas. Igualdad de oportunidades mal entendida. Vivir entre algodones. Eliminar las desviaciones e integrar a las masas. Todo sistema tiene tendencia hasta un estado de equilibrio.

Perpetua doble moral y negación de la realidad.








Ellos dicen: Cualquier duda levantad la mano. Cuando en realidad lo que dicen es: si alguien se quiere poner en ridículo, yo os aporto el momento y el lugar. Porque no quieren saber si tienes alguna pregunta, quieren tener una excusa para volver a decir lo mismo y si la pregunta no va en esas líneas, esta fuera del temario.

Aunque a nadie se le ocurriese aprovecharlo, no hay espacio para intereses propios, y nada se soluciona con decir a los alumnos que busquen algo que les guste y hagan de ello una redacción; porque lo último que quieres es asociar lo que te gusta a la maquinaria aplastante del deber. No puedes compensar en una clase imaginativa años de silenciosa malformación. No ganas nada abriendo una clase de debate, proponer un tema y quedarte mirando como los alumnos, confusos, no saben que decir. No ganas nada, mandando a hacer trabajos y a exponerlos, si interrumpes a los alumnos para corregir lo que dicen. Nos pasamos dos horas escuchando extractos del libro de texto casi literalmente copiados, viendo como cada dos minutos la profesora interrumpía para decir exactamente lo mismo que acabábamos de oír, llegó nuestro turno y cuando nos interrumpió nos sentamos y negamos a continuar.

Cuando en esos libros hay un ejercicio que pone: debatid en clase tal cuestión, los profesores, después de meses de seguir el hilo conductivo docente propuesto en ese objeto como si se tratara de las sagradas escrituras, pasan de él como de la mierda, no dejan hablar a nadie durante clases de sesenta minutos y después se quejan al final de curso que la clase no interactúa con la asignatura.

¿Cómo que no se puede hablar en clase? Estamos compartiendo habitación con literalmente decenas de personas que están trabajando en lo mismo que nosotros, se nos intenta vender como un espacio social constructivo, se pretende que estemos una hora de muy optimista concentración sin interrupciones cuando todo el mundo con internet y cinco minutos puede comprobar que se sabe que la concentración viene en paquetes de diez a veinte y después la mente ya no puede más. Si intentases hacer las clases como lo pretenden los profesores, pasarías a primera o segunda hora dos periodos de concentración de treinta minutos y luego cinco horas con un cerebro frito con patatas que ya solo quiere mirar al infinito. Ah no, espera, que eso es exactamente lo que ocurre. ¿Será que los profesores, que llevan décadas en su trabajo, no saben nada de métodos de aprendizaje, concentración ni educación? ¿Será el Sistema Educativo un nombre en neolengua, el equivalente al Ministerio del Amor en mil novecientos ochenta-y-dos? Esta gente no tiene ni idea de donde salen las ideas. Se contentan en formar parte de un eslabón educativo en el que se supone que los alumnos, de base, están equivocados, y por lo tanto no pueden cuestionar tu trabajo.

Las ideas surgen de la comunicación, de la libre circulación de palabras, de plantear preguntas que parecen muy estúpidas. Ese no será el mejor mecanismo para aprender quien fueron los reyes godos, pero si para comprender su importancia relativa a otros factores históricos, algo que no puedes aprender con el por años obsoleto método de subrayar cosas importantes (que es una herramienta, no un método didáctico señores); porque no puedes poner un número a la influencia árabe en la península, ni decir en un texto que fue más influyente en la historia de Europa, si aquello o el fin de la ruta de la seda oriental. Es un planteamiento seudológico que se usa hasta en las asignaturas de corte artístico, y el argumento pseudoartistico de que aunque una respuesta no tenga que ver con la pregunta este medio-bien si incluye muchas características asociadas. Aparte del hecho ya obvio que diferentes conocimientos requieren diferentes enfoques y métodos, plantear el mismo tiempo histórico en una línea recta de hechos encadenados plantea en sí mismo un problema conceptual en el que somos muy listos deduciendo el resultado de los advenimientos cuando estos ya han ocurrido pero nadie ni el más afamado experto o estudio más avanzado parece ser capaz de predecir con consistencia que va a pasar ahora. En parte por la hiperrealidad, por la situación moderna de un mundo interconectado, pero también en gran parte porque cada momento histórico tiene infinitas particularidades que nunca más se van a exactamente repetir y no se anulan entre sí como le gustaría a Hari Seldon. Las viejas frases hechas sobre conocer el pasado no son base para un sistema educativo, porque el conocimiento histórico es transversal y va en aumento exponencial, e intentar adecuar los contenidos a un universo en expansión no tiene ya sentido cuando el mundo cambia tan rápido que, junto a sus retos, va a ser irreconocible en treinta años. Los problemas y giros argumentales antiguamente de siglos, serán ahora problemas de décadas, y los hechos del pasado relativos al presente serán diferentes varias veces durante el transcurso de una vida normal.

¿Hasta cuándo seguiremos obsesionados con los helenos, el imperio romano y las patéticas intentonas de imperio colonial de este ridículo país? 

La humanidad seguirá existiendo durante cientos de miles de años, la pregunta no es cuando la historia pasada se va a hacer demasiada extensa como para poder, en un tiempo razonable, ser aprendida y tratada en su totalidad, sin omitir los hechos importantes con sus causas y precedentes; sino cuando vamos a admitir que ya no es posible.

Si aún lo fuese, no ignoraríamos en clase todo lo ocurrido del antiguo talón de acero para allá antes del siglo veinte, ni al otro lado del pacifico antes de que colón, que era catalán, descubriese por primera vez en la historia de la humanidad un continente en el que ya vivían millones de personas. No solo leeríamos a pensadores griegos y alemanes, ni creeríamos que Nabucodonosor es solo el nombre de la nave de la película de Matrix; porque lo que estamos haciendo no es aprender historia ni historia de la filosofía, ni historia del arte sino permanecer obsesionados con nuestra propia herencia cultural. A la sombra de la silenciosa pero aún omnipresente moral católica, resulta que luego de sembrar vientos un día amanece; y restamos detrás del televisor ante la tormenta preocupados, y de alguna forma aun sinceramente sorprendidos, ante el auge del racismo, el fundamentalismo islámico y el nacionalismo radical.






El punto general, es que las limitaciones del sistema pueden parecer anecdóticas porque todo lo que se hace está dentro de sus confines, pero realmente abrumadoras cuando te das cuenta de la complejidad y transversalidad del mundo real. Quizás son útiles para memorizar largas listas de cosas, ¿pero alguien ha usado alguno de los métodos aprendidos en esos años para aprender a hacer algo fuera del mundo académico? Ensayo y error, ser capaz de relacionar, imaginar y mantener conceptos en tu mente, crear y no copiar tus propios mapas conceptuales de información, trabajo en equipo, gestión a largo plazo, inteligencia emocional, reconocer las propias capacidades límites y virtudes particulares. Mezclar práctica específica con información general, aplicar corrección de errores particular y juntarlo todo en práctica real y frecuente.

El último es el único que se intenta, que es básicamente el funcionamiento de todo entrenamiento en el deporte, y el cual se hace tan mal en el instituto que no aprendí que funcionaba hasta años después de salir de él. No aprendes a aprender porque quienes deberían enseñarte no son educadores ni se espera que lo sean.




Los mecanismos para aprender esas cosas cuando sean necesarias o para entender mejor el mundo son mucho más importantes que esos conocimientos en sí, que para aprenderlos tanto el método como el hecho debes despertar en la persona no una obligación sino una necesidad, aunque sea nacida de una curiosidad aparentemente alejada del tema que querías tratar. No tiene sentido echar a los lobos un grupo de gente y esperar que cooperen entre ellos si uno es un gladiador que se merienda un par de ellos cada mañana. Aunque cooperen, o se pongan de acuerdo para matar en casa luego más tarde uno cada uno, saben perfectamente que es una pantomima y el gladiador de tener tiempo o ganas lo hubiese hecho todo él mismo en menos tiempo. No es suficiente con dar una charla o repartir una fotocopia, estas dinámicas tienen que estar integradas una vez aprendidas a partir de la necesidad de su uso, y no de leerlas en una lista.

