Semana 39
Vida Universitaria
Café y litio
BTW: Recomiendo que si leéis estos artículos los acompañéis con la música correspondiente en un intento de hacer concordar con el vuestro el espíritu del texto, pues no todo puede ser explicado mediante palabras, o si se puede, yo no sé. Esta entrada, va con JVG Junio.
BTW: Recomiendo que si leéis estos artículos los acompañéis con la música correspondiente en un intento de hacer concordar con el vuestro el espíritu del texto, pues no todo puede ser explicado mediante palabras, o si se puede, yo no sé. Esta entrada, va con JVG Junio.
Tiempo ha de la última actualización. Escribir aquí es un serio ejercicio de memoria y recolección de datos, que se dificulta al no poder acceder a ningún registro de datos que me informen qué coño he estado haciendo el último mes de mi vida. Por suerte.
Ayer roteé el móvil, borrando algo que no debía y que trajo como consecuencia pasar un día entero intentando arreglar el estropicio y la perdida de la totalidad de conversaciones guardadas que tenía en el móvil. Puedo acceder a los archivos del último mes, no como un analista observaría un conjunto de datos organizados en fechas y gráficos, sino como una especie de sueño de endeble consistencia. Son los recuerdos de otro, que no tuvo tiempo, o ganas de escribir; momentos que no quería definir aún en mi mente, y que ahora arranco de los brazos de la abstracta consciencia a la que llamamos raciocinio para dejar testimonio.
La semana después de la última actualización, en la que escribí el artículo del camping, dudé mucho de como hacerlo. Esos eventos siempre vienen para retumbar mi vida desde los cimientos, pero no lo necesitaba, de la misma forma que no necesitaba el viaje con setas mejicanas de hace unas semanas, ni decidir pedirle la guitarra a Borja para aprender a tocar hace unos meses ni hacer un pseudotrio con la novia de un colega hace unos veranos.
Técnicamente, no necesito nada excepto comer, dormir, respirar, beber y una conexión fiable a internet. Pero lo hice.
Dudé mucho de cómo escribirlo, pues cada enfoque es otra persona diferente. Tenéis que entender que escribir no es solo un acto de poner en papel y bits aquello que te ocurre, tú mismo defines tus recuerdos, tu vida, a medida que lo haces y una vez escrito, lo dejas atrás, mucho mas fuerte que esculpido en piedra viva.
Paralelo a mi proceso esos días, de alimentar mi vida social y sentimental, también alimenté otro monstruo abominable, mi sentido crítico, cínico, insensible y en definitiva, mi yo realista. A ratos, miraba el camping y veía un lugar y un momento donde ser feliz, pero a otros miraba el camping y veía un juego absurdo. Gente media, gente rica, gente pobre, juntada en un paraíso y resort vacacional de cinco días, jugando a vivir en una sociedad idílica, con sus versiones en miniatura de las cárceles enormes donde se encierran durante el día; haciendo todo lo que normalmente hacen, o normalmente harían si en la vida real no se entestaran en trabajar ocho horas al día; su vida, pasa a ser extraordinario simplemente cambiando de sitio pero haciendo las mismas cosas, cotidianas, mirando la tele desde una posición diferente de la tierra, aunque sean los mismos canales. Podrían ser felices haciendo lo mismo en otro lugar, pero su felicidad es la excepción, nunca se perdonarían ser contentos, entusiastas y apreciar la vida dentro de su día a día.
Hombres adultos, jugando a las casitas.
Jugando a ser felices.
El que piensa esas cosas también soy yo, o tampoco lo soy, según como se mire.
Una semana después de la última actualización, pasé una semana entre el cielo y el infierno esperando una visita a Barcelona que no llegaba nunca y empezando a inundar mi mente de culpabilidad por no ser capaz de concentrarme, ni en escribir, ni en los inminentes exámenes, que más que abalanzarse sobre mi estaban presentes, como un volcán en tu ventana, que sabes que un día va a explotar, y simplemente esperas que no lo haga.
Los exámenes, las clases, los trabajos, la responsabilidad; pesan como una losa invisible sobre tus aspiraciones. Es indiferente el hecho mismo de que los suspendas, de que no vayas o de que la eludas. Pesa. Asfixia. Es el insoportable peso del deber. Del debo en vez del hago, si Shakespeare dudaba entre ser y no ser; no ser seria un deber y ser una voluntad. En realidad hablaba de voluntad, de poder y del camello el león y el niño cien años antes de que Nietzche naciese. O quizás no, quizás solo sean excusas; miedo, inseguridad que el hecho de creer bajo tierra impidió sepultar. Ese era mi infierno.
