[Semana 23] ¡La primavera ha llegado! y Concierto de Vita Imana en Barcelona


Fotamenes invernales propiedad de: Barbara
Semana 23 de la vida universitaria y concierto de Vita Imana.

Comentan por ahí que ha llegado la primavera, que los días son más largos, y la noches menos frías. No puedo, sin embargo, compartir vuestro entusiasmo; aquí cada día me parece igual, la cara del viejo impresa en un libro que me mira con dureza cuando escribo y el ruido de los coches y las luces de las calles de Barcelona. Entiendo lo de noches menos frías, pues ahora puedo sobrevivir en mi piso sin la necesidad de encontrar motivación para vestirme, lo cual es de agradecer; pero lo de los días más largos es un cuento chino, aquí, sigue oscureciendo siempre demasiado temprano, y la falta de día está convirtiendo la noche, mi eterno refugio, en mi medio natural. No me molesta la soledad, pero si la falta de gente con quien compartirla. Apenas unos cuantos rezagados quedan a estas horas, mas refugiados que conquistadores.

Vivo de destellos de inspiración, que serian capaces de mover pueblos enteros si estos no durmiesen por la noche, esperando en vano que el día les traiga cosas mejores; pero no lo hace.

De alguna manera tienen razón. Por el día es cuando pasan cosas, cuando tu tiempo parece útil. Parece. Durante unos días, la necesidad te obliga transportarte, lo que implica sentirte activo. Te duchas, te afeitas, lavas la ropa, te preparas la comida, le dices a todo un mundo al que no le importa lo mas mínimo tu vida que te vas a la universidad y sales por la puerta. Te encuentras, ocho horas más tarde, en la misma exacta posición, exhausto, con la sensación de merecer un descanso después de un día de trabajo. Te paras a pensar y realmente no has hecho nada. Tus sueños parecen tan lejos hoy como ayer, repasas el último mes de tu vida y lo único que has hecho es cumplir tus obligaciones. 



Sales con tus amigos, te fuerzas un poco a salir del refugio que te has construido al no poder controlar un corral que te viene demasiado grande. Haces cervezas en terrazas, quizás un par más de la cuenta, pero no sabéis que hacer. Lo hicimos todo demasiado rápido y nos quedamos sin ideas, ahora avanzar ya no puede ser fruto de la inspiración puntual y el acto irreflexivo, requiere de esfuerzo constante, algo que he aprendido a evitar durante los largos años de instituto. La única aventura posible es la de ir a buscar algún veneno negado por las autoridades locales; toda aventura es ir al borde de las reglas, más que nada por seguir algún tipo de borde predefinido, por no ir a tientas por las noches de la incipiente primavera. Vuelves, anestesiado, ocho horas después al punto de partida. Te paras a pensar y realmente no has hecho nada. Tus sueños parecen tan lejos hoy como ayer.

Es sábado noche y hoy no voy a salir de fiesta. La quietud y pesadez de mi piso poco organizado y mi cama que lleva meses sin hacer puede parecer algo aburrido, pero es mi aburrimiento, lo puedo manejar; lo puedo distraer con un par de páginas de internet con información que no necesito, algún blog mal maquetado y alguna chica aleatoria con la que hablar de tonterías hasta que me duerma. Independientemente de con quien hable por las noches, hay un desfile algo cambiante de chicas que van y vienen a mi piso con cierta regularidad, con las que paso un rato deseando poseerlas y un buen rato deseando que se vayan para poder hablar con otras. Las acompaño hasta el metro, viaje por el que me niego a ponerme zapatos; finalmente se van, me doy la vuelta, veo mi piso desde la calle; me paro a pensar y me doy cuenta de que, otra vez, ocho horas después, estoy en el punto de partida.



Por otro lado…

¡LLEGA LA TEMPORADA DE LEGGINS! 

