La (des)educación
Reedición
Los profesores
empezaban a notar en mi mirada un deje de superioridad y rebeldía adolescente
hacia su figura, a lo que yo, con mis propias palabras, llamaba no dejar que te
traten como a una mierda porque sí. Hablan de ti en tu presencia como si no
fueses capaz de pensar y te miran por encima del hombro no porque sí sino por
defecto. Mis padres me dijeron alguna vez, cuando les conté años después alguna
discusión con un profesor:
Es que se
sienten atacados, no solo les discutes sino que te encaras con ellos y les
dices como tienen que hacer su trabajo. Debe dar mucha rabia cuando te pones
así y siendo un enano les miras como diciendo yo se mas que tú.
Creo que en este
punto, está la raíz de un problema cultural y conceptual. Uno que me gusta
llamar:
El niño es tonto.
En la lista de
cosas que debí responder en su momento, aquí debí decir: es que parece que
necesiten que alguien les recuerde porque están aquí, claro que se sienten
atacados, y deberían sentirse más aún; porque es un acto de violencia no
reconocer la legitimidad de una autoridad aun cuando estas bajo su dominio. El
acto de dignidad ante una situación que me obligan a pasar y hacer lo que
dicen, aunque tú o ellos digan que es por mi bien en contra mi ahora voluntad;
es no querer simpatizar con mi opresor aunque no salga de su necesaria tiranía,
porque las pérdidas son mejores que las ganancias y no conozco otro mundo que
no sea este en donde tú me pusiste.
Por suerte, no
era aún tan insoportable, y nunca pronuncie esas palabras.
He sido
informado de haber sido de pequeño algo repelente,
pero es porque no comprendía el problema de saber de algo más que un adulto, o
querer corregir a alguien, ni porque en este país esta tan mal visto hacer algo
así. Es el supuesto cultural de creer a aquel que lleva las formas, de crear un
derecho a saber, ligado a una posición o autoridad. El de que los adultos
aprendan por memoria y repetición los movimientos y posturas socialmente
aceptadas, y por esa razón y no por su valía parezca que saben lo que se hacen
y se permitan el lujo de llamarse maduros unos a otros cuando se derrumban al
primer signo de inestabilidad emocional. Solo se levantan y organizan su vida
de la única forma que han aprendido a conseguir algo: cumplir obligaciones
impuestas, y en esa creencia educan a sus hijos.
Extrañas
virtudes, las que nos tomamos el lujo de llamar adultas, las de pagar un
gimnasio para cubrir con la obligación la falta de voluntad. Ya me gustaría a mí
tener la mitad de voluntad que tenía a los quince años. No señores, el niño no
es tonto. El niño sabe menos porque lleva menos tiempo aquí y no ha aprendido
como fingir lo contrario, ni siquiera a sí mismo, pero no es tonto. Un niño te
gana a ajedrez, a las damas, a emparejamientos mendelianos, porque ha aprendido
a hacerlo, ha invertido más tiempo y es mejor en ello que tú, triste adulto;
que los años comprarán conocimientos pero no necesariamente sabiduría. Si lo
que vendes como virtud es tu colección de hechos y actitudes aprendidas, no te sorprendas
cuando alguien menor que tú, con verdaderas ganas de aprender y sin tiempo para
la autoindulgencia te pase por delante y te encuentres algún día que se ha
subido al pupitre y te mira desde arriba. Porque has sido tú el primero que ha
planteado la autoridad moral como una cuestión de altura.
(mic drop)
Parte III
I Met God, She's Gay and He's Black
Lo que otros
llamaron rebotes típicos de la edad yo lo llamé exigir ser tratado como una
persona. Los mismos individuos que te tratan de tonto por ser más pequeño,
tengan dos o cincuenta años más que tú, son los mismos que querrán ser
respetados porque son mayores pero nunca ser tratados de viejos ni de en
general de ningún concepto peyorativo a la edad. Estos días he estado viendo la
televisión y sacaron como noticia el caso de una chica desaparecida. De unos
diecisiete años, tenía problemas en casa, dejó una nota y se fue. Entiendo que
los periodistas tengan que ganar dinero de alguna forma, pero hasta los telediarios
y los programas de opinión política aprovecharon la ocasión para entrevistar a
gentes llamadas expertos en la adolescencia, empezar a echar mierda sobre la
generación. Sin demora, empezaron los adjetivos: impulsivos, sin sentido de la
responsabilidad, que si una media de cinco chicos desaparecían al día en
nuestro país.
A lo que ellos
llaman falta de responsabilidad yo lo llamo llevar toda tu vida consciente en
un lugar en el que no quieres estar y querer actuar en consecuencia antes de que
el peso de las cadenas, la casa del diego y la edad te lleven a aceptar.
Recordar que para un adulto, seis años de tu vida en el instituto es un
sacrificio aceptable, pero que cuando tienes dieciséis, seis años son
prácticamente la totalidad de esta; que el tiempo que hace de tu nacimiento no
es igual a cómo percibes el tiempo digan lo que digan los números.
Empiezo a pensar
que utilizo un diccionario diferente que la mass media.
Es la forma que
tenemos de volcar nuestros propios problemas, traumas y expectativas a las
nuevas generaciones. El adolescente en sí, se convierte en el enemigo público número
uno, epitome de todo lo que no hay que hacer, la música que no hay que
escuchar, la forma en que no hay que vestir. Es la resistencia de los tiempos,
que ha existido siempre y siempre existirá. La sociedad creó a la adolescencia
para tener algo a lo que culpar, pero no le creó una identidad propia; no le
adjudicó una época de la vida con sus pros y sus contras, nació bajo el ideal
de parecer un adulto completamente funcional, algo que obviamente no es, y nos
atrevemos a que nos sorprenda la inconsistencia de nuestra propia creación.
El hombre medio construyó
un mundo sobre el de sus padres que existiría para su propio consumo y no
estaría solo formado por casas y edificios sino también de un cierto orden y
unas ciertas ideas; incluso en su momento el hombre medio llegó a crear un dios
a su propia imagen y semejanza. La disonancia entre esa realidad y las mentes
que luego crecen y no la aceptan como propia se fue haciendo más pequeña a
medida que esos métodos mejoraban, y la resistencia al cambio de tiempos más
fuerte. Ese mundo fue heredado por unos hijos que olvidaron el motivo y la necesidad
original de sus características, aceptaron como la verdad de una divinidad que
realmente nunca habían visto, y cuando crecieron se refugiaron en sus hogares,
interiorizaron su forma de vida aprendida como la normal y volvieron a construir
el mundo para su propio consumo y para los tiempos ligeramente modificada nueva
necesidad.
