Él, estirado sobre el colchón. Ella, desnuda frente al televisor. Un niño triste, en pijama, levantado de su cama pese a ser las dos de la mañana, observando desde la puerta entrecerrada de la habitación. Solo quería ver la televisión, a su madre ganarse la vida ya la veía todos los días.
Ese día, el niño se sintió especial. Un flash salió de la pantalla, una luz que solo él pudo ver. La televisión, en blanco y negro, ahora filtraba una persistente luz amarilla. Cautivadora. El niño, se acercó al televisor, entrando lentamente en la habitación, hasta tocar esa luz con la palma de su mano. Su mano se iluminó, la luz entró en él y la televisión se apagó.
El niño guardó esa luz durante un tiempo en su interior, le daba calor, pero le causaba problemas. Cada vez que la sacaba un poco, animado por su calidez, recibía un castigo, una reprimenda, o una paliza de algún compañero más grande que él. De niño triste, pasó a chico triste. Aprendió a esconder esa luz en el lugar más oscuro de su corazón y la termino aborreciendo, rechazando como parte de sí.
Estamos al lado de un lago que hemos encontrado, damos un paseo andando por su superficie, hay globos volando y los arboles sano que se asoman por la orilla se reflejan quemados en el agua. Me preocupa sobremanera ser capaz o no de que los pájaros hagan lo que yo les diga, pues sino sería un desastre para el medio ambiente. Sick y Boy están sentados en la orilla, Boy sonríe, y una luz es lo que veo donde debería estar su reflejo.
Ahora estamos enterrando a Boy y me parece ver una melodía seguida de una risa visual marchando dirección al bosque. Lo sigo y sorprendo a Boy riendo, comportándose como un niño pequeño, saltando y brillando hasta que la luz se va.
Veo a Boy, yéndose del autobús en plena noche, todos mirándome, culpándome. Las chicas del supermercado, bajo mi asiento. Una luz apagándose, y yo desesperado intentando avivar el fuego, mientras los otros me miran con desaprobación, como tratando de enmendar mi error.
- ¿Veis? Se vuelve a encender, no hace falta que te vayas.
Me seguían mirando igual, mi fuego ahora me daba vergüenza, pretendía no haber intentado con todas mis fuerzas encenderlo, pero la acusación aun pesaba sobre mí. Me iluminaban, con sus linternas, mientras me cubría con la manta y las linternas de volvían ojos, de grandes animales, los hombres, se volvían con miradas perversas, acusándome y empezaban a correr, como locos, como una turba de diablos, directamente hacia mí. Veía un hombre, aun desde kilómetros de distancia, que me veía y me miraba, únicamente a mí. Intente apagar el fuego, para que en la oscuridad no me pudiese ver, pero venia directo, imparable, sorteando obstáculos, y no conseguía apagarlo, ni con la manta, ni con las manos, curiosamente sin quemarme, pero desesperado.
- ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Basta!
Esa fue la primera parte del sueño que tuve, en esa cala, el día antes de La Reunión.
Me desperté de golpe, con la sensación de persecución aún presente en el cuerpo. El corazón se batía rápido, en contraste con la piel fría y el pecho delgado, del que me sorprendía la inesperada capacidad para respirar. A medias. Porque al aire le cuesta entrar a mis pulmones. Me vuelvo a estirar para calmarme un poco, y al rato nos disponemos a volver al centro de la ciudad.
El día no acaba de arrancar; comemos tranquilos, en la misma cala, sin decir nada ni del día anterior ni del que se avecina, y sin decir gran cosa aún llegamos a la entrada-aparcamiento, donde nos abren desde dentro sin que tengamos que ni siquiera saludar. Me siento bastante mejor.
- Creo que hoy va a ser un buen día.
- Repítemelo en 24 horas.
- Mira que te gusta ser pesimista.
- No soy pesimista, simplemente soy cauto.
- Todo va a salir bien.
- De hecho, no hay nada que pueda salir mal.
- ¿Guerrillas armadas supervivientes de un apocalipsis venidas de todo el continente en una reunión para reconstruir el mundo? Nada puede salir mal.
Nos reímos despreocupadamente, bajamos del autobús y dejamos todo lo imprescindible, incluidas las armas y todo lo que pudiese resultar sospechoso. Habíamos decidido hacer eso la noche anterior, pues lo único que nos faltaba después del periplo de ayer era tener más problemas. Además, probablemente alguien controle la entrada, y si nadie la controla deberían; pensé mirando el carruaje del señor de la barba.