Empezamos a fantasear con la idea de irnos a vivir juntos Pep, Sol, Casper y Enric el curso siguiente por algún lado de Barna, idea seductora pero peligrosa, decisión que no quería tomar aún pero disfrutaba de su presencia. Miré abundante anime, terminé Cosmos, comí muy bien, me sentí bien. Era casi como si tratara de llenarme literalmente de energía, para regenerarme. A expensas de caer en la trampa de que todo tiempo anterior fuese mejor, me notaba lento. Observaba el tablero de ajedrez encima de una de las repisas, el mismo con el que intento desafiar cualquiera que atraviese los muros de mi piso; el tablero se alza como un monumento a tiempos en lo que me intuía indestructible, y en la resignación a no abandonar esa creencia sacaba fuerza, capaz de pasar horas y horas concentrado en un solo punto del universo ante un adversario evidentemente más fuerte que yo para demostrar al mundo simplemente que podía.
Pese a eso lo hacía, pese a eso luchaba; más que alguna habilidad innata o suerte extraordinaria, intuyo que si no fracasé en el instituto fue por mi capacidad heredada de esos días de mantener toda mi fuerza en un solo punto, de vivir de inspiraciones puntuales pero intensas, de hacer en una hora lo que otros hacen en veinte pensando en esa hora lo que otros no llegan a pensar en toda su vida. Mi energía mental se veía desafiada por agentes externos, y yo, competitivo, cabezota, e indestructible, reaccionaba. Problema y solución. Tercera ley de Newton. Dígale como quieras. Necesitaba sentirme fuerte otra vez, oponerme y ser opuesto. Necesitaba creer que algo en mi se había perdido, para así justificar la mediocridad de los últimos meses y en un ejercicio de mala praxis lógica también concluí que ese algo, si se había perdido, también la iba a poder encontrar. Hasta iba a correr una vez cada par de días, de madrugada, tomando diferentes rutas cada vez; solo, ridículo, cuando ya todo dormía. Ese era mi cielo.
Dos semanas después de la última actualización, los exámenes eran ya una realidad, y decidí centrar en ellos toda mi atención. Bueno, de hecho, no.
Mi cabeza en otro sitio, pero no en otro en concreto, en todos, es solo una forma de hablar. La luna empezaba a crecer. La pesadez, un constante de estos últimos tiempos, se hacía presente; pero tenía un toque raro. La música de Anathema empezaba a sonar otra vez. Unos aires de inspiración soplaban desde el oeste, suficientes para refrescarme, pero no para resucitarme. No recuerdo que hice exactamente esa semana, juraría que bajar a la Vila, escuchar para mi desgracia Pont Aeri, hablar con una antigua compañera de piso hasta las tantas, dar vueltas con una antigua compañera de cama hasta las tantas, dar vueltas en una cama con una antigua compañera hasta las tantas. Una de esas cosas, o dos, o tres. Que importa.
Entonces, en la querida soledad de los fines de semana en Barcelona, esperando el gran advenimiento; ocurrió la noche. Pasada la noche, pasada la luna, vinieron a verme fugazmente, y me volví a quedar solo y aturdido.
Algo me empezaba a subir. Pero no como la última vez. El verano pasado empezó a lo largo de un día triple en el campus de la universidad, dos días sin dormir que me abrieron un mundo nuevo, un levantarse como un cohete por las mañanas, un llamar a Borja y decirle que aceptaba su oferta de poner música en Skull un día de estos, que se preparase, que tenía planes, y que nos íbamos a llamar Random Local Guys.
Tres semanas después de la última actualización, empezaron los exámenes, y me di cuenta de que podría esta mucho, pero mucho más preparado para ellos de los que estaba. Mi situación era la siguiente, cinco asignaturas, cuatro de primero de carrera. Dos cursos sin asistir a ellas, notas justitas del primer parcial, entregas no entregadas. Disponía de tiempo aún, pero nuevamente, no disponía de voluntad.
Tengo la sensación de haberme evaporado lentamente sin notarlo. Mi voluntad ya no es una cuchilla afilada, lista para ser usada allí donde crea conveniente; se ha convertido en algo etéreo, una nube de probabilidades, enorme, extensa; pero también inabarcable, caprichosa.
Disponía de tiempo, según mis estándares de tiempo, para aprobar. Mi historia en el mundo educacional os va a contar que eso es realmente muy poco tiempo. En una mezcla de optimismo desmesurado, ego arrollador y ligera capacidad innata, tiendo a sobreestimar mis capacidades. Soy consciente de ello, el problema es que esa confianza está basada en hechos, palpables cuantificables y ubicables en momentos concretos de mi pasado y presente. Si esa confianza estuviera suspendida en el aire, aún podría pegarme algún testarazo y comprender finalmente que soy la misma mierda en descomposición que vosotros, pero cada día la competencia es más dura y el universo se encarga de continuamente enviarme toneladas de gente más estúpida que yo para que me siga creyendo superior. Igualmente en descomposición, pero seria absurdo negar que hasta hay mejores mierdas que otras.
