[Capitulo 16] Raider II




El eco de mis pisadas era devuelto con truenos de una joven tempestad que iluminaban la estancia en intervalos cortos pero suficientes para contemplar su magnitud. Era una sola sala completamente vacía que ocupaba la totalidad de la nave, fría, metálica y serena. Este no era un sitio normal, o quizás sí, pero tenía la cualidad de hacerme preguntar porque había terminado precisamente en este sitio, en esta noche; repasar los exactos pasos y advenimientos que habían terminado conmigo en este preciso lugar del mundo. Pero solo oía la lluvia crujir, contra el techo de aluminio, repicar rítmicamente, y acompañar un frío mucho más físico que el de la falta de noche o el de mis manos nerviosas y adoloridas. Me sentía desprotegido, perseguido, mucho más perseguido que cuando tenia esos moteros a cinco metros cruzando puentes sostenidos a más de cien kilómetros por hora. ¿Era así, como se sentía, ser perseguido cuando no eres Kavinsky y tu mundo no es la noche?

Sentía que yo no tenía que estar ahí, sentía que era una trampa, y que detrás de algún aparato industrial, o de una inocente mesa de madera, o de una columna lateral para sostener el peso del edificio, alguien saldría me apuntaría y me ejecutaría. Quizás la sensación era más profunda aún que el miedo a una trampa, quizás era más el sitio que yo, quizás ese sitio era de alguien que escondía algo terrible o que no quería que nadie estuviese ahí, y yo entonces podría decir que solo trataba de esconderme y escapar. Sé que desvarío, sé que la paranoia va en aumento y la mano derecha me vuelve a latir por propia voluntad. Avancé, oyendo solo el sonido de mis propios pasos, dudando a cada uno si su eco eran pasos a mis espaldas. La presión era insoportable.

Pero yo era más fuerte, y continué unos pasos más.

A la distancia, vi un objeto extrañamente familiar. Había un cuadro, con un marco antiguo, alto como una persona, de pie al fondo de la nave. Ese objeto de pintaba nada ahí. Estaba, fuera de lugar. Y sin embargo, ahí estaba. Era un ángel con unos ojos terribles que durante un segundo todo me hicieron olvidar sobre Takahashi, Sheena, Raider, la noche, mis perseguidores y mi mano derecha.

La miré, y estaba completamente normal, como siempre había estado. No había herida, ni enfermedad, ni rastro de que nada le hubiese pasado fuera de lo normal. Junto a eso, tampoco había ningún cuadro, y me sentí perdido, no perdido como un niño en un supermercado sin encontrar a su madre, sino, como lo diría; en mayor magnitud, perdido como el silvido del pacífico en las lunas de saturno. No sabía qué hacía ahí, sabía que acababa de hacer algo terrible. Sabía que tenía que correr, y temer, porque a veces hay que temer las cosas adecuadas; y una vez más la luz de un relámpago iluminó toda la sala, vacía, silenciosa, enorme y terrible.

El viento y la lluvia me golpearon mucho más fuerte de lo que esperaba, pero resistí estoicamente su embestida, sabiendo que algo mucho peor estaba por llegar. Subí de un salto a la parte enfrentada a la fachada de la nave del muro donde había descansado minutos antes, cuando aun estando escapando, herido y sin noche; la vida era mucho más sencilla. Cinco motos negras una al lado de la otra rompían la línea del horizonte que lleva de vuelta al centro de la ciudad.

 Raider.

Era una visto terrorífica, digna de leyenda, pero pese a eso, me permití el lujo de gastar unos gramos de arena de mi precioso tiempo en alzar la cabeza y cerrar al mismo tiempo los ojos lentamente y sentir a mi alrededor, en las manos, en los hombros, en el repicar del acero, la lluvia, la tormenta y el viento en todo su esplendor. Y en el momento de máxima desesperación, de entre las cinco espadas y la pared, de yo con la muerte detrás; volvió la noche, y con ella, volvió Kavinsky.

Pronto, el paisaje desatado de los suburbios se transformó, dejando una estela de humo y rueda quemada, en cuidadas carreteras que eran equivalentes redes neuronales de comunicación de la ciudad a las nuestras propias, destellando entre ellas no como viajeros veloces sino como impulsos eléctricos. Íbamos tan rápido, que veía sitios en los que no estábamos. ¿Sabes cuando tienes un lugar al que ir y puedes visualizarlo tan claramente en el camino que te parece estar a la vuelta de cada camino pese estar a kilómetros de distancia? Yo veía acantilados escarpados, castigados en su base por la persistente espuma de las olas. Veía las montañas en la distancia, y segundos después estaba en ellas, subiendo esa pieza de atrezo de nuestra vida en la ciudad. Las luces de neón, a los lados del túnel de la cincuenta y dos, se fundían en un continuo que luego se volvía a separar al salir a cielo abierto, para ser espíritus luminosos que te marcan el camino, te cuidan, y te devuelven a casa sano y salvo.

Nunca había visto una noche tan esplendida como esa, y podría pasarme horas describiendo cada segundo, cada niño mirando desde la ventana trasera del coche. Me pregunto que vería, entre la oscuridad, la carretera, la lluvia, los relámpagos y las motos negras. ¿Vería él el mismo cielo que yo veo, me vería como un loco, como un criminal, como el líder de esos otros chicos que me acompañan muy lejos, ignorando el mal del mundo?

No sé cuánto duró. No sé cuándo perdí la noción el tiempo y el espacio. Sheena. Takahashi. Mi Honda. Mis padres. Todo se fue acumulando en mi cabeza, no para ser pensado, sino para ser olvidado. Toda mi vida, pendía de la punta de los dedos de la mano de alguien tendida hacia el sol preparando para liberar toda su gloria; era rápido, era frágil, era una sombra danzando entre estatuas de mármol y piedra que solo podían mirar, ni siquiera comprender, la magnificencia de lo que estaba aquí ocurriendo.

Entramos en otro túnel, y sentí que me fallaban las fuerzas, y que la moto negra recién adquirida, ya mi eterna compañera, no iba a aguantar más. Al salir de él, las cinco Yamahas se desplegaron a mi espalda en línea, tal y como habían venido, como un ave imperial desplegando sus alas antes de descender sobre su presa, deteniendo el tiempo en el aire, para observar la belleza de su movimiento, la magnificencia y su noble transición en el segador.

Me sentí frágil. Me sentí mortal.

Llovía cada vez más fuerte, y cinco jinetes en sus bestias negras me perseguían como a uno le persiguen en los sueños; en cada rincón, detrás de cada curva, en cada casa y en casa país. Detrás de cinco años de tu vida intentándolos huir, al volver a casa con tu familia; te los encuentras en tu jardín, sentados con sus armas en la mesita de roble que hiciste con tus propias manos, recordándote quien eres y de cómo en el fondo pese todo este tiempo les perteneces a ellos. Al mundo. Al miedo. La persecución se extendió más allá de las luces y limitaciones del camino. Era una lucha mental, una supervivencia a golpe de ruido de maquinaria y hierro contra hierro. Conseguía librarme de uno, de dos, de tres. Y aparecían en otro cruce, dos kilómetros mas allá, desde otra dirección, desde donde solo se puede llegar dando vueltas a la roca y al cemento durante siete. El viento silbaba a mis oídos, el agua aumentaba la prisa en la carrera y disimulaba la adrenalina y el fuego de mi cuerpo; helada, cortando en diagonal mi rostro como una gran garra y penetrando en mi mente, que a lo largo de una vasta llanura de heno, de vuelta a los techos de relámpagos y el abrazo de los árboles, habiendo atravesado mundos y fronteras, había llegado a una conclusión. Había llegado a lo único que podía hacer. Finalmente lo había comprendido todo. 

