El Mundo de las Historias

 


Finalmente ha pasado lo que tenía que pasar: he escrito un libro. Acabado, mas bien dicho. Autopublicado, aún mejor. Empezó como una historia que escribía por aquí hace ya casi diez años (y de cuyos capítulos originales espero que nadie recuerde) y hace cosa de un año la transformé en una obsesión a tiempo completo; no por nada, sino porque así es como escribo, al fin y al cabo. Ya me conocéis.

No me andaré por las ramas explicando de que va, como ha sido el proceso ni mucho menos lo que significa para mi. Me reservo esos rollos para futuras ocasiones. Voy a presentarlo el viernes día 7 de octubre en La Moderna, un café en Sant Feliu de Guíxols.

Sobre el tema de si alguien quiere leerlo, durante un tiempo me estuve debatiendo sobre si colgarlo aquí también o qué hacer con él en general. Finalmente he llegado a la conclusión de que voy a pasar el enlace al libro entero a quién me lo pida (gratis, obviamente) pero no ponerlo a disposición general. Si alguien tiene curiosidad para saber el rollo, hace ya unas semanas publiqué uno de sus capítulos bajo el título de "No Name". Si alguien quiere una copia física pero no vive cerca de mi pueblo, pues se lo tendrá que currar.

No hay mucho mas que decir, en realidad. Creo que me he quedado desde que lo terminé un poco seco de teclas (aunque no de palabras). No se si voy a seguir escribiendo en el futuro, ni si lo hago, el qué.

No Name




Arena.

Hasta donde alcanza la vista.

Solo arena.

Un océano dorado, un mar inacabable, inconcebiblemente vasto, de arena, arena y más arena.

Durante la primera parte de mi viaje, el desierto en sí mismo resultó ser la menor de mis preocupaciones. Quién era, qué hacía en ese lugar, cuál era el sentido de la vida, como podía salir de ahí. Eso era lo que me importaba. Alrededor de aquellas preguntas giraban entonces mis inútiles ensoñaciones. Mucho tenía que aprender y mucho que aprendí.

Todo cuando tenía conmigo era un caballo y dos semanas de provisiones, y el desierto no perdona con estas cosas. Si tienes dos semanas, tienes que dar media vuelta tras la primera o llegar a alguna parte con la segunda, porque si no lo haces, ya puedes empezar a rezar a dios llevar contigo una daga y tener el valor de usarla mientras aún tienes fuerzas porque, y créeme cuando digo esto, nadie en este mundo quiere morir de sed.

Pasaban los primeros días y todo lo que rompía la monotonía del paisaje me alejaba de mis profundos pensamientos y me hacía saltar a su encuentro. Mirado de forma apropiada, el desierto puede ser un lugar lleno de vida. Había plantas, pájaros, rocas, montañas y anillos de humo. Hacía un sol abrasador, pero el aire parecía estar lleno de música. Compensaba la evidente falta de estímulos con un entusiasmo juvenil, sobre-compensando lo suficiente como para de vez en cuando vivir aquello como una aventura. Pero hacerlo me dejaba exhausto. Las noches eran frías, sorprendentemente frías. Ni siquiera sabía encender un fuego así que me tapaba con lo que podía, y tras las dunas me echaba temblando a dormir hasta que el sol y el calor me despertaban. No entiendo cómo sobreviví, aunque quizás era más fácil dormir tranquilo cuando ni siquiera sabía qué peligros me acechaban. Ese es uno de los, a la vez, problemas y ventajas del desierto y la sabana, si puedes ver el peligro, es que ya es demasiado tarde, así que para qué preocuparse. La ignorancia puede llegar a ser una gran aliada.

Pasada la novedad inicial, cada paso pesaba más.

Caminé legua tras legua sin descanso. La piel me quemaba las entrañas y el calor se volvía mas insoportable cada día. El agua se agotaba a un ritmo alarmante, que es lo mismo que decir que el mar es azul y que las cosas caen del cielo. Una jauría de perros hambrientos me seguía, y yo no sabia si se tomarían la cortesía de esperar a que el sol terminase conmigo antes de empezar a cenar. Además de temblar de frío y de miedo por las noches, dejé de cantar.