Porque las verdaderas dinámicas de trabajo en equipo no son sentarse en un círculo y cooperar, objetivo muy nobles pero que nadie te ha enseñado nunca a hacer. Esperas que esos mecanismos aparezcan mágicamente cuando reúnes cuatro chavales y los llamas a hacer un resumen entre todos cuando llevas años ya enseñando exactamente a hacer lo contrario sin darte cuenta. Esperas un día de pura inspiración plantear un debate formal en clase y te sentarás a observar cómo, si sale en algún momento del completo silencio, se convierte en un chicos contra chicas o en un plató del sálvame: porque es el único precedente. Seguimos con los ejemplos de doble moral; esta vez estamos en un sistema educativo diseñado contra el individuo y que cumple muy bien su cometido de aplastar el ideal de este bajo una férrea bota de metal, pero donde debes ser un perfecto y funcional individualista para a la práctica salir del paso de sus intenciones súbitas de trabajar en hermandad. Pasados los primeros años nunca me sentí con ganas de forzarme a formar parte de una comunidad que solo tenía la edad biológica en común conmigo, pero académicamente nunca fue necesario. Aunque se acumulen fotos de clases en las estanterías de los exalumnos y las miremos a veces con nostalgia, lo cierto es trabajar, trabajas solo, y tus amigos de aquella época eran los amigos del tiempo libre entre, durante y fuera de clase; pues trabajar en equipo significa aprender a cargar como un camello con las obligaciones de los demás. 

No, después de horas de machacar el cerebro con cantidades absurdas de información que memorizar en vez de tratar de comprender, no puedes dar un discurso y pretender que lo aprendido a la fuerza de años trabajo las cubran bellas intenciones.

Si la gente un día se pusiese a hablar en clase, no para evadirse y contar lo que le pasó por la tarde, sino de lo propio que ocupa sus estudios; se encontraría con dos cosas.

Primero, descubrirían que en realidad les interesan los temas y que en realidad lo que desprecian son las asignaturas; que de alguna forma han logrado convertir el álgebra y la segunda guerra mundial en algo aburrido y sin magia. Segundo, que la dialéctica igual que el conocimiento es un campo transversal y entonces se vería claro como el agua que nadie tiene ni idea de lo que en teoría llevan aprendiendo los últimos cinco años, porque no saben relacionarlo fuera de su marco conceptual. Todo el mundo oye pero nadie escucha, y es que hay un motivo detrás de que la comprensión oral y escrita de este lado de los pirineos roce los límites de lo absurdo.

Había alguien que escribió en su momento sobre un mundo en el que el infierno existía pero en vez de estar poblado siguiendo juicios basados en sistemas morales prehistóricos lo habitaban todos aquellos que cuando murieron creyeron que irían al infierno. Estaba todo absolutamente lleno de cristianos, pues los pecados del cristianismo no están hechos para ser evitados sino por representar instintos básicos humanos, ser cometidos, y luego sentir arrepentimiento y culpa por ellos. En nuestra historia, pese a ser cristianos y por ello, los buenos de la película, ni uno de ellos cuestionaba su lugar en el infierno, pues todos ellos sabían íntimamente porque estaban allí. La manera más fácil de tener a alguien sometido es hacerle creer que está ahí por su propio beneficio, o por su propia culpa.

Todo en el cristianismo está hecho para cubrir alguna necesidad, sea relevante a nuestro tiempo aún o no, el motivo por el que es en sí mismo una rebelión asociar a dios a unas ciertas características en principio sin sentido al ser asociadas a una figura divina pero distintas a las consideradas estándar. Podría ponerme a hablar de la moral cristiana y de como vivimos bajo su influencia aún y sobre como los colegios de curas eran la resistencia a los tiempos en su momento, pero el caso es que como antes comprábamos la idea de dios ahora también compramos algo. Nos venden que estamos allí para aprender, nos venden la preparación para el futuro, y la compramos porque no tenemos nadie más a quien escuchar y porque creemos que ese es nuestro lugar.

Lo cierto es que nadie, ni siquiera: sobretodo nuestros padres, sabe qué hacer con nosotros y ceden el control a alguien más. Los padres a los profesores, los profesores a las normas o la institución, la institución a los políticos y a estos se los lleva el viento.

Somos una de las sociedades más acomplejadas e inseguras del mundo. Decía mi profesor de álgebra un día, de quien aprendí más sobre la sociedad que durante diez años escuchando profesores de ciencias sociales. Sonreía ante la escena de una clase entera asustada de responder a una pregunta fácil que acababa de plantear. Un complejo mejunje de gente una a una intelectualmente capaz y preparada, que sin aparente explicación se comportan en presencia de otros como una masa silenciosa aun con libertad para hablar; y es debido a algún sentimiento de inferioridad e inseguridad que no puedo acabar de comprender.


Líderes sin carisma, sin estudios de nivel, ni talentos destacables; incapaces de hablar otro idioma que no sea el castellano sin correr el riesgo de caer en el más lamentable de los ridículos; politicuchos del tres al cuarto con una oratoria vulgar y que apenas dominan los rudimentos más básicos del que debería ser su oficio; personajillos lamentables que no saben ser ni estar y que no merecen ni la más breve reseña en los libros de historia.

En cualquier otro país la suya sería una existencia anodina y gris, imperceptible para el devenir del país, engullidos por la marea humana y disuelta su nula personalidad en el ácido de las masas.

Pero sin embargo, en España, llegan a presidentes del gobierno. (...)

¿Qué sucede pues en España? ¿Qué extraños mecanismos llevan al poder a los mediocres y a los necios? ¿Es algo casual, se trata de una gran conspiración o es el reflejo de la degeneración psicológica de toda una sociedad?

No hace falta ser demasiado observador para ver que se trata de la tercera opción.


el paraíso de los mediocres - gazzeta del apocalipsis




Nunca me cansaré de citar este artículo.

Es que lo aprendemos, es que es exactamente lo que aprendemos. 

Aquello que nadie te intenta convencer, aquello intrínseco al sistema como adoptar a los del pedestal como modelos de conducta es lo que transmite el verdadero mensaje. Los americanos se ven a sí mismos como líderes del mundo, pero lo relevante no es que se vean a ellos mismos y no a otros, sino que piensen en el mundo como algo que deba ser liderado; porque el liderazgo es su sistema de organización grupal. Nadie lo dice en voz alta, no hace falta; mencionarlo sería no darlo por sentado. Sería terrible darse cuenta de que la forma en que vivimos podría ser distinta en miles de millones de formas diferentes que ni siquiera logramos ver tomamos parte de una en particular arbitrariamente elegida y a la que nos aferramos con violencia. Los profesores mismos no saben de todo aquello que silenciosamente nos van convenciendo de cómo funciona el mundo y cual es en él nuestro lugar, porque son ignorante y porque se protegen a sí mismos del peso existencial.

¿Cómo explicas sin la acción de un sistema educativo una sociedad en la que se asocia seriedad a inteligencia? ¿Respeto, a autoridad? ¿Introversión, a buen comportamiento? ¿Tener una vida triste a ser responsable? ¿Seguir clichés sociales asociados al éxito, al éxito en sí? ¿Desobediencia frente a un sistema injusto, a problemas mentales y personales?

Estas relaciones no caen de la nada, son producto de algo y finalmente me di cuenta de qué. Puede parecer algo fuerte así dicho, pero la primera reacción de los profesores cuando empecé a mostrar públicamente desdén a su profesión y sus clases, fue preguntarme si tenía algún problema en casa, si tomaba drogas o si era gay. Puedo ver en algunos de vosotros como estas convencidos de que alguna de estas cosas fueron el obstáculo para no poder aprobar a la primera cuarto de la eso, te puede parecer una buena explicación si viste esos años desde el otro lado de una cortina de humo de hachís, pero raramente son la razón de fondo. Yo no tenía ninguno de aquellos problemas, y casi podía imaginar su mecanismo de razonamiento.


Teníamos un perfectamente mediocre estudiante promedio y ahora no quiere hacer los deberes, ¿alguien ha encontrado ya algún culpable?


Acabaron concluyendo que es adolescente, ya se le pasara, que era una fase, que no se les pasaba por la cabeza ser el propio problema. Hiperactividad, déficit de atención, esquizofrenia temprana. Categorías de enfermedades mentales enteras inventadas para no admitir que a nadie cuerdo a los catorce años le importa una mierda lo que dicen esos señores que simbolizan una vez que hemos abierto los ojos todo lo que está mal en nuestro mundo, quienes nos dicen que hacer y nos castigan si nos negamos.
Pues sí, yo tenía un problema, un gran problema en la vida como nunca antes lo había tenido. Tenía, mínimo, tres años y medio por delante en un sistema que estaba aprendiendo ver como a un enemigo, como a un gigante de mármol blanco sobre la llanura, para llegar al objetivo final de un acceso a la universidad. Quedarte al margen y limitarte a cumplir tu papel en un lugar que no solo sabes absurdo, sino que antes defendiste y por el que te sientes traicionado; es solo una opción razonable años después cuando lo puedes echar como uno más al carro de los traumas del pasado. Pero yo tenía catorce años, medía uno setenta, y estaba bastante cabreado.

