[Colaboración] Nameless

[Nota del editor: Rainy Mood]

Era sobre la una y pico de la madrugada, mi cuerpo yacía sosegado en mi cama arropado por un mar de pósteres, pero mi mente estaba más activa de lo que parecía ser y el sueño empezaba a enturbiarse. Mi cerebro reproducía una escena realmente tranquilizante, un grupo de unas quince personas andábamos por el bosque, no conocía más que a dos personas de mi pueblo, cierto personaje que siempre he considerado bastante místico y yo manteníamos una entretenida conversación, aunque no consigo recordar de qué hablábamos. Al mismo tiempo ese lugar idílico se desvanecía y los truenos empezaban a apoderarse de mi mente y de toda aquella naturaleza solo quedaban esas palabras que estábamos intercambiando. Cuando pude abrir los ojos vi una silueta, a mi parecer extremadamente delgada, en la puerta de mi habitación, yo todavía adormecida pegué un grito, pero solo resultó ser mi padre; quería avisarme de que había tormenta y que sería mejor que cerrara la ventana de mi habitación. Aproveché la situación para ir a beber un vaso de agua, todavía con la sensación de tener un mal despertar me acerqué a la ventana de la cocina para ver como llovía. 

Ahí estaba, la ciudad siendo iluminada intermitentemente y poco después golpeada por el tridente de Poseidón mientras caía agua a cántaros, quedé hipnotizada por ese majestuoso espectáculo de la naturaleza. Pocos segundos después veía como cerebros se dejaban llevar por las corrientes de aire como si de polen se tratara. Intentaba dar una explicación a lo que estaba sucediendo, pero no la encontraba; justo después un relámpago cegador resplandecía tanto que solo podía ver una pantalla totalmente blanca, y un trueno ensordecedor ocupaba mi mente de tal manera que no podía pensar. Lo próximo que vi fue una sala con luz tenue, nunca había estado allí, pero sabía quién estaba conmigo. Las personas que me acompañaban en la excursión por el bosque de mi anterior sueño volvían a estar conmigo, pero esta vez era real.




Empezó a sonar una voz, bastante grave, pero su entonación era tranquila y pausada haciendo que fuera agradable escuchar a aquel ente. Nos explicó detalladamente que el ascenso de esos sesos que acabábamos de ver no era más que un juego por entretenimiento de los dioses del Olímpo, habían decidido que esa noche podría ser la última noche que los necios habitaban nuestro planeta, pero la decisión nos la dejaban a nosotros, a los únicos mortales que no habíamos ascendido a lo alto de la atmósfera, esa noche podíamos jugar ser dioses, había dos opciones a escoger: una de ellas consistía en salvar a los demás habitantes del planeta azul luchando contra los dioses, si éramos derrotados iríamos al Valhalla y todos los necios arderían en el infierno, por lo contrario si salíamos victoriosos de esa lucha todo volvería a la normalidad. Si no queríamos luchar el pequeño grupo de mortales todavía vivo volvería a la tierra, mientras el resto de la población ardería en el infierno. Siempre os había odiado por ser tan necios, hipócritas, humanos; pero parece que no podemos vivir sin vosotros. Yo y mis dos compañeros de mi pueblo nos miramos y nos reímos; la decisión era obvia, íbamos a luchar hasta el final, ¿cómo nos posicionaríamos intelectualmente por encima de alguien sin ellos?, ¿de quién nos íbamos a reír ahora si volvíamos a la Tierra sin luchar? Coincidimos con todos los demás del grupo, no nos podíamos rendir.




Sin tener que habernos esforzado mucho derrotamos a las divinidades y volvemos a estar aquí para contaros nuestra gesta heroica. Por cierto si creéis que os voy a explicar cómo derramamos sudor y sangre por vosotros anoche a modo de crónica estáis muy equivocados, he optado por omitir este trozo, no quiero que nos idealicéis como unos héroes que si somos. De esta interminable lucha solo voy a decir que nos estuvimos drogando, mantuvimos sexo entre nosotros e incluso nos fuimos de copas con el diablo y Sabina. Que os esperabais, no íbamos a luchar con nuestra alma y corazón para salvar el culo a unos cuantos millones de incompetentes. 

En menos que canta un gallo volvía a estar de vuelta a mi casa, veía como la lluvia iba menguando paulatinamente, cogí la primera sudadera que vi dentro de mi armario y fui a dar un paseo. Volvía a sentir otra vez como el agua me acariciaba mientras vagaba por esas calles ya desiertas, pequeño placer de grandes dioses.

By: Judit Nin


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