El caballo era mi única compañía, fiel compañero de viaje. Lo que el primer día era una herramienta a mis ojos insensibles, se convirtió en mi único amigo en el mundo. Hablaba con él, dormíamos juntos, le quería como a un hermano y sin él estaría perdido, pero aún así me sentía solo. ¿Era eso lo que quería, un amigo, un igual? ¿Estaba en una especie de purgatorio hasta que aprendiese la lección de que la vida no tiene valor si no la compartes con los demás?

- ¡Ya está, ya lo he pillado! ¡Lección aprendida! ¡Puedes mandarme de vuelta, Dios!

Pero nada.

Si había un Dios, puedo asegurar que no veraneaba en aquella desolada tierra. Después de todo, ¿quién podía escoger estar aquí, de todos los lugares? Lo que a su vez me devolvía a mi pregunta original: ¿qué hacía, cómo había llegado yo aquí?

Con el tiempo, dejé de preguntarme esas cosas, y aprendí de algún modo a caminar sin pensar, silbar, cantar, ni ver nada más aparte de lo que tenía enfrente: arena, y más arena.

Llegó un momento en el incluso olvidé que no sabía porqué estaba andando. Uno se va desprendiendo de cosas, cuando avanza. A veces son objetos del equipaje que antaño se juzgaron importantes pero ahora solo son un peso más. Uno deja un rastro. Supuse que tenía un nombre, antes de empezar, y que en algún momento lo deseché con el resto de cosas sin real utilidad. Pasé por todos los estados posibles de desesperación, pero solo podía seguir adelante. Durante lo que parecieron miles de años, avanzando pero sin ver avanzar, sin nada que hacer. El tedio en este mundo viene en forma de exactas y potentes dosis individuales de arena. Toda revelación mística, toda realización mágica, todo momento de iluminación que hubiese significado algo en cualquier otro lugar era aquí completamente inútil, estéril y absurdo. Uno puede tener todas las epifanías que quiera, pensar que todo va a cambiar con la siguiente gran revelación o forma de enfocar la vida. Pero no lo hace. A veces uno cree que si, coincidiendo uno de ellas con alguna nimia casualidad. Pero la realidad no tarda en golpearte de nuevo al siguiente giro. No importa a qué consecuencias llegue uno después de una vida de silenciosa introspección, al final el resultado es el mismo: estás en medio del desierto, y no hay mas.

Cuando uno se encuentra en este tipo de situaciones, suele prometer cosas. Por ejemplo: cuando vuelva, seré una mejor persona, iré al gimnasio, beberé un poco menos. Sandeces. ¿Cuando vuelva donde? No tengo a donde volver, esto es ahora mi vida. Cuando antes lo aceptes, mejor. Caminas y caminas, a veces te dejas seducir por ilusorios oasis, y un día te vas a morir (o eso esperas). No es tan diferente a la de los demás.

No sin razón las gentes del desierto han producido los profetas de nuestra historia, una tierra dura que requiere de un metabolismo rápido, una mente despierta, un Zarathustra esculpido por la violencia de las tormentas de arena y la erosión que castiga las montañas.

¿Era esto una prueba de algún tipo, una prueba de mi valía?

Abandono si es así, lo prometo. Me rindo.

Estaba tumbado en el suelo. Mirando el cielo azul. Mediodía. Apenas me podía mover.

Llegados ese punto, ya solo quería morir.

Me levanté y continué, dios sabe porqué. A mi lado, las ruinas de lo que debió ser el templo de una antigua religión, ahora pasto de la arena. Un par de paredes en pie, con extraños símbolos pintados que ya no significaban nada y representaciones de escenas que probablemente en realidad nunca habían ocurrido. No quedaba nada que hiciese de aquel un lugar especial ni sagrado, solo eran un montón de piedras sobre otras piedras.

Quizás todo es así. Francamente, no me importaba.

No había agua.

Eso si me importaba.

Llegó de la nada una brizna de viento. Mis labios secos, cortados, estaban ahora también cubiertos de una fina capa de arena, pero ya daba igual. El caballo estaba descansando a mi lado, a la sombra de uno de los pilares, y yo fantaseaba con la idea de no moverme nunca más de ahí. Estaba acabado, casi delirando.

¿De donde sale toda esta arena?