Frené derrapando hasta dejar la moto en perfecta posición perpendicular sobre la carretera. Las Yamahas se detuvieron a dos metros de mí, en línea y sin expresión en sus ojos. Alcé la mano derecha dándoles la espalda, en dirección al incipiente sol, aún sin amanecer, y cerré el puño con decisión. No me he convertido en él. Yo no era él cuando empezó esta historia. Sin embargo, ahora soy. Se trata de ser. Esta era una historia de bandas, mafia japonesa, y tópicos de novela negra. Era.


 - ¿Raider, hacia dónde vamos?

 - Hacia el horizonte.


Intro Musica

[Capitulo 15] Raider I




Raider fue el primero al que siguieron. El que gobernó a otros. Aún a día de hoy todos seguimos su leyenda, su forma de vestir; intentamos seguir su forma de ser. Él es el alma. El la belleza de la noche lo exige. Cosas terribles ocurrieron con esa frase, más poderosa que una generación de jóvenes riders sin objetivo, más presente que el viento. No hay representaciones, no tiene pasado, incluso para nosotros es un nombre a que tener respeto.

De alguna forma, las otras leyendas son una interpretación de la suya. Una versión en la que te encuentras reinterpretando y homenajeando sus historias anteriores. Dicen que no importa lo que hagas siguiendo la noche, Raider lo ha hecho antes. A su manera, con su estilo; dejando una imprenta reconocible en esa historia, un signo, una marca, sentimiento profundo, un escalofrío o un simple corte en la madera,

Yo no sé qué creer, hay gente que los busca; yo no lo hago, aunque a veces creo haber encontrado alguno. ¿Significa eso que siempre está ahí? Pensé. Y habiendo pensado esto me di cuenta de que estaba pensando en el suelo de un bar atestado de gente. Intenté recordar lo ocurrido, y la sensación de frío irracional en las manos, además del dolor en la derecha, fue lo primero que me hizo recordar. Mis dedos estaban helados, débiles, y me sorprendió que fuesen capaces de agarrar la mesa para intentar levantarme y soportaran mi peso. Probablemente el peor puñetazo en la boja que le había dado al chico del aparcamiento era decirle que había visto algo especial dentro de él, pero un dolor más físico se me agarrotaba aun en la mano, que había dejado definitivamente de tener el desarrollo esperado de una herida normal. La enfermedad se empezaba a extender del dorso de la mano hacia el brazo lentamente, no como un líquido sino como un reloj de arena, deslizando, cada, grano, uno, a, uno.

Ignorando todo a mí alrededor, me agarré con fuerza la muñeca con la otra mano en un intento absurdo de detener aquello y corrí hacia la salida, sin ser consciente de la atención que estaba despertando. Unos hombres corpulentos, con traje de negocios me gritaron, y cometí el error de mirar atrás y luego intentar seguir mi camino. Sus guardaespaldas como quieras llamarles empezaron a seguirme a ritmo creciente, y ahora mi salida era un fuga en toda regla, tumbando bebidas, por encima de las mesas que minutos antes había visto como desconectadas de mi noche. Ahora esa misma gente demasiado ruidosa me gritaba a mí, me agarraba del hombro. Haciendo un último esfuerzo me abrí paso y abandone la sala, dejando a mi espalda la imagen de mi silueta, menos alta que de costumbre, carente de su gracia, dentro del ordenado tapiz de fondo negro con la única fuente de luz de la calle, el viento por todos lados y la simetría perfecta rota por un camino de serpiente de caos y vasos rotos.

Busqué desesperadamente mi moto con la mirada, pues sospechaba que eso no se había terminado ahí y aún me estaba siguiendo. Sin embargo, la noche no estaba conmigo y los problemas solo acababan de empezar. Se abrió la puerta a mis espaldas esos tipos corrieron hacia mí, salté hacia la moto más cercana de pura intuición y salí de ese lugar en la misma dirección en la que había llegado, pero con cinco motoristas de distintos colores, uniformes y motos a mis espaldas a toda velocidad.

Pasé por las mismas calles en los mismos planos de fotografía con los que llegué, las escenas eran iguales, pero esta vez las parejas, y parejas de parejas de ojos de los rellanos, rincones oscuros y parques sin iluminación, tan seguros de todo a mi llegada, tan vigilantes, se levantaban al verme pasar como una bala en las silenciosas calles de casas pintadas de colores alegres ahora desgastados símbolo de las olvidadas teorías de cristales rotos. Ahora no parecían tan seguros. Ahora esos ojos eran de caras ocultas bajo la gorra de una sudadera, de hombres muy jóvenes con caras pálidas con la mirada de la niñez aun palpitando bajo su decisión. Tenían golpes y magulladuras, las manos vendadas o con signos de violencia o auto violencia reciente. Ellos eran lo que son, lo que la vida y la gente como yo les habíamos hecho ser, y también lo que habían elegido. Dales tiempo, oh, sí, tiempo, y ya los temerás; los deberíamos temer ahora, quizás por ello hacemos lo que hacemos.

Este es un mundo complicado.

Y entre dos columnas de parejas de ojos, ahora revelándose como una amalgama de niños, jóvenes y riders de pelo corto y ojos profundos; pasé junto a mis perseguidores y otra vez nos perdimos en la distancia de la escena principal.

Todo esto duró unos segundos.

Creo que los he despistado.

Giré a unos suburbios industriales, el mundo entre la ciudad y la vida rural de nuestros antepasados. Uno esperaría que fuese un intermedio entre esas dos distancias, pero lo cierto es que es otra dimensión. Es de donde los ricos se alejan de vivir y el sitio que les hace ricos. Las casas huelen a los tóxicos que las naves y las fábricas emiten sólo cuando el viento puede alejarles de la ciudad. Es donde las luces de neón publicitarias se apagan y viejas farolas de bombillas eléctricas forman lo que muy optimistamente podría llamarse red de alumbrado público. Hay charcos en la desnivelada carretera y silencio reinando el lugar. Aquí no hay nadie, solo yo observando lo triste e incapaz que soy de siquiera dejar atrás unos aficionados cuando no tengo la noche de mi parte. La moto casi echando humo tirada detrás de unos contenedores de metal, y yo tumbado sobre un muro de hormigón, apoyando la espalda a la pared, fumándome un cigarrillo y pensando en la palabra héroe.

La enfermedad sigue emanando desde el núcleo agrietado del dorso de la mano derecha, y ahora ha cubierto hasta las puntas de los dedos y sigue avanzando casi hasta la altura del codo. Sorprendentemente, cada vez me preocupa menos, lo único que se siente un ligero hormigueo, en cambio el frio inherente de la falta de noche que me crece desde dentro, me hace temblar pese a ir bien abrigado y tener el corazón a mil de la persecución.

