[Capitulo 7] Small Town Boy




Hay una radio siempre encendida en mi cuarto. Mis compañeros se quejan a menudo, pues en esta casa faltan puertas y hay algún que otro agujero parcial. Aquí nunca se está totalmente en silencio ni totalmente a oscuras, es algo que tienes que aceptar si no quieres volverte loco, igual que tienes que aceptar que la radio se queda encendida.

Así nunca te da la sensación de estar totalmente solo.

La mayoría de ruido que sale de ella son interferencias, ruido de fondo, como lo quieras llamar; pero a veces sale algo que escasea en este mundo, música. Suena cuando quiere, de día o de noche, nadie sabe de dónde viene la señal y porque nunca suena dos días seguidos. Debo admitir que he estado algo obsesionado con ello, y aunque a todos nos gustaba y disfrutábamos la música al principio la mayoría se han cansado y han dejado que me lleve esa vieja y ruidosa maquina a la habitación más profunda que pudimos encontrar. Solo hay una norma, la radio no se apaga.

Encontramos el dial pintado en números gigantes en la fachada de un edificio perdido en los suburbios de una (¿nuestra?) ciudad, cuyo nombre no se escribir ni pronunciar. Preguntamos a la gente que vivía cerca del edificio si sabían algo de la radio, preguntamos por los mercados improvisados sobre lo que fueron las calles principales, y preguntamos por los infinitos callejones buscando alguien que tuviera una radio. Llegados a cierto punto, parábamos de preguntar. Calles enteras y vehículos abandonados adornaban barrios enteros vacíos, y gente ocasional vivía en casas concretas de islas de apartamentos con aspecto descuidado; una frutería sin género abierta sin clientes a un kilómetro a la redonda. parábamos de preguntar porque llegados a cierto punto el misterio de qué hacia esa gente ahí era mayor que el de la radio, siempre nos respondían lo mismo, que ellos viven aquí, que están donde tienen que estar.

Cuanto más nos distanciábamos de nuestra querida casa semiderruida más parecía interminable la continuidad de edificios. Era un mundo de piedra. Inacabable, pero incompleta. Plantas, ríos agua y mi parecían pertenecer a otra realidad, de la misma forma que se la debe parecer a los chicos que han nacido en una ciudad y nunca han salido de ella. Se dice que si tomas un tren en Tokio pasan horas hasta que dejas de estar en ella. En un mundo sin mapas ni nombres uno podría pasar años en una ciudad sin saber que existe una no ciudad en una dirección, hasta que un día empiece a andar ignorando la aparentemente interminable ristra de cemento y pura roca moldeada, ignorando que cuanto más lejos va más lejos va a tener que volver, hasta encontrarse que el horizonte se ensancha y cubre todo alrededor.

Aquí es donde vivimos nosotros también, de hecho, no recuerdo haber venido de ningún otro sitio, así que debo de vivir aquí. No sé leer los carteles de las calles, mi color de piel y la de mis hermanos es diferente que la de los niños gitanos que corretean por las calles de piedra.

Pero una cosa esta clara, las cosas son como son, tengan sentido o no.

Llevo más de setenta horas despierto mirando una radio que bien podría estar emitiendo el ritmo de mi corazón,

Quizás he sido algo suave cuando he dicho que estoy un poco obsesionado con ella.

Vivo con a quien yo llamo mis hermanos pero no somos más que un grupo de huérfanos que se trata como una familia. Yo soy algo así como el hermano mayor, aunque no soy precisamente un hermano mayor ejemplar; Boy siempre me lo recuerda. Aparte de mi obsesión soy un tipo bastante cerrado, mi lugar es mi habitación con mis cosas, celosa de lo que es nuestro, antipática con los demás y mi estado de ánimo condiciona el estado de la casa. Si yo estoy de malas, cuando no hay música en días, todo el mundo está de malas. No soy nada maniático con la limpieza por decirlo de alguna forma, y en la casa aún hay puertas derribadas en el suelo que estoy bastante seguro nadie ha movido desde que llegamos aquí.

Otros han intentado poner algo de orden en esta casa, mucho mayor de lo que debería y parecida a un hotel abandonado. Crearon un sitio donde guardar la comida en una de las habitaciones vacías, y apañaron un sitio en el que estar todos, arreglando una gran habitación y moviendo los que dormían ahí a algunas otras. Eso fue un gran evento en muchos sentidos, todos los chicos que venían nuevos acababan durmiendo y haciendo ahí su casa porque estaban demasiado temerosos de reclamar una habitación como suya, y ahora cuando decidimos que alguien debe vivir con nosotros hacemos una gran reunión y le asignamos una habitación. Da la sensación de que cada habitación vacía no es una habitación vacía, sino alguien que falta. Como los edificios en esta ciudad, parecen no acabarse nunca, no estoy seguro de haber entrado en todas, creo que hay catorce.

Solíamos reunirnos cada día ahí a hablar o escuchar la radio, en esa gran sala rota y con paredes estampadas con ladrillo desnudo, y pintadas incomprensibles. La búsqueda del origen de la música nos mantenía ocupados, pero con el tiempo, cuando relegaron la radio a mi habitación y nadie quiere salir conmigo a andar días enteros en una misma dirección. Así que voy solo, busco incansable la radio y la música pérdida. Pero un día ocurrió una tontería, algo sin importancia pero que, de alguna forma, sentí que no tenia que ocurrir; y a partir de ese momento también busco los límites de la ciudad. Empecé haciendo un mapa en la pared de mi habitación, y ahora es una red de mapas conectados escritos con pintura blanca que nacen en mi profunda habitación y se extienden como una infección por el resto de la casa.

La verdad, no es que esté obsesionado con la radio porque la radio sea algo especial, que lo es; es que tengo, como decirlo, tendencia a las obsesiones.

¿Crees que estoy loco? quizás, pero también lo estarías tu si no supieras donde estas ni quien eres, en el más amplio de los sentidos. ¿No buscarías tú, sin cesar, después de repetirte a ti mismo todos los significados posibles de estar perdido?

Cuando no estoy buscando, me encierro y me olvido de que tengo una gente de la que cuidar. Paso días mirando de frente la radio, haciendo mapas en mi cabeza y estudiando mis mapas. A veces me traen la comida cuando paso algún día sin salir de mi habitación. No soy el mejor hermano mayor, ni lo he sido nunca. Tampoco lo pretendo.

Hoy era uno de esos días, hasta que después de un mes entero sin hacerlo, ha sonado la música.

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