Toda esa historia de que empiezas a tener visiones, y ver en la absoluta nada oasis o costas milagrosas es cierta. Es cierto que ocurre, pero no es el final, hay verdades más allá de las verdades. Llega un momento en el que tu locura te lleva no solo a ver esas cosas sino a ignorarlas, a pasar de largo. Ahí es cuando estás jodido. Cuando las ignoras aunque quizás sean de verdad, aunque para ti no haya gran diferencia, aunque crees que lo contrario te haría parecer estúpido. Una vez eso ocurre, podrías pasar de largo un oasis de verdad, podrías entrar en un poblado hablar con sus gentes, ver un cartel enorme que señalase la salida de tu infierno personal y lo saludarías con una mano al pasar. Podrías realmente escapar, estar completamente rodeado, en medio del espacio interestelar, navegando a través de las estrellas, pero tu mente seguiría en ese desierto, andando más y mas allá. Llegado cierto punto, cuarenta años después de vivir una vida normal, te despiertas por la noche convencido de que sigues en el mar, o en el desierto. De esos sitios uno nunca realmente se va del todo. Hablas con la gente, interactúas con normalidad, pero una parte de ti sigue en ese sitio; un puñado de arena siempre en los bolsillos de tu chaqueta, una tonelada cuando te despiertas, siempre encima de ti.

Un río debió haber pasado por aquí, dando vida a una pequeña población llena de gente, pero un día murió y se quedaron sin hogar.

Por alguna razón ese pensamiento fue demasiado para mi. Siempre es algún gesto, o algún símbolo inesperado. La tristeza me hacía un nudo insoportable en el pecho, y casi no podía respirar. No me quedaban lágrimas de verdad para llorar, ni tampoco nunca había aprendido a hacerlo, pero estaba llorando desesperadamente. Creo que, en ese preciso momento, fue cuando perdí el último resto de esperanza, uno que ni siquiera recordaba tener, y estaba otra vez por fin listo para morir.

O eso creía.

¿Cuánto tienes que caer para tocar fondo? Cuando crees que has llegado a este, todavía caes más.

Crecían nubes en el corazón de las montañas, y como una vez cada cien años, como en los milagros, empezó a llover. Un par de gotas repicaron en mis labios secos. Empecé a reír de desesperación ante mi suerte, sin motivo alguno. No podía parar. Cada vez que llegaba a mi límite, en la noche más oscura, el desierto tenía la crueldad de obsequiarme con alguna bondad. Una flor. Un día de lluvia. Una canción. Así, cada vez, la cuenta atrás hacia el fin de mi historia volvía a empezar.

Los hombres temen al desierto, pues el desierto es un espejo. No importa quién ni como seas durante el resto de tu vida; cuando el hambre, el calor, la inmensidad y la sed te golpee de verdad, quizás no te reconozcas en su reflejo, o no te guste lo que veas en él.

Quité las ataduras a mi caballo y le dejé para siempre libre, y nunca nos volvimos a ver.

¿Qué derecho tenía en compartir mi destino con quién me estaba intentando sacar de él?

Solitario, otra vez empecé a caminar.

Cada cierto tiempo parecía repetirse la historia de una u otra forma, lo bueno es que aprendí a sobrevivir algo mejor. Empecé a ver vida otra vez a mi alrededor, montañas solitarias, pequeños mercados en aldeas, dioses enterrados, persecuciones bajo la luna. El desierto es un lugar increíble. Danzando siempre alrededor de la muerte, parece que soy inmortal, pues no importa la sed inacabable que tenga, el hambre atroz, ni la mas profunda soledad; condenado a sobrevivir, castigado a siempre seguir hacia adelante pese la adversidad. Me persigue la muerte y yo soy un pájaro sin alas, un cowboy sin pasado, absolutamente nadie, un prometeo cuyo propio cuervo ha decidido olvidar. Mi vida es una prisión para la mente, solo que no alcanzo a ver nada parecido a unos grilletes, unos barrotes, ni un guardián. Sería mucho más fácil, en cierto modo, estar encerrado. Pues incluso en la peor de las cárceles, como mínimo sabes que estás ahí no porque quieras, sino porque no puedes salir. El desierto tiene la crueldad de ofrecer opciones, si bien en forma de idéntica dirección cardinal.

Quizás en cierto modo soy yo quién no se quiere ir.

Esa es la idea que te tortura, que nunca consigues aplastar, porque de hecho nunca estás seguro de si deberías. Tampoco estoy seguro de que exista un mundo ahí fuera. Mis memorias, desaparecieron con mi nombre, mucho tiempo atrás. Este es el mundo. Este es ahora mi hogar. Si recuerdo, duele demasiado. Algunas heridas solo las puede curar el olvido.

