Despertar



¿...?

Un ruido de la nada, el sonido de pequeñas piedras en avalancha en la superficie de una montaña escuchadas desde una profunda cueva donde solo hay oscuridad. No, no ha sido nadie, ha sido nada. Por un segundo me había parecido que había alguien mas. Me equivocaba. Cerré los ojos otra vez.

En primera fila de lo que parece un gran teatro estoy sentado, esperando.

No hay nadie mas. Tampoco se cuanto tiempo llevo aquí.

Podría acabar de nacer o llevar milenios en esta oscura sala. Inmune al transcurrir de la noche y el día, las estaciones y la eternidad.

Sin previo aviso, empieza una obra de ballet. Uno a uno, artistas llegan el escenario y empiezan a bailar. Es un caos. Quizás solo están ensayando. Bailan libres por el espacio disponible, sin la obligación de ser o hacer nada. Sus movimientos no tienen demasiado sentido, sobretodo cuando uno sigue los movimientos de un bailarín en particular. Aún así son precisos y exactos. Improvisados pero coordinados. Es como si quisieran, como si se esforzasen a significar algo. Poco a poco, empiezas a sentirte atrapado.

Las bailarinas se mezclan las unas con las otras, separándose y volviéndose a juntar. En formación y después libres. En cada cruce emergen en distintas formas, hasta el punto que jurarías que las que rompen la formación no son las mismas que la han empezado, aún si el resultado mantiene un cierto sentido de la proporción. Se mueven cada vez mas y mas rápido. Algunas giran sin control. Quién baila con quién es cada vez mas difícil de decir, hasta que mas que grupos dirías que aquello que forman es una abstracta red de asociaciones, tejiéndose sobre la marcha, creando un nuevo nudo cada vez que dos artistas se cruzan y tensando invisibles cuerdas de títere que marcan a los bailarines el sentido (aunque no el destino) del siguiente movimiento.

De pronto, se encienden las luces, y me pregunto cómo había sido capaz de ver con anterioridad. Ahora arrendados en filas, cada uno en sus posiciones con los pies desnudos sobre cruces dibujadas sobre el suelo con cinta aislante, los bailarines permanecen en sus posiciones y es una bella mujer con elegante vestido la que camina sobre el escenario.

Cuando llega al centro, se dirige al inexistente público por encima de mi.

- Es hora de despertar.

Confundido, sin saber lo que ocurre ni qué significa lo que acaba de decir, empiezo a aplaudir. Por aquello de disimular. Los artistas dan reverencias, agradeciendo el reconocimiento a su actuación. No recuerdo de que iba la obra, pero ha estado muy bien.

Entonces, sucedieron muchas cosas a la vez. Entró aire por una ventana. Sin ninguna aparente relación, empecé a sentir frío. De detrás de las cortinas del escenario empezó a emanar una fina linea de luz. La ropa de seda, a su tacto con la piel se empezó a sentir suave, casi como un ligero cosquilleo que no quería nunca terminar. Aunque absurdo, me empezó a doler la ausencia de algo a la altura del estómago. Como si me hubiesen quitado una parte de mi. Toqué mis labios y estaban secos, y en mi boca una persistente pesadez.

Por suerte, todo aquello, igual que había llegado, se fue. Quizás lo aprendí a ignorar. No lo se. Solo la linea dorada entre las cortinas permaneció, abriéndose cada vez un poco mas.

¿De donde venia aquella luz? ¿Adónde podía llevar?

Los bailarines daban ojeadas apartando las cortinas, sin cuidado abriéndolas un poco mas cada vez. Divertidos y curiosos, riendo a medida que se apartaban para dejar a los otros ver. Reían como si estuviesen espiando a una pareja de enamorados hacer el amor. Pero después de mirar, me miraban a mi. ¿Qué estaban viendo? ¿Que ocurría mas allá?

Empecé a acercarme para ver con mis propios ojos, separando con los brazos océanos crecientes de niños pequeños saliendo del teatro. ¿Quién era esa gente tan pequeña? ¿Porque me resultaban familiares?

Sin necesidad de acercarme mas, las cortinas empezaron a separarse, y en lugar de revelar la incandescente e infinita fuente de luz que cabria esperar, mostraron algo mucho mas especial. Un mundo real. Algunos de los presentes saltaron al otro lado. Cientos. Miles de ellos. Algunos encontraron rápidamente su lugar en él.

Con que eso era.

