¿Has matado alguna vez a alguien, y tu mayor sorpresa ha sido que, al final y al cabo, sigues siendo la misma persona?
No te conviertes en ningún monstruo. Nada separa realmente, dado una cierta historia y una cierta persona, la persona que presiona el gatillo o el que no lo hace. Sigues siendo el mismo, y sin embargo, todo cambia. Sientes un frio interior, una ligera sensación de paranoia. Te miras las manos, y eres más consciente de ellas que nunca, son frágiles, suaves, pequeñas comparado con el mundo que ansias coger. La mayor revelación, la más absurda e increíble revelación viene cuando te das cuenta de que puedes moverlas a voluntad. No solo moverlas a voluntad, no es que tú lo pienses y la mano lo haga, simplemente, la sientes. Siempre las has tratado como unas simples herramientas, sabes que es un cerebro el que procesa el tacto y envía las señales para que las manos se muevan; y pese a saberlo, no sabes donde empiezan ellas y acabas tú. Ni siquiera eres consciente de la mayoría de movimientos que hace, cuando están en alguna tarea mecánica, como escribir en un ordenador, o tocar un instrumento, simplemente escriben, simplemente toca. Así pues, ¿quién aprieta el gatillo?
Había matado gente antes, pero había sido puramente en defensa propia, había sido casi un instinto, una descarga de adrenalina. Ayer fue diferente. Me siento bien, saciado. No en el sentido sexual, pues también me siento atraído por la sangre en ese sentido, me siento saciado, en paz. Puedo dormir, contrariamente a lo que digan de los remordimientos, puedo dormir esta noche y algo me dice que podré dormir en el futuro. Dicen que incluso con dolor puedes dormir, pero que si infringes dolor, nunca más podrás hacerlo. Pero también he oído que, ocurra lo que ocurra, acostumbra a haber una mañana siguiente.
Me despierto con el sol aun a medio alzar. Alzo la cabeza por encima de los hombros de Truth y veo a todos durmiendo en un semicírculo muy desordenado; Drive abrazando a Code, Code abrazado a su ordenador, Mom acurrucada en un pedazo de manta porque Joker, completamente estirado, acapara todo su sitio. Sonrío, y con el miedo en el cuerpo los empiezo a contar por si acaso nos han robado a uno o porque me acabo de levantar y aun no sé muy bien lo que me hago. Se supone que debería haber estado vigilando, así que lo mínimo que puedo hacer es mirar si falta alguien, la paranoia me invade con esas cosas desde lo de Boy; quizás a uno se lo ha comido un lobo en mitad de la noche y no nos hemos enterado. ¡O un oso! ¿Hay osos en la playa? ¡Oh dios mío! ¡Falta uno! ¡Solo he contado doce!
- Tengo que avisar a todo el mundo. – murmuro, mientras vuelvo a tumbarme al lado de Truth y a arroparme en mi manta.
Reacciono unos segundos más tarde y vuelvo a contar, esta vez en serio. Cuento doce. ¡Falta alguien! ¿Espera, me he contado a mí mismo? No, no me he contado a mí mismo, menos mal. Vuelvo a tumbarme sonriente con mi manta, contento de que no nos haya atacado ningún cocodrilo de esos de playa, y en ese momento oigo el ruido de algo golpear contra el agua. Me imagino un ejército entero desembarcando y el rojo tiñe mi mente durante un instante, pero es solo una piedra salpicando agua para luego hundirse en la profundidad de las aguas. Veo la inconfundible figura de Kill de pie en la orilla, unos metros más allá de donde dormimos, tirando piedras a las olas del mar. Pues he contado mal después de todo.
Dejo el cuchillo con el que he estado durmiendo abrazado como un bebe clavado en la arena y me intento levantar para ir a ver que está haciendo Kill, y cuando me encuentro de pie se hiela mi cuerpo. Es ese frio irracional de por las mañanas, que es como un frio interior. Un frio de quien se despierta demasiado temprano, o de quien no debería estar despierto aun. Ciertamente, no debería estar ahí en ese momento, para variar, pero creo que es porque me siento algo culpable por haberme dormido, al fin y al cabo se suponía que era yo quien vigilaba esta noche; pero era una noche estrellada tan perfecta y segura que era muy difícil resistir la tentación de dormir larga y plácidamente.
Me enrollo con la manta y voy andando hasta donde está Kill. Los pies desnudos se hunden en la arena y un escalofrío me recorre de arriba abajo. ¿Sabes esa sensación de cuando eres el primero de despertarte de un grupo de gente, y todo lo que puedes hacer es sentarte en un rincón, encender un cigarrillo y esperar a que alguien despierte? ¿Recuerdas ese frio? Así es como me sentía yo, y así es como imagino se sienten las olas del mar. Ese frio entró en mi cuerpo y se instaló ahí todo el día. La quietud, el tempo, el frio de las mañanas y las mantas inmensas.
- ¿Qué haces? – le pregunté, acercándome, frotándome los ojos.
- Oh, estas despierto. – dijo, riendo, sin dejar de mirar al suelo.
Estaba claro que me había visto antes de que le hubiese preguntado nada. Por su tono de voz, supuse que llevaba bastante tiempo despierto ya, y que cansado de esperar a que alguien se levantase, había decidido andar y hacer algo para distraer su soledad. En su caso, en vez de encender un cigarrillo y ponerse melodramático como yo, tiraba cosas al agua.