Una vez todos fuera del autobús, unos guardas salidos de la nada nos sorprenden con caras bastante serias, nos cachean y nos dicen que los acompañemos. No pusimos resistencia, solo nuestra mejor cara de inocentes corderitos. Ya preveíamos algo parecido. Hablamos con el señor que nos había permitido la entrada sobre el incidente de anoche; y se mostró bastante razona; le pareció más que bien nuestra decisión de parar la noche fuera de la ciudad, unos disturbios es lo último que quieren el día antes de la reunión. Todo marchaba bien, y hasta me permití aliviar un poco la tensión que tenía en mis hombros, hasta que Kill habló.
- No se sabe aún nada de lo ocurrido en el supermercado, ¿no?
- No mucho. No sabemos ni que día ocurrió exactamente. Y hay un par de cosas extrañas que no sabemos explicar.
- ¿A qué se refiere?
- No le puedo decir mucho. Pero quizás no haya sido la revolución.
- ¿Cómo puede ser? ¿Quién entonces?
- No hay nada claro. Hablamos con alguna de las guerrillas de los últimos días, y la mayoría no vio nada raro.
- ¿La mayoría?
- ¿Porque el supermercado no está dentro de la ciudad?
- Sirve para guiar las guerrillas a la ciudad. No esperábamos un ataque. Pero eso ya os lo contaron en el supermercado, ¿verdad?
- Si, sí, claro.
En ese entonces, mientras todos los otros permanecían serios, un guarda hizo un gesto raro. Una simple mueca, una respiración cortada. Nadie se dio cuenta. Mire a los otros guardas, y me daba la sensación de que me estaban mirando y giraban la cabeza cuando yo los miraba a ellos. Me sentía observado. El jefe continuaba con su posado natural, pero ahora había algo de sarcástico, de cínico en su tono. Empecé a notar mal ambiente.
- ¿Podemos ir ya arriba?
- Sí, claro claro, no os íbamos a retener aquí para siempre. Que os vaya bien ahí fuera, que vaya bien.
Me inundó un frío. Cogí a Kill de la manga y le susurre que nos marchásemos ya mismo, quizás un poco demasiado fuerte. Me miraron todos extrañados, con cara de curiosidad, apuntando directamente a mi cara pálida y mis ojos mirando hacia todos lados.
- Ahora no.
Me adelanté dejando los propios guardas atrás, que venían para acompañarnos, y todos me siguieron casi corriendo.
- ¡Hey, parad!
Pero me eché a correr saliendo a la superficie, y como una gran piña, sin tener que dar ninguna explicación más mis hermanos ignoraron los guardas y me alcanzaron y alcanzamos la superficie, corriendo entre un par de calles para dejar los guardas atrás. Finalmente entramos por una puerta que llevaba a un pequeño patio interior donde nos escondimos.
- ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo? ¿Has visto algo?
- Lo saben, saben que fuimos nosotros.
- Imposible, no tienen forma de saberlo.
- Tiene razón, es imposible.
- ¡Simplemente lo sé! ¿No veis como nos venían persiguiendo?
- ¡Porque nos hemos echado a correr!
- ¡De manera en la que nos hablaba el guarda!
- ¿De qué manera?
- ¿Es que no lo veis?
Nos quedamos callados, estábamos alzando la voz y oímos unos ruidos fuera, pisadas de varios hombres a ritmo acelerado. Y callados nos quedamos un buen rato hasta que habló.
- ¿Como nos hemos metido en este lío?
- No lo sé. No entiendo nada. No hemos hecho nada malo. Todo hubiese sido perfecto si no me hubiese atacado sin razón alguna ese hombre en el supermercado.
- ¿Estás seguro de que te atacó?
- Quizás fueron imaginaciones tuyas.
- Me saltó encima, con los ojos fijos en los míos, las manos abiertas agarrando mi cuello y gritando. ¿Cómo quieres que fueran imaginaciones mías?
- ¿Y porque te salto encima?
- Quizás no le dio tiempo a preguntar.
- Cállate.
- "Disculpe. ¿Esta usted intentando asesinarme?" No todos somos burgueses con tan buenas maneras como tu.