Oigo un ruido, quizás aún no se han cansado de buscarme y están dando tumbos por toda la zona con la esperanza de que sea lo suficientemente descuidado como para que esos idiotas me descubran. Indefenso es una buena palabra ahora mismo,

Bajé de un salto del muro, y andando con toda tranquilidad, tire el cigarrillo y me fui dirección a la entrada de la nave industrial, cuya puerta de metal estaba ya entreabierta y se deslizó grácilmente, sin hacer ruido, dando paso al otro lado que antes con la puerta cerrada era inaccesible, pudiendo ir con la puerta abierta más allá del mundo accesible antes de ser abierta; porque eso es lo que hacen las puertas.

¿No entiendes porque estoy diciendo esto? Pues prepárate.

Entré, cerré la puerta a mi espalda y no fue hasta entonces que me percaté del extraordinario y profundo silencio que gobernaba el lugar, mucho más denso, mucho más frio más profundo, que el silencio en el que había vivido toda mi vida. Era enorme.

Intro Musica

[Capitulo 14] Neo




Dicen que Neo fue el primero. Cuentan, que él llegó a este mundo de otro distinto y trajo con él la noche, que su voluntad podía cambiar cosas. Dicen que no recuerda su pasado, que solo vaga de ciudad en ciudad, buscando la suya. La leyenda de Neo es una cosa, pero su personificación en un motorista negro y que ahora trabaje para una familia mafiosa es otra.

La leyenda la ha oído todo el mundo, aunque no sea de la noche, y es que a mí me la contó mi padre; hay inscripciones y murales que tienen su propia leyenda en diferentes ciudades del mundo escenificando Neo en paisajes imposibles, con catorce compañeros, con su navaja bajo la túnica.

Aunque el mundo no se divide entre leyendas e historias de verdad no me creo casi nada de las cosas que oí en Waterfall’s, tampoco sé que creer sobre la leyenda, y es que cuando miro a la carretera, cuando tengo la cabeza nublada y los pulmones atascados y el nudo de que mi vida va a cambiar justo en la boca del estómago, es imposible pensar que pueda haber uno. Que pueda existir el primer rider, que un dios de la noche pueda vivir tanto tiempo sin ser al final la serpiente que da de morder. Que pueda haber existido antes un mundo donde nadie mirase esas vías, se maravillase de la velocidad, del aire azotando, de las luces, milimétricamente separadas. Me parece imposible.

Detrás de cada curva, de cada calle atravesada, se extiende otro camino, y otro, y otro; sin final. Eres solo tú. Yo recuerdo el día de mi elección, y a mi madre llorar, a mi familia desvanecerse de mi vida. Yo no soy Neo, pero quizás todos somos, en cierto modo, el primer y solitario rider. ¿Cómo se atreve a hacerse llamar así? ¿A comandar bajo ese título los sin rumbo? ¿Como? Son gente oscura, profundos, perseguidores incansables. Quizás ni yo podría escapar de ellos, mucho menos ordenarles nada.

Poco importaban las preguntas sin respuesta, ya no era el trabajo lo que me movía ahora, era la noche, Y con la noche a mis espaldas, hice rugir mi honda roja sangre para salir hacia el horizonte con un destello seguido de un agudo relampagueo que se perdió en la lejanía.

¿Me adentré en calles que se no debo cruzar, saben ellas que no soy uno de ellos? A cada una de esas calles, en cada rellano o ángulo de aparcamiento rezagado de la intemperie, parejas de ojos miraban cruzar a todo aquello que necesitase tanto pasar por ahí que signifique que algo está ocurriendo, pues no hay otra razón por estar aquí más que la de una razón más grande. Normalmente no quieres llamar la atención, y ser lo que está ocurriendo es precisamente lo contrario a ello, pero no puedo simplemente pasar andando, tampoco sería lógico esconder mis intenciones, entrar en el bar, hacer el intercambio y salir de ahí sin más. Si así fuesen como se hacen las cosas, entonces habría gorilas en las puertas, muros en los territorios, una bala entre mis cejas ahora mismo. Son las normas del juego.

Símbolos y elementos tradicionales iban en aumento conforme me adentraba más y más en la ciudad. Los ojos expectantes ahora eran sustituidos por un paréntesis de actividad y relativa normalidad en las más transcurridas calles centrales; gente conviviendo conversando y paseando en un distorsionado imagen espejo de la vida durante el día; vestían ropas extrañas, hierros y dilataciones en sus rostros. Botas de hierro y camisetas de grupos de música extranjeros. Turistas.

La luz de los carteles de comercios, bares y publicidad convivían con los balcones y las plantas sobresaturando el paisaje, cubriendo las paredes de las casas y siendo sostenidos sobre nuestras cabezas, ocultando a contraluz la verdadera noche detrás. Bajo ese manto de oscuro y claro, la espesura de la selva se alargaba como una maraña hacia las calles interiores, hacia la densidad y la profunda cueva; un retorno histórico al abrazo de las grutas que daban cobijo a la humanidad, donde encendíamos fuego y nos sentíamos seguros de noche. La imagen reflejada del día se volvía retorcida, asfixiante y tóxica cuanto mas adentro, y con las estrellas, ya invisibles, no podemos fingir más que en ellas se lee el destino. Ojos en sutil sangre de no dormir, necesarias gafas oscuras en interior y una seriedad en el ambiente. Un ir haciendo dentro de las historias. Paradas de frutas abiertas con todo el género a altas horas de la madrugada, hervidero de otros negocios, pero a veces solo eso; a veces solo una tienda de frutas, un restaurante vacío pero abierto, un herbolisteria. Sus dueños, con la necesidad, bajo la selva; con la necesidad de una continuidad, temerosos de que al cerrar los ojos todo el mundo conocido desparezca. El mundo trastorna a lo que no están preparados.

Aún me duele la mano. Es definitivamente, raro. No debería. Se me estaba amoratando, ¿me habría roto algo? No lo parecía, pero lo que parecía era más raro aún; había un color rojo bajo su superficie, como si eso causase el daño que se iba extendiendo. Era como, una grieta, parecía dañada desde dentro.

La sacudí y continué mi camino, saliendo a partes mas abiertas al cielo; el camino marcado ahora por líneas paralelas de motos de todos los colores, sobre un fondo de muro blanco con refinados ornamentos de olas y mareas en la parte de arriba. No iba a aparcar mi moto como una más, aunque fuese una directa provocación, aunque me conviniese pasar desapercibido. Quizás intentar pasar desapercibido me hubiese delatado, pero eso ya nunca lo sabremos. Me baje apoyando mi peso en mi mano derecha, y por poco me saca un chillido de dolor, iba a más y decidí esconder las manos en los bolsillos mientras flanqueaba líneas paralelas de columnas talladas en madera y entraba a esa estancia con aires de palacio imperial.