- Ajá, aquí te tengo. – dijo, cogiendo una piedra especialmente plana de entre la arena.
- ¿Para que la quieres? – dije, por decir algo, bostezando.
- Para tirarla al mar – dijo como si fuese la cosa más obvia del mundo.
- ¿Porque esa concretamente? – con tono escéptico.
- No me digas que no lo has hecho nunca. – ahora mirándome, de pie, con expresión de sorpresa.
- ¿Hacer qué?
- Espera y observa.
Kill cogió algo de carrerilla, dio un par de pasos al frente, arqueó el brazo derecho y dibujó un arco con él, dejando ir la piedra en el último momento con un gesto de muñeca. La piedra salió disparada hacia el agua desde su mano, girando sobre sí misma y sobre la superficie completamente quieta del mar. Golpeó el agua, y, en vez de hundirse, volvió a ascender dibujando una parábola perfecta en el aire. Abrí la boca ligeramente, lo que seguro que hizo quedar como un idiota. La piedra golpeó tres veces más el agua antes de hundirse finalmente, y yo no entendía nada.
- ¿Cómo diablos has hecho eso? – le dije, flipando.
- Vaya, solo 4 botes. Es muy fácil si quieres te enseño, lo que me extraña es que no lo hayas visto nunca. – parecía decepcionado, pero también reía al ver mi evidente sorpresa.
- Por cada cosa obvia que existe, nacen miles de personas que, necesariamente, en algún momento lo verán por primera vez. – le dije devolviéndole la sonrisa
- Touché. – dijo en un delicadísimo acento francés
- Enséñame. – ya no me sentía dormido.
Al poco rato, después de un par de fracasos estrepitosos, estábamos los dos buscando piedras planas por todos sitios de la pequeña playa y lanzándolas al mar donde botaban 1, 2, 3 y hasta 10 veces. En completo silencio primero contemplábamos nuestra obra hasta que el mar borraba todas las imperfecciones con las que habíamos dotado su plana superficie y luego íbamos a buscar más piedras. Poco a poco, en vez de ir a coger una piedra y volver a tirarla, empezamos a recoger dos o tres, y luego cinco o seis, para tirarlas todas cuanto más rápido mejor, a ver quién llegaba más lejos o causaba más caos en el agua. Poco a poco nos íbamos animando, desprendiéndonos de nuestras mantas y abandonado un poco el frio mañanero. Finalmente, recogimos un montón enorme de piedras planas, las tiramos todas en un espectáculo visual digno de admirar, los múltiples golpes en el agua se diluyeron en el rumor de la marea. Nos quedamos, exhaustos, mirando al horizonte; sentados uno al lado del otro escuchando el ruido del mar.
- Oye, Kill, ¿qué piensas sobre mí? Quiero decir, ¿qué piensas sobre lo que ocurrió ayer? – le pregunté con un titubeo en el labio inferior.
- Sinceramente, te tengo un poco de miedo – dijo, confiado.
- ¿Miedo? - y le miré, sorprendido.
- Sí, me das un poco de miedo. De alguna manera siempre has sido algo reservado y parecías encerrar algún tipo de fuerza. Pero ayer salió de ti… Diferente, no parecías tú parecías… Bueno, fue como si fueses… - ríe - Como si fueses yo. – Expresarse nunca ha sido su fuerte, pero creo que le entendí perfectamente, yo también se sentí un poco él.
- Normalmente eres tu quien tiene que… bueno, defendernos, ya sabes. - reconocí.
- Sí, pero no fue solo eso, fue la forma en la que lo hiciste. Estuviste todo el día raro, como temblando, y de golpe, eras un león. – lo dijo mirándome, sin nada parecido al miedo en sus ojos.
- No acabo de entender la relación entre eso y el que te cause miedo. – me tomé lo del león como un alago, y no creo que lo disimulase muy bien, pues apenas pude contener la alegría en una especie de mueca.
Tiene razón, pensé. Ocurren cosas raras a mí alrededor, y es como si yo influyera en ellas. No respondí, me quedé mirándole un segundo y luego giré mi cabeza hacia el mar. Si pudiese ser lo que quisiera, sería como él. Inmutable, tranquilo, profundo, con una tristeza interior pero siempre con alguien en la orilla intentando descifrar mi alma. Los dos nos quedamos mirando al infinito en silencio un buen rato, Kill apoyó su cabeza en mi hombro y no me molestó en absoluto. Definitivamente, no parecía temerme. No más de lo que yo me temía a mí mismo.
- Qué bonito. Madre mía, que preciosa escena de amor y compañerismo – dijo Joker.
- Parados frente al mar, mientras el mundo gira. – dijo Poet, seguramente sacándolo de alguna vieja canción. Abriendo los brazos y contemplando el cielo teatralmente.
- Idiotas – dije sin girarme, dejando escapar una sonrisa, y oí una sarta de risas muy variopintas que indicaba que ya estaban todos despiertos.