- ¿Burgueses? Llevamos dos años viviendo en un autobús, ¿me puedes explicar como de burgués es eso exactamente?
- Chicos…
- Que tiene de malo el autobús? Es mejor que la casa donde vivía antes.
- Y mejor que vivir en una cabaña en el bosque.
- Definitivamente mejor que vivir en una ciudad solo durante el fin del mundo.
- Chicos.
- Como si fuese tan seguro vivir en el autobús, también corremos peligro.
- Si, Asian podría cocinarnos.
- Chicos.
- ¿Qué?
- ¿Porque no hay nadie?
- ¿Qué quieres decir?
- No hay nadie.
El cielo, cubierto por nubes densas, mitigando el sol de la mañana.
Tenía razón. No había nadie, ni una cara se asomaba por fuera de las casas para observar el estruendo que estábamos ocasionando. Cuando nos echamos a correr, las transitadas calles de ayer, parecían las frías calles de una urbe abandonada. ¿Dónde, precisamente ese día, se encontraba toda la gente? Se suponía un gran banquete de desayuno, a las puertas de la catedral de la luz, pero cuando nos callamos por fin, no escuchábamos nada. Ni una risa, ni una palabra ni nada que advirtiese la presencia de personas allí. Quizás ya había empezado. Quizás la reunión estaba teniendo lugar antes de lo esperado, anunciada por unas campanas que no pudimos oír.
Los guardas lo sabían. No nos han dicho nada.
¿Porque, con qué propósito?
Alguien nos vio.
Alguien sospecha.
Quizás están hablando de nosotros.
Quizás, hoy somos el enemigo.
Vi unos ojos, observándonos desde una ventana. Los vi rápido, ellos no me vieron a mí. Reaccioné, como reaccionaria un enemigo, un líder, el mar, un fugitivo que vive en un asiento de autobús al que llama hogar y mata por defender a su familia.
- Kill
- Dime
- Llevas un cuchillo, ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabes?
- Tengo una ventana exactamente a mi derecha, ¡no la mires! En la planta baja, hay alguien mirándonos. Probablemente escuchando.
- A la de tres
- No lo mates
- Entendido
- Uno, dos y…
Ahora, estamos en una habitación pequeña, rodeando un guarda con un cuchillo clavado en el hombro, ya sin conocimiento. Excelente, habíamos matado un guarda ahora. Pero amenos sabemos un par de cosas. No hay ninguna orden sobre nosotros. Todo ha comenzado.
Ahora vamos en línea recta hacia la catedral. No estamos completamente solos, hay gente por la calle, aunque sigue habiendo un aire frio y distante. Llegamos justo al frente de la catedral, que lucía sosa y antigua, las puertas estaban abiertas, había gente hablando dentro, oímos unas campanas y entramos justo cuando empezaba.
- Bienvenidos, a la reunión.
Tres horas después, salimos por la misma puerta por la que habíamos entrado. Asqueados, confusos, con el estómago girado. Diatribas, discursos, gritos, amenazas. Dos guerrillas mirándonos fijamente durante una hora. Política, miedo y asco. Esta tarde empieza de verdad. Esta tarde sí. Esta tarde decidimos cosas, hasta ahora no han sido más que palabras y demagogia. Pero esta tarde se va a decidir nuestro futuro.
- Menuda mierda de inicio de reunión.
- ¡Qué dices! Ha sido muy interesante.
- Interesante? ¿Qué has escuchado tú de interesante?
- Todo ha quedado muy claro. Hoy han nacido líderes, ideologías.
- Pues yo espero que esta tarde no ocurra lo mismo.
- Los de esta tarde ya es superficial, es la constatación de lo que ha ocurrido en este momento histórico.
- Lo que tú digas. Vamos a comer.
- Tenemos todo en el autobús.
- Vamos al autobús entonces, y acordaos que si os preguntan, no hemos matado a nadie hoy.
- Habla por ti.
Me pregunto en que momento empezó a disfrutar de la sangre. Debió ocurrir en algún momento, como cuando alguien empieza a hablar solo, o a hacer listas sobre lo que debe hacer con su vida. No nos damos cuenta de cómo empezamos, simplemente un día nos sorprendemos haciéndolo, y nos sorprendemos más aun de que nos parezca completamente normal.