En realidad, pese a sus aires, pese a su presunta elevación en la escala social, este bar funcionaba igual que Waterfall's; el mismo tipo de gente, haciendo unas mismas funciones sociales, bebiendo alcohol bajo el abrazo de una supuesta protección; en este caso la del jefe de los Hiroka, el mismo que eludo por temor a la muerte, a la boca del mismo al cual estoy. Entré, entré como los tipos como yo entran en los sitios. Quizás nadie estaba mirando, y eso puede ser parte del encanto de una entrada perfecta. Mirando en mi dirección, verías un gran lienzo negro que es la pared de la fachada desde dentro, con la entrada de luz única de la calle, en otro plano, en el que hace viento, en el que estoy yo, marcada la silueta por una fina línea de luz que reseña los colores como lo pintaría un niño con colores de madera y brillantes rotuladores nuevos. Cuando yo entro, el viento entra conmigo y ahora afuera es adentro.

A cámara lenta, con el corazón a mil y la sangre de la mano herida también batiendo a su mismo ritmo, sé que debo aparentar tranquilidad, escuchando una música que solo yo puedo oír con esos desgraciados bebiendo y manchando de vino las mesas, jóvenes en silencio y la mirada perdida, jovencitas chillando más de lo necesario junto a grandes tipos que no hacen presagiar nada nuevo y probablemente se habrán follado años atrás a sus madres antes que a ellas. Con todo ese panorama, sin paranoia pero consciente de donde estoy pido algo para beber y voy a la única mesa libre que queda, y antes de poderme sentar un segundo con tranquilidad, sé que me están observando.

La mirada de un motorista oscuro desde la otra punta de la sala se clava en mi dirección, en mi mano, en mi frente, en la mancha de sangre de mi chaqueta, en mi paquete de cigarrillos, y yo soy ni siquiera capaz de ver su rostro con claridad, donde debieran estar sus ojos hay dos sombras, y no hay nada en su rostros que especifique ninguna intención, ni nada en su ropa que signifique nada, ni siquiera sé si me está mirando, empiezo a sudar, estoy seguro, ahora caigo, es uno de ellos.

La imagen de Sheena cruza mi mente.


 - ¿Cómo tú por aquí, Kavinsky?



Casi me había olvidado de la misión. Hasta casi me olvido de que yo de hecho dudaba que la misión fuese tal, pero la presencia de aquel chico nervioso, estilizado, occidental, nerd con gafas de gestos exagerado, y mucho más noche en sus espaldas de lo que parece de hecho confirmaba que la misión existía, se despresurizó la sala y el motorista oscuro despareció de la escena. Hicimos el intercambio, me relajé dentro de lo que los tipos como yo se pueden relajar y la noche que solo yo podía oír, el alma de mi historia, cambió a algo que no había oído nunca. Al principio era suave, complaciente y habitual acompañando mi paso por la gran noche de todos, pero luego, me subió por la mano agrietada una vibración incesante como de una valla de metal, incitando, intuyendo que debía ir a más; acompañando el instinto de otro momento y otro mundo, que justamente ahora debía estar haciendo algo increíble y rugiendo en carreteras perdidas de una ciudad abandonada sin luces y monumentos arenosos a medio destruir, pero a mi alrededor la noche no tenía nada que ver con ese sentimiento y por un momento creí que era yo que debía hacer algo, que había estado a punto de hacer algo toda la noche y esa era la conclusión y estaba perdiendo eso tan obvio e importante. Mi alrededor seguía en desconexión con esa noche, que iba subiendo a nueva cotas: perfecta, rápida y cambiante como una tormenta, como pinchazos en el paladar del mismísimo y olvidado cielo azul.

Y por primera vez en mucho más tiempo del que puedo recordar, la noche se apagó en mí.

Cosas horribles ocurren cuando la noche se apaga y tú no estás en el lugar correcto. Muchos la alargan más de lo que deberían, y sufren las consecuencias; muchos son testarudos e intentan vivir la noche que creen que merecen en vez de la que se les ha dado.

No me podía creer que se hubiese ido, miré a mi alrededor y la vista se distorsionaba, mi mano desprendía luz, la cara del motorista negra me sonreía desde las caras de todos los presentes, sobrenaturalmente cubiertos sus ojos de luz en ángulos donde la luz debería llegar. Tengo que salir de este lugar.

[Capitulo 13] Kavinsky




Conduje sin rumbo durante las horas del día, y vi todas y cada una de las almas de esta maldita ciudad salir de sus seguras casas convencidas de que la noche empezaba cuando ellos lo decidían, con sus coches y motos pulidas a cera reluciente y las luces de neón rebotando en su superficie. Como lo haces, chico, ¿cómo eres... tú? La noche no empieza con tu espíritu cabalgando por las carreteras, ni con cuidado peinado, ni con tu actitud de rebelde. La noche ni siquiera empieza con la caída del sol, la noche empieza cuando acaba la anterior. Hay que estar ahí, ya hay que estar ahí cuando los otros salen, hay que llevar ahí toda una vida y poder mirar con tranquilidad los otros diablos; eh tranquilo, aquí ya todo ha terminado, llegas tarde.

Pues este es un mundo de elecciones, y este, un episodio más, una historieta más de gente ocupada, de ciudades en decadencia y de bandas callejeras y mafias familiares tomar el control de Japón. Que podemos hacer nosotros, con nuestra moto, nuestras fuerzas y nuestra soledad, ante la vastedad del mundo.


And the mothers cry when they see their teenage childs start returning late at home, and they cry right; when their rides growl, when they abandon school, when the colour in their face fades, when their shape is above the horizon and the horizon suits them well. Oh lord how they cry.


También comprenden. Comprenden, porque este mundo es diferente. Porque a pesar de tu elección, todos tienen su profundo entendimiento de su misma diatriba, de su némesis. Y las madres recuerdan, no como error, sino como elección, y recuerdan como el destino las podría haber llevado al otro lado. No hay vergüenza, no hay miedo, no hay rechazo. Simplemente uno comprende. Uno escoge. Mi credo es la noche, y esta es nuestra maldición.

Podría contar muchas cosas sobre lo que los dos mundos implican, lo que significan, lo que los diferencia. Pero estaría muy lejos de comprender, esa urgencia estética, esa forma del ser y forma de ser, la antinatural sobriedad, la urgencia de los tiempos, los héroes trágicos, la necesidad patológica de imágenes el romanticismo inherente de la noche. No es fuego interior, no es necesidad de ser grande, ni el más fuerte, ni el más peligroso. Ser, solo ser.


Hay ruido de botellas de cristal rompiéndose y de cosas pasando en Waterfall Ride. El bar, anexo a una boca de metro que nunca ha funcionado, recién a estrenar y llena de pintadas negras y firmas de early riders que tratan, en vano, hacerse un nombre. El cartel de luces azules ilumina un parking delantero de motos, un sitio de paso habitual de la noche, no demasiado frecuentado, no demasiado vacío. Suave música electrónica hecha por supuestos tipos duras pero que en el fondo habla del amor salía por las ventanas que se habían roto en la trifulca, un joven tembloroso con la cara blanca y rasgos occidentales miraba sin poder creer nada al cuerpo de un hombre adulto, inerte. Un hombre corpulento, alto, pero no desproporcionado, vestido de negro, con cicatrices profundas pero semblante serio, no era un borracho de bar. El ruido creció hasta ese punto, cuando el silencio se apoderó y solo el viento corría por el parking y la fachada y los cristales fotos, buscando, sin conseguir encontrar, algo que balancear. Ahora unos cuantos se levantaron, y miraron al chico como no le habían mirado antes, difusos, como si hasta ahora la sangre y la pelea hubiesen sido parte de un juego y ahora alguien hubiese roto las reglas y transcendido los dados al mover la ficha equivocada. Otros hombres de negro sacaron sus navajas y se acercaban al chico cada vez más.