Recogimos todo lo que teníamos desperdigado por la playa, subimos al autobús y nos fuimos sin pensárnoslo mucho, pues si nos lo hubiésemos pensado, quizás nos hubiésemos quedado en esa playa para siempre. A Poet le había gustado especialmente, siempre tiene problemas por dormir en catorce y no le ha parecido tanto un hogar como a nosotros. Él es lo más parecido a un alma libre de lo que he visto nunca, no le gustan los espacios cerrados, y nunca ha temido la oscuridad. Normalmente actúa rezagado y no sobresale del resto del grupo, se limita a contemplar, como si todo eso no fuese con él, y no lee ni escribe ni canta. Hasta que se encuentra completamente cómodo en una situación, entonces canta, entonces lee, entonces lo puedes ver, paseando por el filo de un barranco contemplado todo lo que se cruza con él; el agua, las rocas, las plantas. Salta cuando ve un trozo de agua sin rocas desde alturas inmensas y sonríe al lado del fuego como si se encontrara finalmente en casa.
No tengo ni idea de que vida habría llevado antes de ser nuestro hermano. Nunca se lo he preguntado.
Drive, muy acertadamente, evita la ruta del supermercado sin comentárselo a nadie ni sin que nadie se percate. Hoy estamos bien, contentos, vamos al centro de la ciudad al fin, a presentarnos a La Reunión, a nuestra llegada hemos asesinado a un loco y dos chicas inocentes, así que cuanto menos estemos pensando en ello, mucho mejor pasará todo.
Es extraño, llevamos meses esperando este momento, y no estoy nervioso. Estoy en calma, tranquilo y profundo, como si nadie fuese a pasar; y con el mar en mente entramos a la ciudad.
Casas cerradas, puertas tapadas con maderas, y nadie por las calles. Nada nuevo en las afueras, pero conforme nos vamos acercando al centro empezamos a ver un gran edificio que parece salir del corazón del pueblo. Es una especie de catedral, rodeada de ventanas de cristales, alta y grande, iluminada de lleno por los rayos del sol, que siendo mediodía, le caen justo encima originando reflejos tenues de todos los colores del espectro. Las casas empiezan a hacerse más densas, y son ellas mismas las que delimitan las calles empedradas, construidas mucho tiempo atrás.
Las puertas ya no están cerradas con clavos y madera; aunque siguen cerradas. Las ventanas no están tapiadas, les entra la luz y las fachadas parecen cuidadas en su presencia, de vivos colores algo desgastados por el inevitable paso del tiempo, pero vivos aun. Conforme nos adentramos, se hace todo más denso y más alto, las casas de dos y tres pisos solo dejan un único carril por donde pasar, estrecho, donde el cual no podemos ver apenas la catedral. Vamos a ciegas, sin tener ni idea de donde nos estamos metiendo.
Al rato, nos damos cuenta de que las calles parecen dibujar islas y todo intento de llegar a la catedral nos devuelve al punto de inicio. Salimos del pueblo, e intentamos llegar desde otro camino, pero también es imposible. ¿Cómo puede ser que no se pueda llegar por ningún sitio al centro del pueblo? ¿Cómo se llega a esa catedral? Damos vueltas y más vueltas, sin saber qué hacer, y decidimos pararnos en el aparcamiento relativamente amplio que encontramos. Salimos del autobús y estiramos las piernas. ¿Cómo diablos no se me había ocurrido preguntar a las chicas como se entraba en el pueblo? Aunque, bien visto, yo no tenía ni idea de que hubiese alguna complicación para entrar, y tampoco creo que tuviesen muchos deseos de ayudarme.
Nos separamos y yo se senté a pensar junto a Kill, y justo cuando sacaba mi moneda, vi a Truth separarse del grupo. Cosa que no acostumbra a ocurrir. Me quedé observándolo; fue directo hacia lo que parecía una rampa para coches que se adentraba en un aparcamiento subterráneo. Kill hico un gesto de gritarle e ir a búscalo, pero se lo impedí cogiéndole del brazo y le dije que simplemente observara. Truth salió al minuto de ahí, con cara de satisfacción
- Chicos, ya sé como entrar a la ciudad.
Todos le seguimos de inmediato, con nuestros cuchillos preparados nos adentramos en la oscuridad. La rampa giraba de un modo extraño y parecía encarar la muralla de casas que parecía dar al centro del pueblo, pero vez de dar a un aparcamiento subterráneo había una persiana enorme de metal cerrando el paso.
- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cortarlo? – preguntó Joker a Truth.
- Shht. Escuchad. – dijo Truth, haciéndonos callar, y puso la oreja en la persiana.
Nos pegamos todos como pudimos a la persiana de metal. Se oían voces. Nos separamos y nos quedamos hablando en forma de círculo.
- ¿Qué hacemos? – preguntó Truth, crecido.
- No sabemos quién son, yo buscaría otra entrada. – dijo Mom.
- ¿Qué hacemos? – iban preguntando todos, sin saber qué hacer.
- ¿Les llamamos sin más? – propuso Drive.
- Quedémonos a escuchar qué dicen. – dijo Code.
- ¿Qué hacemos? – iban preguntando todos otra vez.
Para ese momento, completamente convencido, yo ya había sacado mi cuchillo con la funda y golpeaba fuerte con el mango la persiana de metal.
- ¿Hay alguien aquí? – Dije en voz muy alta y tono de pregunta. Se me quedaron mirando con los ojos como platos.
- ¿Quién sois? ¡Identificaros! – Gritó una voz de dentro, junto a el sonido de las pisadas de muchas personas moviéndose.
- XCTC1235.
- Un momento.