La resistencia
de los tiempos, una vez más y quizás siendo la última generación (baby boomers)
que se identifique en bloque como tal; no solo tenía edificios, ejércitos y
banderas, así que sin distinción empleó los medios a su alcance para difundir
sus ideales sobre el trabajo y creó entre muchos otros un producto, uno formado
de genéricas señas de identificación social para niños, una representación ridícula
de como ellos veían a los jóvenes que acabó siendo cierta por el poder la
identificación y lo llamaron adolescencia. Tras filmar física o química y todas
las series cancerígenas de institutos de la historia, lo hicieron oficial,
buscaron justificación biológica, y colocaron en el sitio que quedó huérfano
tras el premeditado asesinato cultural y muerte del otrora siempre libre espíritu
de la juventud.
Por suerte el
panorama no es tan sombrío, pues quizás el avance desbocado de la tecnología que
ha dado herramientas a la resistencia está significando también un cambio de
necesidades y paradigma más grande del que pueda resistir.
Esa mezcla
explosiva de mentes divergentes, ya suficientemente encerradas en roles desde
la primaria, empiezan a volar libres cuando las puertas del instituto se abren,
pero vuelven siempre tras la llamada del septiembre al mismo sitio a hacer las
mismas cosas y a mirar la tele porque todo lo que te ocurre es una fase. Esa
mezcla, de adultos que quieren ser tratados como tal, de niños que aún son
niños, de adultos queriendo ser tratados como niños y niños como adultos; eso
es a lo que llamamos adolescencia. Por un lado es el producto de una obsesión
con el relacionar de forma directa edades (en las que las personas ya
desarrollan su divergencia) a comportamientos, y por otro lado es la respuesta de
esas edades a esa injusta situación, que pasado el momento aprovechan para excusar
su propio comportamiento.
Pasa un tiempo,
miramos atrás, y el sistema de defensa emocional de nuestro cerebro dice: tengo
una idea, vamos a fingir ser muy diferentes a unos años atrás para dejar atrás
nuestros errores, y por ello nos refugiamos en la idea de haber cambiado mucho
pese a hacer básicamente las mismas cosas. La realidad es que eres más cercano
a aquel chico de catorce años que a cualquier otra persona sobre la faz de la
tierra. El adolescente también es un producto de nosotros mismos, el nombre que
le damos a nuestros errores y con el que nos convencemos de que aún no somos el
mismo estúpido que los cometió.
Después de otro
verano, suficiente para desconectar de las clases pero también para conectar
con otro mundo, la realidad asumida por defecto ya apenas podía contener la realidad
fuera de las paredes del instituto. Volvemos allí, año tras año, pese a ser
otras personas desde la última vez que estamos, y volvemos a empezar desde cero.
Pero me sentía extraño, más de lo habitual con pereza de asumir otra vez el
mismo papel. Estaba en el limbo, en una cuerda floja y un paso más allá quizás
vaya a ser muy lejos para decidir volver. Vivimos los últimos momentos de mi fe
en el sistema, de la relación de las cosas que tienen valor en él y las que
tienen valor para mí.
Me acuerdo de
que lloré delante de la clase y todo el mundo lo vio o se enteró, aunque a
nadie excepto a mí le pareció importar lo más mínimo. No voy a intentar quedar
bien, esto no es una historia plana en la que ya soy el héroe justiciero y los
demás el sistema maligno opresor. Tenía unos trece o catorce años y aunque en
realidad, aunque pensara racionalmente que esa nota no tenía importancia y era
capaz de razonar; me derrumbe ante la autoridad y la presión y lo que yo se
suponía que era y tenía que hacer y se esperaba de mí. Había empezado un camino
del que solo había aún piedrecitas, y aquel episodio, perfectamente en
cualquier otra persona, hubiese sido el toque de atención para volver al cauce
y dejar a un lado y al deseo y a la esperanza una revolución imaginaria como en
los vídeos de Pink Floyd que nunca tendría lugar. Dejar en un cajón la idea aún
lejana de la desobediencia. Estoy a día de hoy convencido de que a otros les ha
pasado exactamente eso, y me vienen a la memoria escenas parecidas a la de mi
patetismo en momentos clave de la evolución de mis compañeros, que después
asustados, durante un tiempo casi no querían saber más de expulsiones, de
llamadas aterradoras a los padres, ni de hablar en clase, ni de negarse a hacer
deberes; y volvían con casi fervor, más fuerte que nunca, a la obligación y a
la política de no hacer mucho ruido.
Teníamos uno de
esos seres que utilizan el hecho de estar al cargo de una clase para satisfacer
su propia sed de atención y ego personal. Ese vampiro emocional en cuestión se
llamaba Estela Pastor, profesora de castellano, convencida de que nostradamus
era un profeta real y también protagonista (como no) de episodios que aun
vienen al caso.
El hecho es que
puso unas lecturas obligatorias terribles al principio de curso, y anunció que
las iríamos dando a lo largo de este. Como me sobraba tiempo y eran igualmente
obligatorios me los leí el primer mes todos los libros para quitármelos de
encima. Confié en que me acordaría de lo suficiente como para poder demostrar
que me los había leído cuando hiciésemos algún control en el futuro, pero el
control resultó ser un examen de aquellos de aprenderse de memoria los nombres
de los personajes secundarios y hechos concretos, y como mi memoria para esas
cosas es terrible fracasé en ello miserablemente. Me habré leído mis libros
preferidos decenas de veces y aún a día de hoy fallo al intentar recordar los
nombres según quien, simplemente no creo que recordarlos y comprender el libro
sean dos factores necesariamente relacionados ni tengo la habilidad para
acordarme de forma natural. Suspendí con todas las de la ley, y aquella
profesora a quien ya tanto odiaba desde el principio, expuso mi fracaso ante
toda la clase como humillación, y me encargó un resumen de la totalidad de
aquel libro que ella sabía perfectamente que yo había leído.