Sin que nadie nos impidiese nada,
llegamos al autobús catorce,
aquel que es nuestro hogar
y en una especie de jardín sin bancos
tampoco nadie nos impidió disfrutar.
El cielo continúa tapado. La catedral luce triste. Gris. Es increíble como nuestra mente asociando una idea a algo, convierte a nuestros ojos ese algo en la propia idea. No es tan abstracto como parece. Colores, y formas. Colores y pensamientos. Triste, gris. Sangre, roja. Miradas, enemigos. ¿Te parece raro? Intenta pensar en una mesa sin pensar en la palabra mesa. Y es solo una forma, una particular forma de curvar una línea recta, que se deja de serlo y se convierte, no en una mera representación, sino en un pedazo de nuestro mundo.
Terminamos de comer,
nos quedamos acostados,
esperando la campanada
el tañido de cristal
sonido de la catedral.
Estamos jugando a aparentar normalidad. ¿Cuándo ha sido para nosotros algo ya normal matar a un amigo, a alguien inocente? Matamos a alguien y aparento normalidad, es mi forma de parecer fuerte, pero, ¿ellos? Ellos no lo han decidido, simplemente lo aceptan, porque yo lo acepto. Yo he pasado por un proceso, ellos no. Las circunstancias lo merecían, eran excepcionales; pero para ellos es solo yo matando a alguien. Les daría igual, solo, me siguen. Me dan un poco de miedo.
Las campanas suenan
nos levantamos
y marchamos.
Sin hablar,
no hace falta,
no hay dudas,
marchar es lo que llevamos haciendo
toda una vida.
Solo fingimos normalidad. Ha muerto gente, tenemos enemigos, gente que lo sabe aquí dentro. Las campanas me sacan de mi burbuja. Somos el enemigo. Se rompe algo de cristal. Caminamos por costumbre. ¿Has robado algo de pequeño? Sientes un pequeño subidón, luego te embarga la paranoia. Todas las miradas parecen acusatorias. Todo el mundo parece saber algo.
Entre unos edificios,
me parece ver gente en las ventanas,
mirando la patética escena
de trece muertos
desfilando por debajo de una pancarta
con la fecha del día de su final.
No hay modo de escapar. Nos encaminamos a la reunión, y también a nuestra perdición. Una vez pasada esa paranoia de chico, cuando comprendes que no ocurre nada, te olvidas de que sí que acaba de ocurrir algo realmente. Te crees poderoso, invencible y que nunca vas a tener que pagar por tus crímenes. La policía llama a tu puerta y aun crees infantilmente que si no les abres la puerta no te va a pasar nada. De alguna manera, todo se va a solucionar.
Voces y más nubes en el cielo, empieza a llover. No me molesta la lluvia, pero su sonido contra el asfalto hace todo lo contrario que relajarme. Me parece un estruendo insoportable, repicando contra nuestra fragilidad. Los he traído todos aquí, a nuestro final. En cualquier momento, alguien nos acusara, y doscientas personas nos reducirán a polvo. Los que nos observaban en la reunión, solo estaban saboreando, fetichizando su propia rabia. Estaban a un gesto, a una palabra, de acabar con nosotros. Pero no lo hacían, quizás esta comida ha sido nuestro regalo, antes de extirparnos del mundo posterior a la reunión. Quizás, para ellos, somos la revolución. Qué tontería.
¿Lucharemos? Me atrae morir de pie con armas en las manos. También me atrae ser un mártir, morir como un mártir. Pero, que importa, solo es morir. Me importa una mierda como me van a recordar, aunque me da algo de pena no dejar huella para siempre, aunque es algo que debía haber aceptado tarde o temprano.
Imagino a dios, hablando casualmente con nosotros en el mas allá.
¿Tú que has hecho con tu vida? He sido honrado y he alimentado a una familia. Aburrido.
¿Tú que has hecho con tu vida? Me he retirado a las montañas a pensar y he desarrollado un modo de vida perfecto, he separado el bien y el mal, y en mi soledad infinita, me he sentido un dios. Gilipollas.
¿Tú que has hecho con tu vida? He levantado un imperio, he sido el rey del mundo, poniéndome por encima de muchas otras gentes y acabando con ellas, cuando quizás no lo merecían; he vivido todo, quizás no por las razones correctas, pero he tenido todo lo que he podido conseguir. Genio, maldito, tirano.
