Dejé atrás un mundo, pues me dio la sensación de entrar en otro. Mi visión al entrar en la catedral y cerrar la puerta con la Revolución a mi servicio matando a todos a mi espalda fue la de Boy, corriendo por los pasillos interiores y medio ajardinados de una catedral que no se parecía en nada a la que había entrado por la misma puerta unas horas antes.
Seguí a Boy sin terminar de creerlo, y cuanto más avanzaba adentrándome en la catedral de la luz, mas oníricos se volvían sus pasillos, mas enfermiza la persecución hasta el punto de no saber porque estaba corriendo. Quizás pasaron días, o meses, eones, en los que vagué por la catedral que ya no era un edificio sino un bosque, un desierto, unos acantilados y me empujaba por ellos con la determinación de alguien que sueña y tiene un destino pero no sabe a dónde va. Lo intenté todo, acampé en claros, me senté durante horas en rocas muy altas con los ojos cerrados solo para descubrir al abrirlos que había rocas más altas aun, desde las que se veía el horizonte y sabía que no podría escapar.
No parecía existir nadie más en este mundo, si es que es un mundo. Todo era ligeramente familiar, como un collage de localizaciones que ya existen en la tierra. La campiña verde, los molinos viejos de madera, las montañas nevadas de fondo y un bosque de cerezos japoneses. ¿Eran esos lagos de escocia? Parece el patio de juegos de la naturaleza. De un Dios.
Fue una época interesante, muy intensa, me dio tiempo para pensar; poco a poco me fui recluyendo en mí mismo de tal forma que podía modificar como percibía mi entorno solo cambiando mi estado de ánimo o con un pensamiento fuerte. ¿Solo cambiaba mi percepción? Hubiese jurado que las hojas caían a mi voluntad, y que las estaciones ocurrían cuando tenían que ocurrir. ¿Acaso no se apartaban los árboles y dejaban a la vista viejos castillos y llanuras inmensas a mi paso firme, y se contraían y formaban senderos empedrados cuando no sabía adónde ir? ¿Era yo El Creador? ¿El Destino?
¿Te imaginas que llegas a un punto de tu vida en que tienes que plantearte seriamente si eres el todopoderoso como una posibilidad perfectamente válida?
Pero yo no era hoy Dios.
Si fuese el destino, tendría preparada alguna jugada irónica de lógica retorcida, como que cuando dejase de buscar la salida ella misma se manifestaría o que saltando del acantilado despertaría y todo habría sido un sueño.
Pero yo no era hoy Destino.
Claro que no soy el destino, nadie es el destino; destino es solo una palabra, no una identidad.
¿Solo una palabra?
Esa era la voz de Boy. No moví ni un músculo, llevaba quien sabe cuánto tiempo sin escuchar una voz que no fuese la mía. Tiré mi moneda al aire y antes de alcanzar el punto más alto yo ya no estaba ahí para recogerla. Volé con el viento dibujándome alas de pedazos de mar, bosque, centeno y roca a mis espaldas, volé detrás de las montañas y por los acantilados, sabiendo que la voz venia del otro lado, salté con todas mis fuerzas al mar que repicaba contra el borde de las rocas amenazante y me ahogaba con su viento salado y cortante, que disolvió mis alas en el mismo instante que me salí un milímetro de la tierra. De mi tierra.
Y aparecí, como acabado de despertar, con una fuerte sensación de realidad, como cuando se despresurizan las orejas, como si todo lo demás lo hubiese vivido en tercera persona o en una época muy lejana.
Y aparecí, abriendo una puerta que daba a la sala más bella que jamás había visto; porque yo sabía que aún estaba aquí, que nunca había salido del edificio. Y sabía que estaba en el corazón del mundo porque nada mas podía ser tan parecido al corazón de un mundo. La luz entraba por cada uno de los ventanales estallando en color y proyectando imágenes de eventos desconocidos en este mundo en el suelo como si la cúpula estuviese iluminada por veinte astros independientes formando un circulo perfecto en el cielo; las plantas entraban por los agujeros de las paredes, por los rastros de ruina en la que desde fuera parecía una impoluta y firme muro exterior. Parecía construida, y también abandonada mucho tiempo atrás, pero no aparecía como los edificios abandonados realmente son, todo estaba como; perfectamente abandonado. Las exactas ventanas rotas, los exactos desperfectos en los muebles, las exactas enredaderas subiendo por las columnas blancas. El exacto y trágico trono vacío, de piedra fría, en medio de la sala.
