Atravieso como una flecha los arbustos, cuyas ramas, desnudas, me arañan la cara. Hundida en la nieve hasta la pantorrilla, cada paso es una cuchillada. Mis pulmones buscan el aire con desesperación mientras los lejanos estallidos de las bombas vibran en mis orejas, ensordeciéndome.
Las imágenes golpean mi cerebro sin control. El bosque a oscuras se mezcla con las llamas lamiendo las casas y los edificios derrumbados; los animales que, huyendo como yo de la guerra, pasan a toda velocidad por mis costados se confunden con las personas desesperadas que correteaban sin rumbo por las callejuelas, aullando nombres e intentando refugiarse del fuego y las balas. Algún lobo distante suena como mi hermano suplicándome que corra.
Un pequeño problema del pánico es que te desordena la realidad.
Corre, Maia.