Hay dos formas de acercarse a la costa: desde la tierra, o desde la profundidad de las aguas.
Desde la tierra, acercarse al mar tiene algo de instintivo y ancestral; los pueblos del mundo que han crecido pintados de azul recuerdan durante mucho tiempo su profundidad y se encuentran conectados a él. Una imagen de un chico perdura en nuestro inconsciente, uno que durante algunos años va a la playa a jugar y bañarse con su familia y no hacer nada del otro mundo; pero que luego un día se gira y mira al horizonte una vez mas, y sin acabar de comprender, empieza a intuir su poder.
No importa donde me encuentre, estoy desorientado si no se hacia que dirección está el mar. Consecuencias quizás de haber nacido en un pueblo física, espiritual y eternamente dividido entre arriba y abajo. Cuando se esta perdido, aquí hay que tomar todos los caminos que bajan, y al final del descendiente sendero, haya lo que haya tras él, te puedes reagrupar y reorganizar. No es una cuestión de que la posición sea exactamente relevante al problema, la cuestión es que el mar tiene que estar ahí. Los años que me pasé en barcelona no creo que me acercase mas de dos veces en total, pero su presencia y la extraña seguridad de saber donde esta mantenían el sentido al levantarse y encontrarse en una habitación oscura sin ventanas ni casi, puertas.
Todo cambia a las personas.
En este lugar, la vida parece diseñada para ser recordada mas que para ser vivida. Inevitablemente los recuerdos de tu juventud se amontonan alrededor de la arena; el verano, las fiestas de agosto, el hecho de que cuando quedes con una chica y no sepas que hacer con ella acabéis andando hacia abajo, hacia el límite, a la ermita mas alta o el faro mas lejano. Por desgracia no se trata solo de nostalgia, poco a poco ya no es lo mismo, tu no eres el mismo y también el verano, las barrakas y las chicas han cambiado; no solo parecen no ser ya para ti, sino que también se desvanecen ante los demás. La población envejece, y el espíritu lo hace con él.
En formas cambiantes pero efectos parecidos, a lo largo de los tiempos los barcos entrando y saliendo han forjado el carácter de generaciones enteras. La perfecta impredicibilidad, de si ese grupo de pescadores, padres, esposos y abuelos, va a volver nunca de una noche de tormenta; de si los que son tus amigos de siempre se van de un día para otro van a formar parte realmente de tu vida como antes lo habían hecho, de si esa gente que viene en grandes navíos tiene buenas o malas intenciones, de si entre estos turistas va a haber la chica con la que siempre he soñado o habrá el chico soñado para la chica de la que estoy enamorado el resto del año.
Quien seré yo a su lado, aunque brillante en comparación a otro aburrido chico de siempre, frente a lo que puede ofrecer la impredicibilidad de las aguas.
Las condiciones duras forjan afirmaciones fuertes, totalidades y absolutismos; pero el clima cálido y cambiante, no la estabilidad ideológica, crea a la vez personas capaces de alimentarse de grandes, quizás ingentes, cantidades de fuerza. Siempre estamos a un paso, de embarcarnos en un barco que ayer no sabíamos que existía, y partir; donde sea, a cuba, a LA, al otro lado del mar; de cualquier mar. No añoramos la otra orilla, solo queremos salir de esta. Tenemos un reactivo bajo la piel, una posibilidad mantenida en nuestra mente de en cualquier momento, irnos muy lejos. Aunque estemos bien, aunque no ocurra nada. Existe una extraña tendencia a salir de este lugar.
Todas las cosas, también las herederas de la situación geográfica de tu nacimiento afectan a quien eres, aunque creas que no te atañen a ti ni sean miedos reales que condicionen tu pensamiento, aunque nunca hayas perdido nadie en la mar ni temas hacerlo, aunque haga dos años que estás aquí y realmente no hayas ido a ver el mar; la profundidad transciende el contacto directo y el aire transmite las cosas que determinan el carácter de un pueblo. Quien sabe cual es el alcance de su poder. El espíritu etéreo del lugar y los miedos de tus antepasados reposan no en la posición relativa de la estrellas ni necesariamente el contacto directo con el agua; se encuentra en las rocas, en las personas, los caminos, el viento, las formas de los edificios. Podría haberse secado, que nadie se percatase de ello, y seguir en el subconsciente colectivo las consecuencias de su existencia durante siglos y siglos.