Esperamos unos diez segundos y una maquinaria chirriante empezó a moverse y a levantar la persiana lentamente. Detrás aparecieron unos 18 o 19 hombres y mujeres, estos si, armados. Nos vigilaban atentamente, apuntándonos con todo tipo de armas. Sin decir nada.
Cuando empezaba a haber demasiada tensión, yo y Kill nos adelantamos al resto del grupo, y sin decir nada, nos quitamos los cuchillos ocultados en posición de dentro de la manta y los pusimos en el suelo en señal de paz. Alguien de detrás de los vigilantes con menos aspecto de haber matado centenares de hombres se acercó a recibirnos y nos contó todo lo que ya sabíamos sobre lo ocurrido en el supermercado y el porqué de tantas precauciones. Mostramos sorpresa, aseguramos no saber nada y no nos preguntaron nada más. El espacio al que habíamos entrado era un aparcamiento subterráneo inmenso, lleno de autobuses, camiones, coches, remolques, caravanas, jets y hasta un carruaje que debían de pertenecer a lo que ellos denominaban guerrillas. Todo tipo de gente de todas partes del mundo que se mantenían en movimiento para huir de la revolución. Ciertamente es aquí, hemos llegado a La Reunión.
Los vigilantes nos acompañaron a llevar nuestro autobús dentro del complejo, y hablamos con ellos animadamente todo el camino. Nos contaron que vivían ahí, a salvo de la revolución, en esa ciudad que habían reconstruido y aprovechado rodeando la catedral, o como ellos la llamaban, La Luz. Nos hablaron de la gente de La Reunión, de que habían estado mucho tiempo organizándola, de lo importante que iba a ser. Nos dijeron que había gente que llevaba meses allí, viviendo en las casas de colores que daban al interior de la ciudad. Hablaron con mucho entusiasmo, y parecían muy buena gente. Por lo que parece llegamos justo a tiempo, somos los últimos. La Reunión es mañana, mañana va a cambiar todo.
Una vez con el autobús dentro y los ánimos completamente calmados descubrimos que las casas que formaban una “muralla” alrededor del centro estaban comunicadas entre sí, y nos pasamos todo el día yendo de un sitio para otro, saludando y conociendo montones de personas de muchos tipos diferentes, hablando un crisol de idiomas increíble y contando aventuras de supervivencia que harían saltar a Gotrek y Felix de su asiento. Nos sentamos con un grupo de gente que venía de la antigua Italia en la casa de color verde en la que se hospedaban, parecían especialmente buena gente y tenían un par de chicas de muy buen ver por las que Joker y Poet perdían los ojos, nos sentamos con ellos y empezamos a contar historias hasta bien entrada la tarde.
Conforme la comida iba bajando y el alcohol ligeramente subiendo, la conversación pasaba de ser animada y diversa a centrarse en una sola persona contando alguna historia con todo lujo de detalles. Historias igualmente animadas, pero diferentes, historias más profundas, de una tristeza interior. Habíamos dejado de lado la mesa llena de restos de comida y ahora nos sentábamos en una sala algo más grande, con una chimenea y una hoguera que empezaban a encender. Había butacas y sillones, y conforme avanzaban las historias, mas y más gente de otras guerrillas se iban sentando donde podían a escucharlas. Como suele ocurrir en estas ocasiones, rápidamente las personas mas grandes y escandalosas toman el control de la situación, pero a mi me había llamado la atención un viejo en una silla balancín más allá de la zona de butacas, hablando solo, con los ojos cerrados. Me senté silenciosamente a su lado, y si se dio cuenta de ello, no hizo ningún signo para demostrarlo.
Cuenta la leyenda, que antes de los tiempos, el todo y la nada eran uno solo. Una misma esencia, infinita, un universo. Hasta que, por razones desconocidas, un día la esencia se partió en dos.
Algunos dicen que fue un dios, algunos dicen que se creó una singularidad, unos que dentro de la esencia se surgió una idea, y que esa idea fue la identidad, y que parte de la esencia por amor a sus parecidos empezó a querer juntarse con ellos, y con el tiempo la distancia por el amor al próximo se tornó en odio al lejano, y de entre la identidad y la diferencia surgió el conflicto. Pero nadie sabe realmente. Quizás fueron todas las cosas, o quizás son diferentes formas de contar una mismo historia, o quizás unas veces ocurre una cosa, a veces otra, no importa.
De esa diferencia ya insalvable, de ese conflicto inherente, entre el todo y la nada, creció hasta que estalló y alimentado por el fuego formó el cosmos donde hoy vivimos.
Pero era un cosmos vacío. Ni siquiera un cielo estrellado, nada estaba materializado, nada existía, solo esencia. Se dice los dioses, o las leyes, encerraban, en su infinita complejidad, la esencia de las cosas y el fuego del universo, el poder del cambio. No eran unos dioses como los que enseñan en el mundo antiguo las leyendas, barbudos dioses omnipotentes, infinitos, no. Eran mucho mas parecidos a nosotros, unos seres con la sola ayuda de su mente, en un mundo aún por construir y un tiempo marcando el compás del reloj.