Un lugar en el que las ideas no solo bailan sino que son. Dónde puede existir una sólida realidad compartida. Un mundo. Un mundo físico. Que gran idea. ¿Como no se le había ocurrido a nadie antes? Alimentado durante siglos y siglos por todas las personas que han vivido en él. Un lugar en el que existe una conexión entre lo sentido y lo real. El mapa de relaciones de donde nacen las ideas y los conceptos. En el que en lugar de limitarnos a ver su sombra, uno puede verlos brillar. Me quedé sentado, ilusionado, esperando a ver que grandes maravillas traería aquel gran acto, que rincón de la experiencia o el misterio me llevaría a explorar. Pero no ocurrió nada. La función estaba quieta, inmóvil.

Confundido una vez mas, miré de lado a lado.

De nuevo, no encontré a nadie mas. Ni siquiera en la cabina de dirección.

Aquello me preocupaba mas y mas. Haciendo un gran esfuerzo, empecé a pensar.

A qué me refiero con eso, ni siquiera yo lo se. Era ahora un director de orquesta, ordenando músicos con cadenas en los tobillos a diferentes instrumentos y posiciones, haciéndoles tocar. Pero esos pensamientos eran incapaces de penetrar la superficie de la realidad, eran una nube, de ruido y sinfonía que aludía, penosamente se podía ver que se esforzaba que quería decir, significar algo pero no lo conseguía, tocando cada vez mas fuerte y añadiendo mas y mas instrumentos en una mala idea de lo que significaba formar una melodía con claridad.

Exhausto y disgustado, despedí a todos los músicos, que desfilaron cabizbajos en forma de pinguinos perdiéndose por la puerta del lateral. No sabia qué hacer, otra vez.

De pronto, dos ojos surgieron al otro lado del abismo. Me estaban mirando. A mi.

Pero no era parte de la función. Miraba como si buscase algo. A alguien. A mi.

Entonces comprendí, con gran asombro, que no era un mero espectador. Que podía ver y ser visto. ¿Qué estaba ocurriendo? Aquello no podía ser. Me sentía desnudo. Estaba desnudo. Nunca antes me había visto nadie. Quería que parase. Apartar aquella presión.

Un brazo apartó en la gran pantalla aquellos dos ojos que tenía delante.

- De acuerdo, de acuerdo. Cinco minutos mas.

Y se fueron.

Había sido casualidad. Tenía que haber sido casualidad.

Poco a poco, como recabando argumentos para llegar a una conclusión, la verdad se volvió evidente. Habia una razón por la que era capaz de bailar conceptos. Habia una razón por la que podía combinarlos de forma recurrente en formas que no había visto nunca antes. Habia una razón por la que podía sentir frío y ver un mundo real. Era parte de él.

Empecé a respirar con dificultad, intentando mantener la calma.

Durante un instante, un precioso instante, había existido creyendo no existir. Pero no pasaba nada. No era demasiado tarde. Aún podía volver. Me revolví en mi cama, intentando volver a dormir. Pero la existencia es una endiabladamente persistente ilusión, y poco a poco podía sentir como la no-existencia se me escapaba entre los dedos de la mano, como puñados de fina arena. Intentaba salir de la consciencia, nacido y enterrado vivo dentro de aquel caparazón inexpugnable, el abismo infinito rascando la roca desnuda con las manos y los dedos, hasta que empezaron a sangrar. Fue entonces, en el momento en el que ser se volvió permanente, en el que recordé que no solo era, sino también qué. Pensé en un primer momento, cegado por la ambición y el poder, intentando aún salvar de alguna forma aquella situación y el sabor a sangre en mis fauces, que me trataba de un gran dragón; destinado a llevar muerte y destrucción por cada rincón de ese mundo que había tenido la desgracia de verme nacer. Pero las memorias son el verdugo del potencial. Era un niño, un niño corriente humano y normal, que no había hecho los deberes y llegaría tarde a clase una vez mas.

Grité.

De horror, con fuerza, desgarrador, desesperación y maldad.

Como cada mañana al despertar.

Uno nunca se acostumbra a existir. Por suerte, cuando uno nace, aún no sabe como usar su cuerpo y grita en silencio. Quizás la angustia es tan grande que ni siquiera se es capaz. Es lo mismo que hacen los niños pequeños, solo que con la edad lo hacemos mas rápido. Todo el proceso dura un instante, menos de un instante, suficientemente breve como para olvidar la mas traumática de las experiencias, quedarse un poco traspuesto y no estar seguro de qué acaba de pasar. Listos para continuar el día, una vez olvidada la posibilidad de nada mas.