Conduje sin rumbo durante las horas del día, y vi todas y cada una de las almas de esta maldita ciudad salir de sus seguras casas convencidas de que la noche empezaba cuando ellos lo decidían, con sus coches y motos pulidas a cera reluciente y las luces de neón rebotando en su superficie. Como lo haces, chico, ¿cómo eres... tú? La noche no empieza con tu espíritu cabalgando por las carreteras, ni con cuidado peinado, ni con tu actitud de rebelde. La noche ni siquiera empieza con la caída del sol, la noche empieza cuando acaba la anterior. Hay que estar ahí, ya hay que estar ahí cuando los otros salen, hay que llevar ahí toda una vida y poder mirar con tranquilidad los otros diablos; eh tranquilo, aquí ya todo ha terminado, llegas tarde.
Pues este es un mundo de elecciones, y este, un episodio más, una historieta más de gente ocupada, de ciudades en decadencia y de bandas callejeras y mafias familiares tomar el control de Japón. Que podemos hacer nosotros, con nuestra moto, nuestras fuerzas y nuestra soledad, ante la vastedad del mundo.
And the mothers cry when they see their teenage childs start returning late at home, and they cry right; when their rides growl, when they abandon school, when the colour in their face fades, when their shape is above the horizon and the horizon suits them well. Oh lord how they cry.
También comprenden. Comprenden, porque este mundo es diferente. Porque a pesar de tu elección, todos tienen su profundo entendimiento de su misma diatriba, de su némesis. Y las madres recuerdan, no como error, sino como elección, y recuerdan como el destino las podría haber llevado al otro lado. No hay vergüenza, no hay miedo, no hay rechazo. Simplemente uno comprende. Uno escoge. Mi credo es la noche, y esta es nuestra maldición.
Podría contar muchas cosas sobre lo que los dos mundos implican, lo que significan, lo que los diferencia. Pero estaría muy lejos de comprender, esa urgencia estética, esa forma del ser y forma de ser, la antinatural sobriedad, la urgencia de los tiempos, los héroes trágicos, la necesidad patológica de imágenes el romanticismo inherente de la noche. No es fuego interior, no es necesidad de ser grande, ni el más fuerte, ni el más peligroso. Ser, solo ser.
Hay ruido de botellas de cristal rompiéndose y de cosas pasando en Waterfall Ride. El bar, anexo a una boca de metro que nunca ha funcionado, recién a estrenar y llena de pintadas negras y firmas de early riders que tratan, en vano, hacerse un nombre. El cartel de luces azules ilumina un parking delantero de motos, un sitio de paso habitual de la noche, no demasiado frecuentado, no demasiado vacío. Suave música electrónica hecha por supuestos tipos duras pero que en el fondo habla del amor salía por las ventanas que se habían roto en la trifulca, un joven tembloroso con la cara blanca y rasgos occidentales miraba sin poder creer nada al cuerpo de un hombre adulto, inerte. Un hombre corpulento, alto, pero no desproporcionado, vestido de negro, con cicatrices profundas pero semblante serio, no era un borracho de bar. El ruido creció hasta ese punto, cuando el silencio se apoderó y solo el viento corría por el parking y la fachada y los cristales fotos, buscando, sin conseguir encontrar, algo que balancear. Ahora unos cuantos se levantaron, y miraron al chico como no le habían mirado antes, difusos, como si hasta ahora la sangre y la pelea hubiesen sido parte de un juego y ahora alguien hubiese roto las reglas y transcendido los dados al mover la ficha equivocada. Otros hombres de negro sacaron sus navajas y se acercaban al chico cada vez más.
Hasta que entró otro hombre por la puerta, muy diferente de los que había ahí. Su chaqueta era roja, y tenía una especie de hombreras que reforzaban la sensación de estar frente a un hombre con armadura. Guantes de cuero y mirada de como quien ya ha visto suficiente mierda por dos o tres vidas. Su presencia era enorme, y pese a que nadie le conocía con una sola mirada consiguió detener la noche.
El único movimiento dentro de Waterfall Ride era el chico que seguía temblando, inadvirtiendo que el nuevo personaje en escena era alguien a quien temblar era ya insuficiente. Kavisky agarró el chico del cuello de la camiseta, miró alrededor, y se lo llevó por la puerta principal ni decir una palabra.
Quizás suena todo muy heroico, pero os aseguro que no lo es. Lo sé porque ese tipo con el pelo largo, chaqueta de hombreras y mirada de cagarme en los muertos soy yo. Después de la escena salí al aparcamiento y tuve una conversación con aquel joven escritor de poesía deprimente.
Definitivamente, hay algo en ti, pero el hecho de no encajar en tu mundo, no te hace pertenecer al nuestro.