Coja al imbécil de amigo que tenga más a mano y, cada vez que veáis una chica en leggins, gritad bien fuerte LEGGINS y golpeadle el hombro con todas vuestra fuerzas, con el puño, con un plátano, con la cabeza, con una silla, que más da, lo importante es hacer de esto un espectáculo. Olvidad todo lo que he dicho antes. Que noche ni que pesadez ni qué sentido de la vida, LEGGINS es todo el sentido que la vida necesita. Los chicos cambiamos de ropa a un ritmo lento, acorde a la velocidad del cambio de temperaturas, pero a las chicas les importa el tiempo un pimiento; tienen marcadas en su calendario el cambio de estación con letras rojas el día porque implica que ya es socialmente aceptable empezar a llevar camisetas de tirantes y pantalones más cortos que la mayoría de mis calzoncillos.

Cerveza en terrazas, hablar hasta bien entrada la noche, quedarme en mi piso sin helarme, solo o con la compañía de chicas aleatorias, ir a la universidad y pasarlo de miedo haciendo prácticas de mierda,  cumplir 10.000 posts en Tumblr, hacer fotos de madrugada, escribir mas que nunca y estudiar menos que nunca, comentar la jugada en el bar de la facultad y enamorarte una o dos veces a cada viaje de metro/ferrocarril de esa chica de delante de ti que mira el móvil con indiferencia, luego a ti, sonríe, mira por la ventana con un gesto ensoñador, no la vuelves a ver en tu puta vida y en ese exacto momento en que se levanta y pasa en frente de ti sabes que esos leggins no te los podrás quitar de la cabeza y te perseguirán durante el resto de tus días en la tierra.

¡La primavera ha llegado!



Aunque haya dedicado salir de fiesta, nada me impide ir a dar una vuelta por la noche.

Concretamente este sábado iba de metal la cosa, de moverme por Marina pero, ojo, no salir de fiesta, que no es lo mismo, salir de fiesta es una actitud, y yo voy a dar una vuelta. Me avisan de un concierto el viernes, tocan unos tal Nami y otros tal Vita Imana, de los cuales no había oído hablar en mi vida y se supone tocan Trash o algo parecido, me levanto el sábado y apenas me da tiempo de vestirme adecuadamente para la ocasión porque el concierto empieza a las nueve de la noche. Almuerzo alguna cosilla y empiezo a andar hacia mi destino.




Al poco rato me doy cuenta de que no tengo ni idea de dónde voy exactamente. Si, la sala se llama Bóveda, y he estado antes con esa gente un buen día en que salí a dar una vueltecita, nos ofrecieron cerveza fría extremadamente barata y volví ocho horas después al piso. El problema es que me lo pasé suficientemente bien como para no acordarme de cómo llegamos ahí, me suena que no estaba muy lejos de Sr. Lobo pues fuimos andando desde ahí. Ese día pasó un poco de todo, sonó Héroes del Silencio en una discoteca, algo inédito para mi hasta la fecha, y cuando nos quedamos sin presupuesto, por ahí las cuatro de la noche, nos dedicamos a requisar litronas de cerveza y calimocho enteras de las barras sujeta vasos desprovistas de vigilancia, aunque le di todo el calimocho a mis acompañantes, porque beber calimocho es muy de salir de fiesta, y yo no estaba saliendo de fiesta.

Llego entonces a Sr. Lobo, me dejo guiar por mi intuición, giro un par de calles, paso de largo de l’Ovella Negre, entro dentro de un bar al azar a preguntar y me encuentro todo el ejército de gente con quien había quedado. Bien jugado Barcelona, no sé cómo coño lo haces para que me encuentre siempre gente conocida, te debo una. Resultó que Bóveda estaba bastante más lejos de lo que había pensado en un primer momento, pero finalmente llegamos ahí, y contemplo como mi chaqueta blanca me hace parecer un pijo al lado de un mar uniforme de camisetas negras de grupos de lo más variopintos (hay, esas ganas de reivindicar la individualidad a veces se vuelven contra ti). Entramos y empiezan los teloneros.