Hasta que entró otro hombre por la puerta, muy diferente de los que había ahí. Su chaqueta era roja, y tenía una especie de hombreras que reforzaban la sensación de estar frente a un hombre con armadura. Guantes de cuero y mirada de como quien ya ha visto suficiente mierda por dos o tres vidas. Su presencia era enorme, y pese a que nadie le conocía con una sola mirada consiguió detener la noche.

El único movimiento dentro de Waterfall Ride era el chico que seguía temblando, inadvirtiendo que el nuevo personaje en escena era alguien a quien temblar era ya insuficiente. Kavisky agarró el chico del cuello de la camiseta, miró alrededor, y se lo llevó por la puerta principal ni decir una palabra.


Quizás suena todo muy heroico, pero os aseguro que no lo es. Lo sé porque ese tipo con el pelo largo, chaqueta de hombreras y mirada de cagarme en los muertos soy yo. Después de la escena salí al aparcamiento y tuve una conversación con aquel joven escritor de poesía deprimente.

Definitivamente, hay algo en ti, pero el hecho de no encajar en tu mundo, no te hace pertenecer al nuestro.

Estaba increíblemente confundido, y con razón. La forma en la que nuestra elección se hace presente en nuestra vida es a veces muy traicionera. Podría parecer a ojos de alguien que no es de este mundo que ese chico estaba confundido, que se había adentrado a sitios y profundidades de la noche que no le correspondían, que estaba jugando a ser algo que no era. Eso es lo que le dirían. Esto es lo que parecería. Incluso pudiese ser que tuviesen razón, y que este escarmiento, esta falsa elección, fuese una parte ineludible más a profundidades nunca conocidas y parte de una elección mayor. Podría ser un dios de la noche, asustado de crio en un rincón del parking, siendo golpeado por un tipo desconocido que ha aparecido al cruzar una línea roja dibujada en algún lugar de la existencia que ni siquiera sabía que existía. Y sus golpes y su sangre en esas manos nudosas y desnudas podrían ser el carburante de esa nueva vida. Y la falta de belleza, la falta de noche, precisamente el patetismo inherente de la escena seria su llamada a la carretera.

Le robé el paquete de cigarros, la cartera, una extraña moneda extranjera y me encendí uno.

Vete a casa, hijo de puta.

Y se fue.

Tenía el rostro blanco de falta de luz, los ojos hundidos y un aura de no pertenecer a ningún sitio. Hasta parecía que le daba igual que le pegase, al principio. Me recuerda un poco a mí de joven.

_


Mi noche no es tan diferente a la de los demás riders. Vago por las calles de la ciudad, por sus barrios bajos, por sus barrios altos, por sus monumentos tradicionales, por los puertos y los turones; buscando y siendo la noche y lo que en ella ocurre. Soy la guardia, la eterna guardia. A veces descanso y me voy a algún bar a tomar algo fuerte y relajarme, aunque realmente nunca es así, pues el descanso es una parte más de mi guardia, otro enfoque, quizás otro sabor de él.

Volví a entrar en la taberna, y esta vez ningún movimiento cambió a mi llegada, pues la noche en ese lugar se había apagado. Era temprano, y muchos quedaban aún. Me senté en una mesa de madera en algún rincón oscuro, pedí algo para beber y esperé. Y esperé. Y esperé.

Las horas en la noche funcionan diferente que durante el día. La noche de uno dura hasta lo que debe durar, y entonces uno debe retirarse. Y uno lo sabe, o lo cree saber. A dormir, a rezar por el espíritu de la montaña, al emperador caído, a jugar al Go en tu casa, a meterte coca en tu casa, a violar a tu novia; pero en tu casa. Si ocurre algo, si la noche ocurre pero ya no es la tuya, amigo, estás jodido. Cuando uno se va adentrando en su elección, y algunos no lo hacen nunca del todo, sus noches duran más; son más profundas, más oscuras, mas llenos de gentes hasta arriba de noche, carentes de imbéciles en sus coches descapotables yendo a los clubes donde esconderse de eso mismo que quieren aparentar ser. Esos son los turistas de la noche, incapaces de escuchar, de comprender su ritmo, su música, su belleza.


- Llegas mucho más tarde de lo que podía imaginar que eras capaz de aguantar.

- Los putos lobos solitarios como tú siempre tan seguros de su superioridad.

- Nada de eso, simplemente no sabía que estabas tan adentro de la noche.

- Y no lo estoy. Si siquiera soy de la noche, solo trabajo con ella.

- Es peligroso.

- Déjame decirte lo que es peligroso o deja de ser peligroso. Llevarme la contraria es peligroso. Hay otros como yo, hay una diferencia entre ser de la noche y adentrarse demasiado en ella y no ser de la noche y trabajar en ella. ¿Ese tabernero tampoco lo es, crees que existiría algo semejante a un bar nocturno si su responsable fuese alguien como tú? Sentiría la llamada de la noche o algo así y se iría dejando esto vacío; pero vosotros estáis demasiado preocupados con vuestro mundo y vuestra belleza y oscuridad como para enteraros de como realmente funcionan las cosas.

- Pareces una nenaza con esa camiseta rosa.

Me llevé un buen puñetazo de hombre gordo y calvo de mediana edad por decir eso, pero mi jefe siempre es igual de agradable. Hay gente que trabaja con nosotros, que a veces hacen pasar cosas, y que aunque creen que son ellos no entienden como la noche está detrás de todo. Los engulle, y se los traga vivos.

A ojos ajenos, nada podía intuirse sobre la misión en mis gestos ni en mi mirada; una sobrenatural sobriedad y profundidad de mirada se extendían ante la enormidad de mi tasca, pero nada más. Finalmente, después de tantos trabajos sin significado y carentes de belleza intrínseca, de persecuciones sin emoción donde la pregunta no es si voy a escapar con vida sino a que kilómetro, se habían alzado las espadas y me habían alineado para dejarme contra la pared.

Las horas pasaron, y contemplando la dirección del aparentemente sencillo e irrelevante intercambio de sobres, con la mirada perdida, quemé el diminuto papel, di vueltas sobre mi palma a la moneda robada y pagué una bebida que quedó más que a medias. Me había sentido como un dios cuando había entrado en este mismo bar y había detenido el tiempo, ahora la cosa se estaba poniendo seria y la noche avanzaba impune y mesas cercanas a la mía empezaban a tener el valor de hablar alto. Podía escuchar sus conversaciones.


- Has escuchado sobre Raider?

- ¿Pues claro, quien no ha oído sobre Raider?

- Dicen que está en Tokio.