Estaba increíblemente confundido, y con razón. La forma en la que nuestra elección se hace presente en nuestra vida es a veces muy traicionera. Podría parecer a ojos de alguien que no es de este mundo que ese chico estaba confundido, que se había adentrado a sitios y profundidades de la noche que no le correspondían, que estaba jugando a ser algo que no era. Eso es lo que le dirían. Esto es lo que parecería. Incluso pudiese ser que tuviesen razón, y que este escarmiento, esta falsa elección, fuese una parte ineludible más a profundidades nunca conocidas y parte de una elección mayor. Podría ser un dios de la noche, asustado de crio en un rincón del parking, siendo golpeado por un tipo desconocido que ha aparecido al cruzar una línea roja dibujada en algún lugar de la existencia que ni siquiera sabía que existía. Y sus golpes y su sangre en esas manos nudosas y desnudas podrían ser el carburante de esa nueva vida. Y la falta de belleza, la falta de noche, precisamente el patetismo inherente de la escena seria su llamada a la carretera.
Le robé el paquete de cigarros, la cartera, una extraña moneda extranjera y me encendí uno.
Vete a casa, hijo de puta.
Y se fue.
Tenía el rostro blanco de falta de luz, los ojos hundidos y un aura de no pertenecer a ningún sitio. Hasta parecía que le daba igual que le pegase, al principio. Me recuerda un poco a mí de joven.
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Mi noche no es tan diferente a la de los demás riders. Vago por las calles de la ciudad, por sus barrios bajos, por sus barrios altos, por sus monumentos tradicionales, por los puertos y los turones; buscando y siendo la noche y lo que en ella ocurre. Soy la guardia, la eterna guardia. A veces descanso y me voy a algún bar a tomar algo fuerte y relajarme, aunque realmente nunca es así, pues el descanso es una parte más de mi guardia, otro enfoque, quizás otro sabor de él.
Volví a entrar en la taberna, y esta vez ningún movimiento cambió a mi llegada, pues la noche en ese lugar se había apagado. Era temprano, y muchos quedaban aún. Me senté en una mesa de madera en algún rincón oscuro, pedí algo para beber y esperé. Y esperé. Y esperé.
Las horas en la noche funcionan diferente que durante el día. La noche de uno dura hasta lo que debe durar, y entonces uno debe retirarse. Y uno lo sabe, o lo cree saber. A dormir, a rezar por el espíritu de la montaña, al emperador caído, a jugar al Go en tu casa, a meterte coca en tu casa, a violar a tu novia; pero en tu casa. Si ocurre algo, si la noche ocurre pero ya no es la tuya, amigo, estás jodido. Cuando uno se va adentrando en su elección, y algunos no lo hacen nunca del todo, sus noches duran más; son más profundas, más oscuras, mas llenos de gentes hasta arriba de noche, carentes de imbéciles en sus coches descapotables yendo a los clubes donde esconderse de eso mismo que quieren aparentar ser. Esos son los turistas de la noche, incapaces de escuchar, de comprender su ritmo, su música, su belleza.
- Llegas mucho más tarde de lo que podía imaginar que eras capaz de aguantar.
- Los putos lobos solitarios como tú siempre tan seguros de su superioridad.
- Nada de eso, simplemente no sabía que estabas tan adentro de la noche.
- Y no lo estoy. Si siquiera soy de la noche, solo trabajo con ella.
- Es peligroso.
- Déjame decirte lo que es peligroso o deja de ser peligroso. Llevarme la contraria es peligroso. Hay otros como yo, hay una diferencia entre ser de la noche y adentrarse demasiado en ella y no ser de la noche y trabajar en ella. ¿Ese tabernero tampoco lo es, crees que existiría algo semejante a un bar nocturno si su responsable fuese alguien como tú? Sentiría la llamada de la noche o algo así y se iría dejando esto vacío; pero vosotros estáis demasiado preocupados con vuestro mundo y vuestra belleza y oscuridad como para enteraros de como realmente funcionan las cosas.
- Pareces una nenaza con esa camiseta rosa.
Me llevé un buen puñetazo de hombre gordo y calvo de mediana edad por decir eso, pero mi jefe siempre es igual de agradable. Hay gente que trabaja con nosotros, que a veces hacen pasar cosas, y que aunque creen que son ellos no entienden como la noche está detrás de todo. Los engulle, y se los traga vivos.
A ojos ajenos, nada podía intuirse sobre la misión en mis gestos ni en mi mirada; una sobrenatural sobriedad y profundidad de mirada se extendían ante la enormidad de mi tasca, pero nada más. Finalmente, después de tantos trabajos sin significado y carentes de belleza intrínseca, de persecuciones sin emoción donde la pregunta no es si voy a escapar con vida sino a que kilómetro, se habían alzado las espadas y me habían alineado para dejarme contra la pared.