Me fui a casa, y
como no soy ningún héroe, con el libro en mano redacté el mejor resumen de diez
páginas que nadie pudiese imaginar, con su final moralista de pacotilla y todo.
Cuando lo entregué y su amplitud y perfección eran una patética queja y un
patético orgullo del que debe buscar una forma de hacer lo que le dicen y a la
vez no dejar morir su sanidad. El trabajo fue aplaudido por más de un profesor
y expuesto este hecho como mi redención ante el resto de la clase.
Por primera vez,
no solo pensé en la absurdez de la situación sino que tuve una respuesta
emocional: me di mucho asco.
Quizás eso me
salvó.
Me dejó en
situación en la que no importa cual, pero en la que sentí que tenía que tomar
alguna decisión porque si no esa misma escena, en sus infinitas variantes, se
iba a repetir en un ciclo sin fin. Confiar en mi razón y mis instintos o dejar
que otros decidiesen que era importante y que no. Creo que decidí bien, aunque
seguramente algunos dirán que decidí demasiado temprano, o que esa decisión está
bien para el heroísmo en los campos de auswitch pero no para segundo o tercero
de la eso. Quizás tienen razón, nunca me he caracterizado por escoger bien mis batallas. Tampoco soy un defensor de la libertad incondicional como
objetivo último de la vida, pero pese a todo, tomé la decisión y aunque al principio disimuladamente, me rebelé.
Llegué a pensar, si resulta relevante mostrar mi ingenuidad, que quizás más que realmente pensar imaginaba y dejaba volar la imaginación; en donde ese instituto, colegios y demás, era en realidad una prueba en la que debías descubrir por ti mismo que todo era una tontería y luego pasabas de nivel, se abría el telón, ibas al instituto, o a un mundo de la élite intelectual de verdad y continuaba la farsa para todos los demás. No lo pensaba en serio, pero jugar con esa fantasía era un último oasis de realidad. Era una idea tan infantil y simple, la de esconder la complejidad del mundo en una dualidad, que hasta platón hubiese podido dar con ella. Todo el mundo adulto estaba detrás del cristal expectante: ¿hasta cuándo va a seguir haciendo los deberes y sacando buenas notas? ¡Cómo no se da cuenta Truman del mundo que hay tras el cristal!
Estigmatizamos errores.
Aunque resulte paradójico, un error es lo peor que puedes cometer y a la vez, se te intenta proteger de la idea de que puedes fracasar.
En esta historia, pese a la aflicción, el crimen no era suspender o dejar de leer un libro, sino que alguien que no debe suspender lo haga. De que alguien solo levante la mano cuando sabe que tiene la respuesta correcta, porque contestar en clase es para la gente que acierta y el profesor tenga feedback, y no para humillarte con tu ignorancia. Es de un error donde nace todo el conflicto, en vez de ser una oportunidad para enseñar algo más. Si alguien saca buenas notas en tu asignatura no es un halago, es porque o bien memoriza las respuestas o porque no le estás enseñando nada que no supiese ya o pueda aprender en cinco minutos, pero no parecen tener problema con ello. El error, en cambio, es imperdonable, así que mejor vale no contestar.
Por el otro lado eso tiene una consecuencia, en lo que casi parecería una contradicción, y es que nunca se fracasa porque el sistema pone un precio demasiado alto a hacer algo fuera de tu alcance y no llegar. Enseñar a lidiar con el fracaso, poner en la línea de fuego a aquellos acostumbrados a ser la elite, es demasiado complicado, así que damos un paso más allá en la infantilización y después de jurar y perjurar que en tercero y cuarto de eso las cosas van a cambiar os volvemos a tratar a todos como a niños: nada de ceros, no suspensos sino insuficientes, eufemismos y cada oveja en su corral. Porque así es como nos vemos, como una gran masa de niños. Como niños os han enseñado a comportar, y como niños vais a reaccionar cuando se os trate como tal, casi deseando para ello la oportunidad.
He visto personas de veinte años llorar en medio de una clase en la universidad con un seis en la mano porque nunca en la vida habían sacado menos de un ocho sin contar educación física. El profesor la consolaba, a todo el mundo le parecía normal y yo la miraba atónito, contentísimo con un de dos con veinticinco en una mano y un cappuccino en la otra.
La gente por alguna razón cree que educación física juega en otra liga y no cuenta, cuando es la más importante de todas las asignaturas.
Siempre medias tintas, vida a medio gas; en la vida real uno puede intentar algo con todas sus fuerzas y no ser suficiente, uno puede implicarse al máximo, estudiar todos los días y aun así suspender en el momento de demostrar lo que sabes, uno puede intentar algo de mil maneras y pese a eso fracasar por todo lo alto. Es así, no hay más, todas nuestras acciones tienen un margen de error, aunque a veces sea ridículo lo asumimos constantemente. Conocer, respetar y saber manejar con ese margen es parte muy importante del juego, y para conocer el límite hay que sobrepasarlo muchas veces.
No quiero correr el riesgo de convertir esto en un discurso motivacional, lo último que quiero es motivar a las personas equivocadas, pero probablemente Tony Hawk (escribí esto sin tener ni puta idea del mundo del skate) se ha caído más veces, Michael Jordan fallado más triples y Bruce Lee recibido más ostias que todos nosotros juntos. Fracasar, como resulta demasiado traumático para los pobres niños el contacto directo en rugby, queda expulsado de la educación y a partir de ahora jugaremos un sucedáneo que vamos a llamar rugby con cola. Que venga alguien que haya jugado en su vida a rugby o futbol americano y me diga que la preocupación por la integridad del propio cuerpo no es parte fundamental del instinto y espíritu del deporte. Los exámenes se repiten, hay dos recuperaciones en cada curso cada una más imposible de suspender que la anterior, si el profesor ve que te esfuerzas y no lo consigues, te deja más tiempo, te cuenta más ese trabajo que hiciste en casa con ordenador, wikipedia y el grupo de whats de tus compañeros de clase. Parece que premie el trabajo duro, pero lo único se hace es crear la sensación de seguridad de que si no has hecho nada malo tus problemas se van a solucionar por arte de magia, que si no llegas no pasa nada porque eres especial y te has esforzado mucho. No se puede monitorear el trabajo de treinta personas a la vez, así que el sistema premia aquellos que se saben vender, no los que saltan más.