Mi problema se llamaba IES Sant Feliu.






Parte I             Education Labor Through

Parte II            Dulce Introducción a la Secundaria

Parte III           I Met God, She's Gay and He's Black

Parte IV           Independent Though Alarm

Parte V            The Times They Are A-Changing

Parte VI           Jesus of Suburbia I

Parte VII          Jesus of Suburbia II

Parte VIII         The Beginning and the End






la deseducacion, i met god she's gay and he's black
the decay of western civilization /?
random local guys


[Vida Sedentaria] Capítulo III




Mi estomago ruge y solloza, mi cama me abraza y acoge incondicionalmente, el mar me llama y los cogollos de mi armario a veces toman control de mi cuerpo para que los haga trizas, los mezcle con tabaco, los enrolle y me los fume.

Mientras trato de ignorar a mi mente, no logro escuchar a mi espíritu; y mis emociones invaden y moldean mi realidad. Emito una energía tan poderosa que es capaz de invadir y contaminar todo lo que me rodea, tiñéndolo del mismo azul que trae estos días el cielo.

Me sorprende y fascina todo lo que puede llegar a pasar mientras dormimos, he logrado ser consciente en cierta manera y explorar algunos senderos dentro de mi estado onírico, y tengo la certeza de algunas cosas, sé que he ido a lugares y que he estado con almas. Otras veces no recuerdo nada pero todo en mí ha cambiado, puedo pasar del infierno al bienestar o viceversa de la noche a la mañana sin saber porqué, todo en mí puede cambiar.




Oh madre, puedo sentir
La tierra cayendo sobre mi cabeza.



Cuando me despierto estoy mal, durante horas mi mente está nublada y me cuesta acceder a cualquier pensamiento voluntario; si no me coloco sigo así, durante días; si me coloco me relajo, mi mente se despeja, mi voz suena natural y puedo sonreír, pero al cabo de una hora empezará a dolerme el cuello y la espalda, se me formará un bloqueo en la garganta que me impedirá controlar mi voz, y mi mente se tornará imparable y cruel; entonces podré afrontar ese bajón que quizás me joda el día; o puedo colocarme más.

Mierda, mierda, mierda. Joder.

Mierda.

Shit.



El estado en el que me encontraba me llevaba a escuchar la música de John Frusciante, y escuchar la música de John Frusciante me hacia adentrarme más en ese estado. Curtains, Shadows Collide with People o the Will to Death; he estado meses en la mima frecuencia en la que están estos discos, y en la que está la música de Tim y Jeff Buckley y Nick Drake.

Es casi como nombrar lo innombrable, algo que mi cerebro ya ha puesto en el más seguro baúl de los recuerdos protegido con varias cerraduras; pero aún me recupero, es muy cercano y olvidarme de lo que fue no parece ayudar; pero no me toca a mi decidir.

Se trata de mi propio Voldemort personal.

La fragilidad de un corazón roto facilita la entrada a este de las tinieblas; y cuando uno deja de huir y se adentra completamente en este estado, harto de ser perseguido con la esperanza de encontrar la manera, o confiando en que una vez experimentado desaparezca; tan solo queda una pregunta; ¿Cuánto más?

No es tan sencillo, y a la vez es aún más simple; pero de otro modo.



Me encontraba dibujando; el lápiz me llevaba muy seguro de sí mismo hacia unas curvas por aquí y unas formas geométricas por allá. A medio dibujo entendí que era un autorretrato, y vi que mi aspecto se había alejado de mi imagen mental de mi mismo; en la mañana del día siguiente corté mi pelo al despertarme, dándole la forma que me pedía, medio dormido aún, dejaba mi mano bailar relajada con las tijeras, corte tras corte.


Cala Vigatá, unas olas terribles, llegando incluso al principio de la cala, nunca antes vi este lugar tan especial así. Cielo nublado, azul de noviembre y un poderoso viento corriendo, pasando veloz por allí, huyendo desesperado sin importar los destrozos que pueda causar alrededor.

De pié sobre la roca más grande y alejada de la orilla con mi pelo sobre mis manos abiertas boca arriba; pidiéndole a mi madre mar que me permita entregarle estos desperdicios míos, que se lleve lo que ya no necesito y de lo que me quiero desprender. Gracias.


Hoy me he despertado vigoroso, con una sonrisa y energía para levantarme, una fortaleza que hacía un año que no sentía; ha sido maravilloso. Me he visto totalmente fuera del círculo dónde anestesio mi dolor mientras permito que este crezca y crezca; y de repente vuelvo a ser fumador de cigarros, que cosas. Puede que mañana acabe.

Lucho para mantener al mínimo mi consumo de cannabis y revertir la construcción del muro que me impide sentir esta tan fuerte emoción; estoy perdiendo el miedo y quiero sentirla, es la emoción más grande que jamás he vivido. Puede dominar todo mi ser, me asusta pero tratar de anularla solo le da más poder sobre mí y me mantiene en la cara oscura de esta; tan solo de la aceptación puede surgir mi salvación.

A veces un viaje de LSD puede darte la oportunidad de volver a empezar, de retroceder en caminos que no debiste tomar y de desprenderte de basura innecesaria que llevas arrastrando. Lo que hagas a partir de aquí ya es cosa de tu yo habitual, no podrás mantener la lucidez y percepción descomunal de ese estado, pero si consigues traerte algo aquí contigo habrá valido la pena, de verdad.


No va a ser sencillo pero no quiero perder esta ocasión de vivir, la cosa puede ponerse fea pero he aprendido mucho sobre las trampas que me prepara mi mente, y si no ha sido suficiente y esto supone volver a caer víctima de mi demonio particular, no podría importarme menos, pues prefiero mis inestables altibajos, más bajos que altos que la vida plana a la que ahora me entrego. Es hora de la sublevación contra el hábito y la mediocridad, del alzamiento de mi ser ante los impostores disfrazados en mi cabeza; y no pretendo que esa sea mi meta, pues por fin entendí que nunca se llega a ningún lugar definitivo e idílico, solo hay camino. En el modelo prediseñado de realidad que nos instala el sistema educativo, hay metas instauradas que creemos una vez alcanzadas, hallaremos algo, que aunque no sepamos ni por asomo de que se trata, anhelamos; y una vez nuestros dedos se encuentran en el roce de la dulzura y satisfacción de tal logro, sucede; el manto se desvanece y lo que hayamos no se parece en nada a lo prometido, estamos en el mismo sitio que antes, entonces nos instalan un nuevo objetivo. Obtenemos largas.

Casi sin darme cuenta he salido de este juego, igual que con los demás; ya me he demostrado que puedo estar fuera de todo eso; ahora veo que no es lo que me satisface, tengo que encontrar mi propia manera de jugar, de eso se trata. Mi poder para ver obstáculos en ayudas me ha parado durante suficiente tiempo, ahora veo que toda ayuda puede ser un obstáculo, y que hay cosas que están por encima de mi comprensión y control. 

No tomar la ayuda no me librará de su obstáculo.

Esta actitud convierte las virtudes en defectos.

Hay cosas de las que no se puede hablar.


Existen canciones de sanación, tengo que tratar de hallarlas y permitir que pasen a través de mí. Durante mi último viaje encontré una, ya la conocía pero descubrí el efecto que tiene sobre mí, a la noche siguiente encontré otra. Es magia, es medicina; ahora entiendo mejor mi papel aquí y siento con mas claridad mi fuerza interna para llevarlo a cabo pero por el amor de Dios, el abismo sigue bajo la mitad exterior de mi pié izquierdo; me concentro en mantener el equilibrio pero las distracciones me hacen mirar hacia abajo, temblar y desestabilizarme.




[La deseducación] Dulce Introducción a la Secundaria



La (des)educación

Reedición



Venimos del paraíso de la primaria. Nos adentramos en la tierra yerma en que debes valerte por ti mismo, tomar apuntes no porque te lo digan sino por tu propia supervivencia; un páramo maldito donde los fuertes se alzan victoriosos y los débiles quedan atrás a merced de los expectantes carroñeros.

Obviamente, no.

Los que quedan atrás son los que cada vez les va dando más igual algo que no les debió importar desde el primer momento y que el rebaño solo sigue por costumbre y obligación. Si acaso algo ha cambiado, es que antes era domesticación de niños salvajes que muerden y serían pequeños criminales sin ti, es ahora inocente lavado de cerebro a gente que sabe perfectamente cómo debería comportarse pero no quiere.