Cuando me recompuse, y no tardé poco. Di unos pasos al frente, firmes y amplios. Me vi a mi mismo desde arriba, andando los pasos perfectos haciendo el ruido exacto pasando simétrico entre las dos filas de columnas que llevaban directamente al trono como si el trono importase ya algo después de tantos siglos sin nadie sentado. Enfrente, me detuve, y volví a ser yo mismo.
Qué diablos está pasando.
Escudriñe la sala en busca de cualquier cosa, rompí la armonía del lugar tirando armarios y apartando flores. Alguna pista de que es este sitio, de que es este trono, que hago aquí, como salgo, que le ha pasado a mis hermanos, que coño ha pasado con la revolución porque no me atacaron a mi cuanto tiempo he estado perdido me estoy volviendo loco. Los pensamientos empezaban a sobrepasarme así que me senté en el trono de piedra y me hice un profundo corte en el brazo y mis gimoteos acompañaron durante un rato el sonido de las gotas repicando en la piedra.
De eso me sirve ser yo mismo, si es que existe tal cosa.
Escudriñe la sala en busca de cualquier cosa, rompí la armonía del lugar tirando armarios y apartando flores. Alguna pista de que es este sitio, de que es este trono, que hago aquí, como salgo, que le ha pasado a mis hermanos, que coño ha pasado con la revolución porque no me atacaron a mi cuanto tiempo he estado perdido me estoy volviendo loco. Los pensamientos empezaban a sobrepasarme así que me senté en el trono de piedra y me hice un profundo corte en el brazo y mis gimoteos acompañaron durante un rato el sonido de las gotas repicando en la piedra.
De eso me sirve ser yo mismo, si es que existe tal cosa.
En vez de calmarme empecé a estar mareado y ponerme blanco como la tiza. Quizás me había pasado. Quizás llevo años sin comer y yo aquí desangrándome. ¿No seria una forma absurda de morir, desangrado por mi estupidez en medio del clímax espiritual de la historia? Y miré al frente.
Había un árbol.
Un simple árbol, pequeño, creciendo, en una rendija, una grieta en el suelo que iba a más con los años. Un solo y afortunado árbol que ha tenido la suerte de nacer enfrente del trono donde ningún otro podrá crecer nunca. Ese árbol era algo especial, ese árbol era como yo. Algo salió de él, se me puso en el pecho y me dio calor. Me sentí reconfortado, como si el aire se me hubiese estado negado durante mucho tiempo, aliviado; solucionada una incertidumbre plantada muy profundo en mi inconsciente tiempo atrás.
Ya ningún goteo golpeaba la piedra del suelo. Sentía que tenía poder, pero no que clase de poder. El sonido del silencio era poderoso. ¿Porque las gotas, sonando a ritmo continuo probablemente durante siglos, habían dejado de caer? Es como si un sonido mayor se esté gestado, como si la pausa en la banda sonora añadiese una calma anterior a la tempestad, porque eso es lo que ocurre en las historias y yo soy el protagonista de esta. Como era propicio que ocurriera, un trozo de techo cayó del cielo y me hubiese matado si yo no hubiese sabido, de alguna forma, que ese trozo tenía que caer.
Sentí entonces que una ráfaga de viento y un oscurecimiento parcial de la Catedral de la Luz tenían que ocurrir, por el ritmo, por el ambiente; no porque yo lo previese, sino porque era preciso que así ocurriera. Y el cielo oscureció.
Sentí entonces que el viento debía mecer el pequeño y naciente árbol del trono de piedra. Sentí que la rabia y la incertidumbre crecían en mí y que por lo tanto algo bruto y agresivo tenía que ocurrir. El árbol debía ser arrancado, pero para mí creciente sorpresa nada le ocurrió. El viento, tardío en la historia, volteó páginas de libros a mi espalda y removió hojas del suelo a voluntad. Pero el árbol no se movió.
Ese árbol era Boy, y ese árbol era la Luz.
La luz me lo contó todo. Ahora lo sabía todo y también sabía que lo olvidaría en el trayecto hacia el autobús con mis hermanos. Y si nunca me acordase volvería a olvidar porque nadie sabe que ocurriría si no lo hiciese. Me marché por donde había venido, por un simple pasillo que conducía a la entrada principal de la catedral a la que había entrado huyendo de la revolución minutos antes. La herida autoinflingida de mi brazo me había empapado la camisa de sangre, pero no me preocupó, porque la herida ya no tenía un papel en la historia.
Y la herida desapareció.
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