En esa aplicación mal entendida de la cultura del esfuerzo que hablaban en contraposición a los puros resultados de los exámenes, injustos de mutu propio, llevaban una idea profunda; la idea de que las horas de trabajo mirando al reloj, resoplando y mirado al infinito son más productivas por ser más horas que la mitad trabajando de verdad aun disfrutando de lo que se hace. La clásica táctica española de hacer entre diez el trabajo de cinco y en diez horas una jornada laboral de seis para lamer el culo a tus superiores hace aquí su primera aparición estelar.
En el eterno concurso de popularidad, esta vez el de cara a los estudios y los profesores, ganaba lo que presuntamente escenificaba un oculto trabajo de fondo; la falta de sueño, el tedio y la rutina eran the new black.
Se han hecho estudios y se encontraron que la mayoría de los métodos convencionales para estudiar no aumentaban las notas en exámenes imparciales, pero que la capacidad para hacer deberes a una edad temprana y resolver problemas en general si lo hacía; independientemente de si los deberes tenían nada que ver con el contenido de los exámenes. La conclusión era clara, los métodos de estudio en sí mismos no servían pero la capacidad de concentración y resolución necesaria para get shit done era muy importante, la capacidad de, no la faena en sí. Esta situación crea una falsa relación entre estudio y resultado que se encargan luego los profesores de reforzar artificialmente, pero muy lejos de la realidad. Veía gente que me caía bien, gente que no era ni mucho menos estúpida, dedicando muchas horas y esfuerzos a aprobar, y fracasando. Apuntaban en la dirección errónea; no importa la cantidad de horas que inviertas en memorizar el temario si eres incapaz de hacerlo bailar. Las personas resolutivas, que ya de por sí sin que nadie les haya entrenado, nunca memorizaban por memorizar, se acercan a una probablemente más adecuada idea de inteligencia académica. Sacaron buenas notas cuando estaban en primaria porque eran capaces de hacer cosas y luego pasaron página. Están ahora haciendo otras cosas con su vida sin tampoco agobiarse demasiado; mientras los demás nos conformamos con ser los patéticos vencedores del juego de las notas que funcionaba cuando éramos unos niños. Porque si pudiésemos aplicar nuestra inteligencia en conseguir chicas, ser realmente buenos en algo, seguir un propósito en la vida: entonces ya lo estaríamos haciendo. Las personas más inteligentes que me he encontrado en la vida han sido, tarde o temprano, maltratadas y expulsadas del sistema más a menudo que apreciadas dentro de él.
relevante al caso: what works in education
Hay una idea
fundamental para comprender el problema entre condenar errores y ocultar
fracasos. La diferencia está en la tensión. Uno puede castigar todos los
errores que quiera, pero no puede estigmatizar la posibilidad del error por
encima del intento. Uno puede proteger a alguien de la idea del fracaso y poner
una colchoneta para otorgar una sensación de seguridad; pero nunca abandonar la
tensión de no tener que caer. Tenemos la falsa idea de que ayudar a alguien
significa no dejarlo caer nunca, que significa socorrerlo cuando pide un poco
de ayuda o cuando está un poco cansado o dejar que no haga clase de educación física
porque dice que le duele ligeramente algo. Pero esto es un campo de prácticas,
es donde aunque hay que disparar de verdad y tirar a dar, no se supone que aún
puede fallar sino que dado el fallo se puede perdonar. Intentar con todo como
si no hubiese segunda oportunidad, no con el cojín perpetuo de la seguridad
temporal a los errores ni bajo su peso insoportable.
Lidiar con esa final línea es complicado así que se hacen las dos cosas,
castigar las desviaciones más que las abstenciones en un mundo donde una
respuesta es correcta o incorrecta, y a la vez dejar claro al principio que
nada de lo que haces importa al final del día porque era para aprender. Se
pierde la tensión, porque los profesores son incapaces de dar una importancia
de suficiente intensidad al trabajo de sus alumnos sin recurrir a castigos. Es
sustituida por un menos útil estrés perpetuo por la sobrecarga de trabajo que
contiene lo peor de los dos mundos. Se tiende a cada vez dar menos
importancia a los exámenes y se diluyen en miles de intentos para mover la línea
de fuego siempre un poco más allá. Incluso en la universidad. Porque un examen
lo puedes suspender si llega el tren y no estás preparado. Hacer un examen
debería ser un ejercicio de gestión y tus conocimientos los recursos, no una
copia de los mismos. No es que sean la panacea, pero es un elemento igualador;
mismo examen, mismo tiempo, mismo sesgo al corregir, un momento de dejarse de
pamplinas y ver quién sabe y quien no sabe responder lo que ponga en ese papel.
Aprendí a hacer exámenes porque aprendí a ir hacia ellos siendo consciente de
que no sabía todo lo que tenía que saber, ir a un examen tendiendo la seguridad
de que las respuestas se encuentran entre lo que has memorizado es absurdo, una
forma de copiar usando tu Random Access Memory mental a modo de chuleta, y sin
conceptualmente ningún sentido.
Los exámenes tienen sus propios problemas, imparcialidad, binaridad, de
necesidad de una calificación. Propagan el miedo escénico porque saca a los
alumnos de su zona de confort. El aprendizaje continuo, y no el ultimo día, es
lo que se pretende conseguir, pero esa no es la verdadera razón para su
potencial desaparición o disipación en miles de micropruebas. Es porque el
seguimiento, mal entendido como ejercicios prácticas y entregas continuas, es
una cuerda más corta que las demás. Porque si verdaderamente persiguiésemos los
objetivos de calificaciones imparciales que significan algo para nuestro
futuro, nos miraríamos al espejo de las sociedades nórdicas; en la que hay
seguimiento continuo, exámenes importantes de acceso en edades claves
desvinculados de los objetivos propios de los centros educativos. Seguimiento
continuo, que no estricta guía docente día a día. Objetivos propios de los
centros educativos, no prepararte para el siguiente curso de secundaria,
selectividad o lo que sea haya después. No libertad de escoger con que color de
cuerda te van a atar a los parámetros de una asignatura en particular, sino
libertad curricular del alumno no del profesor, en centros sin acomplejar por
una prueba diseñada para ser aprobada por un estudiante medio; no como temario,
objetivo único y final, de dos años y medio de educación semiobligatoria.