¿Estas seguro de que, después de todo, el mar está ahí?
No importa que lo sepas, a veces hay que abandonar la torre de cristal donde los artistas crean y eruditos admiran antigua sabiduría, y desollar al tierra con un azada, amarrar fuerte el arte de estribor, montar un andamio bajo el sol de agosto. y también de vez en cuando hay que ir a ver el mar.
Hay que ir, como el chico que recuerda y mueve medio mundo para volver. Porque aunque sepas todo lo que significa aún lo tienes que sentir, porque tu cuerpo tiene que reconocer el origen de las cosas a un nivel instintivo para que realmente puedas pensar. No hablo de ir a la playa, ni pararte en un mirador aprovechando que vas a otro sitio, no con el coche y dos amigos a fumar porros o lo que sea que os metáis. Solo, aunque esté a cincuenta minutos, andando, una jodida y fría tarde de abril. Te aconsejo decir a la gente donde vas y porque. Alude a teorías conspiratorias y a que en realidad no sabemos nada; Newton era un fraude, Tom Bombadil es el Rey Brujo de Angmar y que los mapas digan que la Costa Brava esta realmente en la costa pueden perfectamente estar mintiendo.
Uno se va acercando, desde cualquier lugar, dejando que el instinto le guíe sin seguir carreteras ni caminos. Atravesarás praderas y campos de arboles perfectamente alineados al lado de grandes vías de circulación. Arboledas salvajes y pequeños turones. Aquí el terreno es accidentado y no encontraras inacabables desiertos donde solo hay arena, ni desfiladeros sobre cañones sobre desnuda roca viva. Te acercarás, después de semanas creciendo esta idea en tu cabeza, sintiendo en tus pulmones el aroma del mar siempre queda un poco mas allá, el destino prometido, el recuerdo idealizado, y veras al fin el horizonte azul tendido sobre una linea de blanco que separa el agua del cielo y te preguntaras quizás que tiene de especial. Pero bajo tus pies no hay una agradable playa turística ni ninguna suave bajada para que puedas tocar el agua y fundirte con lo que has venido desde tan lejos a ver. Te verás sostenido, cinco metros mas arriba, donde ves por primera vez que el verde del camino, los arboles y las flores nacen en realidad de una piedra rojiza, dura y afilada en sus puntas, erosionada pero capaz aún de cortar.
La realidad te da la bienvenida con el repicar violento de las olas y el carácter antes intuido de un mar dócil se desmorona junto las castigadas por el oleaje paredes de los acantilados. Tu contemplas desde la seguridad de las alturas, y puedes ver al final que la sutil frontera entre el mundo cruel y la libertad del océano abierto es insondable mas que aquellos dispuestos a enfrentar a la muerte.
Aquí el viento es mas fuerte, sientes que no puedes estar aquí parado mucho tiempo o te vas a congelar, pues una chaqueta abierta y pantalones largos, suficientes para cualquier otro sitio a muchos kilómetros a la redonda, no son suficientes. Sientes que cuando te marches no vas a volver en mucho tiempo, pero te sabe a vacío, a que has venido a hacer algo mas. ¿Vas intentar, ya que estas aquí, alcanzar las aguas? ¿Vas a descender penosamente por el camino que te parezca mas accesible? Nunca te lo has planteado, ni quieres, ni tiene ningún sentido; pero tienes el abismo a literalmente un paso mas adelante. ¿Pero porque deberías hacer algo así? ¿Intentas demostrar a alguien que porque puedes? No. Te vas a quedar de pie, mirando el horizonte, pensando en tus mierdas. Harás bien. Esto no es dover, querido eric, aquí los acantilados tienen algo, que parece conducir a la locura.