Por lo demás, sitio nuevo, compañeros nuevos, profesores más o menos entusiastas pero nuevos y lo mismo. Eternamente lo mismo. Aquí ya no puedes culpar a nadie para tu identidad, así que la que consigas te parecerá que eres tú de verdad. Eres tu propia víctima, durante los primeros días decides quien quieres ser, y decides obviamente en un ambiente hostil y extraño ser precisamente el único papel que has interpretado nunca, el que te dieron algún día en la primaria y tu aceptaste para sin más porque no tenías elección.

El mundo real es el mundo real, y no una excelente película sobre desayunos. Salir del papel impuesto, y más basándote en algo que sospechas no funciona como debería, pero no estás seguro. Es difícil, deberías atravesar una fuerte tensión horizontal que no quiere que te salgas de tu sitio; porque los demás sitios están ya ocupados y sus dueños te llevan en ello una vida de ventaja.



(el hilo musical de la primera parte sirve para todas las demás, apagad el teléfono móvil y no arméis follón, muchas gracias)









Parte II 

Dulce Introducción a la Secundaria


Empieza poco a poco, se mezcla con algo de rebeldía, de independencia intelectual. Un día te levantas, piensas un poco más por ti mismo y empiezas a ver cosas que antes no, a escuchar una música de fondo que pasaba antes desapercibida. Un día ves un fallo inherente en el razonamiento de un profesor que se niega a corregir. Un día has visto miles y empiezas a sospechar. Un día no haces los deberes y es lo más rebelde del mundo. Un día no te lees ese libro, un día no haces ese trabajo, un día no escuchas en clase o incluso te echan de ella. Pero no tiene efecto alguno sobre tu rendimiento. Dejas de hacer todo lo que se asociaba con estudiar y te encuentras que aprendes y sabes lo mismo y más que antes. Sencillamente, pierdes el miedo que te cegaba. El refuerzo negativo, suya sombra antes era suficiente para atemorizarte, empieza a fallar. Había una orquesta entera detrás de las cortinas, la autoridad se muestra tal y como es. Empiezas a notar el viento en la cara, más sensible de lo habitual después de las hostias que te has llevado, y sorprendentemente nunca te habías sentido tan bien.

Lo explico para que veas que no es ninguna revelación explosiva. No se le aparece satanás, una gran fuerza externa, al estudiante modélico y le obliga a dejarse el pelo largo y rebelarse contra el sistema. Todo lo que voy a decir ya lo intuía entonces, pero fue un proceso de ir descubriendo; pues hay una diferencia muy importante entre intuir o saber, entre sospechar y actuar contra esa sospecha. Aún más cuando todo referente anterior en tu vida te dice lo contrario de lo que ven tus propios ojos, cuando tus ídolos y modelos de conducta están asociados al mundo intelectual y la asociación obvia al mundo intelectual es el académico.

Uno puede ver muchos fallos, no hace falta ser un genio. Uno ve problemas o injusticias sobre todo cuando estas le afectan directamente, o cuando quiere racionalizar un suspenso, y no por eso tiene que ocurrir nada ni cambiar su conducta. Las típicas críticas, pero carecen de consistencia y son tumbadas con un par de frases aprendidas. Pero no por eso son menos reales, si alguien está en contra de todo lo que digo, ni siquiera podrá negar que como críticas, son una realidad y que algún origen tendrán. Puedo listar unas cuantas que seguro os suenan.

(1) Nada de lo que aprendemos sirve para la vida real.

(2) Nadie está interesado en lo que se está dando en clase, y si fuese así, la clase sería el último lugar donde lo manifestaría.

(3) No tiene sentido tener profesores licenciados si todo lo que enseñan es material de bachillerato que en teoría todo quien ha pasado por la secundaria en algún momento de su vida debería ser capaz de comprender. Es un sumidero para licenciados que aprovechan el hecho de que es más fácil en cuanto a organización separar el conocimiento en compartimentos estancos y se engañan con la idea de que su educación no ha sido en vano.

(4) El objetivo de un profesor en una clase no es que la clase aprenda sino mantener su control.

Los exámenes son a menudo una herramienta más de ello. Como soy incapaz de hacerte interesar por aquello que hago aunque en teoría me interese tanto que decidí dedicarme a ello, doy como sustituto el miedo a un examen futuro.

Cuanto más miedo tiene el profesor de perder el control, más extremos se vuelven; increíblemente fáciles o increíblemente difíciles, quizás con la esperanza de que si duele cura entonces si es duro es que aprenden.

(5) Las asignaturas o temas que se venden como para tener una base de conocimiento general están limitadas al país donde has nacido e ideología dominante actual, y son a menudo puras colecciones de fechas y datos sin transcendencia, relación ni continuidad.

(6) No aprendes a funcionar en una sociedad, aprendes a no molestar y obedecer a otros.

Suena ridículo, pero mucha gente llega a la universidad y necesita pedir permiso para ir al baño. No tiene por qué ser explícitamente pedir permiso, buscan encubrir el hecho de necesitar permiso, la mayoría de veces simplemente se lo dice a alguien sin motivo para ello, para indirectamente buscar justificación. Para salir de casa cuando ya vives solo, para ir a dormir tarde. Se lo dices a alguien por de alguna forma quitarte la responsabilidad si está mal. Siempre que haces algo fuera de lo normal, o estas en un sitio donde no están todos los demás, te sientes en peligro porque sientes estar haciendo algo que no debes hacer y por ello vas a ser castigado.


Profesor, ¿puedo ir al baño? 
 
¿Qué diablos me estas preguntando, que vas a hacer si te digo que no? 
Pues, esperar a que termine la clase.  
Quedan como cuarenta minutos.  
¿Puedo? 
Claro que puedes ir, porque tendrías que no poder ir, simplemente levántate y ve.


Tienes dieciocho años, si te tienes que ir te vas y ya está y a nadie le importa, reacciona.

(7) No aprendes a gestionar tiempo ni recursos, aprendes a asumir sin cuestionar carga de trabajo.

(8) No aprendes a pensar con lógica.

Lo más cerca que hemos estado en el instituto de hacer algo parecido fue hacer sudokus en tutoría, porque en las asignaturas donde debería estar, como mínimo de forma accidental, pensar resultó ser opcional.

Intentando contentar la masa de gente que no se le da bien el cálculo o simplemente no le gusta y forzarla a hacer una vez y otra algo que ya ha aprendido a detestar, se elimina la dificultad y el ejercicio del aparato lógico que tu cerebro aprovecharía; dandoles la razón cuando dicen que no sirve para nada. Aprendes a memorizar formulas, resoluciones de problemas tipo y nunca escuché una palabra sobre falacias ni sesgos cognitivos.

(9) No aprendes idiomas.

Aprendes sus estructuras formales y cadenas prefabricadas de palabras, nunca a hablarlos ni comprenderlos porque, por otra parte, tampoco se te exige. Llenas y llenas libros esos de workbook sin saber lo que haces, en modo automático, junto con sus radiocasetes y demás. Alguien le vendió una metodología absurda para aprender inglés al estado español en los años noventa y aún debe estar riéndose entre fardos llenos de billetes.

(10) No aprendes arte aunque lo lleve en el nombre de la asignatura. Aplicas el mismo formato de historia a lo relacionado con él y el de lengua a diseccionarlo con normas y tecnicismos.

En general, aprendes a estructurar formalmente una carta o una narración junto a sus correctos usos y formas pero nunca la idea de fondo de tener algo que expresar y que esos son medios y convenciones para hacerlo. Aprendes a contar silabas de poesía que eres incapaz de sentir porque nada de lo que haces ya bajo pupitres tiene nada que ver contigo. El sistema envenena todo lo que toca, pasarán diez años y aún temerás tocar un diccionario.

Analizamos la poesía o la semántica de las frases, no porque sea importante sino porque es fácil de evaluar y corregir, así se nos queda en la cabeza que escribir poesía es un mundo elitista donde solo tienen acceso los que saben de ortografía y de poesía. Una silaba mal contada, o un acento diacrítico menos o una palabra sin traducir son errores imperdonables; un cambio en el diccionario nacional de la lengua, material para las noticias. Podría estar horas escribiendo sobre el sentido de la vida y no importaría nada ante los ojos de una persona autodenominada culta porque cometería una falta. Me importa una mierda como se escribe en realidad, escribir bien es algo estético, igual que el no empezar las frases con una partícula en mayúsculas, y todo el mundo termina haciéndolo aún sin querer. Yo lo que quiero es decir algo, y en vez de darme herramientas me estas poniendo un montón de reglas y trabas, quizás lo mejor sea no decir nada.