- ¿Espera, te refieres a Raider, Raider, la leyenda?

- No sé si es la leyenda o no, pero se hace llamar así y dicen que tiene sus poderes, pero que no los utiliza. Ya sabes, como el legendario, hay riders que sienten su llamada, y acuden, las yamahas negras le siguen.

- Menuda tontería, esos no obedecen a nadie más que a ellos mismos.

- Cuidado, habla más flojo. ¿Eso te parece imposible? Pues hay más, me extraña que no te hayas enterado. Este tipo también cambia de ciudad, ha transcendido la suya.

- ¿QUÉ?

- Dicen que va de ciudad en ciudad, con su gran moto negra, navegando por la gran noche; sin rumbo, encuentra una ciudad y se queda ahí un tiempo y pertenece a ella, pero entonces, un día ya no está.

- ¿Cómo te puedes creer algo así?

- Pues porque hablan de él en muchos sitios distintos, y no son pocos. Bien que todos creen que Raider existió realmente, ¿porque no podría haber un nuevo Raider, o ser el mismo? Todos coinciden en lo de la moto negra, en la profundidad de su noche y otras cosas. Parecen historias de verdad, no como esas leyendas que son diferentes según quien te la cuente. Dicen que ahora trabaja para los Kenohaue.

- ¿Pero cuál es su nombre real?

- No tiene. Algunos lo llaman Neo, Raider, Kavinsky.

- Este tipo pretende ser todas las leyendas a la vez, esto no tiene ningún sentido. Además Kavinsky es el rider que ha detenido la pelea temprana la noche, quizás se le ha subido a la cabeza ser un dios de la noche y ahora persigue otros títulos.

- Imposible, he visto su moto, es roja. En todas las historias cuentan que la moto del tipo es negra. Además, Raider es mucho más siniestro, dicen que pese a su poder pasa las noches conduciendo, sin rumbo, robando las noches y leyendas de otros.


Había oído suficiente.

Demasiadas casualidades; ya no sentía la llamada de la noche, esta se abría ante mi como el océano azul. Yo no soy Raider ni soy Neo, no comando las Yamaha Negras y es imposible trasladar la noche a otra ciudad, una vez has hecho tu elección te has ligado para siempre a ella. Pero lo que si soy es un antiguo dios de la noche y Takeshiro es la casa y territorio de a quien mi misión me lleva, la misma para la que trabaja ese peligroso Raider y esos malditos motoristas que parecen sombras inalcanzables y nadie sabe porque siendo riders obedecen una misma voluntad. El jefe de la mafia Takeshiro es el padre de Sheena, mi chica imposible, la chica más peligrosa de toda la ciudad, la misma a quien conquisté sin decir una palabra, a quien llevé a través de la noche y por debajo las montañas. La misma que duerme ahora en mi cama, la misma princesa de quien su padre no tiene ni idea de que hace por las noches, O quizás sí. ¿Era mi cabeza un regalo en bandeja a la familia más poderosa de la ciudad?

Ya os he dicho que esto era una historieta de mafias y tópicos de novela negra japonesa después de todo. ¿Quién puede huir de su propia leyenda?

Ninguna leyenda de autoproclamados dioses de la noche y caballeros de historias perdidas, sea quien sea a quien pueda abanderar, ha de asustarme.

En este mundo, hagas lo que hagas, robar, traficar, llevarte la hija del jefe de la mafia más grande de la ciudad; es cosa tuya y nadie más a quien estas robando, traspasando territorio o lo que sea puede detenerte, y una vez lo hayas hecho, si consigues volver, si consigues sobrevivir el infierno que se desatará después, es tuyo y eres libre de esa carga. Así es la noche. Yo he robado, he traspasado y molestado a gente muy grande desde que tengo memoria, y sobrevivido a grandes peligros. Hubo una época en la que yo también era una leyenda, llegaba a los sitios, paraba el tiempo, salvaba a la chica de los indeseables y castigaba a los malvados. Por eso me llaman Kavinsky.

Salí a cielo abierto y la noche era brillante, profunda, interminable. La carretera abierta prometía grandes recompensas y vidas increíbles; tan pura, fresca y atractiva como día en que la escogí.

Intro Música.

[Capitulo 12] Fallen Hero II




Me acuerdo de esta mañana cuando las cosas no es que pareciesen fáciles, tenía problemas inmensos de raíz profunda y sin solución a la vista, una vida incomoda; pero hecho de menos que mis necesidades fuesen, como decirlo, menos inmediatas. Por complicada que sea tu situación, la vida es simple; sobrevivir. Luego te puedes plantear que hacer con el tiempo libre que te deja esa tarea. Por muy mal que estés. hasta te puedes plantear qué hacer el día siguiente, guardar algo de comida para la noche, o unas ropas para el invierno.

Ya no hay tiempo para eso. 

Debajo de un árbol, en mi exilio y mis ensoñaciones de volver a casa y poder fingir que nada ha pasado, un misionero se ha posado en mi rodilla y lo he espantado nada más llegar. Me pregunto qué misión tendría para mí, creo que aún si me hubiese pedido que lo matara, lo hubiese hecho, pero nada más verlo, horribles imágenes cuyo origen no puedo discernir entre reales o no, me han hecho espantar a mi única compañía en quien sabe cuánto tiempo. La imagen de una mano con sangre, unas rocas altísimas, las más altas que puedas imaginar. Debe ser este bosque, dicen que es sagrado. De pequeño siempre me perdía en él y los espíritus me devolvían al mismo sitio desde donde podía volver a casa. Siempre me he sentido atraído a este lugar, quizás es el destino u alguna otra palabra increíble y mística la que me ha llevado a morir aquí, pues la muerte es lo que me espera; soy un chico joven, sin espada ni forma alguna de defenderme, perseguido por cinco cruzados a caballo.

El mío sabe correr, los cielo saben lo que corre este caballo y la suerte que tuve de escoger este de todos ellos; pero ya no aguanta más, son demasiados, es demasiado esfuerzo. Esto es mucho más de lo que los dos habíamos sido criados para soportar. 

Es cómo, si no diese la talla, como si algo me faltase y se encuentre ahora ya fuera de mi alcance.

Me siento como en mí mismo después de un largo tiempo. Estos meses de deambular, huir de una sombra que se intuye pero no puedes ver, tener solo la compañía de los oscuros libros de la torre de Drhal; es como si no hubiesen tenido sentido, como un tiempo muerto. Como si hubiese habido una pausa y ahora se reanudase aquello para lo que he estado esperando. Pero cuando estas en esos días no se sienten así en absoluto, todo lo que haces lo haces por algo y parece tener el mismo sentido que ahora lo tiene huir de cinco espadas afiladas. Quizás uno se justifica a sí mismo para no enfrentar la propia batalla o quizás es la batalla o el instinto de supervivencia la que crea el sentido para lo que batallar defiende. ¿Es realmente defender el bien, defender mis ideales lo que mi vida es; o es lo que ocurre cuando la historia no continua y estoy pescando en el río, o dando de comer a los pájaros?

Me sonrío a mí mismo, creo que he cambiado, aunque. No lo suficiente. Hay algo, identificado en mi mente como diferente de mí, que me hace continuar como soy. Algo que me hace incapaz de matar a un misionero.

