Personalidad.
(De personal).
Hace ya unos meses, con este proyecto recién empezado escribí un artículo
titulado “el culto a la personalidad” haciendo un juego de significados, pues
ahí escribí con más o menos lucidez sobre el concepto de “personalidad” como un
ente que no merece el “culto” que le rendimos en nuestras ajetreadas vidas como si fuese el concepto último e indivisible de nuestra identidad. En ese artículo utilizo el
significado número 1 y 2 de la definición de personalidad que he puesto más
arriba.
El “así” da que pensar que una persona se pueda definir únicamente con su personalidad, lo que evidentemente no es cierto, de hecho nuestra mente se reprograma constantemente, no solo es ella, es allá y la situación, y el nivel de glucosa en la sangre, y lo que soñaste anoche, ese cuento que te contaban de pequeño y lo empalmado que vas cuando ves dos chicas liándose.
Son una cantidad tan infinita de factores que parece un milagro que dentro de todo esto pueda haber una mente consciente que crea que sigue algo parecido a una “personalidad” o a una “manera de ser” fija y creada por él mismo.
Yo mismo hablando de sexo lesbico en tal artículo.
Es un juego de palabras ya que el culto a la personalidad quiere decir más que sus partes. El culto a la personalidad es la realidad
social que ensalza a sus líderes o figuras públicas hasta dimensiones de llegar
a considerarse un culto o una religión en torno a ellos; se ha dado
históricamente en dictaduras totalitarias que precisaban de una figura con gran
carisma ante las masas deseosas de algo en lo que creer (como nuestro tío Paco,
autoproclamado caudillo de España por la gracia de Dios) o en torno a mártires
que representan alguna ideología concreta. Las consecuencias de esa deificación
eran muy gratas para los deificados, que asumían el rol de semidivinidad de
maneras distintas pero con el mismo gusto cuando las chicas de su harén particular les realizaban la sacra rutina del sexo oral día sí día también.
Tipo de semidivinidad numero 1: Autoasumidos a medio camino entre dios y humano. Los Cesar de Roma, Mao
Tse Sung, el papa, o Adolf Hitler son de esta rama de semidivinas
personalidades. No voy a entrar a considerar si estas personas realmente se lo
creen o es una mera medida de control de masas más; el ego humano no dejara
nunca de sorprenderme.
Caudillo de España por la gracia de Dios |
Tipo de semidivinidad numero 2: Nacidos ya considerados divinidades por su entorno y, por extensión, por ellos
mismos; como los antiguos faraones, los emperadores orientales, los miembros de
Led Zeppelin y gran multitud de reyes de la antigüedad.
¿Has tenido alguna vez un ego tan grande que has hecho construir una tumba mas grande que las casas de los vivos? |
Tipo de semidivinidad numero 3: Los ensalzados a divinidad por otros, muchas veces ya después de su muerte,
o convertidos en mártires de alguna causa concreta lo que dificultaba el
disfrute de su nueva condición. Normalmente se acaban deformando exageradamente
la persona original para hacerla corresponder al ser idílico con el que se le
identifica y a la causa que más convenga por el gobernante de turno. Ejemplos
pueden ser Brian de Nazaret, Jesús de Nazaret, el Che, Aquiles o cualquier otro
superhéroe histórico que te venga a la cabeza. Normalmente estos personajes son
muchos más relevantes muertos que vivos. Se predican sus “enseñanzas” como si
fueran rígidos sistemas de leyes y se malinterpreta todo o casi todo lo que
hayan dicho en vida y acaban su vida útil como símbolos de regímenes
totalitarios.
Jesucristo predicando buen rollo durante el acto fundacional de la Inquisición Española. (1478 DC Foto de Archivo) |
Pausa para ir al lavabo.
Demasiado a menudo, perdido entre las mareas de información inacabable de Internet, acabo
leyendo sobre personajes que llaman la atención por haber hecho grandes gestas
y haber tenido personalidades que parecen fuertes y asombrosas. Uno no puede
evitar sentirse atraído por las personas que han hecho cosas que admiras, como
componer tu disco favorito, ser actores de Hollywood exitosos, crear empresas
muy cool, tocar la guitarra, escribir libros o haber sido parte de algún
movimiento político/social que me interese en ese momento. Esos héroes que ya
forman parte de la historia y que parecen decir cosas muy profundas y geniales, fuera del alcance de cualquiera de nosotros.