Imaginad el meme ese de la profesora asiática apuntando a un mapa del mundo:


- what do you think this poem means? 
 
- (...) 
- no. that's wrong


Vamos a rebobinar y poner un poco de perspectiva a la situación.

Cierra los ojos.¹

Eres ahora un hijo de puta de doce años. Te crees muy importante y que te vas a comer el mundo.

Enfrente de ti hay un inmenso edificio de color blanco resplandeciente sobre la colina como uno imaginaría un ideal. Para llegar allí hay que subir una cuesta de unos cincuenta metros desde la valla hasta la entrada principal, una cuesta con jóvenes arboles a los dos lados, un sol radiante aún de finales de verano a la espalda y tú no puedes mirar hacia adelante porque el edificio blanco de arquitecto de diseño y que hace aguas cuando llueve por todas partes contrasta bellamente con el paisaje y refleja la luz del sol directamente a tus corneas debido a que el edificio, adivinad, es de color blanco.

Queda una única opción mientras acabado de levantar subes esa cuesta, y es mirar hacia abajo.

El mundo está lleno de símbolos.

Allí descubres un escenario nuevo: acceso a los baños restringidos, cámaras en los pasillos, guardias de profesores patrullando, ventanas que dan a rejas de hierro colado, pedir permiso para hablar, para levantarte. Chicos que llevan allí más tiempo que tu haciendo pasillo a la hora del patio lo que te obliga otra vez a pasar delante suyo mirando hacia abajo. Asistencia obligatoria, código de vestimenta, lectura universal y obligatoria, comportamiento en clase reglado al absurdo; y en caso de algún problema, no te preocupes, en vez de decírtelo a ti, vamos a llamar a tu casa y contarte lo terrible que es para el futuro que a tu hijo no le interese lo más mínimo el álgebra para que le des unos azotes.

¿Qué era lo importante para el futuro? ¡Lo importante para tu futuro es estudiar mucho y hacer caso a los profesores! Eso es lo que quieres tú también en realidad, pero como aun eres un crío pues no sabes nada de la vida.

No es el infierno. No te hacen jurar frente a banderas ni crucifijos como hacían con nuestros padres. No hay castigos físicos como a muchos les gustaría ni calabozos ni villanos, si fuese así, como mínimo nadie dudaría en marcar todo aquello como tu enemigo, pero no lo es. La maldad ha aprendido sutilezas con el tiempo. Es un paso lógico, obligatorio, el paso siguiente del mismo sistema de alfabetización que iniciamos años atrás. Para ti concretamente, chico competitivo, el siguiente estadio que conquistar.

Desgraciadamente, tiene demasiadas similitudes con una prisión como para ser visto, incluso para ti, como una tierra prometida. No seas exagerado, no es una prisión. Tienes razón, digo yo, no lo es. Pasaría mucho tiempo hasta que sus paredes se acostumbraran a verme con la silla apoyada en la pared trasera de las clases solitarias, mirando durante horas el pequeño espacio entre las ventanas de metal que dejaban vislumbrar mi pequeño trozo de cielo azul.






Espero que te vayas haciendo a la idea del tipo de persona que soy.

El gran templo del saber que anunciaban en la primaria abría sus puertas; para, ahora de verdad, hacer coses importantes. La verdad es que me interesaban mucho más las chicas y las magic que las clases en sí, pero me veía seducido por la idea de un futuro prometedor; pues yo era alguien responsable, por encima de todo aquello, destinado a grandes cosas. Motivado y con confianza. Inteligente porque no conocía otra explicación para las buenas notas, brillante cuando se presentaba la necesidad.

No podía defraudar con notables: llegados a ese punto, ya no es responsabilidad, es adicción, dependencia. Yo necesitaba reconocimiento de los profesores y de todo el mundo igual que esa chica en apariencia perfecta pasa las noches contando me gustas en su página de instagram. Todos queremos ser aceptados, simplemente buscamos para ello diferentes caminos.

Por inercia más que por voluntad, iba haciendo las cosas que otros esperan que haga, convirtiéndome otra vez en uno de esos niños ejemplares sacando excelentes, pero como el resultado de ningún éxito me importaba per se ni sacaba nada tangible de ello pese amenazas de saltar de curso, empecé recortando esfuerzos sin hacer resentir mis importantes notas. Los deberes se falsean, se da alguna excusa mala, de copia con el pulso tembloroso en algún examen. Me junté con gente igual que yo, que yo interpretaba mis iguales, quizás aunque puede no tener nada que ver, porque sacaban también notables y excelentes. Nos distanciábamos y mirábamos con desprecio aquellos que parecían incapaces de pensar con claridad, pues lo que hacíamos en clase nos parecía tan obvio que las preguntas a mano alzada y las dificultades para leer un simple párrafo en voz alta producían entre nosotros ojos perdidos en el cielo y risas entrecortadas.

Ocurría entonces algo extraño.

Quizás porque habían perdido en algún momento la carrera para ser buenos en clase, y habían buscado entonces consuelo en la vida social y nos llevaban en ella años de ventaja. Aquellos a lo que mirábamos con superioridad, no conocían a Hawking ni a Nietzsche, no habían visto con mis ojos El Club de la Lucha ni iban a ser un importante físico algún día como yo, pero eran capaces de gestas con las que yo no podía siquiera soñar. Pese a ser yo el listo, ellos eran los capaces de conseguir una chica, de mostrar confianza en lo que hacían, de ser capaces de encarar un profesor cuando yo era incapaz de encarar a mis padres o en general cualquier figura de autoridad. La mayoría de la gente no sabe que tiene un problema con ello, porque puedes enmascarar el hecho de obedecer con que solo quieren lo mejor para ti, hasta que crecen se hacen mayores consiguen una faena, su jefe les grita una sola vez y tiemblan entonces durante todo un día sumisos al borde las lágrimas porque no saben cómo reaccionar. No se trataba solo de que ellos tuviesen mas habilidades en la vida social, pues como todo, el secreto está en aprender un patrón que funcione y repetirlo hasta la saciedad; sino que no parecía existir una correlación entre las notas, el conocimiento la cultura y todo lo que había siempre asociado al mundo intelectual, y ser capaz de conseguir lo que quieres en la vida. Jugaba a ajedrez los domingos con gente de hasta cinco veces mi edad, sacaba montones de excelentes y los profesores me felicitaban por ello, era bueno en general haciendo cualquier cosa que me propusiese; pero me sentí entonces realmente estúpido. No estaba aprendiendo nada, solo recreándome en algo que ya desde un principio se me daba bien.

Uno siempre está a tiempo de aprender a ser un perdedor, pero las chicas son ahora, el presente, y la vida misma florece a los trece al liarte con una chica por primera vez. Cuando vuelves de vivir una semana en una acampada urbana protestando por el gobierno, cuando tomas drogas realmente duras. Vuelves y ese limitado mundo de clases profesores y pupitres, aunque aún ligado al intelectualismo, se te antoja terriblemente pequeño y absurdo.

Es muy fácil decir que tal cosa va a ser buena para un futuro hipotético, pero no se puede olvidar como factor que los alumnos tienen unos trece años y dos de conciencia real. ¿Quién se creería, a los treinta años, que debe olvidarse de lo que quiere ahora y centrarse en preparar los sesenta? Uno lo puede argumentar, pero aunque sean ciertas son solo palabras, y la vida está justo ahí fuera.

¿Es que supone que quien debería tener como ídolos son los profesores? Todo lo que consiguen es ser amargados funcionarios sin ninguna pasión por su trabajo. Yo no soy exactamente un millenial, nací en los noventa, pero incluso a mí el ideal de la postguerra, la recompensa al trabajo duro de una pacífica mediana edad con una familia, una casa y una faena estable se me antoja como algo lejano, que no tiene nada que ver conmigo. Está bien como final de Harry Potter, pero nada más.



There was skip scene. And suddenly they were all over 30 and happy with their 2.5 children. 
 
And the Millennials were left flailing in the dust.  
Because while we recognised and empathised with everything up to that point. But seeing the Golden Trio financially stable and content and married? That was not something our generation could recognise. Because we have no idea if we’re ever going to be able to reach that stage. Not with the world we’re living in right now. (...) Because we known Voldemort was just a symptom of the disease - in the Wizarding World. 
But don’t push us off with an 'all was well’. In a world about magic, JK Rowling finally broke our suspension of disbelief by having them all hit middle-class and middle-age contentment and expecting a fanbase of teenagers to accept it.


http://inksplattersandearlyhours.tumblr.com




¿Se supone que realmente estudiar seis años seguidos lo mismo, una y otra vez las guerras púnicas sirve para mi futuro? Resulta muy difícil seguir los consejos u órdenes de alguien cuando precisamente ese alguien simboliza todo lo que no quieres ser.