La persecución continua, entre las ramas y los claros, espacios abiertos y cerrados. Los caminos que suben se angostan y se hacen imposibles de esquivar. Cae el día, y entrar en un sendero u otro puede ser el final de la vida. Los finales de los caminos no se ven al entrar en ellos, son un infinito de incertidumbre y luces colgantes de los arboles nos escudan de caer en la oscuridad. Son espíritus, y a gran velocidad su sucesión se hace constante y perfecta, en armonía, como un continuo, marcando el único camino, el único que existe, no solo en este bosque en este lugar perseguido por la muerte, sino en todo. Tú y tu destino. ¿Quién me persigue en realidad? ¿Que son esos blancos caballeros? Porque el bien y las escrituras y el miedo.

Y entonces les miré como nunca los había mirado. Mi mirada estaba llena de rabia e injusticia, no de miedo ni de culpabilidad. No había traición en mi acto, solo la idea de que la traición era cometida mucho antes, que su traición a este mundo venia de serie y que yo tenía que sufrir las consecuencias. No me negaba a ellas, no negaba el mundo, pero no les perdonaba por ello. Mi mirada era la mirada de todos los resignados, de todos los caídos. Era clara y profunda. Mis ojos eran los de Mithos.

Y con esos ojos vi algo que nunca antes había visto.

Pensé en todo lo que había ideado y leído en esos meses de fuga y vida, todo lo negado y olvidado. Todo lo que había decidido que era y no era. Los caballeros blancos, sin ningún otro cambio en su conducta, en su galopar, en sus gritos, parecían lentamente cambiar de color. Sus heráldicas eran las mismas, ellos no parecían darse cuenta de que algo no era lo mismo. ¿Eran ellos o era yo? Contestándome el mundo: la sombra cubrió mi vista un instante, y cabalgamos a oscuras bajo un techo de árboles negros sin saber a qué nos conduciría; pero al abrirse el camino y mostrar el gran sendero rodeado de densos árboles verdes, descubrí que a mis espaldas la luz no volvió a las ropas ni a los caballos de mis perseguidores. Cuando el fuego encendido de los espíritus volvió, estos chillaron horrorizados y el cielo estalló; eran Riders.

Llovía cada vez más fuerte, y cinco jinetes en sus bestias negras me perseguían como a uno le persiguen en los sueños; en cada rincón, detrás de cada curva, en cada casa y en casa país. Detrás de cinco años de tu vida intentándolos huir, al volver a casa con tu familia; te los encuentras en tu jardín, sentados con sus armas en la mesita de roble que hiciste con tus propias manos, recordándote quien eres y de cómo en el fondo pese todo este tiempo les perteneces a ellos. Al mundo. Al miedo. La persecución se extendió más allá de las luces y limitaciones del camino. Era una lucha mental, una supervivencia a golpe de ruido de maquinaria y hierro contra hierro. Conseguía librarme de uno, de dos, de tres. Y aparecían en otro cruce, dos kilómetros mas allá, desde otra dirección, desde donde solo se puede llegar dando vueltas a la roca y al cemento durante siete. El viento silbaba a mis oídos, el agua aumentaba la prisa en la carrera y disimulaba la adrenalina y el fuego de mi cuerpo; helada, cortando en diagonal mi rostro como una gran garra y penetrando en mi mente, que a lo largo de una vasta llanura de heno, de vuelta a los techos de relámpagos y el abrazo de los árboles, habiendo atravesado mundos y fronteras, había llegado a una conclusión. Había llegado a lo único que podía hacer. Finalmente lo había comprendido todo. 

Yo debía morir.

En la muerte, cayendo al suelo, vi una cara familiar en lo que era otro caballero negro separado del grupo; pero más puro, más oscuro, tenía ojos en vez de las cuencas vacías de mis perseguidores, ahora blancos, ahora quemando mis libros prohibidos, ahora venerando las escrituras. El Rider me miró, sacudiendo la cabeza ligeramente decepcionado, con la mano derecha llena de sangre y yo pensé, antes de desvanecerme de este mundo, pero estoy convencido de que él escuchó.


 - Somos diferentes.


[Capitulo 11] Fallen Hero I




Deshice todo el camino hasta la casa de mi señor de la misma forma que uno se dirige a la muerte, con la cabeza alta, el corazón en un puño, y una casi sobrenatural serenidad. El miedo debería sobrecogerme, hacerme correr, hacerme parar a medio camino, dar dos medias vueltas y seguir adelante. Pero no lo hice. No llegué más rápido ni más deprisa. No estaba ni a días ni a semanas ni a meses de camino, y la vista al horizonte no desvelaba tales medidas. Tenía la sensación, y tenía razón, de que llegaría justo cuando tuviese que llegar.

¿No sientes a veces que las cosas siempre pasan en el momento justo? No digo en el momento en que te va mejor a ti, digo en el momento en que, de alguna forma, es preciso que ocurran. Por el desarrollo del destino, y eso que nunca he creído en el destino.

¿Qué sentido tiene la palabra destino si somos nosotros quien debemos ejecutar sus planes?

Mis sentidos se agudizaban y volvían del palacio del olvido al empezar a reconocer con demasiada familiaridad elementos del camino. Cuanto más me acercaba más veces había recorrido esos mismos postes, pasado al lado de las mismas casas. El silencio era un constante. Pequeños signos de destrucción se agrupaban en los bordes, primero aislados, luego presentes, y más tarde invisibles. Como cuando uno sube a una montaña nevada y la propia nieve se va revelando con gran sorpresa en los aledaños de tu paso, hasta que la propia nieve es el camino; es entonces, cuando es invisible, como lo es el bosque cuando estás en él, pues solo hay bosque.

Las puertas de piedra, cerradas y también silenciosas, presentaban simbólicos signos de la violencia, pues daban una majestuosa entrada a un escenario de muerte y destrucción al otro lado. Un halo de luz caía ahora sobre la ciudad que eclipsaba las nubes negras del fuego; la acción del cielo, legendaria luz sagrada, reducida a la pista, a la prueba, de un asesinato en serie. Metódico. Erradicados. A la carta de una baraja, a una calavera en el cielo, a un casquillo de bala.

Empiezo a no sonar como yo, lo estáis notando, ¿verdad?

Tomé la inteligente decisión de no cruzar el limbo, la cuerda roja, que separa mi mundo del interior del horror que habita tras esas puertas de piedra gris, y entré al castillo por las escaleras de caracol de una de las torres, directo a la biblioteca secundaria de la congregación Este; donde enseñaba mi maestro. ¿Acabo de llamarle maestro otra vez?

Lo encontré, derribado, acabado, entre el resultando de un evidente saqueo y búsqueda violenta. Los libros, preservados de los elementos durante tanto tiempo, toda una vida tratados con absoluto cuidado, dedicación y leyes más conservativas que las de las personas, y yacían ahora resquebrajados. No destripados ni con páginas arrancadas; agrietados, reventados desde dentro. Resquebrajados. Hasta copias antiguas de las escrituras, históricas, ahora por alguna razón, malditas.