Los dioses, dice la leyenda, eran cuatro. Eventualmente, cuando comprendieron que el mundo era lo que hiciesen con él y que no había nada mas allá, empezaron a construir. Os imagináis grandes titanes con sus poderes mágicos creando castillos y montañas con sus varitas, pero no era nada como eso. Eran como tu y como yo, con una eternidad por delante. Cada uno de ellos era distinto y gustaba de crear diferentes músicas y cosas, tanto materiales como etéreas y abstractas. Los dioses artesanos. Del corazón de las estrellas forjaron la materia, y luego pieza a pieza, piedra a piedra, con sus propias manos, construyeron las montañas, picaron los océanos en la roca viva, tejieron la espiral de la vida, tapizaron a partir de trozos desiguales de la esencia cosas como la sinceridad, el bien, también el odio y el amor. No penséis únicamente en sentimientos, palabras o conceptos humanos, pensad en, la verdad, la belleza, el significado, la libertad, la poesía, la muerte, el equivalente de la música, el equivalente a la identidad original, el equivalente del fuego, su representación del tiempo. Los principios, los finales, el desarrollo, el nudo, el desenlace, los silencios, el equivalente a la nada, el equivalente del todo. Pudieron construir lo que quisieron, y quizás hicieron otros mundos, pero este es en el que nos ha tocado vivir, y en él todo está hecho por alguna razón, en perfecto equilibrio.
Ellos los trabajaron, del propio barro y polvo de estrella, a lo largo de incontables eras. Nadie sabe exactamente cómo, aunque algunos intenten aprenderlo; y luego se marcharon, a algún lugar lejano, y empezó la edad de los hombres. Hasta que, como dice aquel poema que nadie recuerda, un héroe sin nombre, dios o diablo para unos u otros, apuñale otra vez el cielo con su espada, y rompa el equilibrio en dos. Entonces, ya sea porque el mundo ha sido libre de crear, o porque la humanidad ha alcanzado ser sus propios artesanos, todo va a volver a empezar.
Había escuchado embobado, y me levanté tan silenciosamente para irme por donde había venido, dejando ese viejo hablando solo, explicando sin parar esa misma historia. Busqué mis hermanos y comprobé con gran alivio que seguían en el mismo sitio. Me junté con ellos, y después de escuchar el final una historia que parecía especialmente emotiva, acerca de un hombre y su caballo, contada por el que lógicamente debía ser el barbudo dueño del carruaje de la entrada, se hizo el silencio.
Cuenta la leyenda, que antes de los tiempos, el todo y la nada eran uno solo. Una misma esencia, infinita, un universo. Hasta que, por razones desconocidas, un día la esencia se partió en dos.
Algunos dicen que fue un dios, algunos dicen que se creó una singularidad, unos que dentro de la esencia se surgió una idea, y que esa idea fue la identidad, y que parte de la esencia por amor a sus parecidos empezó a querer juntarse con ellos, y con el tiempo la distancia por el amor al próximo se tornó en odio al lejano, y de entre la identidad y la diferencia surgió el conflicto. Pero nadie sabe realmente. Quizás fueron todas las cosas, o quizás son diferentes formas de contar una mismo historia, o quizás unas veces ocurre una cosa, a veces otra, no importa.
De esa diferencia ya insalvable, de ese conflicto inherente, entre el todo y la nada, creció hasta que estalló y alimentado por el fuego formó el cosmos donde hoy vivimos.
Pero era un cosmos vacío. Ni siquiera un cielo estrellado, nada estaba materializado, nada existía, solo esencia. Se dice los dioses, o las leyes, encerraban, en su infinita complejidad, la esencia de las cosas y el fuego del universo, el poder del cambio. No eran unos dioses como los que enseñan en el mundo antiguo las leyendas, barbudos dioses omnipotentes, infinitos, no. Eran mucho mas parecidos a nosotros, unos seres con la sola ayuda de su mente, en un mundo aún por construir y un tiempo marcando el compás del reloj.
Los dioses, dice la leyenda, eran cuatro. Eventualmente, cuando comprendieron que el mundo era lo que hiciesen con él y que no había nada mas allá, empezaron a construir. Os imagináis grandes titanes con sus poderes mágicos creando castillos y montañas con sus varitas, pero no era nada como eso. Eran como tu y como yo, con una eternidad por delante. Cada uno de ellos era distinto y gustaba de crear diferentes músicas y cosas, tanto materiales como etéreas y abstractas. Los dioses artesanos. Del corazón de las estrellas forjaron la materia, y luego pieza a pieza, piedra a piedra, con sus propias manos, construyeron las montañas, picaron los océanos en la roca viva, tejieron la espiral de la vida, tapizaron a partir de trozos desiguales de la esencia cosas como la sinceridad, el bien, también el odio y el amor. No penséis únicamente en sentimientos, palabras o conceptos humanos, pensad en, la verdad, la belleza, el significado, la libertad, la poesía, la muerte, el equivalente de la música, el equivalente a la identidad original, el equivalente del fuego, su representación del tiempo. Los principios, los finales, el desarrollo, el nudo, el desenlace, los silencios, el equivalente a la nada, el equivalente del todo. Pudieron construir lo que quisieron, y quizás hicieron otros mundos, pero este es en el que nos ha tocado vivir, y en él todo está hecho por alguna razón, en perfecto equilibrio.
Ellos los trabajaron, del propio barro y polvo de estrella, a lo largo de incontables eras. Nadie sabe exactamente cómo, aunque algunos intenten aprenderlo; y luego se marcharon, a algún lugar lejano, y empezó la edad de los hombres. Hasta que, como dice aquel poema que nadie recuerda, un héroe sin nombre, dios o diablo para unos u otros, apuñale otra vez el cielo con su espada, y rompa el equilibrio en dos. Entonces, ya sea porque el mundo ha sido libre de crear, o porque la humanidad ha alcanzado ser sus propios artesanos, todo va a volver a empezar.