La brecha generacional es incluso mayor que hace treinta años, y no se detendrá. El argumento ya no debería ser, estudiad mucho y podréis algún día ser como yo; sino estudiad mucho y podréis algún día hacer lo que querías. Pero aún esto pierde fuerza, y es hasta irónico de usar para convencerte de estudiar exactamente lo mismo que los demás durante dieciocho años con el objetivo de ser singular.

Tiene que ser ahora, todo momento tiene que ser el momento.

¿Se supone que debo considerar normal encerrar niños en aulas para que personajes que no conocemos los controlen y les metan ideas en la cabeza? Hemos normalizado la idea por nuestro estilo de vida y porque de pequeños la vemos en televisión, pero antropológicamente no es muy normal. ¿Se supone realmente que alguien que vive en ese sistema y es consciente de sus fallos debe simplemente dejar pasar el chaparrón y esperar tiempos mejores?

Es imposible pretender que todas esas personas en el aula tengan los mismos intereses, mismo nivel, mismo momento emocional para que se le enseñe lo mismo al mismo tiempo. Es el equivalente a plantear un sistema de saneamiento que para que funcione deben ir todos al baño al mismo tiempo. No es serio, es un requerimiento inaceptable, y nadie entendería una sociedad obsesionada con perpetuar ese diseño, por muchas ventajas prácticas que ofrezca. Si los niños no salieran del sistema educativo conforme crecen o molestan, habría una revolución mundial estudiantil en uno o dos años. Ninguna mente adulta no adulterada aceptaría la misma situación que imponemos, desde algún tipo de pedestal, a nuestros menores.

Pero no se hecha a nadie, no directamente. Tiene que pasar algo realmente muy gordo para que un centro tenga el lujo de echar a uno de sus alumnos, la estrategia general es aburrirlos y que se vayan solos y funciona de maravilla. Cuando te alejas del dogma central, tú mismo eres el que quiere salir. Esa idea ni siquiera era una posibilidad dentro de mi cabeza, incluso en los peores momentos aguanté porque tenía un objetivo muy claro, yo perseguía incluso sin saberlo desde mucho tiempo atrás el paraíso anunciado de la vida universitaria; y el mundo tiende a apartarse cuando ve a alguien que sabe dónde va. Algún día entendí que los objetivos del centro al hacerme estudiar no eran los mismos que los míos al hacerlo, y pese a que continuaría haciéndolo, no sería por las mismas razones.

Encontré un lugar intermedio entre mis intereses secesionistas y mi papel de buen estudiante.

Había gente en mí mismo entorno que si bien quizás no compartían mis ideas, no fondo o no con la misma radicalidad, a menudo u ocasionalmente compartían el espíritu joven de temprana rebeldía. Algunos de ellos eran ocasionales, algunos otros temporales y la mayoría abandonaron el camino después de alguna u otra reprimenda o refuerzo negativo. Al principio era solo eso, pero la hostilidad recibida como respuesta a lo que consideraba cosas menores, los discursos melodramáticos y los burdos intentos de castigo empezaron a darme razones para pensar que no solo estaba haciendo lo que pensaba sino que con ello me enfrentaba a un enemigo real.

Después de mucho tiempo trampeando, disimulando, seleccionando y aprendiendo que deberes podía dejar de hacer y cuáles no, un buen día de finales de segundo decidí unilateralmente que hasta nuevo aviso no los haría nunca más. Yo quería seguir siendo un buen estudiante y sacar buenas notas, no me separé de lo que intuía era objetivo común de mi educación pero distinguí entre objetivos y medios, y decidí que ese medio no me gustaba. Mi poderoso aliado en la materia, un chico que conocí allí mismo llamado Alex Zarza y fanático de Matrix, no siguió a ciegas mi camino pero adoptó medias medidas parecidas al respecto; en diferentes estilos, nos mantuvimos en la cresta de la ola. Solo hacía trabajos obligatorios, pese a que me insistieron durante un tiempo que los deberes de hecho también lo eran. Consideré, en un principio también de sentido de justicia, que si un profesor no había sido capaz con la de horas haciendo nada y aburriéndome que pasaba en clase, de hacerme aprender lo que sea tenga que aprender; entonces los deberes y el estudio no eran un refuerzo sino una forma de cubrir su fracaso inherente.


- Las normas son las normas.  
- ¿Pero cuál es el objetivo de esta norma en concreto?  
- Empezamos mal.


El propio plantear preguntas de aquel tipo generaba una hostilidad que no podía comprender.

Teóricamente, los deberes son para consolidar los conocimientos que se adquieren en clase, lo sé.

Aprender algo y luego ser capaz de recordarlo en otro ambiente y en otro momento consolida lo aprendido y tal y tal. Lo sé. Hay procesos como por ejemplo para tocar un instrumento, en la que la automatización de las tareas básicas como tocar un acorde concreto, con una posición de manos exacta que no te puedes detener a pensar en cada momento, no pueden asumirse si no es por repetición; pero no estamos hablando de ejemplos concretos, es una práctica generalizada, era aceptable aprender a sumar automáticamente para aprender a multiplicar, pero llega un momento en que se acaban los para y se convierten en porque sí. En ese momento de dudas me hubiesen ganado si simplemente se hubiesen molestado en dar con un modelo interesante en el que sus métodos tuviesen efecto real, pero si algo así existe nunca les interesó, porque a su manera no nos tenían que convencer de nada ya. Seamos realistas, los profesores cubren sus acciones con argumentos y conceptos sobre teoría del aprendizaje, pero si mandan deberes es porque otros mandan o los han mandado en un pasado. Seamos realistas, si hablamos de consolidación de conocimientos, están mal diseñados para ese propósito: los deberes cubren el hecho de que los contenidos tendrían que se asimilados por su aplicación en algún otro momento y lugar, ¡porque deben ser necesarios en algún otro momento y lugar de la vida real! ¡Yo también puedo explicar durante una hora el proceso de fotosíntesis y asegurar que será útil en el futuro, si en el futuro yo mismo creo la necesidad de que sean útiles pidiendo trabajos y haciendo exámenes al respecto! Si realmente quieres consolidar algo, tienes que trabajártelo y crear una necesidad real que precise de usar esos conocimientos pero no sea repetir esos conocimientos porque sí.

No es fácil, pero se supone que te dedicas a esto. Se supone que si pones deberes es porque algo en concreto merece más atención de la habitual, no porque sea una costumbre.

Seamos realistas, lo importante de los deberes no es el que aparece en ellos, sino son los deberes en sí mismos y quien los hace o deja de hacer.

Pronto se adopta como ejemplo para el resto de la clase, aquellos que son capaces de dedicar sin dudar un segundo todo su tiempo a ello. El anunciado traspaso de modelo ideal de los listos a los aplicados tiene lugar, y la medida estándar para poner faena no es la que es necesaria sino la que es posible de asumir. Muchos de esos antiguos niños sobreocupados, dejan algunas o la mayoría de sus actividades para cubrir la nueva y creciente demanda de horas de estudio, pero siguen sin cambiar el hecho de que hacen del deber su único modo de vida. Los demás, en silencio sufren de que sean los estudiosos el modelo, obsesionados ahora con impresionar se les unen los anteriores listos, y se afanan en cumplir su papel, mas y más alejados del mundo real. En un solo paso, la virtud (aunque cuestionable por sus propias razones) ha dejado de ser una importante característica de los estudiantes modelo, y perdido para siempre el perpetuo concurso de popularidad que ya desde su nacimiento tenía al mundo intelectual como su gran enemigo. Llegado el punto, si te creíste de pequeño lo de ser inteligente, tienes que asumir la decisión de que para continuar los aplausos, como el ideal de la calle queda muy lejos, debes entrar en el nuevo mundo de significado haciendo la transición de listo a obediente y por lo tanto, impopular.