A los hombres que fijamente, al viento, al mar, y a las cumbres borrascosas.
Segundo movimiento:
Hay dos formas de acercarse a la costa: desde la tierra, o desde la profundidad de las aguas.
Desde la profundidad de las aguas, el sol brilla con fuerza sobre el mar, ilumina los pueblos bendecidos con sus playas, sus calas de piedra, los arboles de los acantilados a dos metros del agua; el aire es limpio y el mañana parece prometedor, y en la lejanía se distingue una figura sobre las rocas: es Joan Colomo, (escuchar de fondo para leer el resto) vestido todo de blanco, con el pecho al aire y gafas de sol retro; tocando la guitarra sobre las rocas de Begur.
Todo lo que mantengo ahora lo voy a cambiar después
todo lo que parece cierto incierto es lo que va a parecer
todo lo que estoy diciendo te lo voy a decir del revés
todo lo que podría ser no es para nada lo que va a ser.
¿A que viene esto? ¿Que pinta aquí Colomo, a quien ya habíamos dado por olvidado, vestido de Julio Iglesias, haciendo paridas por el pueblo?
No se trata de una parodia de los videoclips de los artistas nacionales que durante los sesenta se grababan vestidos de dandis y vendían a una España franquista y cerrada su propia versión de las playas paradisíacas del caribe a una población empobrecida y decadente. No, es mejor. Es uno de ellos. Uno de esos extraños casos donde la parodia-homenaje transciende la critica y se convierte en el máximo exponente de lo que imita. Ese videoclip es el Quijote de los vídeos rancios con el mediterráneo, y la costa brava, de fondo a modo de edén de pacotilla.
En cierta secuencia, la cámara inicia un plano corto con él, y nuestra vista esta fijada; pero luego el plano se aleja, y en algún momento, que difiere para cada uno, nos damos cuenta de que todo a lo que estábamos fijados con la vista y con el alma; ideas, pareja, trabajo, nino bravo y el indio flautista es en realidad nada comparado con un fondo de el mar en movimiento, imperecedero, que se ríe de nuestra escala del tiempo y que hace ya rato se ve en pantalla que es en realidad lo que ocupa la gran inmensidad en la escena.
Unos locales, de fondo, durante toda la cinta, representan en total armonía y paz lo que podría ser la misma danza de la vida. Hipnotizan, puedes ver el vídeo sin casi prestarles atención un par de veces, y luego diez veces mas simplemente contemplando lo que hacen ellos, queriendo mas, y mas, de esa danza desconocida y extrañamente atrayente. ¿Lo entendéis? ¿Entendéis lo que significan? Esos somos nosotros, despreocupados y celebrando la vida con buena comida y buen vino, así es como nos vemos desde la profundidad. Realizando apaciblemente nuestra danza ritual, sea cual sea, ofreciendo nuestras chicas en sostenedores hechos con cocos y nuestra comida con platos de barro y coronas de flores. Raramente van a aparecer perdidos fuera de posición mirando el mar desde acantilados, porque cuando hacemos eso estamos ya fuera del cuadro.
Un mundo en el que nuestra identidad es ser un producto para el gran gigante. Vendemos recuerdos a otros, y por el rebote del destino recuerdos es lo que somos, y bajo el miedo de la futura y cierta nostalgia vivimos y perecemos.
Quizás no sea tan raro después de todo, tener la necesidad de salir de este lugar.
En la tierra prometida, no somos los primeros que crecemos en la ambición secreta de abandonar el paraíso. Cerca del mar, con las ideas de siglos preconcebidas sobre su romanticismo, tienes la sensación de estar viviendo para recordar después, y aunque sean malos momentos, temes la futura nostalgia que sabes vas a sentir por estos días. La nostalgia inunda cada uno de los rincones de esta ciudad. Sabes que vas a volver, por mucha fuerza por muy total, inamovible, haya sido tu decisión de no hacerlo nunca.