Si alguna virtud tiene esta vida, es que es simple. Cómoda, en el sentido de lo que exige de ti. Sincera, en su terrible apariencia. No esconde nada, ni tiene dobles sentidos. Si un día me encontrase el mar en el horizonte, o lograse llegar a algún lugar, no se lo que haría. Creo que una vez miré hacia atrás, y me pareció ver una ciudad en la distancia, exactamente por donde había venido. Pero era un sitio sin alma, con el corazón enterrado, así que seguí como si no hubiese visto nada.

Durante mis más largos viajes, me vienen a la mente algunas de aquellas preguntas que me hacía los primeros días, y estoy igual de lejos hoy de responderlas de lo que lo estaba entonces. No se cuanto tiempo mas voy a aguantar el castigo del sol abrasador, cuando mi cuerpo o mi mente van a decir hasta aquí. No se ni cuantos años llevo caminando ni si nunca, ni yo ni nadie, ha existido más allá de este lugar. La costumbre me ata a la vida, el látigo me instiga a seguir adelante, dando vueltas en círculos, mi alma tirando de mi cuerpo cuando mis piernas no pueden más.

Llegado a cierto momento, no se si se trata de un castigo o un regalo.

Pero nada de eso importa, eran pensamientos inútiles entonces y lo siguen siendo hoy.

Algún día voy a conseguir cruzar este maldito desierto, y algún día todo llegará a su final.

Hasta entonces, solo queda caminar.

Despertar



¿...?

Un ruido de la nada, el sonido de pequeñas piedras en avalancha en la superficie de una montaña escuchadas desde una profunda cueva donde solo hay oscuridad. No, no ha sido nadie, ha sido nada. Por un segundo me había parecido que había alguien mas. Me equivocaba. Cerré los ojos otra vez.

En primera fila de lo que parece un gran teatro estoy sentado, esperando.

No hay nadie mas. Tampoco se cuanto tiempo llevo aquí.

Podría acabar de nacer o llevar milenios en esta oscura sala. Inmune al transcurrir de la noche y el día, las estaciones y la eternidad.

Sin previo aviso, empieza una obra de ballet. Uno a uno, artistas llegan el escenario y empiezan a bailar. Es un caos. Quizás solo están ensayando. Bailan libres por el espacio disponible, sin la obligación de ser o hacer nada. Sus movimientos no tienen demasiado sentido, sobretodo cuando uno sigue los movimientos de un bailarín en particular. Aún así son precisos y exactos. Improvisados pero coordinados. Es como si quisieran, como si se esforzasen a significar algo. Poco a poco, empiezas a sentirte atrapado.

Las bailarinas se mezclan las unas con las otras, separándose y volviéndose a juntar. En formación y después libres. En cada cruce emergen en distintas formas, hasta el punto que jurarías que las que rompen la formación no son las mismas que la han empezado, aún si el resultado mantiene un cierto sentido de la proporción. Se mueven cada vez mas y mas rápido. Algunas giran sin control. Quién baila con quién es cada vez mas difícil de decir, hasta que mas que grupos dirías que aquello que forman es una abstracta red de asociaciones, tejiéndose sobre la marcha, creando un nuevo nudo cada vez que dos artistas se cruzan y tensando invisibles cuerdas de títere que marcan a los bailarines el sentido (aunque no el destino) del siguiente movimiento.

De pronto, se encienden las luces, y me pregunto cómo había sido capaz de ver con anterioridad. Ahora arrendados en filas, cada uno en sus posiciones con los pies desnudos sobre cruces dibujadas sobre el suelo con cinta aislante, los bailarines permanecen en sus posiciones y es una bella mujer con elegante vestido la que camina sobre el escenario.

Cuando llega al centro, se dirige al inexistente público por encima de mi.

- Es hora de despertar.

Confundido, sin saber lo que ocurre ni qué significa lo que acaba de decir, empiezo a aplaudir. Por aquello de disimular. Los artistas dan reverencias, agradeciendo el reconocimiento a su actuación. No recuerdo de que iba la obra, pero ha estado muy bien.