Entrad en la Wikipedia de cualquier persona a la que admiréis medianamente
conocida, mirad en Wikiquote frases célebres y contaminaros de su grandeza.
Quien sea. ¿A quién admiráis? Os propongo un juego. Mirad quien podéis
identificar de esta lista de nombres.
Gandhi, William Blake, Cervantes, Lluís Companys, Bruce Lee, Karl Marx, Henry
Ford, Steve Jobs, Einstein, Platón, Rene Descartes, Kant, Julio Cesar, Abraham
Lincoln, Confucio, Freud, Buda Gautama, Mahoma, Edison, Da Vinci, Fidel Castro,
Martin Luther King, Nelson Mandela, Charles Darwin, Isaac Newton, Marie Curie, Napoleón,
Cristóbal Colon, Cleopatra, Adam Smith.
Lo normal es que conozcáis a la gran mayoría o que lo finjáis después de una
búsqueda rápida en google. ¿Gente admirable, no? Gente grande, gente que ha
cambiado el curso de la historia, todos ellos son genios, y sus gestas
irrepetibles por ninguno de nosotros.
Pues no.
Preguntaos, ¿porque los conocéis? Esa gente no es tan grande. Por mucho que vendan los niños prodigio capaces de
hacer cosas fuera del alcance de la mayoría, ni son completamente ciertas las
historias de esos humanos ensalzados, ni son dioses, ni genios, tampoco referentes con los que no podemos siquiera soñar a parecernos algún día. Son humanos. Productos del tercer tipo de los cultos a la personalidad.
Me hacen mucha gracia las historias de grupos de rock que alcanzan de repente
el estrellato y llegan a tocar con sus ídolos, solo para comprobar lo
decepcionantemente humanos que son. Algo se rompe en todos nosotros cuando
vemos con nuestros propios ojos estrellarse una vez y otra todos nuestros
referentes cuando nacemos, así que buscamos nuevos referentes que compartir con
alguien; referentes más lejanos que, a nuestra manera, deificar.
El culto a la personalidad está presente en nuestra sociedad en cada rincón de
nuestra mente. No en forma de ídolos religiosos de grandes instituciones, sino
en pequeños faros de personas puntuales que por razones aleatorias han
alcanzado la fama y sus “ideas” se han propagado más que las de otros, aunque
mejores y más silenciosos héroes o más acertados filósofos hayan estado sobre
la capa de la tierra. Si lo piensas bien, el perfecto filosofo es el
silencioso, aquel que ha encontrado una forma de vivir en sí mismo que no precisa
de escribir 10 horas al día para que le reconozcan que filosofea de puta madre.
Porque si de tu filosofo preferido han quedado escuelas o libros escritos es
porque lo que era es alguien sediento de reconocimiento o de que le dieran la razón. Nadie se siente a escribir diez horas al día si le va todo bien en la vida; ¿debe ser esa gente la que teorice sobre como vivimos, pensamos, si no pueden lidiar con su propia droga?¿Los debemos estudiar en las escuelas como si lo que dijeran esos señores fuese la historia del pensamiento humano? Porque así es como lo venden.
Necesitamos símbolos, lo dije en un artículo por aquí cerca, necesitamos símbolos
y Anton Lavey necesita tener un león de mascota para ser más satánico que
nadie. Buscamos referentes desde que nacemos, primero en nuestros padres, luego
en nuestro entorno cercano y después en iconos históricos o pop del momento. El
culto a la personalidad es lo que hace que Justin Castor tenga éxito, que One Direction
venda discos y que hiciéramos famoso a Kurt Cobain porque molaba su rollo.
Estos ejemplos no son más que el reflejo adolescente de nuestra condición, esa condición
que, como la niebla cuando es espesa, casi se puede palpar cuando muere alguien
famoso el mismo día en que mueren miles desconocidos de hambre y no puedes leer
otra cosa en Facebook que estelas del idílico y perfecto-ahora-que-esta-muerto
famoso de turno. Esos días en la niebla se forman grumos y hay fallos en Matrix
pues de derrumba nuestra presunción idílica social de que todas las vidas tienen la
misma importancia.