Había escuchado embobado, y me levanté tan silenciosamente para irme por donde había venido, dejando ese viejo hablando solo, explicando sin parar esa misma historia. Busqué mis hermanos y comprobé con gran alivio que seguían en el mismo sitio. Me junté con ellos, y después de escuchar el final una historia que parecía especialmente emotiva, acerca de un hombre y su caballo, contada por el que lógicamente debía ser el barbudo dueño del carruaje de la entrada, se hizo el silencio.
Durante la comida había corrido algo de vieja cerveza, y a Poet le encantaba la cerveza. Normalmente Poet no hablaba en cualquier situación, y menos delante de gente que no conocía. Tenía una forma de hablar muy artística y florida cuando lo hacía, le encantaba el drama y la teatralidad. Fue una sorpresa enorme para nosotros cuando se levantó, cogió su silla, la puso al lado del fuego, encarándose a toda la sala expectante y empezó:
- Os voy a contar, amigos míos y caballero, una historia que tuvo lugar hace solo unas semanas. Su recuerdo, aun reciente, nos aflige el alma a mí y a mis hermanos, y así, tierna antes que el roce del viento la endurezca y agriete para siempre, la voy a desvelar.
- No será capaz. – pensé en voz muy alta.
- Esta es la historia, de un chico llamado Boy. – empezó, muy teatralmente.
- Poet, baja de ahí. – pude oír decir a Kill, por encima de la multitud que rumoreaba
- Erase un joven chico viajando al viento en un arca autobusil con catorce pasajeros. Era el más joven de los catorce en edad, pero su alma estaba oscurecida.
- Maldito gilipollas – pensé otra vez en voz alta.
- Un aciago día, el joven trató de iluminar su oscuridad; buscó refugio con sus hermanos pero se sintió rechazado por aquellos que lo amaban y, abandonando su hogar, se adentró en la honda espesura de la noche, creyendo que ahí encontraría la respuesta a nuestra fútil y vacía existencia.
- Poet. Cállate o te rebano el cuello. – dijo Kill, al ver a Mom empezando a llorar y abandonando la sala.
- ¿Qué? - sin darle mucha importancia a la amenaza - No es mi culpa que os sentáis culpables por la muerte de Boy, fue él el que se marchó del autobús en plena noche por mucho que os empeñéis en idealizarlo. Que alguien me dé otra cerveza.
El rumor de la sala era creciente, mucha gente preguntándose quien era ese chiquillo y porque había tanta tensión en el ambiente. De alguna parte le llegó a Poet una cerveza, de la que pegó un buen trago y continuó hablando.
- Boy era un niño enfermo, problemático. – dijo muy fuerte, bajo claros signos de embriaguez. Mala elección de palabras. Fue como una piedra plana tirada sobre la superficie el mar.
PUM
Discretamente, como todo lo que hace Sick habitualmente, había desfilado entre las butacas y gente sentada por el suelo y no había llamado la atención de absolutamente nadie hasta que se encontraba de pie, delante de Poet un segundo antes de asestarle un puñetazo en la boca tan frío y silenciador que hubiese convertido el pandemónium en una misa si se lo hubiese estampado en la boca del mismo diablo. El efecto fue parecido. Se heló el ambiente y todo el mundo, estuviese escuchando o en ese círculo en particular o no, se quedó en silencio. La escena se había congelado, con la única excepción de que Poet, tumbado en el suelo, se retorcía e intentaba levantarse agarrándose donde podía, el respaldo de la butaca, una lámpara, la pared… hasta que a tientas encontró las piernas de Sick, que se había quedado de pie delante suyo. Agarrándose a Sick, y este ayudándolo, consiguió levantarse, se quitó el polvo de encima de su chaqueta, Sick le pasó una servilleta con la que se limpió la sangre que le salía del labio superior.
- Gracias. – dijo Poet devolviéndole el pañuelo.
- De nada. – guardándoselo.
Y le asestó un puñetazo a Sick. Derribándole y dejándole inconsciente.
La escena, que había permanecido congelada desde el primer golpe, volvió en forma de caos y discusiones cruzadas por todos lados, primero entre los pasajeros del autobús catorce y luego extendiéndose a toda la sala. Vi a Code y Kill discutiendo, Truth hablando en voz muy alta sobre una silla intentando vanamente que alguien le hiciera caso. Joker soltando lo que parecía una broma a Poet y Poet empujándole y marchándose, sin mirar atrás. Intente ir detrás de él antes de ver como todos los otros se iban dispersando por las habitaciones, pero la visión de mis hermanos destruyendo lo único que teníamos, me aterraba. Quería que esa escena terminara, quería apagarlos, aplanar la superficie del agua que Poet había azotado. Apagar ese fuego.
Mis metáforas suelen acabar de una manera más literal de la que pienso cuando se me ocurren.