Buena gente; el guitarra molaba poderosamente y el cantante casi me provoca un ictus cuando después de la primera canción empieza a hablar en catalán. En seguida me entra la paranoia, ¿habrá cantado en catalán y no me habré enterado? Yo tenía la cabeza en otras cosas y simplemente dejaba la música entrar sin escuchar la letra; no sería la primera vez que me pasa, afortunadamente las siguientes canciones las cantó en inglés y no creo que la primera fuese una excepción. 

Fue un bolo de calentamiento, aún era temprano, la gente no iba borracha yo no había tomado nada y no hubo pogo ni grandes altercados. Yo estaba mucho pero que mucho en mi mundo, me empecé a preguntar cómo me influye según que música en nuestra manera de pensar y sentir, notando como al estar expuesto a un cierto tipo de música parece que mi cabeza funciona a su mismo ritmo; la música reflejando actitudes, ritmos y noté el cariz ritual, como pagano, que se refleja los conciertos de metal y no todo el mundo puede entender. Semejante fumada no me ocurría desde el último H-Titud Fest, aunque en ese caso el thc me acompañó en la velada.



Terminaron, salimos un rato, y al poco ya empezaba el plato fuerte de la noche, Vita Imana, y en ese momento tomé una decisión inaudita en mí, escuchar el siguiente concierto desde el fondo.

Yo siempre he defendido que la música hay que vivirla, que hay música que está hecha para bailar, para saltar, golpear, emborracharte, cantar a pulmón y que los conciertos de metal están hechos para ello, sobretodo el estilo que nos esperaba. He estado en muchos conciertos en mi vida, e incluyendo conciertos de grupos desconocidos con diez personas de público, casi siempre he estado al pie del cañón y quejándome después de que la mayoría, que bailan solo con su rítmica aceptación con la cabeza, no entienden el espectáculo. Pues bien, el sábado fue diferente, la multitud eran los de pegarse y cantar y no a mí no me apetecía formar parte ello, y menos de un grupo que no conocía, di un par de pasos atrás, miré, y luego di unos cuantos más. No renuncié al concierto porque no me gustaba como otras veces, como por ejemplo con No More Lies en Sant Feliu (aunque seguro me voy a ganar un par de enemigos por lo que acabo de decir), simplemente quería experimentar, continuar la sensación de dejar fluir la música que había tenido en la primera parte.

Aunque he de reconocer que son buenos de cojones y una gente muy maja.

Empezó el concierto y durante las primeras canciones no los entendí. Quizás fueron el par de interrupciones por problemas técnicos, pero temí no entrar en la música. Veía rabia, veía energía, pero parecía injustificada, veía el cantante gritar saltar y contorsionarse pero como si fuese una conducta aprendida. Pasaron así las primeras tres canciones, empezaba a notar el hambre en mi estómago y las ganas de irme a mi refugio; pero un amigo me había prometido un kebab al termino del concierto y, ciertamente, en la sala se estaba bastante bien, yo estaba en una posición elevada, al lado de donde un par de semanas antes había cantado I want to break free subido a un banco de madera, había bastante gente pero cero sensación de agobio porque la gente se concentraba en el centro de la pista, y así, sonó la cuarta canción.

Suerte que decidí quedarme.

Sonó una canción llamada Mar de Cristales, y conforme iba empezando, notaba que esa era diferente. De golpe, los entendí, entendí su música. La canción dura unos diez minutos, pero a mí se me pasaron volando, en una nube; mi única preocupación durante la canción fue que no se terminase, y el estado de inmersión volvió a mí durante lo que quedó del genial y lleno de energía concierto, que así continuó hasta que se terminó. 



Salimos, hablamos de metal, de actitudes, del insoportable peso de las apariencias, de vikingos y de traspasar aquellas actitudes y músicas que te sientes atraído a tu propia vida y como mucha gente lamentablemente se queda solo con las estéticas o las costumbres propias de la tribu suburbana. Obtuve mi querido kebab, nos encontramos gente y entramos con una amiga en Lobo a pasar un poco el rato, corear rock español, hacer futuros planes, bailar openings desconocidos y me marché a las 4 a escribir The Game, porque, total, yo solo había salido a dar una vuelta.

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