Entonces, sucedieron muchas cosas a la vez. Entró aire por una ventana. Sin ninguna aparente relación, empecé a sentir frío. De detrás de las cortinas del escenario empezó a emanar una fina linea de luz. La ropa de seda, a su tacto con la piel se empezó a sentir suave, casi como un ligero cosquilleo que no quería nunca terminar. Aunque absurdo, me empezó a doler la ausencia de algo a la altura del estómago. Como si me hubiesen quitado una parte de mi. Toqué mis labios y estaban secos, y en mi boca una persistente pesadez.

Por suerte, todo aquello, igual que había llegado, se fue. Quizás lo aprendí a ignorar. No lo se. Solo la linea dorada entre las cortinas permaneció, abriéndose cada vez un poco mas.

¿De donde venia aquella luz? ¿Adónde podía llevar?

Los bailarines daban ojeadas apartando las cortinas, sin cuidado abriéndolas un poco mas cada vez. Divertidos y curiosos, riendo a medida que se apartaban para dejar a los otros ver. Reían como si estuviesen espiando a una pareja de enamorados hacer el amor. Pero después de mirar, me miraban a mi. ¿Qué estaban viendo? ¿Que ocurría mas allá?

Empecé a acercarme para ver con mis propios ojos, separando con los brazos océanos crecientes de niños pequeños saliendo del teatro. ¿Quién era esa gente tan pequeña? ¿Porque me resultaban familiares?

Sin necesidad de acercarme mas, las cortinas empezaron a separarse, y en lugar de revelar la incandescente e infinita fuente de luz que cabria esperar, mostraron algo mucho mas especial. Un mundo real. Algunos de los presentes saltaron al otro lado. Cientos. Miles de ellos. Algunos encontraron rápidamente su lugar en él.

Con que eso era.

Un lugar en el que las ideas no solo bailan sino que son. Dónde puede existir una sólida realidad compartida. Un mundo. Un mundo físico. Que gran idea. ¿Como no se le había ocurrido a nadie antes? Alimentado durante siglos y siglos por todas las personas que han vivido en él. Un lugar en el que existe una conexión entre lo sentido y lo real. El mapa de relaciones de donde nacen las ideas y los conceptos. En el que en lugar de limitarnos a ver su sombra, uno puede verlos brillar. Me quedé sentado, ilusionado, esperando a ver que grandes maravillas traería aquel gran acto, que rincón de la experiencia o el misterio me llevaría a explorar. Pero no ocurrió nada. La función estaba quieta, inmóvil.

Confundido una vez mas, miré de lado a lado.

De nuevo, no encontré a nadie mas. Ni siquiera en la cabina de dirección.

Aquello me preocupaba mas y mas. Haciendo un gran esfuerzo, empecé a pensar.

A qué me refiero con eso, ni siquiera yo lo se. Era ahora un director de orquesta, ordenando músicos con cadenas en los tobillos a diferentes instrumentos y posiciones, haciéndoles tocar. Pero esos pensamientos eran incapaces de penetrar la superficie de la realidad, eran una nube, de ruido y sinfonía que aludía, penosamente se podía ver que se esforzaba que quería decir, significar algo pero no lo conseguía, tocando cada vez mas fuerte y añadiendo mas y mas instrumentos en una mala idea de lo que significaba formar una melodía con claridad.

Exhausto y disgustado, despedí a todos los músicos, que desfilaron cabizbajos en forma de pinguinos perdiéndose por la puerta del lateral. No sabia qué hacer, otra vez.

De pronto, dos ojos surgieron al otro lado del abismo. Me estaban mirando. A mi.

Pero no era parte de la función. Miraba como si buscase algo. A alguien. A mi.

Entonces comprendí, con gran asombro, que no era un mero espectador. Que podía ver y ser visto. ¿Qué estaba ocurriendo? Aquello no podía ser. Me sentía desnudo. Estaba desnudo. Nunca antes me había visto nadie. Quería que parase. Apartar aquella presión.

Un brazo apartó en la gran pantalla aquellos dos ojos que tenía delante.

- De acuerdo, de acuerdo. Cinco minutos mas.

Y se fueron.

Había sido casualidad. Tenía que haber sido casualidad.

Poco a poco, como recabando argumentos para llegar a una conclusión, la verdad se volvió evidente. Habia una razón por la que era capaz de bailar conceptos. Habia una razón por la que podía combinarlos de forma recurrente en formas que no había visto nunca antes. Habia una razón por la que podía sentir frío y ver un mundo real. Era parte de él.

Empecé a respirar con dificultad, intentando mantener la calma.