Vi la chimenea a la que ya nadie prestaba atención encenderse más de lo normal, una butaca se había caído y ahora repostaba sobre las llamas, que no tardaron a crepitar de alegría con ese nuevo combustible hecho de algodón y tela inflamable. Vi encenderse el sillón y este encender unas cortinas recientemente caídas al suelo que había al lado. El sillón del hombre del carruaje empezó a incendiarse, y cuando se percató de las llamas desfilando por delante de su barba, yo ya había cogido un extintor; un verdadero milagro que funcionase, y apagué la chimenea, las cortinas, los sillones y luego eché todo el contenido alegremente a chorro presión a las gordas caras de todos los presentes que osasen discutir unos con otros. La multitud dejó de pelear y se quedó callada, cubierta de polvo blanco, mirándome, y pude ver de reojo dispersarse mis hermanos en todas direcciones. Misión cumplida.
El único problema ahora son los veinte o treinta miembros de guerrillas supervivientes que acabo de bañar en polvo químico y me miran con cara de querer comerse mis órganos internos.
Hui.
No sé qué tipo de héroe creen que soy, pero si piensan en caballos y armaduras se equivocan. Soy más de chaqueta de malote, piernas rápidas y extintor.
Al comprender, aún con media sonrisa, la situación en la que me encontraba, reaccioné tarde y mal, medio cayendo, dejando ir el extintor y culpándome con múltiples cosas logré salir por la primera puerta que encontré. Corrí, corrí y corrí llevándome por delante muebles, un buldog francés, una pequeña estatua con forma de jirafa y la ceremonia del té de algún clan japonés de la dinastía… bueno, no tengo ni idea de que dinastía eran, ni de si eran japoneses ni de qué coño es una ceremonia del té, es que todo pasó de una manera muy confusa y en mi último giro justó cuando gané un poco de ventaja a mis seguidores, abrí una puerta al azar y me metí dentro.
Era la habitación de un niño, y todo ya no podía ser más absurdo en ese momento.
- Hay un hombre en mi armario – dijo el niño, agarrando las sabanas.
- A mí que mierda me cuentas de que hay un hombre en tu armario.
- ¿Te quedas a dormir conmigo?
¿Seguro que el niño no es una chica de diecisiete salida de alguna fantasía pajillera adolescente? No entiendo mucho de psicología infantil pero no creo que sea la manera más frecuente de reaccionar cuando un extraño entra de esta manera en tu habitación.
- Sí, claro, he venido para protegerte. - supongo que me recordó a mi mismo de pequeño, el miedo que tenía, a veces hasta lloraba hasta que alguien me venía a rescatar. me metí en su cama.
Era una manera genial de esconderme después de todo. Entraron en cierto momento en la habitación y no vieron más que dos chicos durmiendo en la misma cama. Por cierto, lo comprobé y no era una adolescente. Lástima.
Fuera de la habitación iba pasando como mínimo una tropa de guerrilleros, bastantes japoneses y amas de casa y lo que pareció ser un caballo rechinando. Luego, se hizo el silencio absoluto. Menos mal, que alivio. Saqué un cigarrillo de la chaqueta que le había robado al hombre del carruaje.
- ¿Tienes fuego? – le pregunte al chico.
- Si. – me pasó una caja de cerillas.
- Gracias.
Ya os he dicho que era una situación absurda.
De golpe, se escuchó un ruido del armario. Pegamos un bote tremendo, yo, el niño y un gato que acababa de entrar por la ventana. Se escuchó otro ruido y la puerta del armario se empezó a abrir. No sé qué tipo de héroe creéis que soy, pero no se me ocurrió nada más en ese momento que quedarme abrazado al niño en pijama con mucha fuerza. Una cosa es matar estranguladores, miembros de la revolución o cajeras de supermercado, y otra muy distinta es matar seres sobrenaturales que salen de armarios cerrados.
Se abrió totalmente la puerta y de dentro salió una figura humana, de pelo castaño, con los dientes y la camiseta manchados de sangre. Era Poet, me relajé y solté al chico. Estaba blanco, ya sin ningún signo de haber bebido en su vida. Puso un pie en el suelo, puso otro, escupió sangre, alzó la vista lentamente, con una pose muy de película que se esfumó inmediatamente cuando me vio.
Aquí estaba yo, con una chaqueta de cuero, en la cama de un niño de 8 años, con el niño al lado abrazándome, al atardecer, incorporado en postura casual, fumando un cigarrillo.
- Hola. – me dijo.
- Hola. – no se me ocurrió nada más que contestar.
- ¿Qué tal? - casualmente.
- ¿Bien y tú? – dando una calada al cigarro.
- Quiero hablar contigo un momento. – dijo.
- ¿Fuera? - pregunté, mirando al niño.
- Fuera. – señalando una puerta con los ojos.
- ¿Puedo venir? – dijo el niño.
- No, pero gracias por la hospitalidad. Me llevo al monstruo. – quizás soy un héroe de verdad después de todo.
Poet y yo salimos a una especie de terraza desde donde se veía la catedral de la luz, aunque con el sol tan bajo ya no tenía el mismo encanto de antes. Poet y yo hablamos primero de su huida de los japoneses que le llevó al armario y luego durante bastante rato acerca de Boy. Él tenía muchas cosas que decir, y yo mucho que reprimir; hablar de Boy me produce un vacío en el pecho difícil de disimular, pero yo era el único ahí para calmar esas aguas.
- No son solo ellos, yo también me siento culpable de la muerte de Boy. – Le confesé.
- ¿Qué? ¿Tú? ¿Porque? – sorprendido, y nos quedamos mirándonos.
