¿Crees que estoy loco? quizás, pero también lo estarías tu si no supieras donde estas ni quien eres, en el más amplio de los sentidos. ¿No buscarías tú, sin cesar, después de repetirte a ti mismo todos los significados posibles de estar perdido?
Hoy ha sonado la música.
Y que música. Como subía, como bajaba. Como danzaba en mis oidos como ninguna otra música ha hecho nunca. ¿Como diablos hacia uno esa música? ¿Con que aparatos, con que herramientas? En ningún otro sitio del mundo, de mi mundo, he podido encontrar nadie que pudiese hacer nada parecido. He intentado imitar el ritmo a veces, solo avergonzado de mi propia torpeza. He tatareado alguna melodía, pero nada que yo conozca es capaz de sonar de esa forma. Con tantos matices, con tanta profundidad. Alguna vez sonaba alguna pieza que ya había sonado antes, pero cada vez era diferente, cada vez erraba un poco pero no aleatoriamente sino de una forma muy... humana. Era como si hablase el alma de alguien.
La melodía se formaba, y entonces entraba ese sonido, como punzado, como de la vibración de una valla de metal, pero mucho mas puro, como si todos sus filamentos se pusiesen de acuerdo y aguantasen la vibración hasta el momento correcto. No tengo ni idea de como explicarlo. Otras veces suena menos sostenido, mas eléctrico, pero perfecto; rápido y cambiante como una tormenta, como pinchazos en el paladar del mismísimo cielo azul.
Es como de otro mundo. Nada queda en este relacionado con lo que hablan las canciones. Y es que las canciones dicen cosas, obviamente no palabras propiamente dichas, pero para eso hay que saber escuchar. Para eso me paso los días aquí encerrado. Las canciones no parecen que noten su increíble notoriedad, su simbolismo perfecto de algunas cosas de la vida. No parecen saber que son algo excepcional, algunas hasta hacen bromas, o no son tomadas en serio, o hacen referencia a otras canciones. Es como si. Y se que sonara raro. Las canciones fueran de un mundo que ya no es, un mundo donde cada una de esas canciones era algo, algunas sombrías, algunas himnos, algunas mero entretenimiento. Un mundo donde la música era algo normal, todo el mundo escuchaba la radio y hasta quizás alguien pudo conocer los seres que hacen las canciones, sean dioses, sean extraterrestres, sean humanos. Si es que algo así se puede hacer, y no son las canciones seres en su propia esencia. No tengo ni idea.
Escuché la música, ignorando alboroto y ruido de puertas cerrarse y correteo por la casa. Disfruté como un loco, y después de días sin hacerlo, pude dormir. Soñé con una extraña catedral, con prados y acantilados y senderos entre bosques verdes y frondosos. Cuando me desperté, la música aun seguía; era el final de una canción que hablaba de extensiones increíbles de arena, mareas de arena rojiza, y animales fantásticos cabalgándolas cargando hombres a sus hombros.
Entonces de la radio salio algo que no había oído nunca; una voz. Serena y clara como si la tuviese al lado, sin música ni interferencias que pudiesen hacerme dudar si solo lo había imaginado.
Behind the waterfall, beneath the cave.
Me levanté muy lentamente. Como se levanta alguien que no quiere despertar a quien tiene al lado. Me levanté apoyando las yemas de los dedos al sucio suelo y subiendo todo mi cuerpo. Me di cuenta entonces de lo pesado que era, del amasijo de músculos y huesos que hay que mover. ¿Mover adonde? Era como si hubiese ido, un paso mas alla. Que conocía un salto mas, una capa mas de lo que conocía segundos antes. Todo lo que me rodeaba, acostumbrado a verlo cada día, ahora me parecía raro y nuevo. Como pronunciar muchas veces una palabra hasta que pierde el significado. Di un gesto mecánico para abrir la puerta de la habitación y me sorprendí fallando unos centímetros a la derecha. Cogí un aire que no sabia que me faltaba y empecé a buscar.
Las calles, plazas y paradas de autobús abandonadas no tenían nombre conocido en esta ciudad, aparte de los inteligibles carteles. Les poníamos nuestros propios nombres a los caminos y callejones. Los nombres de esos sitios, su propia alma, estaba basada en cosas que había percibido o habíamos vivido ahí. Eran nuestros. Los mapas, extendidos por las paredes de toda la casa, contenían nuestros nombres y nuestro mundo. Sabía que tenia que estar por algún sitio. Seguí dando la vuelta en caminos que iban y venían y volvían a entrar dos o tres veces a la misma habitación, pero no me perdía. Iba casi corriendo, respirando agitadamente y no me di cuenta que daba vueltas por una casa vacía hasta que llegué a la sala principal, donde antaño los niños nuevos dormían y ahora mis hermanos hacían vida. El camino seguía hasta un antiguo lavado de coches llamado the waterfall, al lado de una boca de tren abandonada. Que creía abandonada.
Los colores de la pared servían de fondo para el avance de una vida. Yo no pude mas que alejarme de los dibujos de las islas de casas admirando la magnitud de mi descubrimiento, y cuanto mas me alejaba mas los colores de los mapas y las lineas parecían formar un dibujo mayor que cubría toda la pared de la habitación, juntando las lineas con el color del ladrillo, pintadas accidentales y la luz entrado por la rendija de dos tablones de madera, un gran dibujo de un autobús amarillo de intuyó en mi cerebro antes de para siempre desaparecer y volver mi visión a otra vez mapas y pared maciza.