En vez de eso, decidimos mirarnos en los
espejos del pasado y en hacer caso de cuando algún alumno modelo pero estúpido
se queja de que algo es demasiado complicado porque no se ajusta a sus métodos
de libreta, libro de texto y tres colores diferentes de rotulado. Así que nada
de exámenes importantes: trabajos y evaluación continuada, deberes que cuentan
nota, veinte por ciento de actitud a clase, exámenes corregidos por la misma
persona que te conoce de cada día, exámenes cada tema porque si no es demasiada
información de golpe.
Aunque sean el objeto de nuestra ira e indignación, los profesores, esos
funcionarios, son tan poco responsables al respecto como los policías del
redactado de la ley. Su esfuerzo reside en mantener su status quo como
empleados de una empresa estatal, no de enseñar realmente; y aunque se les
diese más libertad o poder, lo aprovecharían para ese mismo cometido.
Desorientados ante la manada de gente que desde los seis años sabe comportarse
en una clase pero simplemente no quiere hacerlo, recurre a los mismos
mecanismos autárquicos que habían funcionado con él y se lamenta de que sus
alumnos no sepan apreciar la diferencia de trato entre esos colegios fascistas
y la de su brillante interpretación del club de los poetas muertos.
Somos seres humanos y tenemos que
aprender a sobrellevar esas situaciones de fracaso, a correr cuando crees que
no puedes más, a caer y aprender de ello, a soportar dolor e incluirlo en tu
margen de error. A basar nuestra autoestima, ya de por si suficientemente
maltrecha ante tanto ídolo y expectativa irreal, en hechos y capacidades
reales, no en ideas de que todo el mundo es muy especial ni en seguridad
externa en forma de aprobación.
Años más tarde, como me daba igual sacar un cinco que un nueve, empecé a ir a
recuperaciones y me encontraba las personas que iban a subir nota.
- ¿Después de tanto trabajo durante el curso, no te da rabia saber que sacando un cinco y haciendo luego este mismo examen, hubieses sacado la misma nota que tienes ahora sin hacer nada?
- Sí, pero no sé.
Pues yo si lo sé,
si no lo hacen, no es porque valoren todo lo aprendido en el camino y no
quieran tomar atajos, sino porque llegase la situación en la que tres o cuatro
puntos enteros de una nota de un semestre de un año intranscendente de
secundaria dependiese del examen que están a punto de hacer, pese a ser capaces
de llegar al excelente llegarían aterrados y no pasarían del cinco. El mismo
motivo por el que muchos parece que se atragantan en la selectividad y no
pueden dejar de comentar exámenes y tener sudores fríos y misteriosas
enfermedades pese a lo fácil que es.
Aprende eso por ti mismo, sino nunca por el mismo miedo al fracaso nunca vas a poder salir de los caminos establecidos cuando entres en bachillerato o sigas en la empresa familiar, porque eso es lo que vas a hacer después de años tras esa estrategia educativa de tierra quemada y de dragones más allá de este lugar. El miedo te embargará ante el campo abierto, y a los veinticinco tengas los títulos que tengas, cuando estés realmente allí fuera por primera vez, entonces recordaras los aburridos pero cálidos, autómatas pero cómodos, días en que otros vivían la vida por ti y te obligaban a gregarios horarios sin razón. Responsabilidades ya tenías antes, no te engañes, si lo echarás de menos es porque además de tu ropa sucia y la voluntad de vivir también se llevaban el peso existencial de tener que tomar decisiones que dan miedo, y vivir acorde a ellas.
Tampoco es el plan llevar una carrera de dificultades como vida y de la competición tu razón de ser, pero existe en el sistema una extraña sobreprotección, ya sea en las infinitas oportunidades, en la negación del fracaso o en la atadura a un plan educativo preestablecido.
Renunciar como buen estudiante a una asignatura o un tema que simplemente no va contigo es un buen ejercicio de cara a no convertirte en un robot académico. ¿Para qué forzar a alguien a estudiar lengua si lo suyo es, yo que sé, cocinar? Estará bien tener una base para comprender el mundo, sea lo que sea eso, pero no se necesitan dieciocho años de educación obligatoria para tener una base y si pretendes comprender su totalidad una vida tampoco será suficiente. Es natural que surjan diferencias de interés y de habilidad, aunque los roles y las prácticas de estudio lleven a una otrora extraña uniformidad de notas entre la mayoría de asignaturas. En todo caso, que exista una asignatura rechazada sistemáticamente por aquellos que son buenos en todo lo demás es, cuanto menos, sintomático; y nada tiene que ver en ello la forma física per se.
Es ese tiempo de reacción, es el enfadarse consigo mismo por no ser los suficientemente rápido en vez de culpar al otro niño por tirar la pelota demasiado fuerte. El cansarse de ser simplemente un poco bueno en algo e ir más allá porque tú quieres y no por una lejana sensación de deber. Por eso los buenos deportistas, por ejemplo, no solo son buenos en su deporte, también son capaces de jugar a la mayoría más bien de lo normal. Eso es precisamente lo que no se hace con los buenos alumnos. No pones tu objetivo en la línea donde la diferencia es un segundo más rápido o más lento, pese a excepciones no es la competición con un rival más fuerte ni la auto superación lo que empuja a tener notas más altas; y cuando así lo es, mientras el deporte es obviamente un oasis de realidad, las notas y la actividad en aquello que no deberíamos estar queriendo hacer desde un primer momento sí que arrojan sobre ambos lados de las tinieblas una sombra de superioridad intelectual.
En última instancia no se exige ni se aprieta, no se sacan ceros, todo está lleno de segundas oportunidades, de eufemismos. En la parte alta, aunque de forma ya enfermiza los alumnos modelo buscan cotas más altas, no es la nota, es la comparación con la nota de los demás. Pese a todo, el sistema está pensado para el nivel medio de la clase y acepta retrasos pero no adelantos, así que la parte baja, aunque asume y sufre su posición no es expulsada del sistema como nos habían anunciado. Otra dualidad toma su lugar.