Las horas pasaron, y contemplando la dirección del aparentemente sencillo e irrelevante intercambio de sobres, con la mirada perdida, quemé el diminuto papel, di vueltas sobre mi palma a la moneda robada y pagué una bebida que quedó más que a medias. Me había sentido como un dios cuando había entrado en este mismo bar y había detenido el tiempo, ahora la cosa se estaba poniendo seria y la noche avanzaba impune y mesas cercanas a la mía empezaban a tener el valor de hablar alto. Podía escuchar sus conversaciones.
- Has escuchado sobre Raider?
- ¿Pues claro, quien no ha oído sobre Raider?
- Dicen que está en Tokio.
- ¿Espera, te refieres a Raider, Raider, la leyenda?
- No sé si es la leyenda o no, pero se hace llamar así y dicen que tiene sus poderes, pero que no los utiliza. Ya sabes, como el legendario, hay riders que sienten su llamada, y acuden, las yamahas negras le siguen.
- Menuda tontería, esos no obedecen a nadie más que a ellos mismos.
- Cuidado, habla más flojo. ¿Eso te parece imposible? Pues hay más, me extraña que no te hayas enterado. Este tipo también cambia de ciudad, ha transcendido la suya.
- ¿QUÉ?
- Dicen que va de ciudad en ciudad, con su gran moto negra, navegando por la gran noche; sin rumbo, encuentra una ciudad y se queda ahí un tiempo y pertenece a ella, pero entonces, un día ya no está.
- ¿Cómo te puedes creer algo así?
- Pues porque hablan de él en muchos sitios distintos, y no son pocos. Bien que todos creen que Raider existió realmente, ¿porque no podría haber un nuevo Raider, o ser el mismo? Todos coinciden en lo de la moto negra, en la profundidad de su noche y otras cosas. Parecen historias de verdad, no como esas leyendas que son diferentes según quien te la cuente. Dicen que ahora trabaja para los Kenohaue.
- ¿Pero cuál es su nombre real?
- No tiene. Algunos lo llaman Neo, Raider, Kavinsky.
- Este tipo pretende ser todas las leyendas a la vez, esto no tiene ningún sentido. Además Kavinsky es el rider que ha detenido la pelea temprana la noche, quizás se le ha subido a la cabeza ser un dios de la noche y ahora persigue otros títulos.
- Imposible, he visto su moto, es roja. En todas las historias cuentan que la moto del tipo es negra. Además, Raider es mucho más siniestro, dicen que pese a su poder pasa las noches conduciendo, sin rumbo, robando las noches y leyendas de otros.
Había oído suficiente.
Demasiadas casualidades; ya no sentía la llamada de la noche, esta se abría ante mi como el océano azul. Yo no soy Raider ni soy Neo, no comando las Yamaha Negras y es imposible trasladar la noche a otra ciudad, una vez has hecho tu elección te has ligado para siempre a ella. Pero lo que si soy es un antiguo dios de la noche y Takeshiro es la casa y territorio de a quien mi misión me lleva, la misma para la que trabaja ese peligroso Raider y esos malditos motoristas que parecen sombras inalcanzables y nadie sabe porque siendo riders obedecen una misma voluntad. El jefe de la mafia Takeshiro es el padre de Sheena, mi chica imposible, la chica más peligrosa de toda la ciudad, la misma a quien conquisté sin decir una palabra, a quien llevé a través de la noche y por debajo las montañas. La misma que duerme ahora en mi cama, la misma princesa de quien su padre no tiene ni idea de que hace por las noches, O quizás sí. ¿Era mi cabeza un regalo en bandeja a la familia más poderosa de la ciudad?
Ya os he dicho que esto era una historieta de mafias y tópicos de novela negra japonesa después de todo. ¿Quién puede huir de su propia leyenda?
Ninguna leyenda de autoproclamados dioses de la noche y caballeros de historias perdidas, sea quien sea a quien pueda abanderar, ha de asustarme.
En este mundo, hagas lo que hagas, robar, traficar, llevarte la hija del jefe de la mafia más grande de la ciudad; es cosa tuya y nadie más a quien estas robando, traspasando territorio o lo que sea puede detenerte, y una vez lo hayas hecho, si consigues volver, si consigues sobrevivir el infierno que se desatará después, es tuyo y eres libre de esa carga. Así es la noche. Yo he robado, he traspasado y molestado a gente muy grande desde que tengo memoria, y sobrevivido a grandes peligros. Hubo una época en la que yo también era una leyenda, llegaba a los sitios, paraba el tiempo, salvaba a la chica de los indeseables y castigaba a los malvados. Por eso me llaman Kavinsky.
Salí a cielo abierto y la noche era brillante, profunda, interminable. La carretera abierta prometía grandes recompensas y vidas increíbles; tan pura, fresca y atractiva como día en que la escogí.
Intro Música.
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