Derrotados, nosotros volvimos y nos vemos atados, incapaces de dar un paso mas; pero mas que un consuelo para nuestra caída, las aguas, los caminos, el cielo azul, la juventud, el sol brillante y la belleza de estas tierras es un irónico castigo por el pecado, y el deseo, de haber querido marchar de este lugar y aún no haberlo conseguido.
Sin ningún remordimiento, de la noche al día olvidamos y relegamos al pasado a Joan Colomo cuando sacó un disco que llevábamos meses esperando. De ser un héroe para nuestra pequeña generación y sonar en cada fiesta, cada noche en skull, de ser cantado sin necesidad de siquiera alcohol drogas ni oportunidad y símbolo de nuestra misma existencia como comunidad. De hablar con cristian acerca de entrevistarle para random local guys y tener que contar a alguien cada vez que nos lo cruzábamos por el raval. Pasamos meses sin mencionar su nombre. Sin decir una palabra ni siquiera mencionar que el disco no nos había gustado; simplemente desapareció de nuestras vidas. Lo aceptamos sin darnos cuenta, como un paso mas, natural e inevitable, que no había ni que hablar para entender, ligado a nuestra propia transición personal. Quizás no era ni culpa del disco, que aunque no nos hubiese gustado no tendría que haber como para desterrar al olvido a él y todo lo que había en otros días significado, quizás era porque era una de esas preciosas y únicas ocasiones en la vida que puedes renunciar a un ideal y echarle la culpa a la persona detrás, en vez de a ti mismo. Pues la mayoría de nuestros ídolos están ya muertos y su historia por lo tanto escrita; todo cambio relevante a su estatus significaría sin lugar a dudas una necesidad propia de liberación, quizás una idea demasiado pesada para alguien intentando ser libre de la carga de su propia existencia.
Un día, sin previo aviso, volviste a nosotros; y en los tres minutos que dura el vídeo el proceso de meses de desvincularte de tu figura y tu ideal desapareció. Pasé después una semana entera escuchando exclusivamente esta canción y otra luego mirando vídeos y escuchando viejos himnos recuperando el tiempo perdido en nuestra relación como si simplemente fuésemos dos amigos que se han distanciado y ahora vuelto a encontrar, sin rabia, sin enojo, sin proceso traumático. Pero ambos sabemos que no es así.
Me da rabia que hayamos sido después de todo incapaces de librarnos de ti.
¿Resulta la tendencia familiar?
La locura de los pueblos esta forjada por su historia, y también por la tierra en la que viven. Lo mismo que la imprediciblidad del mar y el efímero de la totalidad son endémicos a la masa de agua informe que llamamos el mediterráneo; cada pueblo de este mundo, esté en despeñaperros o shangai, encuentra su locura en algún lugar. Quizás los pueblos de las estepas, y de las tierra de inacabables campos de arroz ven su vida sin fronteras y ahí reside su locura, no menor que la nuestra; con el mundo y tiempo extendiéndose sin fin en todas direcciones por igual, en vez de únicamente hacia el otro lado del horizonte azul.
Una violenta linea de fuego pinta el mar al atardecer, Joan Colomo ya se ha ido, momento en el que sabes que has estado perdiendo el tiempo junto a un estúpido acantilado pensando tonterías (otra vez): en realidad no hay nada de malo con las cosas que haces, la vida esta llena de todo por lo que has luchado, hay cosas que crees, cosas que te gustan y cosas que no; pero el mundo no es tan radical. No quieres cruzar el mar en ninguna dirección, ni en particular ni en general. Los pueblos pueden tener carácter, pero en realidad no es tan definitivo ni tan importante, pues en todos lados hay buena gente y gente mala; y lo importante son las personas y al final las decisiones que cambian nuestra vida las tomamos nosotros.
La experiencia ha estado bien, pero ahora tienes que volver a casa; y pese a que la vida real carece de música defondo y no siempre es un remake de los sesenta, seguir con la danza ritual.
Joan Colomo y la locura de los pueblos
los acantilados de la locura
the decay of western civilization part 4/?