Por alguna razón, digna de un análisis profundo, la sociedad española tiende, por naturaleza, a premiar al bruto, al cretino, al zafio y ante todo, al que hace bandera y exhibición de la más absoluta ignorancia. 
Debe ser la única sociedad del mundo occidental que recompensa y celebra la estulticia ajena y la eleva a la categoría de virtud o gracia nacional.


el paraíso de los mediocres - gazzeta del apocalipsis



El resultado de una cultura en la que la virtud intelectual es un pecado, el trabajador inculto la masa y el trepa, el pelota y el déspota la figura de poder. Esos valores y esas tendencias se propagan de algún modo, no surgen de las rocas desde perpignan y tras bajar suavemente las costas acarician la península en la cola del viento de levante; se filtran de alguna forma impresos en nuestra sociedad, y culpar a la televisión se está quedando ya muy viejo.

Muchas fueron las conversaciones con profesores al respecto, con otros alumnos. Muchas historias, escenas que consideré batallas importantes en su momento pero ahora veo eran solo anécdotas de una pintura mayor, que fueron lo que me hizo convencer más y más de la farsa en que nos encontrábamos metidos. No un discurso racional y estructurado, no unas ideas perfectamente sosegadas enfrentando una voluntad opuesta. Pero era algo. La sensación omnipresente de que hay algo mas oscuro de lo que debería en el mundo.






Era, por ejemplo, un día cualquiera de principio de curso a la una y doce del mediodía. 

Me encontraba comentaba con mi amigo, al que llamaremos Mark Rutzou, sobre los emocionantes eventos del verano pasado en el montclar, y yo veía como aparentemente los desafíos de la mutua competición y coordinación me habían convertido en alguien capaz de hacer cosas y a veces decir algunas interesantes. Había dejado del todo el ajedrez, sospesaba con mi amigo la posibilidad de apuntarnos algún día a baloncesto; durante el curso jugábamos al ogame, quedábamos con Dani Campos y le dedicábamos canciones y comentarios jocosos. Pero antes que todo eso, por el momento, volvíamos al instituto y eso significaba volver a nuestros papeles. En el horario había una optativa, un vacío de unas tres horas a la semana que los más listos de la clase llenaron con una actividad de vóley en el gimnasio. En cambio, no los que éramos, sino los que nos creíamos los más listos, nos juntamos con sinvergüenzas de otras clases con quien teníamos mucho en común y nos adentramos en los grandes lodos de aquello que se anunciaba en un gran letrero como genética.

Esta es la asignatura para listos, así que voy a demostrar cuan listo soy apuntándome a esta asignatura. Nadie lo hubiese formulado directamente así, ni siquiera atrevido a pensar, pero era la verdad.

Tenía en realidad interés por la genética, me he tirado incontables horas mirando conferencias, leyendo y mirando vídeos sobre algoritmos de aprendizaje por selección natural, devorando con el tiempo lecturas personales como el gen egoísta, el relojero ciego y the game, sobretodo años después cuando conseguí recuperarme de aquellas nefastas clases. Las once o doce personas reunidas en esa sala escuchábamos los primeros días en silencio el torrente de información en forma de definiciones escritas en piedra para situarnos y empezar a adentrarnos en los conceptos y la materia. Eso pensaba yo. Apuntamos esas sentencias en una libreta comprada con las características personalizadas al gusto de la profesora, y con diferentes colores nos pusimos a algo llamado genética mendeliana, que son unos emparejamientos entre unos círculos que representan seres vivos y que dan las probabilidades de que la descendencia sea de una forma particular. Descubierto el método por un monje gregoriano perdido en las montañas trescientos años atrás, no se tarda más de diez minutos en enseñar las bases para hacer susodichos emparejamientos, y diez más para trabajar con un par de conceptos asociados. Una vez has hecho un par, a partir de entonces es como una especie de juego, un buscaminas en el sentido de que mas complejidad está limitado en hacer la pantalla más grande, o como un sudoku en el sentido que con la información que tienes debes buscar las piezas que faltan.

No tengo nada en contra de los juegos lógicos orientales, son muy útiles para mantener la mente activa pero con la excepción de life, definitivamente poco tienen que ver con aprender a comprender la genética de los seres vivos.

Cuando mi hermana, quien dejó el bachillerato humanístico a los dos meses porque decía era demasiado difícil, accedió a la prueba de selectividad a través de una FP años más tarde, me pidió que le ayudase a aprender a hacer esos cruces. Tardamos aproximadamente media hora en que fuese capaz de resolver prácticamente cada problema sin mi ayuda, de todos los ejercicios que pudimos encontrar. Nosotros, los chicos listos de segundo, pasamos tres horas a la semana durante las cuarenta semanas de curso tirando a lo bajo, más las horas de cuando lo volvimos a dar exactamente lo mismo con la misma profesora en bachillerato; menos horas de teoría y otros menesteres, yo calculo unas cien horas de mi vida perdidas haciendo jodidos emparejamientos mendelianos. Hasta leímos un libro, pero no un libro sobre genética, no estamos hablando de Darwin, Dawkins, Lovelock. Leímos un libro para niños, para niños, en voz alta y entre todos. El argumento vehicular, a través del cual el chico adolescente acomplejado y su nueva maestra tenían sus aventuras, era un emparejamiento de mendel que se podía resolver en diez segundos.

El instituto compró todos los ejemplares.

Me aburrí tanto en esa clase, que aprendí a escribir y resolver los ejercicios sin apartar la vista de la profesora, una tal Brigit, y anunciar que había terminado antes de acabar la pregunta (de obligatoria copia en color diferente de bolígrafo para diferenciar de las respuestas). Es que era verdad, es que me terminé ese libro que tardamos semanas en leer en dos horas, y me pasaba las clases agonizando porque no se me dejaba hacer ninguna otra cosa porque debía estar atento a la lectura. Me aburrí tanto, que aprendí a escribir con la otra mano, y entregaba papeles arrugados y con letra de un niño de cuatro años y dibujos a los alrededores. No señores, los chicos no están en una edad tonta ni tienen PHDH: se aburren.

Como esta, mil y más; el sistema ya demasiado enfermo es incapaz de propiamente enseñar al estudiante, así que suple sus incapacidades y la necesidad de mantener la apariencia con alargadas horas de estudio, con énfasis en temas considerados centrales, que alejan al estudiante de nada que le pueda interesar. Se llenan libretas y libretas de folios de información ejercicios enteros copiados del propio libro que se podrían contestar con un número o una frase. Esos mares de pseudoinformación inútil nunca nadie los va a volver a leer, ni para estudiar ni para nada, pero se castiga su ausencia. El tamaño del conocimiento crece con los años sin ser relacionado ni tratado en profundidad, porque se vuelve a tratar en años venideros, y se convierte en sí mismo en un obstáculo para aprender hasta que no sea memorizado, inmortalizado en esas libretas, y después de un día concreto dado para siempre aprendido y aparcado hasta el año siguiente. Se vuelve un sistema rígido, donde lejos ya de comprender nada y equivocado de raíz, su objetivo no es la educación sino la propia supervivencia del método educativo.

Para ello, para mantener esa apariencia de avanzar y de aprender mucho, la acumulación de información superficial requiere de más y más deberes, libretas, exámenes y en definitiva se necesita más tiempo del que los profesores le pueden dedicar en una clase de una hora. Así que todos los profesores piden más horas en su asignatura, y como no se las dan y son incapaces en las propias de hacer su trabajo, tú te las vas a tener que inventar.

Me hartaba sin medida toda aquel argumento y normas basados en la sobreprotección. Aunque te las apañes sin ello, tienes que hacer todo correcto lo hacemos para que aprendas y lo uses cuando lo necesites de verdad. El argumento no estaba mal, pero era injuriante, cansino, altamente hartante copiar enunciados, hacer resúmenes porque contaban para nota y no para usarlos para estudiar. Ya no estaba mirando una función, la función era yo, quien estaba actuando era yo. Tú no puedes adelantar el ritmo de una clase porque un estudiante se aburre o va adelantado, eso lo entiendo hasta yo, pero tampoco no ofrecer ninguna opción. Es absurdo un modelo, no solo educativo sino empresarial o de gobierno, en el que cuando alguien quiere conseguir algo más se le castigue por ello. La única opción que queda, que por suerte ya casi no se usa, es subir a los estudiantes un nivel más arriba en el mismo edificio con problemas de construcción. No irá más deprisa, no se solucionará el problema de fondo y probablemente los esfuerzos de adaptación ocuparán la motivación que tenía que estar empleada en sí misma y no en otro lugar.

Un sistema educativo no tiene por qué ser una máquina de generar genios o personas especiales, pero tienes que dar una salida al talento, sea del tipo que sea, porque difícilmente va a coincidir con virtud académica y será una cosa un obstáculo para la otra. No prepararse para un Carlus Magnusen, que puede ocurrir, pero magnusen hay uno en el mundo; creer que no hay, no un punto medio sino un universo entero entre la mediocridad y un tipo de genio como él, es un gran error.