Nos aferramos constantemente a Jim Morrison, Ian Gillan, Freddie Mercury, Nietzsche,
Bruce Lee o quien sea como si se tratara de un clavo ardiendo; necesitamos ese
punto de apoyo para no creer que nadie ha sido nunca ni
de cerca la persona que ahora admiramos pacientemente desde más de 30 o 300
años de distancia. Las recopilaciones de frases célebres son muy impresionantes
en un principio, pero si alguien grabara o se dedicara a transcribir nuestras
vidas porque súbitamente resulta que hemos inventado el helado de pistacho y
somos hiperfamosos encontraría multitud de frases que hemos dicho
puntualmente que habíamos olvidado; que encontraríamos sacadas de contexto puestas
como citas intelectuales en multitud de muros de facebooks. Frases que incluso
quizás ya no pensamos. Frases de motivación que te las crees si te las dice
Michael Jordan pero no tienen sentido si eres un don nadie.
La fama tiene ese elemento distorsionador de la realidad. El ansia de la fama
como elemento último de la felicidad, que todo el mundo ansia, de la que todo
el mundo pretende renegar pero no lo hace cuando la tiene sino que se aferra a
ella a cualquier precio pese a no hacerle feliz. Excepto los que se vuelan la
cabeza en su mansión. El sueño americano. Si alguna vez ha existido un ídolo
ideal, la fama lo ha destruido hasta que no ha quedado nada de él más que el
mito.
"Believe in the ideal, not the idol." Serra |
Los ideales necesitan ídolos. Las guerra necesitan héroes fabricados y ninguna
religión está completa sin tener algún mártir. Los humanos necesitamos de esos
símbolos de razón, lucha y sacrificio, que realmente no significan nada y
provienen más frecuentemente de mentes enfermas y fanáticas que de sabios con
gran raciocinio.
En el perfectamente inmaculado de puertas para dentro movimiento 15M, la masa tenía
razón cuando me decían que eran innecesarios los "héroes" desde un
punto de vista lógico y organizativo, que desvirtuaban el movimiento con sus
opiniones y objetivos personales; pero todo movimiento está perdido sin
referentes, sin alguien que lleve el megáfono; no como un dictador, pero si
como alguien a seguir, alguien a quien unirse y a quien se recuerde cuando un
mes después ha pasado la gran ola. Y así, la historia recuerda la humanidad y
sus actos no por complejos sistemas sociales y políticos, sino con los nombres
de sus respectivos héroes, parte irrelevante y a la vez completamente
fundamental en esta. ¿Importa, realmente, el nombre y las decisiones de tal o
cual gobernante o pertenece todo a una corriente ineludible de factores
sociales, económicos, tecnológicos y demográficos?
Cual parte de una ecuación cualitativa, incapaz de predecir el comportamiento
de una gota de agua pero capaz de predecir las continuas mareas que azotan
nuestro devenir histórico.
Muchas veces, casi inconscientemente, nos encontramos que en que coincidimos en
ciertos principios o admiramos momentos puntuales de una persona de vida pública,
dejamos de distinguir el culto del hombre con el hombre en persona, pasamos de
observar la obra que trazó en un lienzo en blanco a ver en él un camino
real a seguir. Empezamos a caminar observando, luego envidiando, luego
admirando para finalmente adorar aquel que sin más intención que crear una obra
perdurable se construye su propia leyenda; guía de incontables personas
buscando referentes fantasiosos en sus vidas; que deifican un hombre que nunca
fue y crean ídolos a medida de sus ideales.
No podemos renunciar al culto a la personalidad de la misma manera que no
podemos renunciar a nuestros ideales, constructos de la consciencia colectiva
que necesitamos para seguir avanzando. Pero también necesitamos despertar de
ese menosprecio que sentimos por no ser los genios que nos pinta la leyenda;
pues nosotros somos reales y nuestras vidas las que merecen ser vividas,
imperfectamente, hasta la última gota de sangre, dejando de culpabilizarnos por
no tocar como Jimi Hendrix, jugar al ajedrez como Bobby Fischer o no ser
Jesucristo en patinete.
Bobby Fischer ganándote al ajedrez pese a todo lo que he dicho. |
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