- Hable con él esa noche. Le dije que siempre guardase en su cabeza la idea de salir corriendo hacia el horizonte. Que era libre, que estaba con nosotros porque quería, que el autobús era nuestro hogar, no una jaula. – sin apartar mis ojos de él.
- Qué tontería, eso no significa que fuese culpa tuya. – volviendo la vista a la catedral.
- Lo sé. Créeme. Lo sé y me he convencido de ello. Pero, incluso así. Siempre piensas que podrías haber hecho algo más, haber dicho esa última frase. ¿Qué coño sabes de la vida si no puedes convencer a un amigo de que se la quite? – yo también miré la catedral.
- ¿Qué le hubieses dicho? – dijo después de un rato de silencio.
- Que él y Sick hacían muy buena pareja. – sonreí y Poet se rió.
- La hacían. - sonriendo tristemente.
Escuché lo que parecía una campanada que marcaba las horas. Se me hace increíblemente raro esto de saber qué hora es después de vivir meses y meses sin la influencia de un reloj. Nos quedamos en silencio. Pensé durante un segundo. Tiré la moneda y Poet la cogió al aire. Le miré y sonreí.
- ¿No necesitas saber que ha salido, verdad? – me conocen demasiado ya.
- ¿Sabes que vas a hacer después de devolverme eso? Irás a buscar a los otros. Quedamos en la entrada. Tienes media hora.
- Pero…
- Media hora.
- Pero si todos me odiaran ahora mismo.
- Una hora, hasta la próxima campanada.
No sé cómo lo consiguió Poet. No sé cómo los encontró, quizás por instinto. No sé qué les dijo para convencerlos sin llevarse otro puñetazo teniendo en cuenta lo muy enfadados que parecían todos. Quizás simplemente dijo uno a uno: a la entrada, media hora. No me extrañaría. Aunque hable poco, Poet sabe convencerte de las cosas, es como Truth, pero mas rápido.
Pero uno a uno, fueron llegando y todos me decían que era Poet el que les había avisado. Los últimos en llegar fueron el mismo Poet y Sick, bastante aturdido aún.
- Bien, ya estamos todos. El vigilante jefe me ha comunicado que nuestra estancia es la casa esa de color rojo, donde podemos llevar comida y mantas. Hay agua caliente y camas mullidas para todos. Ahí mismo nos despertaran mañana las campanas para que no lleguemos tarde y me consta que me han dicho que habrá un gran desayuno para todos, con agua fresca, grandes vistas y carne variada. - recité casi de memoria.
- ¿Pero tienes otros planes, verdad? – dijo Truth, adivinando mis pensamientos.
Asentí. Les conté y no hubo ni resistencia ni aceptación. Nos subimos al autobús, los vigilantes nos abrieron la puerta y nos fuimos antes de quedarnos completamente sin luz. Drive condujo unos cinco minutos en un perfecto silencio compartido, con cada uno enfrascado en sus pensamientos, y así llegamos a la cala de la noche anterior.
Bajamos comida, mantas y todo lo necesario para pasar la noche allí, mientras todos descargaban cosas sin mirarse ni tocarse unos a otros, se acomodaban solo su propia comida y su propia cama improvisada separada de las demás. Poet y yo ignoramos completamente el equipaje y nos fuimos directamente a buscar piedras y tirarlas al mar. Yo no era como ninguno de ellos, no tenía ninguna habilidad especial, ni personalidad relevante, ni era especial en ningún modo, pero aún así me necesitaban. Lo mismo o quizás mas de lo que yo también les necesitaba a ellos. Era el elemento igualador, la tranquilidad y profundidad del océano, ese era quien yo era.
Una a una, las piedras giraban, golpeaban la superficie y se hundían en la profundidad. Estuvimos así un buen rato.
Una a una, las piedras giraban, golpeaban la superficie y se hundían en la profundidad. Estuvimos así un buen rato.
- ¿Sabes porque las piedras rebotan? – me preguntó Poet.
- ¿Porque las tiramos con fuerza? ¿Porque giran? – intenté adivinar.
- No, la fuerza aunque necesaria solo sirven para que vayan más lejos, y que giren o no es una simple cuestión de estabilidad. Rebotan porque la superficie del agua tiene una tensión mucho más alta que la de cualquier otro líquido. Eso hace que cuando cae algo se produzcan muchas más perturbaciones que en otro liquido cualquiera, también que las piedras reboten causando problemas más de una vez y que esas perturbaciones se disipen más rápidamente sin dejar rastro. – intervino Code, saliendo de detrás nuestro, tirando una piedra.
- Pero cuando se hunden lo hacen ya sin energía, cansadas, y pacíficamente descansan en el fondo del mar. - dijo Sick, ya recuperado, con un parche en la mejilla, también tirando una piedra.
Miramos a Code y a Sick, que sin decir nada más, nos ponemos a tirar piedras los cuatro juntos.
Poco a poco, primero Kill, luego Truth y luego todos los hermanos, terminamos juntando y tirando piedras planas al mar. Recogíamos primero una, luego dos o tres, luego unas cuantas, y luego un montón enorme; con el que agotamos todas las reservas de piedras planas de la pequeña cala. Cuando se acabaron, con un último lanzamiento de Sick especialmente bueno. Los múltiples golpes en el agua se diluyeron en el rumor de la marea. Nos quedamos sentados en la arena uno al lado del otro, sin decir nada, exhaustos, escuchando el ruido del mar, mirando al horizonte.