Miro a mis hermanos, que me van a acompañar en este final. No saben nada, solo me siguen. Sonríen, no tienen la muerte en los ojos como yo. Esto es mío, solo mío. Siempre he estado solo, como Boy.
- ¿Chicos, podéis ir un momento al autobús a dejar todo lo de la comida y las armas que llevéis? Yo os espero aquí.
- Pero...
- Id.
- Pero...
- Id.
Los mandé donde tenían más posibilidades de sobrevivir. O en realidad solo quería estar solo. No tengo ni idea. Planee entrar a la catedral, gritar algo, crear un caos y que huyeran por alguna mágica razón. No lo sé, no me caracterizo por decisiones de este tipo, estaba demasiado ocupado decidiendo cual serian mis últimas palabras antes de morir y en buscar mi moneda, antes de darme cuenta de que estaba en el autobús. Como iba diciendo, mis decisiones no eran de lo más planeadas, pues en ese momento yo estaba andando por la calle con los brazos abiertos, acariciando la pared y la lluvia como si fuesen lo más maravilloso de la creación. Este mundo me gusta. El problema es la gente. Nunca me ha gustado la gente. Ya os lo dije hace un tiempo.
Me encantan estos momentos de tranquilidad en los que el mundo se derrumba a mí alrededor. Es cuando realmente se aprecian las cosas tal y como son. Cuando uno lo pierde todo no tiene sentido ponerse nervioso, gritar o enfadarse; y nosotros cada día lo perdemos todo. Cada día que pasa perdemos a alguien, cada día se pierde para siempre un monumento, se borra el nombre de una persona o se pierde el último registro de una canción, un pedazo de la humanidad misma. Son tiempos oscuros, o eso dicen. No puedo recordar con claridad el momento exacto en que todo cambió, pero nuestro mundo pasó de ser un poco raro a un caos absoluto, o eso dicen, pues en mi mente el mundo siempre ha funcionado de una manera errática, sin sentido y absurda, la única diferencia es que ahora parece ser que todos están de acuerdo conmigo.
No quiero morir.
Desde que tengo memoria, la única cosa que he visto hacer a la gente es matarse, correr sin sentido, odiarse. Desde muy pequeño, me sentía rechazado en grupos de más de tres personas, así que todo lo aprendí de libros. Leí a Lenin, Proudhon, a Bakunin. No acababa de comprender demasiado, pero mi imaginación rellenaba los huecos con odio, imágenes de las noticias, de edificios derruidos, ciudades abandonadas y revoluciones violentas.
Las imágenes, instaladas en algún lugar de mi subconsciente, empezaron a dar vueltas en mi cabeza, y las recordé vívidamente. ¿Por qué motivo las había olvidado? ¿Las bloqueé? ¿Porque vuelven?
Llegue delante de la catedral, con un escalofrió en la nunca, y casi sin poder respirar. Los fluorescentes del supermercado empezaron a apagarse y encenderse con ese ruido característica. Vi gente moviéndose entre los estantes, ojos mirándome, palabras susurrar. Un hombre con una cicatriz, mirándome desde dentro de la catedral.
Había un grupo de gente, con los que habíamos estado hablando el día anterior, que en ese momento entraban en la catedral, eran buenas personas.
El ruido de las gotas caer pasó de ser un estruendo a un silencio absoluto, algo se rompió, el hombre con la cicatriz sonrió, el grupo de amigos se giró hacia mi espalda, abrieron los ojos lentamente, y gritaron.
De la nada, centenares de hombres y mujeres de la revolución, salieron corriendo hacia la catedral, sin nada dentro de los ojos, avanzando como una turba de diablos, mordiendo, aplastando, despedazando todos los humanos a su paso. Y ahí estaba yo, justo en medio de la turba, quieto, contemplando a mi alrededor, con la revolución entera pasado a mi alrededor, sin ni siquiera mirarme, entrando en la Reunión, matando a todos y esparciéndose por la ciudad.
Me quedé solo, en silencio.
Sin ninguna razón particular, en estado de shock, entré en la catedral y cerré las puertas a mi espalda.
No quiero morir.
No entiendo nada.
Me siento, bien. Fuerte, como un cuchillo, el mar, un líder, un enemigo.
- ¿Boy?
Continuará.
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