Romanticismo


Probablemente soy de las personas que más veces han acusado de ser poco romántico. O de no tener sentimientos, o de aprovecharme de las chicas, o de poder leer la mente y disparar rayos gamma por los ojos.

¿Habéis visto el club de la lucha? Si por alguna razón aún no ha llegado ese momento en vuestra vida, que pagaría gustosamente por recrear, de ver por primera vez algo así, ya tenéis algo mejor que hacer que leer esta entrada.

Quizás la tengo sobrevalorada. Quizás cuando la vi de pequeño era más influenciable que ahora. Quizás la valore por proporcionarme largas conversaciones de madrugada con Ceci. Pero sigue siendo, como decirlo. Una patada en la boca de tu “yo” que ha sido siempre un conformista sin causa. 

Lo que tiene de poderoso es que te envuelve en la tendencia positiva del club, te distrae de lo que realmente está pasando, te vincula emocionalmente con gente que nadie tiene que ver contigo y te destroza tu breve romance con el nihilismo de la misma manera que se derrumban las torres de la perfecta escena final.

Pero no me pagan para hacer publicidad del club de la lucha. Aun. ¿Os acordáis de cómo se conocen los protagonistas? En un aeropuerto e inician una conversación casual. ¿Os habéis leído el libro? (dramatización total porque hace muuuchos veranos de eso)

Tyler Durden se encuentra en una playa nudista. Haciendo un conjunto de construcciones de madera en la arena. Amontonando tablones sin sentido alguno pero con una precisión increíble. Cada pieza debe estar exactamente en su sitio. Sitio de algún dibujo o alguna música que solo él puede oír, que construye con mucho esfuerzo a costa del sudor de su frente.

Lentamente, el sol poniéndose en el horizonte, golpea la estructura i forma una sombra a su espalda, dibujando una forma que empieza a ser reconocible. La sombra de las maderas construye una mano perfecta donde casi se podrían tomar huellas dactilares. El dibujo se completa y luego se va otra vez, el viento y el mar borran la estructura.

Y Tyler le dice al protagonista: La perfección dura un instante y luego se desvanece para siempre. A veces nos pasamos toda una vida construyendo un momento de perfección poética. Se desvanece y nos quedamos solos, perdidos y buscamos nuevos objetivos.

El club de la lucha es el libro/película más romántico que he visto nunca.

El problema es que no tenéis ni jodida idea de lo que es el romanticismo.

Asociáis romanticismo a llevar flores y bombones por san Valentín, a un beso de boda, a un libro de Pablo Coñelo o a una cena con velitas y el segundo vino más barato de la tienda.

Cáncer.

Seguramente os quedarías a cuadros si os dijera que hay romanticismo en una partida de ajedrez.

Seguramente no veréis nada romántico en la biografía de Bukowski.

Los villanos famosos y carismáticos de películas no tienen su gracia en su maldad o en su estética. Tienen su encanto en que, pese a ser psicópatas despiadados, los mueve una idea mayor, que los moviliza, les hace moverse en pos de ideales muy extremos y entregan su vida a ello de una manera romántica El Joker no es “malo” pues nada es intrínsecamente malo, lo mueve la idealización del caos como forma de vida, parecido Tayler Durden, que lo mueve su visión del anarcoprimitivismo. Hanibal Lecter es un gran ejemplo de ello, puedes contemplar todos sus movimientos, como si estuviera esperando, visualizando el momento en que la peli termina con él bebiendo la sangre de alguien y comiendo sus órganos con extrema delicadeza.

It's about sending a message.

El romanticismo es idealización de un sentimiento o propósito.

Un jugador de ajedrez romántico no juega por jugar; y va a intentar ganar, como todos los otros, pero se entrega levemente a un ideal de belleza en las caóticas posiciones cuadradas del juego. Como si en su mente estuviera, además de la idea de ganar, la idea de jugar una partida bella, estéticamente atractiva, que sea como una sinfonía de piezas.

El error común reside en relacionar esas ideas a imágenes o gestos concretos. Acabamos rindiendo culto a los “símbolos” de la idea, en vez de a la idea en sí.

Por eso mandamos flores para expresar nuestra idealización del amor. Cuando mandar rosas es lo más fácil del mundo. Por eso nos casamos y hacemos grandes bodas, cuando las bodas no significan nada, por eso hacemos cenas con velitas, cuando valen 1 euros en los chinos.

Lo que realmente muestra esa idealización, ese “hasta el final”, es el esfuerzo que conlleva hacerlo, pensarlo, arriesgarte, ir en contra de todo el mundo si hace falta. Todos hemos pasado ESA noche en la playa, esa que vas a recordar siempre, y que si saliera en una película seria una mierda de escena.

Ese club de la lucha clandestino lleno de sangre y sudor.

Ese montón de dinero quemado en algún callejón oscuro de Gotham City.

Ese perfume de lavanda escogido personalmente al mandar una carta a quien quieres matar.

Ese gol de Iniesta en el último minuto.

Ese beso prohibido en un portal escondiéndote del mundo.

Ese chico/a silencioso en el instituto que se pasa las horas dibujando o escribiendo un libro.

Vegeta añorando ser el guerrero que era, antes de suicidarse por salvar a su familia.

La jodida escena final.

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