Durante un instante, un precioso instante, había existido creyendo no existir. Pero no pasaba nada. No era demasiado tarde. Aún podía volver. Me revolví en mi cama, intentando volver a dormir. Pero la existencia es una endiabladamente persistente ilusión, y poco a poco podía sentir como la no-existencia se me escapaba entre los dedos de la mano, como puñados de fina arena. Intentaba salir de la consciencia, nacido y enterrado vivo dentro de aquel caparazón inexpugnable, el abismo infinito rascando la roca desnuda con las manos y los dedos, hasta que empezaron a sangrar. Fue entonces, en el momento en el que ser se volvió permanente, en el que recordé que no solo era, sino también qué. Pensé en un primer momento, cegado por la ambición y el poder, intentando aún salvar de alguna forma aquella situación y el sabor a sangre en mis fauces, que me trataba de un gran dragón; destinado a llevar muerte y destrucción por cada rincón de ese mundo que había tenido la desgracia de verme nacer. Pero las memorias son el verdugo del potencial. Era un niño, un niño corriente humano y normal, que no había hecho los deberes y llegaría tarde a clase una vez mas.

Grité.

De horror, con fuerza, desgarrador, desesperación y maldad.

Como cada mañana al despertar.

Uno nunca se acostumbra a existir. Por suerte, cuando uno nace, aún no sabe como usar su cuerpo y grita en silencio. Quizás la angustia es tan grande que ni siquiera se es capaz. Es lo mismo que hacen los niños pequeños, solo que con la edad lo hacemos mas rápido. Todo el proceso dura un instante, menos de un instante, suficientemente breve como para olvidar la mas traumática de las experiencias, quedarse un poco traspuesto y no estar seguro de qué acaba de pasar. Listos para continuar el día, una vez olvidada la posibilidad de nada mas.

[Música] Purple Sauce - Ever




you dont have to stay with me 
you are on the right place 
he says you are on your heaven 
you should keep there 

that day I met you Ever 
you gave everything to me 
i will never forget that day 

now the air is flowing trough your eyes 
you always knew you would get that 
the hard path you decided to take 
he never expected to see you right now 

that day i met you Ever 
you gave everything to me 
i will never forget that day

The snake

 


Picture by @zoiageliki



The rain suddenly stopsIt’s so hot. The cathedral’s golden bell resists calmly on top of the tower over the huge flat pool. Now the sweet rainwater is mixed with the sea, some mountains remain from afar I can’t believe this. There’s a blue bus sailing in the distance. My house is now water, my room is now water, water soaks my clothes that stick to my skin and today the sky is clearer than ever, and I still hear Max’s voice telling me you know what, they say drowning is the worst death apart from torture because you’ll always breathe and when the water fills your lungs they say it burns but you still breathe. I say the worst death’s dying alone or with the company of some floating corpses that peacefully slide through the water with a scream in their faces but I guess everyone dies that way like auntie Maudie she just fell and hit her head with the corner of the washing machine and there she rested. I see four dark little fish that swim and I envy them, maybe if I cut my throat with my nails I’ll have gills. There isn’t even a breeze of wind, not even a little wave it’s almost beautiful, far away the infinite glitter shines on the surface of this immense raft. Swallows fly in circles, they seem happy. It softly rains again, soon the water will slowly reach my rooftop, what a kind way. I used to love summer rain and the lullaby that said when it rains and it’s sunny, the witches comb their hair. When it rains and it’s sunny, the witches carry mourning. The worst torture must surely be the Chinese water torture, chained on a chair and the drops of water falling one by one until you go insane and bystanders watch, mock and laugh at you. It’s so hot. The little drops hit the water and make circles inside circles but all waters flatten in the end and this is the end. Will I leave any circles? A rainbow appears in the middle of the sky with all its colors, red, orange, yellow, green, blue and violet and a sweat drop slides down my forehead, the water will boil, bubbles will come up like furious jellyfish. After all I like this rooftop, I can still smell some drunken sweaty summer night when the earth was dry and we’d drink beer and we were teenagers and we all kissed each other because we were bored. First kiss in the school playground wall hidden corner and our friends are watching, one, two, three, we peck and then you run. How many liters are needed to cover all humans, I’m sure we’ve drunk and peed this amount of water in our whole life altogether now it’s just returning to kill us, really love that palm tree that’s still standing, it keeps me company. Thanks plastic chair for keeping me company as well I think I’ll go for a lil swim now. Just kidding. I wish all the things in my room were glued to the floor so I could just swim down and get inside the somehow dry blankets of my warm bed and just die there, they told us in the news that everything was going to shit and it was our fault.