Pero tiene razón la moral cristiana, ante la evidencia, bajar la cabeza, presuponer que somos todos iguales. Al fin y al cabo, esa supuesta superioridad a lo único que me ha llevado en mi vida, excepto a éxitos continuos en todos los ámbitos posibles, ha sido a ligeramente fracasar en mi primer año de universidad según los estándares corrientes.
Un año menos un día antes de la ultima actualización, me encontraba en la antesala de las recuperaciones de unas asignaturas cuyo propio contenido ignoraba de raíz, cuyo estudio llevaba horas, y días y semanas y meses a mis otros compañeros; que lejos de ser los inútiles con quien me cruzaba en bachillerato, sabían lo que se hacían y eran lo más parecido intelectualmente a mí a bastantes kilómetros la redonda. Frente al abismo, me armé con los contenidos de cada asignatura solo para comprobar la hora antes de cada examen que no sabía nada, que los apuntes eran inútiles y que los exámenes se basaban en problemas tipo. Mi figura de chico que no hace nada y misteriosamente aprueba todo se desvanecía al mismo ritmo que a mí me inundaba un manto de mediocridad.
Salvo honrosas excepciones, suspendí casi todas las asignaturas. Me había sobreestimado. ¿Quién hubiese imaginado que una semana de estudio intercalado con sexo con Lizzy y partidas al Age of Mitology no iban a bastar para aprobar todo un año de la carrera de Física? Yo, desde luego, no. La experiencia me indicaba que sería capaz de hacerlo sobradamente, que tenía tiempo y que aún si saber casi nada llegaría al examen y mi imaginación y capacidad de concentración intensa servirían para redescubrir siglos de física a los que la humanidad le llevó siglos calcular y encontrar. ¿Los precedentes estaban allí, porque iba a ser diferente esta vez?
Sin duda, ya no era el de antes, había perdido mi garra, mi épica, mi muchedad. Si tenía algo de extraordinario en mi juventud, lo había perdido, y yo, mi atenuación, era el único culpable. Se había autocumplido el canto de los mediocres, la violencia horizontal de los normales.
Al canto de "no eres especial", y del principio moral que uno no se puede creer superior a sus semejantes aunque tenga pruebas para ello; durante el bachillerato aprobé en muy peores condiciones, y no solo una vez, una asignatura aislada. Fue una proeza que repetí durante tres cursos, tres veces por curso, ante la mirada atónita, resignada y acusatoria de aquellos de susodicha moral, creada por y para lo que nuestro amigo Federico definiría como débiles o decadentes. Es una moral circular; tenga usted una superficie horizontal, apaleé a todo aquel que sobresalga y va a crear un universo de tipos bajitos.
¿Os imagináis que después de todo sois todos imbéciles excepto una élite de gente capaz de salir mínimamente de convicciones básicas sociales, ser conscientes de la subjetividad del mundo, abrasarse con la propia experiencia, ser capaces de manipular a voluntad su entorno, crear, escribir en rlg, inspirar, dudar y capaz de sentir y comprender y enseñar más allá de lo que indican sus títulos académicos?
Sin duda sería un gran descubrimiento.
¿No os habéis fijado que hay gente que siempre gana en los deportes, aunque no lo practique casualmente, sea el deporte que sea, aunque no tengan mejor complexión física? ¿No os habéis fijado que hay gente que parece que siempre tiene suerte, el viento de cara, "algo", pero que no sabrías decir que es ese algo? ¿No os habéis fijado, en que hay gente que cumple sus objetivos, que plantee lo que plantee a la larga le sale bien, mientras en el otro lado del charco suyo hay un puñado de rumiantes, hablando, criticando y nunca haciendo nada?
¿Os imagináis que vuestro juzgar desde la distancia, el no hacer nada pese a creeros mucho, sea solo un bluf, una ilusión, y aquellos que realmente importan son lo que crean, influyen y crecen?
Tres semanas después de la ultima actualización, los exámenes empezaron, y yo no estaba ni listo, ni preparado, ni motivado, ni afilado, ni convencido ni inspirado. Anathema seguía sonando de fondo, se avistaba una fiesta de RLG que no podría organizar, una exposición oral, una reunión con dos futuros miembros que no me veía con fuerzas de afrontar. Mi guitarra llevaba semanas encerrada en la funda sin querer salir y pese a todo, en mi refugio, en mi piso, en mi habitación, yo me seguía encontrando bien. Tranquilo, postergando, procrastinando, jugando al Golden San, conociendo pero ignorando el inminente peligro. El problema es que, pese a todo, seguía siendo feliz.