 - Has vuelto.

 - ¡Estas vivo!

 - No por mucho tiempo. Escúchame. La Torre de Drhal, más allá de los cuadros. Huye.


Empecé a oír ruidos.


 - ¡Huye!


Y pese a que acababa de dejar a mi maestro (no pasa nada si le llamo maestro, siempre y cuando no me llame a mí mismo su aprendiz) morir a mis espaldas, un pensamiento empezaba a eclipsar a los demás; ¿qué hubiese ocurrido si hubiese llegado un minuto antes o un minuto después?

El constante de mi historia, la duda eterna. Mas importante que la muerte del maestro, que el castillo en llamas. ¿Siempre que ocurren cosas importantes, demasiado importantes para la sobriedad con la que vivimos el día a día, nos parecen irreales? ¿Que le deben de estar ocurriendo a otros?

Por suerte, no tuve el lujo de poder sumergirme en mis problemas existenciales. Fui corriendo a los establos exteriores y comprobé con gran alivio que todo parecía ahí normal, los caballos comían heno apaciblemente y casi diría que el que escogí no estaba nada convencido de mis prisas y sugirió antes acabar de tomar el desayuno. Algo cambió. Tardé unos segundos angustiosamente largos convencerlo, convencido yo mismo del temor irracional de que en cualquier momento cinco enemigos surgirían a cortarme el paso de las puertas de madera, y en dirección opuesta a la puerta principal, huí de la nada, y el cielo rugió alrededor.

La Torre de Drhal se erigía sobre tierras firmes. Ese baluarte de lo antiguo, lleno de inscripciones y signos de magias ya olvidadas, estuvo vacío cuando días más tarde conseguí encontrarlo entre los caminos que no llevan a ninguna parte. Quizás su guardián huyó presagiando que caída la casa de mi señor, la torre ya no era el refugio para sus erudiciones y excentricidades arcanas; arcos márcanos, iconografía sagrada, estanterías hasta el techo y cuadros de saints cubrían totalmente las paredes del lugar. Acaricié los pomos de los libros admirando la especial aura de aquel sitio, no me detuve a mirarlos en un principio; solo fui pasando la mano, solo tocando ligeramente las estanterías, y los gastados muros, sintiendo su rugosidad y su belleza. Temiendo que las sospechas de su anterior habitante fueran ciertas, me quité de la cabeza la creciente idea de instalarme ahí a vivir una vida de estudio, libertad, y no convertirme, sino ser, el nuevo sabio de Drhal.


 Más allá de los cuadros.



Intenté separar de la pared todos y cada uno de los cuadros, que no eran pocos, de la imponente torre. Parecía mucho más grande desde dentro que desde fuera y los elementos de los muros eran un tapiz sin fisuras de ellos. Distintos tamaños, colores, formas, tonalidades, representaciones, estilos. Uno podía volverse loco. Solo tenían una cosa en común, en todos no había absolutamente nada detrás. Miré en la pared de detrás, miré detrás del propio cuadro, dentro del marco, fuera del marco, todo. Si el sitio parecía recientemente abandonado a mi llegada ahora parecía recientemente saqueado. Toda mi prisa, todo el tiempo del mundo que me había ahorrado cabalgando, temiendo y buscando detrás no servía para nada ante la desolación de la tarea sin resolver y lo peor de todo, peor que los cruzados, peor que los riders; desde el fondo del palacio volvió a poblar mi mente, la duda.

Y la duda me consumió.

Lo que se anteveía como una rápida búsqueda fueron días enteros en los que para no pensar y no decidirme leí un montón de cosas que no debía haber leído y el nudo permanente en mi estómago se fue convirtiendo en alguna extraña clase de poder. Pasaba horas sentado con la mirada fija en cuadros en concreto, en saints que me miraban con expresiones serias y desafiantes, desafiando la propia existencia. Por no pensar, por no decidirme, poco a poco me iba convenciendo, como una roca que va cediendo antes de decidir a qué lado saltar. Qué es lo que he hecho. Cuando dejamos de ser jóvenes. Me envenenaba la mente.


Más allá.



Si mi maestro hubiese querido decir detrás de los libros, lo hubiese dicho. Pero no lo ha hecho. Ha dicho más allá. ¿Esos saints, han existido realmente, han existido como saints? ¿Son figuras reconvertidas, a deseo del vencedor, son el vencedor? Llevaba ya horas sentado, casi sabiendo que no iba a ocurrir nada, que podía envejecer ahí, pero sabiendo que algo debía ocurrir, con el sentimiento de que no debía estar haciendo lo que hacía, que esos ojos me habían absorbido, que debía estar buscando más allá de los cuadros y solo tenía tiempo y excusas para quedarme mirando en el mismo sitio de siempre el mismo cuadro de Mithos, los mismos ojos rencorosos, azules solo sutilmente inyectados en sangre. Ese no era su lugar, era lo único fuera de lugar y cualquier otra persona hubiese tardado una eternidad en darse cuenta, incluso yo. Pero ahora era una evidencia, ahora o podía ver nada más y nada era más obvio que esa tempestad en medio de tierra de apacible cultivo. Yo no era así. Estoy cambiando, lentamente yo me tizno y la historia se tizna conmigo. No soy yo, son esos ojos. Son sus ojos. Él lo entiende.

Como una ligera ventana mal sujeta que se libera con el viento y queda grácilmente abierta por la brisa de verano, el cuadro se separó, se liberó de la pared. Detrás de Mithos, detrás del cuadro y de esos ojos malditos, había una sala, una sala mucho más grande de lo que podía caber nunca en esa torre.

Entré, cerré la puerta a mi espalda y no fue hasta entonces que me percaté del extraordinario y profundo silencio que gobernaba el lugar, mucho más denso, mucho más frio más profundo, que el silencio en el que había vivido toda mi vida. Era enorme.

El eco de mi voz resonó por las cuatro paredes. Se intuía por alguna razón que si ese sitio existía era para esconder algo, y la sensación de que alguien se escondía ahí para sorprenderme y apuntarme y matarme era permanente. Pese a que nadie sabía que yo estaba ahí ni estaba haciendo nada particularmente malo a los ojos de un observador objetivo aparte de encontrarme en un sitio donde no tengo motivo para estar. Pese a todo, el espíritu intrusivo de mi búsqueda, lo que significaba mi búsqueda, lo que estaba buscando en ese edificio gris, frío, que parecía hecho del material con el que se hacen las espadas; me delataba como culpable, apuntable y ejecutable. Pero no había sitio donde esconderse. Avancé, oyendo solo el sonido de mis propios pasos, dudando a cada uno si su eco eran pasos a mis espaldas. La presión era insoportable.

Me detuve totalmente cuando no pude aguantarlo más. Era demasiado. El mundo entero, esa sala, era demasiado. ¿Quería realmente llegar hasta el final, tenía realmente algún motivo? ¿La necesidad de que la historia tenga una continuidad justifica mi vida más que mi propia voluntad? ¿Esto es lo que es ser perseguido? ¿Así se siente él? ¿En eso debo convertirme? Corre. Esta es solo una catedral vieja y vacía. No tienes motivo para seguir.

Vete de aquí.