Creo que todo esto tiene que ver con la percepción general del talento y la imagen que se da a los genios en este país o en esta cultura. Son gente que no tienen que ver contigo. Personajes extraños de quien años después hacen películas en Hollywood. Son otras personas, nacidas con un don espectacular que sobrepasará todas las dificultadas para brillar por encima del cielo invernal. Incluso en la historia, se nombran y se memorizan sus fechas de vida y muerte, pero nunca se explica quiénes eran exactamente o porque eran especiales; es como si, se supone que lo son y ya está porque si no, no aparecerían allí, es lo suyo. Un día aparecerá alguien y será un estudiante modelo y jugará muy bien al futbol, una persona excelente y ganará un nobel de literatura. Es el complejo de inferioridad quien habla, que solo acepta la virtud ajena si es lo suficientemente lejana como para ser impersonal, y no si es una compañera de clase o el alumno que se niega a hacer tus deberes.



La educación es la única industria en la que el alumno es a la vez cliente, intermediario y producto final y en ninguno de esos papeles lleva la razón.

En cualquier otra faena, si no eres capaz de hacer tu trabajo te despedirían o nunca te habrían contratado en primer lugar, y si muchos profesores están allí precisamente porque son funcionarios como no nos pueden echar se los van rifando entre diferentes centros. Si durante todo un curso, a cuatro horas semanales, eres incapaz de hacer asimilar el veinte por ciento de un libro de cien a doscientas páginas a una mente sana es que ocurren dos o tres cosas a la vez. Tu no vales como profesor, tu método es ineficiente, y tus alumnos pese a llevar diez años sabiendo leer nadie se ha molestado a enseñarles a entender lo que leen. La solución a un motor que pierde combustible no es echar cada vez más y más para que funcione al ritmo que debería. Pero como yo soy el profesor más duro del lugar, voy a hacer que me respeten perdiendo el tiempo en clase y doblando luego el número de horas que dediquen a mi asignatura fuera de ella. Más carbón.

Poco a poco, uno va asociando el aprender, el escuchar y hasta el leer y pensar a esos deberes infernales, clases aburridas y pupitres anclados al piso. Consiguiendo que la mayoría de gente que pasa por el sistema educativo, aunque satisfactoriamente, no vuelva a coger un libro en su vida al salir de él. Al final da igual lo que diga el profesor delante la pizarra, si has empezado a dudar del sistema, te va a parecer mierda pura, porque lo vas a asociar a aquello que has aprendido a odiar. Anclaje emocional. Psicología ciento uno. Cuando las personas empiezan a caer en la desesperación, más se aferran o les hace aferrar al aspecto más duro y sacrificado del sistema, creyendo que sufrir les traerá la salvación. Profesores particulares, academias, estudiar toda la noche anterior, más deberes, más trabajos, más agachar la cabeza.

Hasta que llega un momento que se hartan y terminan creyendo que son estúpidos. Lo terminan siendo, porque les han convencido de que pensar no es algo que vaya con ellos.


- Eso son cosa de listos.


Tampoco me voy a subir al carro y decir que todo el mundo es igual, que todo el mundo es un genio a su manera y que tu hijo lo que le pasa es que es especial y tiene talento para las motos. Pero viniendo de mí, te aseguro que ya es algo.

Los resultados al final del año, no se acaban de corresponder siempre a lo que querrían los profesores.

Para su desgracia, no pueden cambiar la realidad, y están estableciendo con los exámenes la sanísima costumbre de pensar y tomar decisiones, que es precisamente lo que no enseñan en sus clases y deberes y de lo que con un poco de base, alex y yo íbamos bastante sobrados. En las notas empezaba a importar mucho más el volumen de deberes que has hecho, las faltas de ortografía de tu absolutamente correcta redacción, de las veces que has ido a hablar de lo bien que te cae el profesor. Factores, que, obviamente, corresponden a lo que el profesor quiere; tiempo dedicado más que esfuerzo real e imaginación. Tiempo que aportan el prototipo de personas obedientes que no cuestionen su autoridad intelectual y van a hacer lo que se espera que ellas aunque no les guste, sin cuestionar gran cosa. También en los exámenes había un ligero sesgo de notas, pero todo junto no podía convertir el excelente del rebelde en un suspenso ni el cero del estudiante en un aprobado.

Aún.

Nunca había entrado realmente de lleno en todo el sistema de molido y memorización, hacía años que me molestaba en tratar de comprender las cosas a mi manera. Incluso cuando dejé de hacer deberes no creía que fuesen inútiles del todo, me ponía a escuchar en clase y creía que eso era la clave del éxito y que de alguna forma con ello cubría lo que por otro lado dejaba de hacer. Me percaté que como realmente aprendía era pensando y lo de estudiar era algo que hacía porque había visto a mis hermanas hacerlo y parecía que era lo que había que hacer. Los exámenes no solían perfectos, porque obviamente palabras memorizadas puntúan más que palabras propias con signos de razonamiento, pero pese a eso, combinado con que nadie se había dado cuenta aún de cómo odiaba a mis profesores ni de que no hacia los deberes, y de que mi única motivación para ir a clase era que me gustaba alguna de mis compañeras; saque un solitario siete y unos seis o siete nueves en mi segundo año de la secundaria.

Recuerdo las palabras de una de aquellas chicas que me habían gustado en el pasado cuando le conté, a la edad con quien realmente solo puedes hablar sinceramente con chicas, que estaba triste al respecto, que me aburría sin remedio durante horas y horas y que no quería realmente estar allí ni tenía un motivo para querer ir cada día. Me contestó que estaba depre, que de que me quejaba con las notas que tenía, y que ya se me pasaría.

Esa respuesta, además ejemplificar mi fracaso en cuanto a conquista romántica, me dejó sin habla, nunca lo había pensado en ese tema así, de una forma tan simple; podía sentir crecer una brecha entra la realidad de la gente que me rodeaba. Tenía parte de razón, tampoco era la vida ninguna tortura, un día era así el otro casi ni me acordaba; otra gente lo pasaba mucho peor. Pero estar eventualmente triste o deprimido por algo no significa que ese algo no tenga importancia, que se vaya a pasar no significa que sus causas no sean reales. Algo estaba ocurriendo sin duda, tímidamente estaba empezando a cambiar mi conducta y los resultados eran buenos.

Mi desencanto era ya una carrera de largo recorrido que a otros había pasado desapercibida, como van las notas, bien; y parecía apuntar a ninguna dirección más que a la que yo mismo pudiese encontrar.

¿Cómo no apuntarse a la ola de rebeldía e independencia intelectual que me daba buenos resultados, no solo académicos, sino en mi vida personal? Perdí un poco el miedo, me sentía a la cola del viento por primera vez, sin los pies en el suelo, no haciendo lo que debía. Era tomando el tipo de decisiones que se supone no debía tomar lo que me hacía conseguir lo que quería, no dentro de diez años con una faena estable, sino aquí y ahora. Crecer como persona y encontrar retos y aventuras, eso es algo con lo que el instituto no podía competir. Los mismos valores de pensamiento crítico que nos pretendían enseñar, aunque ausentes en la práctica, apuntaban directamente contra la cabeza de su creador. Había descubierto que las palabras de mis ídolos en papel no eran solo eso, que decían cosas contra lo que siempre les había asociado. Había descubierto que mis ideas y las suyas tenían el poder de cambiar mi vida, la forma en la que los otros me veían, a mí mismo y mi mundo alrededor. Esas palabras sonaban muy por encima de las de siempre, ya sabidas perdidas el efecto tras oírlas repetidas una y otra vez.

Una nota es solo un numero en un papel, que nada puede decirme quien soy yo.

A lo que todo el mundo respondía, y deseaba, que algún día la hostia me iba a llegar y vería entonces con la conmoción la claridad, de que ellos llevan razón, y quedaría descubierto ante mi lo que ellos llaman la realidad. No se trata ahora de que necesites estudiar y hacer deberes para aprobar, sino que te acostumbres para cuando llegue el momento de la verdad.

El momento es ahora. ¿Dónde está la verdad?

¹Ya los puedes abrir.








Parte I             Education Labor Through

Parte II            Dulce Introducción a la Secundaria

Parte III           I Met God, She's Gay and He's Black

Parte IV           Independent Though Alarm

Parte V            The Times They Are A-Changing

Parte VI           Jesus of Suburbia I

Parte VII          Jesus of Suburbia II

Parte VIII         The Beginning and the End






la deseducacion, dulce introduccion a la secundaria
the decay of western civilization /?
random local guys