La filosofía de integración y moderación abandera los criterios de decir que alumno es bueno y que alumno es malo y desaparece al entrar en el sacrosanto temario de las asignaturas, donde todo lo que no sea lo que el profesor tenga en su libreta, está mal y es un tremendo error. No importa el origen, originalidad u objetivo de la acción, ahora un error es un error y se castiga, así que piénselo mejor la próxima vez antes de salirse del guion. Por un lado quien aunque saca malas notas no se arriesga y finge interés tiene un sinfín de segundas oportunidades en nombre de la cultura del esfuerzo, y por el otro quien intenta algo fuera de lo común aunque sea con su propios medios y nacido de propia voluntad está condenado desde el principio a cometer errores y ser castigado por ellos. No se trata de conseguir los objetivos sino de seguir el espíritu de nuestras normas. Igualdad de oportunidades mal entendida. Vivir entre algodones. Eliminar las desviaciones e integrar a las masas. Todo sistema tiene tendencia hasta un estado de equilibrio.
Perpetua doble moral y negación de la realidad.
Ellos dicen: Cualquier duda levantad la mano. Cuando en realidad lo que dicen es: si alguien se quiere poner en ridículo, yo os aporto el momento y el lugar. Porque no quieren saber si tienes alguna pregunta, quieren tener una excusa para volver a decir lo mismo y si la pregunta no va en esas líneas, esta fuera del temario.
Aunque a nadie se le ocurriese aprovecharlo, no hay espacio para
intereses propios, y nada se soluciona con decir a los alumnos que busquen algo
que les guste y hagan de ello una redacción; porque lo último que quieres es
asociar lo que te gusta a la maquinaria aplastante del deber. No puedes
compensar en una clase imaginativa años de silenciosa malformación. No ganas
nada abriendo una clase de debate, proponer un tema y quedarte mirando como los
alumnos, confusos, no saben que decir. No ganas nada, mandando a hacer trabajos
y a exponerlos, si interrumpes a los alumnos para corregir lo que dicen. Nos
pasamos dos horas escuchando extractos del libro de texto casi literalmente
copiados, viendo como cada dos minutos la profesora interrumpía para decir
exactamente lo mismo que acabábamos de oír, llegó nuestro turno y cuando nos
interrumpió nos sentamos y negamos a continuar.
Cuando en esos libros hay un ejercicio que pone: debatid en clase tal cuestión, los profesores, después de meses de seguir el hilo conductivo docente propuesto en ese objeto como si se tratara de las sagradas escrituras, pasan de él como de la mierda, no dejan hablar a nadie durante clases de sesenta minutos y después se quejan al final de curso que la clase no interactúa con la asignatura.
¿Cómo que no se puede hablar en clase? Estamos compartiendo habitación con literalmente decenas de personas que están trabajando en lo mismo que nosotros, se nos intenta vender como un espacio social constructivo, se pretende que estemos una hora de muy optimista concentración sin interrupciones cuando todo el mundo con internet y cinco minutos puede comprobar que se sabe que la concentración viene en paquetes de diez a veinte y después la mente ya no puede más. Si intentases hacer las clases como lo pretenden los profesores, pasarías a primera o segunda hora dos periodos de concentración de treinta minutos y luego cinco horas con un cerebro frito con patatas que ya solo quiere mirar al infinito. Ah no, espera, que eso es exactamente lo que ocurre. ¿Será que los profesores, que llevan décadas en su trabajo, no saben nada de métodos de aprendizaje, concentración ni educación? ¿Será el Sistema Educativo un nombre en neolengua, el equivalente al Ministerio del Amor en mil novecientos ochenta-y-dos? Esta gente no tiene ni idea de donde salen las ideas. Se contentan en formar parte de un eslabón educativo en el que se supone que los alumnos, de base, están equivocados, y por lo tanto no pueden cuestionar tu trabajo.
Las ideas surgen de la comunicación, de la libre circulación de palabras, de plantear preguntas que parecen muy estúpidas. Ese no será el mejor mecanismo para aprender quien fueron los reyes godos, pero si para comprender su importancia relativa a otros factores históricos, algo que no puedes aprender con el por años obsoleto método de subrayar cosas importantes (que es una herramienta, no un método didáctico señores); porque no puedes poner un número a la influencia árabe en la península, ni decir en un texto que fue más influyente en la historia de Europa, si aquello o el fin de la ruta de la seda oriental. Es un planteamiento seudológico que se usa hasta en las asignaturas de corte artístico, y el argumento pseudoartistico de que aunque una respuesta no tenga que ver con la pregunta este medio-bien si incluye muchas características asociadas. Aparte del hecho ya obvio que diferentes conocimientos requieren diferentes enfoques y métodos, plantear el mismo tiempo histórico en una línea recta de hechos encadenados plantea en sí mismo un problema conceptual en el que somos muy listos deduciendo el resultado de los advenimientos cuando estos ya han ocurrido pero nadie ni el más afamado experto o estudio más avanzado parece ser capaz de predecir con consistencia que va a pasar ahora. En parte por la hiperrealidad, por la situación moderna de un mundo interconectado, pero también en gran parte porque cada momento histórico tiene infinitas particularidades que nunca más se van a exactamente repetir y no se anulan entre sí como le gustaría a Hari Seldon. Las viejas frases hechas sobre conocer el pasado no son base para un sistema educativo, porque el conocimiento histórico es transversal y va en aumento exponencial, e intentar adecuar los contenidos a un universo en expansión no tiene ya sentido cuando el mundo cambia tan rápido que, junto a sus retos, va a ser irreconocible en treinta años. Los problemas y giros argumentales antiguamente de siglos, serán ahora problemas de décadas, y los hechos del pasado relativos al presente serán diferentes varias veces durante el transcurso de una vida normal.
¿Hasta cuándo
seguiremos obsesionados con los helenos, el imperio romano y las patéticas
intentonas de imperio colonial de este ridículo país?
La humanidad seguirá
existiendo durante cientos de miles de años, la pregunta no es cuando la
historia pasada se va a hacer demasiada extensa como para poder, en un tiempo
razonable, ser aprendida y tratada en su totalidad, sin omitir los hechos
importantes con sus causas y precedentes; sino cuando vamos a admitir que ya no
es posible.