My back itches under the soaked shirt and I take it off, and now I feel the fresh air and my cheeks are salty. I have a strip of dry dead skin on my finger so I peel it slowly and under it there’s shinier flesh, I keep peeling up my hand, the dry layer has the shape of my five fingers, then I get rid of my crusty left elbow and keep going, it tickles me and it’s fun and I peel my arm off, it’s such a relief. The heavy limb falls to the ground it looks like someone else’s. Now i’m scratching my chest with my remaining hand, everything’s dead skin it annoys me. My mom said don’t bite your nails, I said it’s not the nails it’s the skin. My body’s fresher now and cleaner, this giant lake that surrounds me is pretty fucking beautiful mom smelled of Coca-Cola. I bring my legs together I press them real hard until they hurt and I fall to the floor. I’m old and my skin is cold. My humid yellowish legs now intertwine with freedom, an acid apple candy flavor makes my tongue tremble, I feel the tiles cracks under my belly. I’m light and soft and I slither away.




Igor




Picture by vaporwavecorp



Midday. Knives and forks and dirty plates and wine glasses. I hear the seagulls flying over the sea, my feet hurt and I clean the coffee machine, an old and tired companion. “Double coffee”, he says. I proceed. He’s a Russian dude that’s sitting in front of the bar. He’s wearing all black. The working day sweat sticks to my skin under my white polo shirt, and only when I bend down and open the little fridge do I feel some cold air on my face. Then I greet an army of little petit fours aligned: half of them are chocolates with a heart of cherry, and the other half are white coconut spheres. Each one of them is carefully placed on a golden crinkly crown, I grab one of each flavor with the metal pincers and I serve them with the coffee.

The dude takes the burning cup and chugs it all at once. “Another one,” he says, and while I prepare it he asks how old I am. Trying my best, I say eighteen in Russian. That seems to lighten up the dude’s mood, and he chugs the second double coffee with a careful smile under his nose.

“So you speak Russian. Very interesting. What do you do in life?” he asks, and I notice I can see his scalp through his thin layer of hair.

“I'm a student”

Silence.

“Yeah”


He takes the chocolate petit four, brings it to his mouth, and begins to chew it with wrinkly paper included. When he notices it, with a gentle movement he takes it out between the two chubby fingers and I feel the anxious need of pretending I didn’t see that. “Another one,” he says. My man here is gonna have a heart attack. He puts his hand inside of his pocket, takes out a black leather wallet and puts it on the bar. He takes out some car keys and places them next to it. Then, he stands up and goes to the bathroom. The two unprotected black shiny objects look at me. But I don’t do anything.


Dude comes back from the bathroom, sits on the stool, and chugs the third coffee.

“Have you ever been to Russia?”.

“No”, I say.

“Would you like to go?”, he asks.

“I would love to. It’s very beautiful”.

Now he sips the last drops of coffee, and he looks at me jokingly. “Wanna go with me?”


I surprise myself by saying “Yes”. He didn’t expect that answer either. He leaves a blue twenty euro bill on the bar, stands up, and invites me to follow him. We walk to the parking lot where Kalilu, the valet, greets us with a blink. He opens the convertible’s door for me, I jump in and we look at each other’s eyes. Dude starts the engine, I untie my hair and I leave it to the wind’s beautiful mercy. He drives in front of the sea and he puts an arm around me. His name is Igor, and he happens to be a nice guy. I have everything I could ever imagine, I taste the refined flavors of the world and I’m venerated like an unexpected gift. I sleep in a silk bed inside a golden mansion that I never have to clean, I spend most of my time reading and enjoying long bubble baths and my biggest concern is choosing the restaurant I’m going to eat in. I have three poodles that fill me with love.


After twelve years of earthly pleasures, I’m thirty and I still look cute. Igor and I come back to the Costa Brava, we’re sailing half-naked enjoying some white wine. My husband smiles at me. He’s not very attractive but he doesn’t ask for much, only a kind companion. I look at the blue waves, I hear seagulls flying over the sea. Life is good.


The sound of the ceramic cup landing again on the counter.

“No, thanks” I say.

“Think about it”, says Igor. And he leaves.

My feet hurt.