Entonces ocurrió otra vez. Otra distorsión. Me gusta llamarlo distorsión.
Es lo que curre cuando algo cambia. No sientes nada, no ves nada, tampoco lo sabes. Ha cambiado algo. Alguien ha cambiado algo. Quizás yo. Quizás nadie. Pero algo ha cambiado.
No ocurre muy a menudo. O quizás si. No lo sé. Ocurrió cuando empecé a buscar los limites de la ciudad. Ocurrió cuando percibí ese autobús. Quizás estoy loco. Muy loco. Quizás no te lo parece porque esto es una historia y mi locura puede tener justificación si tiene que ver con la trama.
¿Que acabo de decir?
Escuché un ruido y por primera vez me percaté de la inusual tranquilidad de la casa. El ruido vino de la cocina. De donde teníamos toda la comida que nos permitía sobrevivir. Primero me invadió el miedo, y luego una extraña confianza. Luego volví a sentir miedo, luego ganas de castigar, luego inseguridad. Mi mente se llenaba de imágenes e ideas confusas y entré en un estado enfermizo de autojustificación.
En la cocina había una chica. No muy grande. Podría tener unos catorce años o menos, de la misma que alguna de mis hermanas. Pero no era ninguna de mis hermanas, ni tampoco ninguna persona que estuviera destinada en convertirse en una. Era una ladrona. Era guapa. Estaba sola.
Le pregunté que hacia ahí y su cara de terror mostró lo poco que se esperaba encontrarse alguien en esa casa. Y menos alguien como yo. Estaba aterrada, pero no sentí empatía en ningún momento. Robar comida era un delito terrible, algo imperdonable, pero no creo que temiese que la entregara al pueblo, sus ojos reflejaban miedos mas profundos. No se cuanto tiempo estuvimos de pie sin movernos, pero escuché llegar a mis hermanos por la puerta y sin saber muy bien porqué la escondí de ellos. La llevé a mi habitación y no respondió a ninguna de mis preguntas. Que haces aquí, te ha mandado alguien a robar o es que no tienes nada que comer. Nada. Sus ojos aún reflejaban miedo, pero ya no estaba aterrada. Un vacío negro se asomaba en esos ojos ya vacíos de lagrimas que me miraban fijamente y me acusaban.
No se de que pero me acusaban.
Te juro que me acusaban.
Como si ella ya supiera lo que estaba por ocurrir.
No iba a mandarla al pueblo para que la ahorcasen, no le diría nada a mis hermanos, quería que se fuera pero quería castigarla. Quería castigarla lo suficiente para que no sospechase que me gustaba. Quería castigarla hasta que ella estuviese convencida de que la odiaba y de que era despreciable y que dejase de mirarme. Que dejase de mirarme.
Y la pegué, en un estado de enajenación creciente. Y los gritos de mis hermanos por la casa iban en aumento. No tenían nada que ver conmigo ni tenía ninguna razón para preocuparme que me descubrieran, pero ese a eso la tensión iba creciendo. La cogí del cuello contra el suelo y continué haciendo como que la pegaba, como que le hacia daño; pero no hacia mas que acercarme a sus pechos y a sus piernas. Fingiendo que me estorbaba para castigarla le iba apartando ropa, hasta que fue demasiado obvio. Ella me seguí mirando exactamente igual. Como si ya supiera lo que estaba por ocurrir. Y le dije que dejase de mirarme. Y no lo hizo. Fue entonces cuando la violé. No opuso resistencia alguna, solo me seguía mirando. Lo peor es que me hacia dudar sobre si la estaba violando, yo quería que lo sufriera, que supiese que eso le ocurría por intentar robar nuestra comida que me daba igual hacerle daño. Estuve un buen rato hasta que sus ojos hicieron una mueca de dolor por fin y la dejé. con sus ojos negros, tumbada en el suelo de mi habitación mirando al techo, con ropa cortada y semidesnuda, derrotada, violada y en silencio.
Yo salí de casa en linea recta hacia donde creí por ultima vez haber visto el limite de la ciudad. Salí sin mirar atrás buscando bosques y lagos. Dejando para otra ocasión, para otra persona, para otra historia, todo aquello detrás de la cascada y dentro de la cueva. Me cruzé a Boy, y enseguida supimos que no nos volveríamos a ver. Le conté adonde iba.
¿Los limites de la ciudad? ¿Que quieres decir? Todo es ciudad. No hay no ciudad. Este es nuestro mundo. ¿Que diablos es un bosque, o un lago? ¿De donde has sacado esas palabras, Lost?
Me quedé blanco y me fuí dejando atrás mas preguntas que no tenían sentido para mi.
¿Crees que estoy loco? quizás, pero también lo estarías tu si no supieras donde estas ni quien eres, en el más amplio de los sentidos. ¿No buscarías tú, sin cesar, después de repetirte a ti mismo todos los significados posibles de estar perdido?
Y en la parada abandonada de metro, bajo una lluvia intensa, el ultimo guardián de la música que queda en el mundo, en su emisora de radio murió días después. Sin poder cerrar la puerta que evita que el agua entre e inunde los vestigios de un mundo que ya no es, se perdió aquello que debía haber pasado hace días a su sucesor; que perdido, ha seguido otros caminos. Un objeto de madera, manufacturado por los dioses, con formas precisas y afiladas; unos cables de acero tensados entre un mástil y una caja. Era el desconocido origen, y ahora también el final, de la música que salía en días nunca seguidos, en la radio del que debió ser el protagonista y no fué.