Si aún lo fuese, no ignoraríamos en clase todo lo ocurrido del antiguo talón de acero para allá antes del siglo veinte, ni al otro lado del pacifico antes de que colón, que era catalán, descubriese por primera vez en la historia de la humanidad un continente en el que ya vivían millones de personas. No solo leeríamos a pensadores griegos y alemanes, ni creeríamos que Nabucodonosor es solo el nombre de la nave de la película de Matrix; porque lo que estamos haciendo no es aprender historia ni historia de la filosofía, ni historia del arte sino permanecer obsesionados con nuestra propia herencia cultural. A la sombra de la silenciosa pero aún omnipresente moral católica, resulta que luego de sembrar vientos un día amanece; y restamos detrás del televisor ante la tormenta preocupados, y de alguna forma aun sinceramente sorprendidos, ante el auge del racismo, el fundamentalismo islámico y el nacionalismo radical.
El punto
general, es que las limitaciones del sistema pueden parecer anecdóticas porque
todo lo que se hace está dentro de sus confines, pero realmente abrumadoras
cuando te das cuenta de la complejidad y transversalidad del mundo real. Quizás
son útiles para memorizar largas listas de cosas, ¿pero alguien ha usado alguno
de los métodos aprendidos en esos años para aprender a hacer algo fuera del
mundo académico? Ensayo y error, ser capaz de relacionar, imaginar y mantener
conceptos en tu mente, crear y no copiar tus propios mapas conceptuales de
información, trabajo en equipo, gestión a largo plazo, inteligencia emocional,
reconocer las propias capacidades límites y virtudes particulares. Mezclar
práctica específica con información general, aplicar corrección de errores
particular y juntarlo todo en práctica real y frecuente.
El último es el
único que se intenta, que es básicamente el funcionamiento de todo
entrenamiento en el deporte, y el cual se hace tan mal en el instituto que no
aprendí que funcionaba hasta años después de salir de él. No aprendes a
aprender porque quienes deberían enseñarte no son educadores ni se espera que
lo sean.
Los mecanismos
para aprender esas cosas cuando sean necesarias o para entender mejor el mundo
son mucho más importantes que esos conocimientos en sí, que para aprenderlos
tanto el método como el hecho debes despertar en la persona no una obligación
sino una necesidad, aunque sea nacida de una curiosidad aparentemente alejada
del tema que querías tratar. No tiene sentido echar a los lobos un grupo de
gente y esperar que cooperen entre ellos si uno es un gladiador que se merienda
un par de ellos cada mañana. Aunque cooperen, o se pongan de acuerdo para matar
en casa luego más tarde uno cada uno, saben perfectamente que es una pantomima
y el gladiador de tener tiempo o ganas lo hubiese hecho todo él mismo en menos
tiempo. No es suficiente con dar una charla o repartir una fotocopia, estas
dinámicas tienen que estar integradas una vez aprendidas a partir de la
necesidad de su uso, y no de leerlas en una lista.
Porque las
verdaderas dinámicas de trabajo en equipo no son sentarse en un círculo y
cooperar, objetivo muy nobles pero que nadie te ha enseñado nunca a hacer.
Esperas que esos mecanismos aparezcan mágicamente cuando reúnes cuatro chavales
y los llamas a hacer un resumen entre todos cuando llevas años ya enseñando exactamente
a hacer lo contrario sin darte cuenta. Esperas un día de pura inspiración
plantear un debate formal en clase y te sentarás a observar cómo, si sale en
algún momento del completo silencio, se convierte en un chicos contra chicas o
en un plató del sálvame: porque es el único precedente. Seguimos con los
ejemplos de doble moral; esta vez estamos en un sistema educativo diseñado
contra el individuo y que cumple muy bien su cometido de aplastar el ideal de
este bajo una férrea bota de metal, pero donde debes ser un
perfecto y funcional individualista para a la práctica salir del paso de sus
intenciones súbitas de trabajar en hermandad. Pasados los primeros años nunca
me sentí con ganas de forzarme a formar parte de una comunidad que solo tenía
la edad biológica en común conmigo, pero académicamente nunca fue necesario.
Aunque se acumulen fotos de clases en las estanterías de los exalumnos y las
miremos a veces con nostalgia, lo cierto es trabajar, trabajas solo, y tus
amigos de aquella época eran los amigos del tiempo libre entre, durante y fuera
de clase; pues trabajar en equipo significa aprender a cargar como un camello
con las obligaciones de los demás.
No, después de horas de machacar el cerebro
con cantidades absurdas de información que memorizar en vez de tratar de
comprender, no puedes dar un discurso y pretender que lo aprendido a la fuerza
de años trabajo las cubran bellas intenciones.
Si la gente un día
se pusiese a hablar en clase, no para evadirse y contar lo que le pasó por la
tarde, sino de lo propio que ocupa sus estudios; se encontraría con dos cosas.
Primero,
descubrirían que en realidad les interesan los temas y que en realidad lo que
desprecian son las asignaturas; que de alguna forma han logrado convertir el álgebra
y la segunda guerra mundial en algo aburrido y sin magia. Segundo, que la dialéctica
igual que el conocimiento es un campo transversal y entonces se vería claro
como el agua que nadie tiene ni idea de lo que en teoría llevan aprendiendo los
últimos cinco años, porque no saben relacionarlo fuera de su marco conceptual.
Todo el mundo oye pero nadie escucha, y es que hay un motivo detrás de que la
comprensión oral y escrita de este lado de los pirineos roce los límites de lo
absurdo.
Había alguien
que escribió en su momento sobre un mundo en el que el infierno existía pero en
vez de estar poblado siguiendo juicios basados en sistemas morales prehistóricos
lo habitaban todos aquellos que cuando murieron creyeron que irían al infierno.
Estaba todo absolutamente lleno de cristianos, pues los pecados del
cristianismo no están hechos para ser evitados sino por representar instintos básicos
humanos, ser cometidos, y luego sentir arrepentimiento y culpa por ellos. En nuestra historia, pese
a ser cristianos y por ello, los buenos de la película, ni uno de ellos
cuestionaba su lugar en el infierno, pues todos ellos sabían íntimamente porque
estaban allí. La manera más fácil de tener a alguien sometido es hacerle creer
que está ahí por su propio beneficio, o por su propia culpa.