Hay muchas formas de ser feliz, comúnmente conocemos mas de estados depresivos complejos, llenos de matices, porque son estos los que nos impulsan a intentar salir de la propia situación. Los desgranamos, intentando encontrar explicación a nuestro infelicidad, y en ese proceso encontramos melancolía, dolor, soledad, odio, rabia, filtrándose por nuestros muros de contención emocional como una espesa bruma agrietando solida roca a su paso. En cambio, felices, inundados de dopamina, no hay nada que analizar, ni que desgranar. Con nuestra mente nadando en endorfinas, ni nos damos cuenta de que somos felices, asi que todo pasa a nuestros ojos como un gran éxtasis continuo, sin llegar a pensar nunca que de la misma forma que existen mil formas de tristeza también existen mil formas de felicidad; algunas perversas, algunas que saben a hierro y cadenas. Estamos drogados, incapaces de tomar decisiones, culpables de nuestra propia condición que se desvanece en cuando la empezamos a analizar, pues el análisis es el contrario a su objetivo; la felicidad como refuerzo positivo nos otorga el beneficio no de la comodidad física, sino nos otorga el poder dejar de pensar. Nos movemos, drogados, inconscientes, dependientes. Enamorados.
La felicidad puede destruir a las personas. La felicidad, mal subministrada, acaba con ellas. Otorgada con demasiada facilidad, pierde su función como refuerzo positivo, deja de ser un aliciente, algo que buscar, para ser simplemente una condición; algo con lo que negocias y administras el tiempo, algo que no luchas para conseguir pues se convierte en la norma y su ausencia te provoca dolor. En chutes, grandes e inmerecidas dosis, la felicidad química te mata en unos dos o tres años, según el caso y la cantidad de inyectada en vena. La felicidad continuada, mata en ochenta-y-ocho años, pero te empieza a atenuar a las dos semanas; acostumbrado a las grandes comidas, ni la más grande te parece suficiente. Te haces pequeño, dependiente, anulado. No te abandona el deseo sexual pero dejas de hacer nada para satisfacerlo aunque sea decir un tímido ven.
Un año antes de la ultima actualización, atribuí mi apalancamiento a la chica con la que viví los últimos meses, y empezado el verano, la identifiqué mi fuente de estabilidad emocional y la extirpé de mi vida con la energía de mil bombas termonucleares. Me inundaba un ardor, un sentimiento fuerte, de plenitud. El mundo era mío, era feliz, pero era un feliz diferente, activo, hiperactivo. En nada se parecía a la comodidad encerrada, en el conformismo de tener un mundo de ochenta metros cuadrados. Frenético, buscaba algo de lo que desprenderme de la misma forma que había hecho un año antes. Algo a lo que atribuir mi inactividad, mi pasividad, el no estar sacando dragones del sombrero día si y día también. Lo encontré en mi más evidente fuente de felicidad, que pese a criticable, seguía siendo gran parte de mi vida. Ya ni siquiera salía de fiesta, salía a emborracharme para luego encontrármela allí mismo o a la vuelta y follármela durante horas al llegar de nuevo al campus. Luego o se quedaba y se dormía, o la echaba de mi cama y me quedaba haciendo lo que fuese estuviese haciendo esa tarde, jugar al civilización, escuchar música, leer...
Pese a que intuyo que mi vida es bastante mes activa que la de la mayoría de la población, a que salgo de fiesta si no más, bastante mejor que la mayoría, es algo que ha dejado de apetecerme a menudo. Mi motor para ese tipo de actividades, se ha vuelto si no más irrelevante mucho más sofisticado; y ha dejado de expresarse por ese lado de la noche. La noche que se me manifiesta a menudo de formas parecidas a como analizaba la gente que iba al camping a pasar sus vacaciones, con un ligero toque macabro. Un silencio creativo, que no vacío, se sigue apoderando de mis silencios, de mis pausas. Esa culpabilidad, y el peso del deber, que solo puedo alejar garabateando poemas absurdos en hojas de papel que me encuentro por las estanterías del piso. Esa culpabilidad, que apago con comida fácil para mi cerebro, o con otra muesca más en el cabecero de mi cama, o con una buena comida y bebidas azucaradas compradas en el súper de abajo de casa, al que voy en albornoz, o pijama, o pantuflas, o sin dinero. Ni siquiera fumo, así que no tengo ninguna excusa, ni ninguna necesidad de cruzar la calle y encontrarme con la gente, con el sol, con el viento. A un máximo de cien metros, tengo todo lo que se necesita para hacerme feliz.
Yo, de noche, con un volcán enfrente, viento del oeste propiamente ignorado o insuficiente, viento del este propiamente ignorado e insuficiente. Con música de fondo, mirando por la ventana, sujetando un malboro apagado y metafórico; en un cuadro que se intuiría de ducha fría, manta, café y litio; pero peso a todo, despierto, feliz, mirando muy lejos; pero atenuado.
Com diu una dita japonesa, "assegut tranquilament, sense fer res, la primavera ve i l'herba creix per si mateixa"
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