Todo en el cristianismo está hecho para cubrir alguna necesidad, sea relevante a nuestro tiempo aún o no, el motivo por el que es en sí mismo una rebelión asociar a dios a unas ciertas características en principio sin sentido al ser asociadas a una figura divina pero distintas a las consideradas estándar. Podría ponerme a hablar de la moral cristiana y de como vivimos bajo su influencia aún y sobre como los colegios de curas eran la resistencia a los tiempos en su momento, pero el caso es que como antes comprábamos la idea de dios ahora también compramos algo. Nos venden que
estamos allí para aprender, nos venden la preparación para el futuro, y la
compramos porque no tenemos nadie más a quien escuchar y porque creemos que ese es nuestro lugar.
Lo cierto es que
nadie, ni siquiera: sobretodo nuestros padres, sabe qué hacer con nosotros y
ceden el control a alguien más. Los padres a los profesores, los profesores a
las normas o la institución, la institución a los políticos y a estos se los
lleva el viento.
Somos una de las
sociedades más acomplejadas e inseguras del mundo. Decía mi profesor de álgebra
un día, de quien aprendí más sobre la sociedad que durante diez años escuchando
profesores de ciencias sociales. Sonreía ante la escena de una clase entera
asustada de responder a una pregunta fácil que acababa de plantear. Un complejo
mejunje de gente una a una intelectualmente capaz y preparada, que sin aparente
explicación se comportan en presencia de otros como una masa silenciosa aun con
libertad para hablar; y es debido a algún sentimiento de inferioridad e
inseguridad que no puedo acabar de comprender.
Líderes sin carisma, sin estudios de nivel, ni talentos destacables; incapaces de hablar otro idioma que no sea el castellano sin correr el riesgo de caer en el más lamentable de los ridículos; politicuchos del tres al cuarto con una oratoria vulgar y que apenas dominan los rudimentos más básicos del que debería ser su oficio; personajillos lamentables que no saben ser ni estar y que no merecen ni la más breve reseña en los libros de historia.
En cualquier otro país la suya sería una existencia anodina y gris, imperceptible para el devenir del país, engullidos por la marea humana y disuelta su nula personalidad en el ácido de las masas.
Pero sin embargo, en España, llegan a presidentes del gobierno. (...)
¿Qué sucede pues en España? ¿Qué extraños mecanismos llevan al poder a los mediocres y a los necios? ¿Es algo casual, se trata de una gran conspiración o es el reflejo de la degeneración psicológica de toda una sociedad?
No hace falta ser demasiado observador para ver que se trata de la tercera opción.
el
paraíso de los mediocres - gazzeta del apocalipsis
Nunca me cansaré
de citar este artículo.
Es que lo aprendemos, es que es exactamente lo que aprendemos.
Aquello que nadie te intenta convencer, aquello intrínseco al sistema como adoptar a los del pedestal como modelos de conducta es lo que transmite el verdadero mensaje. Los americanos se ven a sí mismos como líderes del mundo, pero lo relevante no es que se vean a ellos mismos y no a otros, sino que piensen en el mundo como algo que deba ser liderado; porque el liderazgo es su sistema de organización grupal. Nadie lo dice en voz alta, no hace falta; mencionarlo sería no darlo por sentado. Sería terrible darse cuenta de que la forma en que vivimos podría ser distinta en miles de millones de formas diferentes que ni siquiera logramos ver tomamos parte de una en particular arbitrariamente elegida y a la que nos aferramos con violencia. Los profesores mismos no saben de todo aquello que silenciosamente nos van convenciendo de cómo funciona el mundo y cual es en él nuestro lugar, porque son ignorante y porque se protegen a sí mismos del peso existencial.
¿Cómo explicas sin la acción de un sistema educativo una sociedad en la que se asocia seriedad a inteligencia? ¿Respeto, a autoridad? ¿Introversión, a buen comportamiento? ¿Tener una vida triste a ser responsable? ¿Seguir clichés sociales asociados al éxito, al éxito en sí? ¿Desobediencia frente a un sistema injusto, a problemas mentales y personales?
Estas relaciones no caen de la nada, son producto de algo y finalmente me di cuenta de qué. Puede parecer algo fuerte así dicho, pero la primera reacción de los profesores cuando empecé a mostrar públicamente desdén a su profesión y sus clases, fue preguntarme si tenía algún problema en casa, si tomaba drogas o si era gay. Puedo ver en algunos de vosotros como estas convencidos de que alguna de estas cosas fueron el obstáculo para no poder aprobar a la primera cuarto de la eso, te puede parecer una buena explicación si viste esos años desde el otro lado de una cortina de humo de hachís, pero raramente son la razón de fondo. Yo no tenía ninguno de aquellos problemas, y casi podía imaginar su mecanismo de razonamiento.
Teníamos un
perfectamente mediocre estudiante promedio y ahora no quiere hacer los deberes,
¿alguien ha encontrado ya algún culpable?
Pues sí, yo tenía un problema, un gran problema en la vida como nunca antes lo había tenido. Tenía, mínimo, tres años y medio por delante en un sistema que estaba aprendiendo ver como a un enemigo, como a un gigante de mármol blanco sobre la llanura, para llegar al objetivo final de un acceso a la universidad. Quedarte al margen y limitarte a cumplir tu papel en un lugar que no solo sabes absurdo, sino que antes defendiste y por el que te sientes traicionado; es solo una opción razonable años después cuando lo puedes echar como uno más al carro de los traumas del pasado. Pero yo tenía catorce años, medía uno setenta, y estaba bastante cabreado.
Mi problema se llamaba IES Sant Feliu.
Parte I Education Labor Through
Parte II Dulce Introducción a la Secundaria
Parte III I Met God, She's Gay and He's Black
Parte IV Independent Though Alarm
Parte V The Times They Are A-Changing
Parte VI Jesus of Suburbia I
Parte VII Jesus of Suburbia II
Parte VIII The Beginning and the End
la deseducacion, i met god she's gay and he's black
the decay of western civilization /?
random local guys